por Noel Alejandro Nápoles González
El título
Dios mueve al jugador, y este, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Borges
Teatro Bertolt Brecht: inicios de 2019. El grupo de grabadores que se autodenomina “Haciendo presión” se reúne. Necesitan un título para la exposición que presentarán para la XIII Bienal de La Habana. Barajan uno que luego nadie recuerda o que todos quieren olvidar, que es lo mismo. La angustia creativa se instala entre ellos. Janette comienza a leer el poema “La isla en peso”, de Virgilio Piñera. Como no ve bien las letras, le pasa el texto a otro artista, quien tampoco las distingue y este se lo pasa a otro, y así. Entonces, Sara, se percata de que todos padecen presbicia, y Edgar, que además de ser miembro del grupo es el curador de la muestra, agarra la palabra por la cola. Ya tienen un título.
En efecto, todos pasan de los 40, todos tienen la vista cansada, todos enfocan mal los objetos cercanos. Y todos compensan el desenfoque del cristalino con algo de Cristal y un poco de vino. Sin embargo, el título parece tener un problema: describe un handicap de los artistas, no a las obras en sí mismas.
Primogénito de los dioses, el artista es un candil en la niebla: intuye antes que nadie lo que aun no puede definir con certeza. Acostumbrado a moverse libremente en el universo de las metáforas, olvida que él mismo es la imagen que dicta un poeta mayor. ¿Qué titiritero no lleva hilos invisibles a la espalda? Por eso, en arte, como creía Meyerhold, vale más adivinar que saber.
En este caso, el grupo intuyó bien el mensaje pero decodificó mal la señal: exponiendo en un teatro, debían invocar a un dramaturgo pero no era a Virgilio sino a Brecht. ¿Qué sino presbicia es el método del distanciamiento defendido por el alemán? El présbite aleja el objeto para enfocarlo bien. Brecht pretendía hacer lo mismo con la representación teatral, para que el espectador pudiese analizar mejor el contenido de la obra: enjaular la emoción, ponerle alas a la razón. Pero voy más allá. Una expo como esta, que viene a ser un teatro actuado por grabados y dibujos, matrices y esculturas, fotos y muebles, sonidos y videos, no implica solo el gesto de tomar distancia para enfocar mejor el objeto. Es también un modo metafórico de acercarse a la verdad de una generación. La exposición colectiva Presbicia,[1] en este sentido, dialoga –aun sin proponérselo– con “Cinco obstáculos para decir la verdad”, texto que escribiera Brecht en 1935 y que comienza así:
Quien quiera hoy día combatir la mentira y la ignorancia y escribir la verdad, tiene que vencer, por lo menos, cinco obstáculos. Deberá tener el valor de escribir la verdad, aun cuando sea reprimida por doquier; la perspicacia de reconocerla, aun cuando sea solapada por doquier; el arte de hacerla manejable como un arma; criterio para escoger a aquellos en cuyas manos se haga eficaz; astucia para propagarla entre estos…
El valor para buscar la verdad
…Cuando interpretes al bueno, búscale el punto malo, y cuando interpretes al malo, búscale su punto bueno.
Stanislavski
Apenas entramos en la galería nos topamos con la pieza Carrusel, de Guillermo Ramírez Malberti. Son litografías de patrulleros (autos y motos) que giran en lo que otrora fuese una piñata: expuesta ya en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana. En esta ocasión se le modificó el fondo y se le añadió una iluminación con leds flashantes y música de carrusel. Los símbolos de la autoridad, devenidos elementos lúdicos, anuncian un enfoque desprejuiciado. Por momentos, el funcionamiento de la pieza recuerda un molino de oración tibetano. Solo que, en este caso, la pieza se mueve por inercia y está un poco lejos de los montes Himalaya.
La instalación Isla, de Anyelmaidelín Calzadilla, imprime la imagen satelital de una ínsula sobre un oscuro telón azul que se empata con un paño añil más claro, que baja del techo. Cielo que se derrama en el mar. Mar que se evapora sin fin. En esta obra es importante la relación de escala, pues la imagen pretende resaltar la soledad, el aislamiento de un trozo de tierra en medio del vinoso mar, como diría Homero. En efecto, ¿qué hace el océano: une o separa las tierras? ¿Es un hiato o un diptongo?
El primer paso hacia la verdad es superar los límites. Y para eso hace falta valor. ¿Qué mejor contexto para ello que la galería de un teatro, con sus paredes adictas al experimento, al ensayo, a la duda? En torno a nosotros se escucha una música de carrusel. Las luces parpadean en círculo. Se abre un telón azul.
La inteligencia para encontrar la verdad
…En el arte se pueden hacer muchas cosas, siempre que se hagan de una manera artísticamente convincente.
Stanislavski
Si la pieza de Anyel trabaja la verticalidad (el paño azul) de la horizontal (la isla), la de Norberto Marrero se concentra en la horizontalidad (el paraván) de la vertical (el poder). Ya nadie saluda al rey, me cuenta Norberto, es un título tomado de una obra de teatro de Ángel Escobar que, aunque fue censurada, se presentó en la Casa de la Comedia y apareció en una revista Tablas de los años 80. La pieza de Norberto son dos paravanes articulados. Por delante de cada uno se ven flores, que recuerdan los delicados biombos asiáticos; por detrás, sin embargo, se desarrollan escenas grotescas de una corte en la que conviven un rey y sus aduladores. Apariencia y esencia del poder.
Alejandro Saínz se presenta con Horizonte. Es una silla de salvavidas, alta como todas pero dotada de ruedas como ninguna, desde la cual se puede ver una matriz iluminada en la que se lee el siguiente texto: “Teatro para locos, no para cualquiera”. Desde dicha matriz, que está fijada a más de dos metros de altura en la pared de la galería, otra silla de salvavidas nos mira. La paradoja es ingeniosa: mi punto de vista es el horizonte del que tiene a mi horizonte como punto de vista.
Coincidentemente, tanto Norberto como Saínz, construyeron sus piezas en el espacio de la galería, que fue por esos días fábrica de ideas y taller, sin dejar de ser teatro. Norberto propone superar las limitaciones con las que aparenta jugar el Guille, desnudando esencias; Saínz sugiere rebasar la insularidad que evidencia Anyel, oteando horizontes. Para encontrar la verdad –nos dicen– no basta reconocer el límite. Hay que rebasarlo.
El arte para exponer la verdad
…Las tormentas de la creación son el más terrible de los martirios humanos…
Stanislavski
Sombrar es una obra de Hanoi Pérez que ya conocimos, en versión algo más breve, en la Biblioteca Nacional, durante la exposición bipersonal El anaquel. Variaciones (2018), que realizara junto a Yerandee González. En aquel caso, era un libro de artista; ahora, es una narración compuesta por quince impresiones digitales, dispuestas una al lado de la otra. La obra nace de una experiencia que tuvo Hanoi en Suiza, donde compartió varios días, en una casona antiquísima, con la señora Soledad. En la narración, la sombra de un hombre alarga la mano hasta la sombra de una copa, que descansa sobre la sombra de un mueble. Quien no pierda la capacidad de “sombra” no será filósofo pero, al menos, no estará solo.
Sara Díaz dibujó al grafito sobre módulos de PVC la imagen de las medallas más relevantes que otorga el gobierno cubano. La obra se titula Alegoría y es un homenaje a aquellos que, como su padre, se entregaron al proceso revolucionario hasta el último de sus días. Es una obra solemne, casi luctuosa, que Sara ha venido madurando durante los últimos seis años, hasta que encontró el momento y el sitio adecuados. Como en un mausoleo dedicado a los mártires, los módulos adornan la pared. Forman una pirámide invertida: en la parte superior, están las medallas por servicios distinguidos y la de Héroe de la República de Cuba; en la inferior, las de la educación y la cultura. La cúspide de la pirámide, que está debajo, apunta a dos versos de un soneto de Francisco Luis Bernardez: Lo que el árbol tiene de florido/ vive de lo que tiene sepultado. Cierto. ¿Cuánto le debe la flor a la raíz? ¿Cuánto la belleza al sacrificio? ¿Cuánto la voz al silencio?
El espíritu de las sombras, de Hanoi, y las sombras del espíritu, de Sara, se anudan en un discurso existencial, que ronda el borde de la tristeza sin caer en ella. En ambos, la soledad es tan espesa que casi puede palparse. Y el alma cubana ha sido fotografiada de tal forma que se ha convertido en materia de arte.
La habilidad para codificar la verdad
El arte es orden y armonía.
Stanislavski
En la hucha, de Yerandee González, es un libro de artista que también conocíamos desde la expo que realizara a cuatro manos con Hanoi, solo que en aquel momento era un libro y ahora son dos. Uno está hecho con las imágenes de varios cochinitos-alcancías (no olvidar que este es el año del Cerdo); el otro, con el vacío que queda al recortar estas figuras. Libro y antilibro. Con razón, Borges decía que un libro que no encierra su contralibro no está completo. Las definiciones suelen ser insuficientes pues se concentran en el ser de algo y dejan fuera su no ser: esto es, no consiguen reflejar el devenir de las cosas. Por eso Lezama insistía (y esto a su vez es una definición) que definir es cenizar. Tampoco el río baña dos veces al mismo Heráclito.
En la misma cuerda está Haikú de la resistencia y el quebranto, de Janette Brossard, que es una instalación hecha a partir de PVC grabado y entintado, en torno a la cual se escucha el sonido del oleaje y las gaviotas. Sobre una base que simula el mar se encajan tres pilotes: en el primero, se posa un Charrán común; en el segundo, el ave bate las alas; y en el tercero, solo hay ausencia. La elección de este pájaro no es casual: el Charrán es un ave migratoria que anida en zonas costeras. Viaja de Polo a Polo y suele ser atacado por el skúa ártico, que le arrebata los peces que pesca. Obviamente se trata de la emigración. “El último pilote soy yo”, me confiesa Janette. Quien haya seguido la historia de sus haikús grabados se da cuenta de que aquí hubo un salto importante a la tercera dimensión. El instante se ha transformado en poema, el poema en grabado y el grabado en escultura. La poesía ha encarnado.
Es curioso que, tanto Janette como Yerandee, desemboquen en antinomias kantianas: ¿somos o no somos?, ¿estamos o no estamos? De aceptar el agnosticismo kantiano, deberíamos seguir el consejo de Wittgenstein: De lo que no se puede hablar, mejor es callar. No obstante, queda algo por decir puesto que, para los que asumimos el pensar dialéctico, la contradicción no es índice de la impotencia de la razón sino todo lo contrario: es la verdad esencial.
A la luz de las obras de Janette y Yerandee, el célebre dilema shakesperiano –to be or not to be– merece una traducción al castellano más densa, más compleja, más rica. Debería traducirse como ser o no ser y estar o no estar, lo que no solo redimensionaría la disyuntiva de Hamlet sino que también calaría más hondo en el drama humano. En efecto, ante la realidad de la vida y la muerte, el hombre se debate entre ser o no ser pero también entre estar o no estar.
Esto, además, estaría introduciendo un tema que nos concierne a todos los que nacemos bajo el signo y el sino de la insularidad. Emigrar es un verbo que los Estados conjugan en plural, como estadística, pero que cada individuo conjuga en singular, como vivencia desgarradora y a veces como amputación espiritual. La emigración se vuelve un tema de primer orden, sobre todo cuando el dilema de estar o no estar en Cuba conduce al dilema de ser o no ser cubano.
La astucia para difundir la verdad
…Las buenas palabras no surgen cuando de todos modos queremos decirlas, sino cuando no pensamos en ellas, cuando por sí mismas se hacen necesarias…
Stanislavski
Viajar y más aun residir, temporal o definitivamente en el extranjero, son acciones que nos ponen de frente a nosotros mismos. En ocasiones la crisis económica o ideológica se resuelve dando pie a una crisis de identidad, que puede llegar a ser incluso más profunda, abarcadora y fundamental.
Tal vez por ello, como colofón de todo lo expuesto en la galería, Edgar Hechavarría creó la obra Flag, flag, flag (Bandera, bandera, bandera). Se trata de una video instalación construida a base de litografías y xilografías de las astas del Monte de las Banderas. La misma imagen repetida cuarenta y dos veces es coloreada alternativamente en blanco, rojo y azul hasta componer la bandera de Carlos Manuel de Céspedes. El simbolismo es notorio. Los colores de la bandera de Céspedes y los de la de Narciso López heredan los del estandarte francés de 1789. Lo mismo que “La Bayamesa” recuerda a “La Marsellesa”. El blanco, el rojo y el azul son los colores de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Nuestra bandera son tres principios que apuntan a un fin; un gesto de amor sublimado, en el que la paz ondea asida a la virilidad de un pueblo luchador. Luchador, en todo el sentido de esta palabra, histórico y cotidiano, académico y popular. La identidad cubana –con perdón de Aristóteles y Hegel– es la síntesis de una lucha. Edgar cierne la arena más fina, preserva el sedimento final, salva el núcleo más esencial que nos define. Flag, flag, flag no es un tartamudeo: es la reiteración vital de un signo, su significado y su referente.
Por si fuera poco, la estaticidad de esta figura se compensa con la imagen en movimiento de una bandera blanca, que se proyecta sobre la del Padre de la Patria, así como con el sonido de los cordeles que chocan contra las astas, el cual se mezcla con el de la pieza de Janette. Este movimiento visual y sonoro no es gratuito: es la expresión inevitable de las contradicciones que advirtieron Janette y Yerandee en sus piezas. En otras palabras, la verdad esencial es contradictoria, dinámica, viva. Así la exposición empieza y acaba con obras en movimiento: un carrusel que gira, un pabellón que ondea. Lo profano y lo sagrado. Alfa y omega.
La exposición
…si algo como la verdad existe, no cabe duda de que es tan intrincado y oculto como una corona de plumas.
Isaac Bashevis Singer
Presbicia es una obra de teatro sui generis que probablemente le habría gustado a Brecht, puesto que sus autores –no son dramaturgos sino grabadores– indagan su verdad sin miedo y saben cómo dar con ella. Cómo exponerla en imágenes visuales, codificarla y difundirla. Su guión es tan consecuente que el título funciona como una exposición en ciernes y la exposición, como un desarrollo del título.
Si estructuralmente Presbicia puede verse como cuatro pares dialécticos y una pieza suelta (la última), su dinámica discurre en dos líneas narrativas paralelas. La primera línea narrativa comienza por reconocer el obstáculo humano (Carrusel), lo esquiva (Ya nadie saluda al rey), asume el precio de su irreverencia (Alegoría) y choca con la contradicción de ser y no ser (En la hucha). La segunda empieza por reconocer el obstáculo natural (Isla), lo supera (Horizonte), paga por superarlo (Sombrar) y al final desemboca en el contrapunto de estar y no estar (Haikú de la resistencia y el quebranto). Finalmente, ambas líneas narrativas tributan como afluentes al río de la identidad (Flag, flag, flag).
Los de “Haciendo presión” tienen presbicia en la vista, no en el punto de vista. La disposición de las obras en pares de complementarios, su consecuente dinámica narrativa en paralelo, la vitalidad con que se adaptan al entorno teatral de la galería y la redondez del concepto que los reúne a todos en un haz, hablan de la profesionalidad de un equipo de grabadores que compensa el defecto del ojo con la virtud de la cabeza. Y es que la presbicia, como todo rasgo humano, es ambivalente: habla de la vejez y el cansancio del cuerpo. Pero también de la madurez y la sabiduría del espíritu.
Lo dicho se transparenta también en la calidad del cartel de la expo y en el plegable, diseñados por Ramsés Martínez, los cuales son, en una palabra que no acostumbro a usar, sencillamente brillantes. ¡Qué mejor portada que la pantalla del optometrista, con sus letras y números de puntaje decreciente! Ahí está toda la información: el título, las fechas, la identidad del grupo, los nombres de los artistas y hasta –algo camuflado– el del diseñador. Bravo. Lo mismo digo de las palabras de Amílkar Feria, que son, como debiera ser toda introducción, un agua que da sed.
Esta exposición en el Brecht constituye, por su contenido, un enfoque –eso es, un ajuste del lente con el que se mira la realidad– desde la perspectiva de los que nacimos en los años 60 y 70. En este sentido, no se queda en el diagnóstico del defecto visual sino que intenta rectificarlo. Cuando se recuerde la XIII Bienal de La Habana, se hablará de una exposición colectiva que, pretextando presbicia, fue más que eso: fue un par de espejuelos. ¡Y pensar que “Haciendo presión” nació para visibilizar el trabajo de un grupo de artistas![2]
Un buen día –cuenta el poeta persa Fariduddin Attar– tres mariposas quisieron saber qué era el fuego. La primera lo vio de lejos y dijo: “El fuego es una luz”. La segunda se aproximó a la candela y dijo: “El fuego quema”. Pero la tercera, que quiso saber más, se acercó tanto que murió abrasada por las llamas. Su muerte marcaba, quizás, el acto supremo de conocimiento. Y es que la verdad, exista o no, podamos definirla o no, sigue siendo eso: un fuego que ilumina, calienta y mata.
28 de abril de 2019
- Realizada en el teatro Bertolt Brecht, La Habana, durante la XIII Bienal de La Habana (2019). [Nota de Artcrónica]. ↑
- Después de la XI Bienal de La Habana, varios grabadores cubanos se unieron para visibilizar su trabajo. La naturaleza gráfica de sus obras y el objetivo manifiesto del grupo determinaron su nombre: Haciendo presión. Su nómina ha sido siempre flexible: alrededor de su núcleo duro, compuesto por Janette, Norberto, Saínz, Anyel y Hanoi, han orbitado otros grabadores del patio, los cuales se han incorporado eventualmente a un proyecto concreto. Las exposiciones de “Haciendo presión” suelen tener un curador en dependencia de sus características particulares: si es de grabados, suele ser Janette; si es de libros de artista, Hanoi; y como esta es en un teatro, le tocó a Edgar. ↑