La arquitecta y artista visual Aimée Joaristi confirma a la redacción de Artcrónica su rotunda satisfacción por la inauguración ayer, 4 de abril de 2024, de su muestra personal “Poemas Malditos” en el prestigioso Museo Calderón Guardia. Podemos dar testimonio, además, de que no sólo se cumplió, con magnífica concurrencia de público, el anhelo de una primera muestra panorámica de su trabajo multidisciplinario en Costa Rica; sino que corroboramos entre los asistentes a la exposición el buen nivel de las obras seleccionadas, el atractivo enfoque curatorial y la coherente distribución museográfica. Artcrónica seguirá pendiente de otras repercusiones que pueda tener este proyecto en el contexto cultural costarricense.
A continuación, las palabras inaugurales del director del Museo Calderón Guardia Luis Rafael Núñez Bohórquez:
Poemas malditos. Obra de Aimeé Joaristi
La belleza siempre es rara.
Charles Baudelaire
La obra de la artista es de una hermosura densa, quizás oscura pero radiante, todo un manifiesto de extraña belleza. A lo largo de esta exposición, Aimeé hace una introspección estética con una paleta muy contenida.
La artista investiga sus intereses, los contempla y resemantiza para alcanzar la creación. Sus trabajos de gran formato y ensambles nos plantean a través de sentimientos, su mundo personal y sus experiencias.
En la visita a su taller en Escazú vi su vitalidad y oficio, así como los diversos códigos que plantea en sus trabajos. Envuelta en lo natural ella crea libremente su universo estético.
En el Museo Calderón Guardia, sus piezas artísticas hacen trascender de una manera honesta su ideario estético mediante diversos tópicos que la seducen y apasionan, con sus saturaciones tumultuosas y sus instalaciones que llevan a reflexionar profundamente a través de lo lúdico.
En Poemas malditos estamos ante un viaje que insta a la vez a experimentar, disfrutar y percibir, el punto de reflexión.
Aimeé nos comparte su mundo, sus ideas y sus intereses.
Poemas Malditos
Por Aimée Joaristi
Cuadros sedientos de risas, petulantes, malditos,
quiten de mí sus ojos,
que el quehacer es propio y no los controlo.
Latigazos como machetes redoblan en los portones del estudio,
pican sobre el techo de lata gris,
tormenta de fastidiosos recuerdos,
de olvidos impenetrables.
Llueve y llueve… Refugio de escape y escondite.
¡Pinta! ―me digo―que así ni hablas
ni piensas en mentiras y chismes mal contados.
El que escucha también miente, pero no pinta.
Poeta maldita sería, de no saber pintar.
Manchas como hojas de vid seca mauve y moradas
salpican la pared y el piso,
entre mi frenético subir y bajar
para embarrar el cielo inalcanzable del lienzo,
grande como un mundo melancólico.
Azul y rosado, hacen morado, pienso.
Poeta maldita sería, de no poder pintar.
Apago el falso día de bombillos LED y marcho por el camino
de piedras volcánicas hasta el umbral de la casa negra.
Miro de reojo el valle hundido
y percibo la silueta de las “Tres Marías”,
entre el chasquido inquieto de mis botas.
Poeta maldita sería, de no saber pintar.