El artista visual cubano Ariel Orozco, actualmente radicado en México, llevó a cabo este domingo (abril de 2023) una intervención performática en la casa de Gabriela Galindo, editora de la revista “El rizo robado”; ubicada en Acueducto 19, Lomas de Tecamachalco. Artcrónica estuvo presente en el lugar para hacer reporte del proceso artístico, y conocer a través del propio autor las concepciones y modos que fundamentan su proyecto.
Ariel Orozco: “Lo que hice primeramente fue establecer un vínculo con el lugar, condicionado por la observación y la contemplación. Descubrí que el espacio estaba abandonado; que la mano del hombre no le había hecho ningún tipo de modificación. La naturaleza que creció ahí lo hizo de forma espontánea, silvestre. La idea consistió entonces en llegar a ese paisaje y hacer un registro de las tonalidades de color directamente en el entorno. Desarrollar un acercamiento a cada planta, a cada hoja, a cada flor; y construir a partir de ellas una especie de paleta de color. Con esa paleta de color fui a la tienda de pintura y solicité que me prepararan latas con pintura de pared. Elegí once colores genéricos que representaran al paisaje en su totalidad, porque hay en él micro-variaciones que el ojo humano no puede ver a cierta distancia. Una vez que tuve en mi poder esos colores, decidí aprovechar el punto muerto del punto de vista de la casa, que es el balcón, y comencé a pintar su borde exterior. Visto desde el punto de vista del paisaje, desarrollé una especie de Pantone, de banda de color, que iba cambiando mientras yo pintaba. Fui superponiendo varias capas de color. O sea, es una pintura que se está haciendo para el paisaje; para ser consumida desde el paisaje. Una pintura que partió desde el paisaje mismo. Es como un viaje de regreso al paisaje para poder apreciar la pieza en su proceso. Por eso esta obra performática se titula “Descomposición”, aprovechando un poco la naturaleza cambiante, agreste, del entorno en el que trabajé. El término que elegí creo que se conectaba bastante bien con lo que estaba sucediendo sutilmente, día tras día, en ese espacio de relación entre naturaleza y arquitectura. Mi intervención es cero injerencistas; yo no le hago nada al paisaje; yo no lo modifico; sino desde el punto ciego del inmueble, que es el balcón, logro como una especie de espacio contemplativo. Hay una retroalimentación entre el espacio en el que tú miras el paisaje y los colores que en ese paisaje están. Es un paisaje para ser visto desde el paisaje. O, dicho de otro modo, una pintura mural que está hecha para ser vista desde el propio paisaje”.