En una de las salas del Museo de la Ciudad de México, y con magnífica concurrencia de público, quedó inaugurada ayer la muestra retrospectiva del artista del performance Pancho López. El proyecto curatorial, concebido por el especialista Irving Domínguez, se presenta como una suerte de documentación exhaustiva de un grupo de acciones performáticas realizadas por este reconocido creador mexicano en un periodo importante de su carrera.
En el texto introductorio de sala, Irvin Domínguez realiza el siguiente comentario:
“Bienvenidos a este banquete, una celebración del hacer performance con alimentos a cargo de Pancho López (Ciudad de México, 1972) quien durante más de veinticinco años ha explorado públicamente el placer de comer, quien ha jugado con los ingredientes y los condimentos hasta lograr experiencias inéditas, desde la realización de una escultura hasta el desdoblamiento del espacio tiempo para tomarse un par de cafés consigo mismo, y de paso aprovechar la oportunidad de acumular bebidas en copiosas cantidades para luego desparramarlas con un certero estallido.
Lo que hemos colocado para su degustación es una colación de acontecimientos, objetos, documentos y obras a propósito de las acciones de Pancho López, así como espacios dispuestos para la interacción del público entre sí y con el artista. Como sucede en el performance, el desarrollo de los hechos no responde a un relato convencional, así pasamos del ritual de hacer picnic en las grandes ciudades al espacio de ensueño y de ahí a la sobremesa con café para continuar con la rabia contenida, hasta cerrar el menú con un viaje hacia las posibilidades artísticas de la sal.
Cada uno de los tiempos que conforman el banquete está dedicado a un ciclo de trabajo que ha desarrollado el artista de modo consistente desde finales de la década de los noventa (…)”
En otro de los espacios museográficos de la exposición “El Picnic y la sobremesa”, se revelan estas motivaciones de causa:
“Durante cinco años Pancho López irrumpió en espacios públicos de las ciudades de México, Nueva York, Toronto y Quebec a través de picnics unipersonales, emplazamientos durante los cuales degustó, ante la mirada de quien se interesó, menús de dos a tres tiempos. En cada ocasión el artista se presentó de traje y corbata para tomar sus alimentos en una mesa vestida de un mantel con el estampado Vichy, aquel de cuadros monocromos y blancos ligado a la práctica del picnic desde siglo XVII en el continente europeo.”
“Desarrollar a la intemperie un acto que podría considerarse una ceremonia privada reveló muchas de las tensiones acerca de quién come y sobre lo que come, conjeturas acerca de su imagen corporal, sobre su condición de clase social, suspicacia acerca de si obtenía algún beneficio por exponerse a comer en público, además de enfrentar la presunción de que su picnic violaba algún reglamento o representaba una anormalidad en el espacio público (…)”