De cambios, utopías y otras formas de mirar a través del arte.
(Un acercamiento a la exposición De cambios, del artista mexicano Fernando Campos).
Por Lázaro Gerardo Valdivia
El periplo creativo de un artista es siempre una invitación a lo desconocido, a ese umbral imaginario donde lo anecdótico se transmuta en deseo vivaz. La obra, convertida en reflejo de circunstancias, es capaz de atravesar cualquier límite temporal y espacial una vez exhibida de forma pública en galerías y museos. En lo adelante, una extraña mezcla de añoranza y desprendimiento se instala en la mente de la persona que ha dado vida a disímiles personajes, contextos y metáforas, porque ha entendido que lo que en sus inicios no fue más que un divertimento intelectual, ha pasado a ser patrimonio individual de quien dialoga con tal creación.
El artista mexicano Fernando Campos nos entrega, en esta su primera exposición personal internacional, un conjunto de obras pictóricas de diferentes formatos que cumplen a cabalidad con las dos sentencias precedentes: el propósito de revelar esos cambios físicos y espirituales que han trazado el itinerario de su vida en el arte, además de reflexionar sobre la apropiación de los símbolos mediante el acto de la inferencia personalizada. Todo ello, como se podrá apreciar en la muestra, se gesta desde el tributo alegórico a la tradición folklórica y la sabiduría ancestral mexicana, encarnada, por ejemplo, en mujeres de la estirpe de María Sabina, curandera y poeta oaxaqueña a quien Octavio Paz definió como la «sabia de los hongos».
Fernando Campos no persigue afanosamente una meta ni la aprobación del quórum de la crítica especializada; su arte introspectivo navega hacia la semilla interior de la gnosis que habita en todo ser humano y germina al calor de las cosas simples de la existencia. Por eso sus intereses son fundamentalmente de corte filosófico, ahondando en la ontología del ser y su interrelación con fenómenos naturales y sociales como el nacimiento y la muerte, la estigmatización, los sistemas de creencias, la libertad y la evolución ingénita del pensamiento crítico. Cada pintura es un convite al cuestionamiento incesante, a la subordinación de lo sensorial ante lo racional, sin excluir las emociones que la rutina empírica provoca. Lo metafísico se vuelve aquí sustancia orgánica, viva, necesitada de expresarse en la lucha de un cuerpo humano por romper las ataduras psicológicas que lo mantienen aferrado al pasado, o en la revalorización de costumbres y tradiciones autóctonas amenazadas por la globalización de prácticas culturales hibridadas.
Los guiños al pasaje bíblico de la crucifixión de Cristo, evidenciados en una de las obras, denotan el interés del artista por desmitificar la apología iconográfica convencional acerca del tormento carnal al que fue sometido quien profetizó la traición de uno de sus apóstoles. La cruz parece levitar, y sobre ella un hombre viviente se rehúsa a «agonizar» pese a las heridas provocadas mientras era martirizado. Sin embargo, no hay sangre derramada en la escena, solo las marcas de las lesiones advierten la temporalidad de un acto en el que la elevación de los clavos y la corona de espinas sugieren, de igual modo, la intervención divina en favor del lacerado.
De cambios es en sentido general un gran fresco de ideas sobre la condición humana, un réquiem por la dimensión espiritual que también marca nuestra subsistencia. Estas obras son en sí mismas pequeñas islas de infinitas proyecciones en el horizonte referencial de un creador que percibe el cambio como algo espontáneo, pero no forzado, sellando en pigmentos y lienzo las utopías que le han acompañado desde que asumió el oficio de la pintura como ese cuerpo de agua a través del cual se pueden mirar de otras formas la realidad y la vida.