Hace más de cuatro décadas, por estas fechas se gestaba en La Habana uno de los acontecimientos artísticos más notables del momento. Se trataba de la puesta en escena de Génesis, una colaboración entre nuestra primera bailarina Alicia Alonso, el cinético venezolano Jesús Soto y el compositor veneciano Luigi Nono. El entonces Gran Teatro de La Habana sería la sede del estreno mundial de una puesta en escena que, desde las prácticas colaborativas, buscaba generar una metáfora sobre la fecundación y la preservación de la vida.
Agobiada por la perspectiva de una posible guerra nuclear y sus implicaciones, a partir de la creación de la bomba de neutrones, Alicia Alonso (La Habana, 1920-2019) conjuga dos proyectos que llevaba entre manos desde hacía algún tiempo: por un lado, su idea de colaborar con Nono y, por el otro, la perspectiva de un trabajo conjunto con Soto, a quien había conocido en 1976 a raíz de la invitación que le hiciera Casa de las Américas. Las estructuras penetrables del venezolano condensaron el entramado espacial en el cual proponer una reflexión conjunta entre el micro y el macromundo, entre la fragilidad y complejidad de la procreación humana y la capacidad destructiva de un posible conflicto bélico inminente.
“La vida hay que defenderla, pero esto no es posible con la política del avestruz… los creadores de hoy tenemos el deber de presentar los conflictos del mundo contemporáneo…”, aseguraba Alicia, quien también asumía con audacia los retos de las concepciones modernas del ballet y su renovación temática. Soto, por su parte, se propuso su intervención como total y participante, copando por primera vez en su experiencia todo el espacio disponible: “La idea de esta escenografía sigue siendo la del espacio lleno, opuesta al concepto renacentista del espacio vacío donde se colocan los objetos que evolucionan libremente”.
Jesús Soto (Venezuela, 1923-Francia, 2005), reconocido por sus aportes al cinetismo y al arte óptico, extendía de esta manera sus investigaciones visuales y el alcance de sus esculturas interactivas. Al respecto, el artista recordaba: “Al principio los bailarines se sentían temerosos de bailar en un ambiente lleno. Pensaban que el penetrable les iba a entorpecer los movimientos, pero en el primer contacto sintieron todo lo contrario, digamos que les agradó la idea de tocar el espacio…”. En el escenario como ámbito viviente, pleno de vibraciones y construido pues con tubos de metal, el penetrable devenía un sistema de contacto sonoro con el bailarín, el que intervenía de manera aleatoria y seriada.
Por su parte, el vanguardista Luigi Nono (Venecia, 1924-1990) aseguraba que, Génesis, “viene a demostrar otra vez la necesidad de la colaboración interdisciplinaria, y esto no referido solamente al pensamiento artístico sino sobre todo ideológico, filosófico, de conocimiento de la técnica y la sociedad, opuesto al concepto de la jerarquía escalonada”.
Para el 21 de mayo de 1978, La Habana se distinguió una vez más. Espacio dinámico de permutaciones y estrategias mancomunadas en el afán de tres grandes personalidades del arte por acortar las distancias entre el arte y la vida: dígase entre la generación simbólica y la recepción activa. Otros ensayos semejantes se han sucedido, desplegados a tenor de la infinita capacidad del arte para formular experiencias y generar realidades. El escenario por excelencia de este siglo XXI, el virtual, quizás requiera todavía un sesgo propiciatorio.
Isabel M. Pérez Pérez
Información: revista Cuba en el Ballet