Se inaugura la muestra colectiva “Actos de fe”, un proyecto compartido entre la Galería N.A.S.A.L. y Revolver Galería. La exposición se está presentando actualmente en San Luis Potosí 123, Roma Norte, dirección donde se encuentra el establecimiento de N.A.S.A.L. en la Ciudad de México, ya que su sede principal está ubicada en Guayaquil, Ecuador.
En la exposición, integrada por obras pictóricas, escultóricas, fotográficas, instalativas y audiovisuales, participan los artistas Giancarlo Scaglia (Perú,1981), Jerry B. Martin (Colombia, 1976), Elena Damiani (Perú,1979), Luis Enrique Zela-Koort (Perú,1994), Vicente Grondona (Argentina, 1977), Artemio (México,1976), F. Tibiezas Dager (Ecuador,1997), Mariana Cornejo (Perú,1992) y José Carlos Martinat (Perú,1974).
En el texto de sala de esta curaduría se exponen los siguientes argumentos:
Un acto de fe es un abandono total a fuerzas más grandes que uno; y la selección de piezas en esta colaboración encarnan en distintas formas esta entrega. Nos revelan lo que implica vivir después de una gran revelación, o la secuela humana de contemplar por quizás mucho tiempo al vacío y al infinito.
Un acto de fe lo es una orgía en un campo idílico, es confiar en los métodos de la ciencia para intentar comprender al mundo. Vivir observando los vestigios de lo incontable en el cuerpo y la mente; un conjunto de sensibilidades místicas, pasionales o contemplativas que, en su intensidad, exceden al presente, anhelan otros mundos y se desbordan en cronologías alternas. En un momento de abnegación, las obras nos proponen estrategias múltiples: de contemplación y observación, medición, convocación, culto, adoración, cuidado, rescate. Formas de hacer habitable un mundo que por siempre permanecerá más grande que nosotros.
Giancarlo Scaglia, Jerry B. Martin y Elena Damiani avanzan apreciando y examinando cuidadosamente la vida en la Tierra. En sus paisajes marinos, Scaglia captura el dinamismo hipnótico del océano, el primer paisaje interminable de la humanidad; metáfora histórica para la inmensidad, aquí es observado desde la isla del Frontón, como una poética del resto o lo que permanece luego de la violencia y la intervención humana. Martin, por otra parte, enaltece la vida de su padre redibujando una fotografía suya en mayor formato, cada año que sigue con vida. Una oda cumulativa, y afirmación amorosa de la existencia. Damiani se sumerge aún más en el tiempo, presentando un instrumento de medición científica. Desplazándose a pensar en escalas geológicas, busca crear otra forma de narrar y entender los fenómenos naturales por sobre la lógica moderna.
Luis Enrique Zela-Koort, Vicente Grondona y Artemio operan desde lo ceremonial, la adoración y la comunión con lo divino. Desde una perspectiva sci-fi, Zela nos presenta una cruz fractal, conformada por metal y pequeños relieves de caucho. En este santuario multi-escalar, Zela observa la modernidad como un ritual que sacrifica lo no-humano a favor del deseo antropocéntrico. Y nos invita a pensar en nuevas lógicas para la coexistencia en la Tierra. Artemio reconoce igualmente la lógica divina, como una estrategia para alimentar al sacrificio, una instrumentalización ideológica a favor de la modernidad. Utilizando un patrón geométrico propio de la arquitectura religiosa, presenta ahí una composición bordada de armas de fuego. Esta asociación nos invita a pensar en la violencia intrínseca de nuestros principios, o el culto a la violencia que moviliza al capital y la guerra, a toda escala. Grondona, por otra parte, libera este impulso con una lógica rudimentaria; desde la desnudez y el placer. Como un antiguo rito pagano, nos muestra una entrega del cuerpo al campo, de unos a otros, con pinceladas rupestres que nos transportan a los orígenes de la realidad social.
Finalmente F. Tibiezas Dager, Mariana Cornejo y José Carlos Martinat nos presentan objetos narrativos, imágenes que albergan las tensiones entre lo cotidiano y lo trascendental. Las extracciones de iconografías electorales de Martinat cuestionan al espectáculo político, el ciclo de promesas y decepciones que caracteriza la frustración política contemporánea. Su materialidad degradada invita a pensar en el paso del tiempo, la fe propia que implica creer en sistemas democráticos tambaleantes, y las luchas de poder que han movilizado la Historia. Tibiezas extrae del campo relatos de pérdida, deseo y cuidado. Su camiseta con barbotina guarda una inocencia poética, insiste en un objeto, como lo hace con una cabecera de cuna quemada. Albergan una ternura rescatada, una poetización de la infancia imaginada, que como mujer trans nunca experimentó de acorde a su identidad. Cornejo conecta con la transición fundamental, la muerte de su padre y el luto frente al vacío. A él grita, llora, conectando con la intensidad de sus emociones y los hitos inescapables que marcan todas nuestras vidas; en clave de novela gráfica, se propone una suerte de narrativa arquetípica de la pérdida desde una nueva sensibilidad generacional.
Las obras, aunque disímiles en forma, cuentan juntas un relato profundamente humano. La negociación entre nuestra finitud y la ramificación interminable del todo. Antiguas, nuevas y especulativas formas de anclarnos al mundo y hacerlo entendible. Por sobre cualquier juicio moral o didáctico, se exponen piezas que ahondan en las complejidades de construir identidad y humanidad, como una categoría en permanente redefinición.
Luis Enrique Zela-Koort
(Imágenes fotográficas de obras, cortesía Galería N.A.S.A.L.)