Plano dimensional. Germán Arrubla
Por Ricardo Arcos-Palma
Conocí el trabajo de Germán Arrubla en el año 2009 cuando yo era el Director del Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia. Me presentó el proyecto “Mimetizarte” que expuse en el Museo y que era el resultado de una reflexión sobre el mesianismo en las luchas políticas del país, particularmente las guerrilleras. Aquí se conecta íntimamente con el trabajo de José Alejandro Restrepo que también expusimos en el Museo.
(https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4258026)
Su acción performática consistía en una llegada masiva en camiones de figuras de santos a la Universidad. Estos santos estaban vestidos de camuflados militares y eran llevados en hombros a manera de procesión religiosa por personas que también llevaban prendas militares. La procesión pasó por todo el campus universitario y se detuvo en la Plaza Ché. Durante el performance se unieron varias personas entre ellas estudiantes que también hicieron el juego de ponerse camuflados. Finalmente, la obra entra en el Museo y en la sala principal se expone en penumbra y con luces cenitales, en un dispositivo teatral. En un vistazo crítico dimos cuenta de esta acción
(http://criticosvistazos.blogspot.com/2009/05/vistazo-critico-68-mimetizarte de.html).
Desde entonces la obra de Arrubla me ha interesado mucho y la he acompañado como curador y crítico de arte: la expusimos en la Bienal Internacional de Santa Cruz de la Sierra, en Ciudad de México en el Ex-Teresa Arte Actual, en LAGalería, en Experiencias AP-ARTE de la Feria de Arte Odeón y en el Museo de Arte de la U.N. Esta vez volvemos a su obra que se enmarca en lo que he denominado “Otros realistas”, para lograr desanudar elementos de orden conceptual que se mezclan con asuntos propios de la historia, de nuestra realidad política y social. La obra de Arrubla abre un espacio de reflexión para comprender asuntos tan complejos como el de la violencia, que de una u otra manera ha dejado una profunda huella en nuestra frágil memoria colectiva, anestesiándonos por completo, pura anestésica diría Susan Buck-Morss. La obra de Arrubla es una invitación a abrir los ojos, a despertar y no dejar de ver lo que hay que ver.
Echemos pues un vistazo crítico a tal obra expuesta en la Galería Doce Cero Cero en Bogotá. A la entrada nos encontramos con un personaje y su carreta de madera, llena de cocos. Personajes como él pululan en nuestros centros urbanos. Su labor consiste en pelar cocos y pasearlos para venderlos a los transeúntes. Pero aquí no los venden. Tras pelarlos y partirlos en pequeños pedazos, el personaje los obsequia a quienes visitamos la exposición. Aquí recordamos que Arrubla suele hacer partícipe personajes de la vida real en sus acciones, tal como sucedió con Trinidad y con La Dany. Un verdadero “coleccionista de historias”, como un día me confesó. Aunque en este caso el anonimato de ese personaje afrocolombiano es relevante. No sabemos quién es y quizá sea mejor. Su acción de pelar el coco está llena de tensión. Lo hace con tal maestría que tememos que en un descuido se corte un dedo o la mano. En ocasiones el coco, que va quedando desnudo de su corteza, parece un cráneo humano que el hombre finalmente rompe de un machetazo.
Al ingresar a las salas de la galería, corroboramos que no estábamos del todo errados en nuestra percepción. La serie de naturalezas muertas y bodegones que conforman la exposición, refuerzan la lectura inicial. Vemos un bodegón réplica de un original del barroco intervenido sutilmente por el artista, quien pinta un balón con pintura blanca sobre una jarra. Este bodegón se superpone a una pintura igualmente intervenida por el artista, donde el mismo balón aparece sobre una figura humana desnuda. El balón esta vez es de un rojo intenso color sangre. Estas obras se superponen sobre una repisa cuidadosamente anclada a la pared. El cruce de lecturas y técnicas generan una tercera vía de interpretación, donde la libre asociación genera en nosotros, espectadores, perplejidad de ver algo bello y siniestro a la vez, es decir en términos psicoanalíticos, extrañamente familiar. Un rostro de una figura barroca pintado de negro dispuesto sobre un plato de cerámica blanca (¿Salomé o Judith?) sostenido por Arley Vélez que participa en la expo con sus bodegones encontrados. Verdaderas situations trouvées que él decide fotografiar y Arrubla incorpora en su muestra. En el fondo vemos una serie de frutas y verduras partidas en un mural de un supermercado de la capital. En el suelo, cerca del bodegón, aparece sobre un plato una cabeza de pantera pintada como un balón de fútbol. La jeta de la bestia es roja y contrasta con el blanco y negro de la cabeza-balón. Aquí comienza a aparecer la referencia al decapitamiento, al acéfalo, a esa expresión que es tan relevante para el artista: “perder la cabeza”, y sobre la que él mismo nos comenta:
La pérdida de la cabeza, en el sentido literal y metafórico y que escapa muchas veces a la narrativa oficial.
En efecto, perder la cabeza tiene varias lecturas, la primera asociada a la demencia. Quién pierde la cabeza no está en sus cabales, ni en sus cinco sentidos. Ha perdido la razón. Pero perder la cabeza también puede ser el signo trágico del castigo. La revolución francesa nos dio innumerables ejemplos. Los reyes y buena parte de la nobleza fueron decapitados por los revolucionarios. En nuestro contexto el decapitamiento viene asociado a cortarle la cabeza al mal, a la serpiente. Se le corta la cabeza a quien encabeza una posible insurrección. El cabecilla es objetivo de los cortadores de cabezas que, dependiendo de las tensiones históricas, pueden tener varios rostros. Los cortadores de cabeza son los vencedores.
Hay una serie de pinturas donde aparecen elementos circulares, huellas de óxido que dejan alambrados y que el artista ha dejado oxidar previamente. Aparece un cuerpo desnudo y de golpe dos balones de fútbol que ya habíamos visto en el bodegón anterior: uno rojo y otro blanco. El rojo coincide con la altura de la cabeza que no vemos.
En la pared vemos una pintura instalación de fondo dorado, donde hay retratadas tres palmas de coco. Al frente hay una pantera negra que ha sido decapitada. Imposible no establecer la relación con la cabeza que reposa en un plato no muy alejado y que ya hemos descrito. Sobre el cuello un rojo profundo hace evidente el corte. Sobre la tela como sirviendo de fondo a esa figura de la pantera, y a la altura de donde iría la cabeza, está pintado un balón de color marrón.
Vuelven a aparecer otros bodegones, clásicos, donde el artista los interviene sutilmente. En uno de ellos aparece el balón de fútbol y la cabeza de un personaje afrodescendiente. Figuras clásicas se mezclan con cazadores y frutas, rostros de negros de mirada absorta nos miran a la cara. Aquí las obras fragmentos de Arrubla son un verdadero rompecabezas. La lectura se va haciendo cada vez más evidente con cada parte que ensamblamos en nuestra memoria colectiva aún inmersa en una nebulosa. Una y otra vez el balón de futbol con rastros de “sangre”, una y otra vez la cabeza de un negro signo, restos trágicos de hechos violentos. ¿Cuál es esa historia que quiere contarnos Arrubla? ¿Por qué razón el artista alude a tales imágenes trágicas bellamente representadas?
Un bulto o silueta negra con fragmentos hexagonales blancos como un gran saco de fútbol. Pintura bella y siniestra. A los pies, en el suelo, la cáscara de coco que queda de la acción del personaje que pela los cocos a la entrada de la galería. En conversación con el artista, nos cuenta lo siguiente:
Desde mi perspectiva como artista que indaga sobre nuestra historia reciente y pasada he contrastado diferentes eventos relacionados con un tipo de patrón que se repite hasta el cansancio: la pérdida de la cabeza, en el sentido literal y metafórico y que escapa muchas veces a la narrativa oficial. Todos estos eventos, que parecen aislados entre sí, dan cuenta del cómo, de dónde venimos, todos estos sucesos suelen estar ligados entre sí; colocándolos en perspectiva se puede entender la génesis de un tipo de práctica desafortunada que como sociedad hemos construido y tolerado a lo largo de mucho tiempo.
En el año 1997, la noticia sobre la decapitación del líder comunitario Marino López Mena y el uso de su cabeza como balón de fútbol se incrustó para siempre en mis recuerdos, y a pesar de que tendemos a normalizar todos los eventos violentos de este país, nunca logré escapar al recuerdo de este acto brutal y ominoso. Desde ese momento me empecé a interesar por las violencias producidas por el estado, por la delincuencia común, por fuerzas sin rostro o por el conflicto armado que nos ha acompañado tanto tiempo.
Arrubla es coherente desde hace años con una sensibilidad muy particular: hacer visible lo inenarrable, es decir, materializar el horror y la barbarie y llevarlo al plano del arte sin ser panfletario ni caer en la trampa del amarillismo, pues estos contribuyen paradójicamente al anestesiamiento de los sentidos y por ende de nuestra sensibilidad social. Él nos muestra de manera clara y contundente lo que los medios de “desinformación masiva” -como suelo llamarles- ocultan. Su obra una y otra vez insiste sobre la verdad para no olvidar. Cuando curé su muestra “Sacrum Convivium” vimos como de manera sutil y comprometida nos hablaba de la “Última Cena” y la referencia al grupo paramilitar. Los doce apóstoles precedidos por el cura Gonzalo Palacio Palacio, quien era uno de los que señalaban a las futuras víctimas de los paramilitares.
En esta ocasión el artista se acerca al asunto del crimen atroz en 1997 a manos de los paramilitares del que fue objeto en el Chocó el líder social López Mena. Los paramilitares encubiertos por el general Rito Alejo del Río Rojas, ponen en marcha la “Operación Génesis” que tenía como principal objetivo eliminar a los militantes de la Unión Patriótica de esta región y a sus lideres sociales. Según los relatos consignados en la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, la comunidad mayoritariamente afros, son obligados a abandonar sus casas en Carica Chocó en tres días. Pero no tuvieron tiempo, los paramilitares llegan con lista en mano y ubican a López Mena. Lo obligan a subirse a las palmas y bajar los cocos. El relato de uno de los sobrevivientes a la masacre es aterrador y no me atrevo a relatarlo aquí, pero dejo que sea consultado en la página donde reposa la denuncia:
(https://www.justiciaypazcolombia.com/marino-lopez-mena/)
Con la cabeza del líder social los asesinos jugaron fútbol. Delante de todos los habitantes del pueblo mujeres, niños y ancianos. Este hecho es el que actualiza Germán Arrubla, lo lleva al mundo del arte, muy frecuentemente desconectado de la realidad social de un país que pugna por la paz total, algo imposible si la verdad no se conoce. Una obra contundente que sin duda contribuirá a exaltar la memoria de los que no están y aportará a esa memoria colectiva que tanto el país necesita:
En un momento en que parecen cuestionarse todos los símbolos fundacionales de la historia, pensar cómo construir una imagen de nuestra propia violencia para nosotros mismos, y para los demás, es una de las reflexiones de esta propuesta que trata de enfocar el pasado reciente y no tan reciente para articular una imagen de lo que toca reconstituir en el futuro inmediato.
Esta obra se enmarca dentro de un proceso más amplio titulado “Acephalus” donde los sin cabeza a nivel histórico, son frecuentes. Una de las imágenes que incluso aparecen aquí es la cabeza de uno de los primeros presidentes de la Nueva Granada, el liberal y civilista José Ignacio de Márquez. No es que este haya perdido la cabeza, se trata de una escultura suya en bronce que reposaba al interior del Palacio de Justicia, tomado por el M-19 en 1982 y retomado a sangre y fuego por las Fuerzas Militares, sacrificando rehenes y guerrilleros. Uno de los cañonazos que se dispararon contra el palacio, decapitó la cabeza de la escultura del primer presidente de la República, recordando lo tragedia que ha sido nuestra historia. Arrubla encuentra esta escultura en el Museo Nacional y le hace un frotagge a la altura del cuello. Una de las últimas imágenes que retengo de esa exposición es la mascarilla mortuoria de un hombre político liberal de ideas socialistas afro: Diego Luis Córdoba. Esta imagen que el artista pesa en una balanza de precisión, con la que se pesa el oro y la plata, hace parte de la obra “Centros de gravedad”, obra en proceso. Con esta obra Arrubla no solamente insiste en no olvidar y enfrentar como muchos el asunto de la violencia simbólica que alimenta la violencia real, sino que también hace visible el racismo endémico que aún está latente en nuestra sociedad.