Gráfica y dibujo en la obra de Francisco Toledo (*)
Por David Mateo
Justo allí donde ha quedado a la zaga el proceso del dibujo, en la fase concreta de su implementación donde, por más pericia que posea el artista, resulta a veces difícil continuar respondiendo a los complejos dictados de la imaginación, pueden aparecer los recursos técnicos y las alternativas formales inducidas desde el grabado. Podríamos afirmar que esta es una experiencia de interrelación orgánica, natural, tan remota como la propia historia del arte y sus manifestaciones visuales tradicionales. Con la particularidad de que el sentido primigenio de esa conciencia de intercambio tuvo que ir superando con el tiempo la noción delimitadora en torno a los oficios y las especificidades manuales, para arribar a una perspectiva de la representación visual más integradora y multidisciplinaria.
No es extraño comprobar hoy día, como entre las concepciones adelantadas del pensamiento metodológico del arte, la relación entre el dibujo y el grabado ya no es considerada como un intercambio de artificios o medios periciales autónomos, en el que casi siempre uno prevalece por sobre el otro; sino más bien como una experiencia ejecutoria de complementación, con niveles de funcionalidades semejantes. O sea, es tan importante dominar las técnicas del dibujo para arribar a un nivel de eficiencia dentro del ejercicio del grabado; como indispensable para la propia trascendencia del dibujo y sus conceptos representativos, conocer algunos procedimientos de impresión, o al menos, aquellos recursos de traslación noble como la litografía y la calcografía, en particular variantes como el aguafuerte, la punta seca, la aguatinta, o la mezzotinta.
Contrario a lo que suele ocurrir con la pintura, que al ser reinterpretada a través de las fórmulas del grabado, esta se ve obligada a constreñir una buena parte de sus gradaciones formales (no en balde se habla hoy, a lo sumo, de un grabado de “percepción” pictórica); entre el dibujo y cualquiera de las alternativas de impresión gráfica se puede manifestar un vínculo de proporcionalidad cerrada; pues a la par que estas contribuyen a la potenciación de la estructura dibujística contenida en el boceto original, logran incorporarle otros valores y matices sin que ello implique una alteración de la esencia morfológica.
Sin embargo, por mucho que reconozcamos esas opciones prácticas de interacción entre el dibujo y del grabado, muy pocas veces tenemos la oportunidad de aquilatar adecuadamente -como en el caso específico de la obra del artista mexicano Francisco Toledo que se estuvo presentando en Cuba, en la galería de Casa de las Américas- ese proceso de interacción, de fusión loable entre las concepciones formales de una imagen inédita, y el recurso gráfico que se ha empleado para su respaldo visual; o dicho de otra mejor manera, ese instante simbiótico en el que el resultado de la imagen ya no es ni una cosa ni la otra: ni un boceto único ni una pieza reproducida, sino lo que algunos preferimos llamar el “original múltiple”.
Al examinar la amplia producción de grabados desarrollada por Francisco Toledo entre los años 1998 y 2000, y ahora documentada en esta muestra de Casa de las Américas, podemos constatar el rol que ha desempeñado esa mentalidad integradora desde el punto de vista metodológico; la eficacia con que el artista ha sabido conducir el sentido de su conocimiento e intuición técnica, para poder lidiar con un sinnúmero de pautas de impresión y prever cada uno de los efectos que ellas pueden aportar al desarrollo de su imaginero característico.
La exposición fue presentada bajo el denominativo “obra gráfica”; lo que considero fue una decisión un tanto formal; poco inductiva desde el punto de vista de la difusión curatorial. Semejante calificativo podía inferir un ángulo de apreciación condicionado exclusivamente por el carácter reproductivo, serial de la obra; sin atraer la atención hacia esa impronta imaginativa, surreal del dibujo, reforzada al máximo con el empleo de los medios de impresión. Sin recalcar, incluso -a modo de señal o cita- como se adensa en ese particular experimento de Toledo la exquisitez y destreza de su iconografía; el pulso y el ritmo de su habitual gesto artístico. Hubiera sido mucho más enriquecedor utilizar una frase, un tipo de llamado que contribuyera a resaltar precisamente ese concepto de un dibujo condensado, expandido desde la opción del grabado. Pues creo que Toledo no se sumerge solamente en las interioridades de estas técnicas con la intención de hallar un modo de control en el trazo de su dibujo; o para favorecer la percepción de gobierno, de sujeción de la línea en aras de alcanzar la síntesis. Toledo utiliza también los ardides gráficos para reforzar intencionalmente el carácter dramático de ciertos ambientes; las sensaciones de gravedad, de reverberación, en torno a las figuras u objetos simulados dentro de una atmósfera específica. Elementos que deben ser asumidos como adiciones novedosas, singulares, a esa noción primigenia del dibujo, y no como efectos contingentes o colaterales. Nada más demostrativo al respecto que la serie de rostros e ilustraciones de animales míticos estructurados a partir de la supuesta energía o vibración que generan.
Si comparamos algunos trabajos del artista, surgidos durante esas tres décadas a las que hace referencia la exposición, nos percataremos de que las soluciones formales que adopta a través del grabado superan con creces la sensación de dinámica, de movimiento que había logrado en las versiones para acuarela y tinta sobre papel. Una de las virtudes medulares de su obra, la de lograr que casi se haga táctil, matérica, la proporción geométrica establecida entre los objetos y el entorno, adquiere mediante el grabado una dimensión mucho más creíble. Para lograrlo utiliza una economía sorprendente de colores y gradaciones, como resultado de lo cual uno tiene la ilusión de estar frente a una de esas estampas, concebidas mediante la toma fotográfica de lente corrido, en la que el objeto enfocado y su aparente desplazamiento parecen ser parte de un gesto único, condensado.
Muy lejos de la mimesis o la reiteración, Francisco Toledo incorpora a su obra temas habituales de la corriente fabular mexicana, como la muerte, los bestiarios y el autorretrato, y no deja de abordarlos también con una dosis combinada de drama y humor. Aunque su principal aporte no radica, a mi juicio, en el esfuerzo por acrecentar el acervo anecdotario, o en el intento por subvertir el nivel de interpretación de unas cuantas ficciones, sino en el haber creado para ellas una imaginería personalísima, a ratos irónica, a ratos ingenua. Imaginería que dispensa en la fuerza de su pronunciamiento y expresividad la inducción de la parábola, de la apología; donde cobran vida también la desesperación, el temor y la incontinencia; y de las cuales –sin mucho esfuerzo incluso– podemos percibir hasta el ruido estremecedor de un eco.
(*) Revisitando un artículo escrito por el autor en el año 2003 para la revista Casa de las Américas. La Habana. Cuba.