Por David Mateo
Las lecturas de algunas entrevistas realizadas a Manuel Mendive me habían dejado la impresión de que era un interlocutor de pocas palabras, sentencioso. Algunos colegas que habían trabajado con él me confesaron, incluso, que su disposición para el diálogo podía estar condicionada por la fluidez o densidad con que transcurriera el día y su estado de ánimo.
Fui a visitarlo por primera vez a su finca Manto Blanco a principios de la década del 2000, para invitarlo a ilustrar un número de la revista La Gaceta de Cuba en sentido de homenaje, invitación a la cual accedió gustoso, pero sin hacerme comentarios o interrogantes adicionales. Todo fue muy breve, conciso, en aquel encuentro inicial. Le expliqué los detalles técnicos de su entrega a la publicación y fijó con uno de sus ayudantes la fecha exacta en la que debería regresar a buscar los dibujos, nada más. La expectativa de la plática, del intercambio profesional ―tantas veces prevista y aprovechada al máximo dentro de mi actividad como periodista y editor―, no pudo materializarse.
Luego en el año 2015, cuando su asistente editorial Isabel Hernández, me invitó a hacerle una entrevista para un libro, acepté de inmediato, pensando que no solo tendría una oportunidad de reivindicación al diálogo, sino la posibilidad de reconfigurar una imagen del artista para los nuevos espectadores del ámbito visual cubano, desprovistos de testimonios y referencias históricas de primera mano.
En los inicios se me ocurrió desarrollar un cuestionario fragmentado e inductivo, sin concatenaciones temáticas, que pudiera resguardarme de cualquier percance con el entrevistado, al que ya presumía cauteloso, parco, y sobre todo “parabólico” como el propio acervo espiritual en el que ha estado sumergido. Pero al final pudo más la presunción del periodista que la del crítico, y desarrollé un cuestionario extenso, de perspectiva cronológica, e indagación un tanto polémica sobre aquellos aspectos que han estado condicionando la legitimidad artística y el aura mítica de este protagonista de excepción en la historia de las artes plásticas cubanas…
Mendive, usted ha indagado en el patrimonio religioso afrocubano y se ha convertido en un promotor emblemático de ese caudal, más allá del tiempo y las generaciones. ¿Cómo hace para mantenerse actualizado, verosímil, dentro de sus sistemas conceptuales y representativos?
Me he nutrido de elementos de la cultura afrocubana, pero no creo que mi pintura sea solamente mística, solo un rito. Mi pintura es una realidad que existe, que estuvo y estará. Es la razón del ser humano, de esta mezcla de culturas que pertenecen a la diáspora. Es también un amor intenso a la naturaleza, un estudio exhaustivo de todo lo que es naturaleza, de todo lo que es paisaje, color del sol, del cielo, del mar, del río, color del silencio y de lo que hay que decir.
No trato de obviar la fuerte presencia afrocubana en mi trabajo, ni todo el misterio o la mística que hay en él, pero tampoco los conceptos religiosos de Occidente que se mezclan. No trato de obviar las ideas y la lírica provenientes del pueblo o de la gente en general, porque todo el mundo se apoya en alguna creencia o fe para poder subir, para poder mejorar, para poder soñar, para poder esperar, y hasta para poder morir. Ese es mi gran objetivo: observar al pueblo, observar y explorar su mística, su poesía, la razón de vida del ser humano en la Isla. ¿Para qué y por qué vivimos? ¿Quién me acompaña? Otros prefieren decir: «estoy solo». Yo no, yo he tratado simplemente de dar un enfoque general, mostrar ese gran cuadro que es la vida misma.
¿Cuándo radicaba en la ciudad ese intercambio con el contexto popular no era quizás más intenso? ¿Su estancia en Manto Blanco le ha generado obstáculos para llevar a cabo ese ejercicio sistemático de intercambio?
No tiene por qué ser precisamente así. Es cierto que aquí en Manto Blanco no hay ciudadelas, gente humilde, como en el barrio donde nací y empecé a crear mi obra, pero hay vegetación, paisaje, naturaleza viva y fresca.
Digamos que ese estado de retroalimentación con las fuentes ha cambiado de matices.
Efectivamente, ha cambiado de matices.
¿Desde el punto de vista técnico, cómo garantiza los procesos de retroalimentación con el ámbito artístico?
Siempre he estado enriqueciendo técnicamente mi obra, buscando nuevos materiales o elementos para ampliarla. No me siento feliz con estar haciendo siempre lo mismo; me interesa cambiar, irme renovando, incorporando elementos nuevos para que mi trabajo evolucione, se enriquezca. Desde que comencé en Luyanó a trabajar, antes de graduarme de la Academia San Alejandro, ya hacía obras en madera, talladas en distintas dimensiones, utilizando polvos de pigmentos porque en esa época no tenía ni pintura y lo que utilizaba era polvo de ferretería con aceite de lino, creaba mis pigmentos, usaba ácido, fuego. Muestra de eso es mi primer cuadro, antes de graduarme de San Alejandro, que está en el Museo Nacional; se llamaba inicialmente Camposanto buenas noches y después le pusieron otro título. Es una tabla alargada; ahí empecé a utilizar la madera, a incorporar el collage, elementos de metal y tela.
¿Hay que tener un dominio del arsenal de significaciones y códigos religiosos de su obra para hacer una apreciación efectiva de ella?
Para comprender mi obra hay que ir más allá. Hay que quitarse todo y ser sincero. A lo mejor me han asociado de manera rígida con esos significados y códigos, como para encasillarme en un renglón específico del pensamiento y la creación que antes era prohibido, mal mirado. Una persona que tenía fe era para algunos tonta, absurda, anormal. Ahora se puede, pero antes no se podían tocar ciertos temas; antes en Cuba tener fe era un gran pecado… Y bueno, José Martí, Mozart, Beethoven, Rafael, Leonardo, eran personas y artistas que también tenían fe. No quiero decir que haya discriminación o racismo en este aspecto, pero a veces no veo muy clara la postura de algunos en relación con este tipo de obra como la mía.
¿Por qué cuando se habla de Wifredo Lam no se profundiza en lo que es África?; ¿por qué no lo hacen con la obra de Roberto Diago, por ejemplo? Cuando se habla de la cultura, de la mística, cuando se habla de la presencia yoruba, se toca de una manera no muy sincera. Quizás sea racismo por la fe, por el color, o por la ideología que todo ello representa.
Yo soy sincero, digo la verdad a través de mi obra. Pero recuerden, no siempre hago mitos, no siempre digo los pataquines de los orichas, sino que también comento sobre la vida de todos nosotros. Lo que pasa es que a veces siento miedo porque creo que la gente no quiere reconocerse a sí misma en mi obra. Es como si yo te hiciera un retrato, tú te reconocieras en él, pero me dijeras: «No sé quién es ese». Y yo te pido: «Observa bien, escucha bien lo que estoy hablando». No sé por qué ocurre eso, no sé si la gente teme hablar fuertemente, directamente, o prefiere hablar con un sentido más espiritual, más místico, con un sentido más cultural, de todas las lecturas que hacen sobre nuestra identidad, sobre nuestra realidad.
El especialista Robert Farris Thompson afirmó en una oportunidad: «Mendive es una transcripción directa de las tradiciones visuales de los yoruba».
He tomado pretextos de ese mundo, me he enriquecido con él, he representado cosas muy especiales, me he nutrido, sobre todo cuando fui a África y pude estar en Nigeria, aunque había estudiado antes la cultura yoruba. Cuando visité los museos africanos, cuando vi todas esas obras, fui mucho más rico desde el punto de vista referencial. Pero también me sucedió lo mismo cuando vi el original de la Mona Lisa, el David de Miguel Ángel… todo eso te estimula. Pero mi obra es una fusión, una síntesis, tengo que hablar con mi propia lengua, con mi propio sentir, con mis propias herramientas, que son las que tengo para decir las cosas.
Me interesa mucho la realidad humana, social. Me preocupa que casi nunca la gente habla o dice abiertamente: «Ese soy yo, eso me está pasando», o «Eso yo vi que pasó». Sino que le dan un vuelco: «Es una historia que cuenta un pataquín, no es mi historia». Si vamos a ver en los oráculos, cuando el religioso o el sacerdote le habla al consultante le está narrando su propia historia. Le pueden decir, por ejemplo: «El dios del Sol tenía un perrito chiquitico y no lo cuidaba mucho, pero también tenía otro que sí lo cuidaba, y un día alguien entró y le robó ese perro preferido, mayor». Eso que te narran te está pasando a ti en la vida, puede sugerir que tú estás con una gente que quizás no te convenga y hay otra persona que sí le sirve a tu forma de vida, y la intención es que tú interpretes la relación entre una cosa y otra. Yo he tratado muchas veces de establecer esos nexos, de exponer las posibles relaciones entre la realidad y sus representaciones.
¿Cómo cree que dialoga el hombre no creyente de hoy día con esa obra suya, cargada de códigos y significaciones religiosas?
Muy fácil: mirándose a sí mismo, con la voluntad de encontrarse en ella. Reconociendo que es un ser humano mentiroso y que dice verdad, que es bueno y malo, que tiene esperanzas para algunas cosas y para otras no, comprendiendo que tiene luz y está en las tinieblas.
Algunos hablan de un interés suyo por dotar de metafórica poética, de cargar de energía, el proceso de contemplación de su obra, como artificios de seducción para ese tipo de espectador ateo…
Tal como le hablo al público de cosas duras, dramáticas, también le digo que hay lirismo, poesía, que hay espiritualidad y esperanza.
¿Usted ha construido sus propios relatos místicos?
Claro, esos pataquines que represento son míos, creados por mí. Bueno… míos no, son de la gente, de la vida, están a mi alrededor. Y la gente lo siente, pero no lo quiere ver, no lo quiere expresar, quizás por miedo.
O sea, que sigue habiendo un componente autobiográfico en su obra.
Por supuesto.
Se ha hablado de una expresión o lenguaje primitivo en su trabajo. ¿Nunca le ha incomodado esa clasificación?
Hubo un tiempo en que muchos críticos y artistas clasificaron mi obra de primitiva. Yo no me enfadaba, me daba lo mismo que me dijeran primitivo o abstracto, surrealista, no me importaba. Yo hago arte. Nunca me han preocupado las clasificaciones. La gente que utilizó tales términos para mi obra en una etapa lo hizo con un propósito peyorativo, malvado, esa es la pura verdad. El primero que lo hizo, fue con un sentido muy cruel. Claro, era lógico en aquella etapa, aunque de todas maneras no me molestó, seguí trabajando. Era un momento en el que había muchas malas intenciones, querían crucificarte, encasillarte; eso existía antes y quizás todavía existe… Subir las escaleras para llegar al altar implicaba riesgos, y a todo aquel que lo intentara podían fallarle algunos escalones.
A usted siempre le interesó reflejar la contraposición, el carácter complementario de determinados elementos incluidos en el acervo religioso: muerte-vida, pasado-presente, bien y mal, verdad-mentira. ¿Las preferencias por ese tipo de interrelación se han mantenido activas o han sufrido alguna modificación?
Son grandes contraposiciones de la vida, no solo de la religión, y siguen estando presentes en mi obra, no han sido alteradas ni sustituidas. Es un aspecto que jamás podré excluir de mi trabajo.
¿Cree que el aliento mágico religioso sigue teniendo la misma fuerza de impacto y capacidad de sugestión en las artes plásticas cubanas, como cuando usted logró insertarse en el universo cultural de la Isla?
¿Para mí o para la vida?
Me refiero sobre todo al contexto artístico.
Le repito, ahora se pueden decir muchas cosas, es común que los artistas toquen el tema afroide con distintas ideas, desde introducirse en la mística buscando un tema filosófico o para tomarlo como una denuncia de esto es blanco y esto es negro, el blanco va aquí y lo negro allá. Esas connotaciones están y estarán siempre… Mientras usemos bastón es porque algo tenemos en las piernas y no podemos caminar correctamente.
¿Qué tipo de espectador interesa en la actualidad a su estrategia expositiva y promocional?
Me interesa el mundo entero. Nunca he pintado solo para la gente que está en mi casa o que me rodea; pinto para todo el que está afuera de mi mundo privado.
¿Entonces no tiene lugares o plazas priorizadas para la inserción de sus obras?
Para nada. Hago arte para toda la gente que tenga ojos y pueda pensar los colores.
Alguien lo llamó en una ocasión: «sacerdote de la pintura cubana». ¿Aprueba este calificativo?
No, sacerdote no. Me gusta tener una relación menos solemne, más espontánea y coloquial con la gente, hablar con coherencia y naturalidad de sus experiencias y conocimientos.
La Dra. Ida Rodríguez Prampolini afirmó en uno de sus textos: «Mendive insufló aliento y voz nueva a quienes estuvieron ausentes de la historia». ¿Siente que ese propósito reivindicativo de su pintura se ha cumplido?
Sí. Siempre estaré buscando la forma de reafirmar y legitimar valores, sobre todo aquellos que pueden haber sido de ayer, del pasado, pero siguen estando presentes.
En una época de su carrera el tema histórico era bastante recurrente. ¿Continúa siendo así?
Me gusta el tema histórico y lo sigo abordando. Me gusta el testimonio, documentar lo que nos pasa a todos cotidianamente.
En un contexto social como el de hoy, cuando se debate tanto sobre la racialidad y la discriminación, ¿cómo se involucra su obra en el tema?
Aunque es un asunto de interés, polémico, no he participado de él. Decir que lo negro es negro, y lo blanco, blanco, y no se debe unir el blanco con el negro porque da gris, no me preocupa. Ese tema se lo dejo a otra gente, no es para tratar a través de la pintura, aunque el racismo constituye una cuestión polémica, de interés, para cualquier parte del mundo.
Comparto el criterio que esgrimen algunos de que, después de Wifredo Lam, ha sido usted quien más ha potenciado artísticamente el acervo proveniente de las culturas y religiones afrocubanas. Me gustaría saber su opinión sobre aquellos elementos que lo aproximan o alejan del legado de Lam.
Me aproxima a Lam el gran amor, la gran poesía que tiene la obra del maestro, sus raíces tan fuertes y que me atrapan, expresadas con mucha sinceridad, y eso es muy importante. La distancia podría estar marcada por las figuraciones, que son muy distintas; composiciones y colores que cambian. Él usaba otros tonos y yo me voy a una gama más extensa. A veces puedo resumirme a blanco y negro, pero soy muy colorístico. Pienso en ocasiones que las formas de Lam no tienen gran relación con mi obra, pero sí la lírica. Para mí Wifredo Lam es bandera, sobre todo por su sinceridad.
Su trabajo ha trascendido a través de materiales y soportes como la madera, el metal, la instalación, y también la llamada escultura blanda. ¿Sus aplicaciones responden a un arquetipo de artista interdisciplinario, o surgieron cargadas de una significación simbólica asociada al acervo religioso?
Responden a una voluntad artística de contraposición, a la necesidad de utilizar elementos muy duros para intercambiarlos con soportes bien leves, o viceversa. Están relacionadas con un interés de mezclar cosas. Es muy bueno mezclar, me encanta hacerlo.
Detrás de su producción artística impera una lógica constructiva volumétrica, escultórica…
Sí, me gusta mucho la escultura. Y cuando hago pintura siempre he querido darle un sentido tridimensional, tiendo a usar objetos, relieves…
Quiero aprovechar para comentarle sobre un hecho curioso, que pocas personas conocen: mi abuelo era maestro de obras, y un maestro de obras en esa época era casi un arquitecto; era escultor también, esculpía maderas y hacía estatuillas, y posiblemente eso se me quedó como influencia; esa vocación, a lo mejor, me llegó también a través de él.
Pero la pintura es la manifestación protagónica en su carrera, la que le ha dado mayor legitimidad…
Ella se roba todo al final porque es el color, es la luz.
Es también donde ha nacido casi toda su imaginería.
Es cierto, pero siempre está la intención de mezclar varias manifestaciones.
¿Y cuáles han sido los principales momentos de readecuación o ruptura dentro de su trayectoria pictórica?
Siempre que uno se sumerge en el proceso de creación artística es para reafirmar algo. A veces soy más explícito en la representación y otras menos. En ocasiones me gusta que algunas figuras se diluyan, se mezclen con los fondos, se hagan un poco transparentes y de ellas surjan otras. Esa idea de que de una cosa emana otra y otra y otra, y así sucesivamente, como si se tratara de lo mismo, es una concepción que persiste en toda mi obra, hasta en las performances, en las que los brazos o las piernas humanas cobran la impresión de otras figuraciones.
Pero a veces emerge una voluntad abstracta en sus composiciones, que pareciera augurar alguna necesidad de cambios o rupturas…
En momentos utilizo formas inexplicables, no diría tanto como abstractas, de hacer las figuras; también son formas mucho más líricas, más dadas a representar sentimientos, que formas humanas. Son formas irreales, un poco místicas.
¿Se siente a gusto con la realización de esas formas «inexplicables» o «abstractas»?
Cuando llega el momento, cuando debo someterme a ese tipo de representación, sí, me siento cómodo; pero cuando no es necesario recurro a variables más precisas o detalladas que también me satisfacen. Hay cosas, sentimientos, que no puedo representar de una forma humana. Están más allá de todo, y entonces logro hacer unas figuras que son al mismo tiempo árboles, aves o lagartijas atrapando moscas. Todo eso tiene una lógica, un motivo. Aunque en mi obra tanto las imágenes inexplicables como las detalladas hacen buena mezcla, manifiestan buena amistad.
Durante los años 80 sus performances eran un suceso nacional e internacional, una práctica que contribuyó enormemente a su legitimación. ¿Siente que se mantiene ese mismo nivel de expectativa por su trabajo performático?
En realidad, todo el mundo me pide performances, aunque no creo que sea lo más grande en mi obra. Por lo menos lo hago con mucho amor, porque es una forma de decir todo lo que te he contado, de otra manera, usando un cuerpo. Además, no soy yo en este caso el que cuenta, sino el modelo que va a narrar la historia, a representarla, al cual, con anterioridad, le dibujo o cuento brevemente lo que pasa. Ellos se sienten libres y pueden hacerlo, y lo hacen de una manera tan brillante que me entusiasma. También se trata de esculturas vivientes con las que el público interactúa, participa, convirtiéndose en un personaje más de la obra. Quizás por eso la gente busca tanto mis performances y no han perdido el interés.
¿Piensa seguir trabajando en la performance?
Sí, me gusta mucho. Con esa manifestación se pueden hacer y decir muchas cosas. No hago más a veces por falta de tiempo, por el cansancio y los pocos recursos con que cuento para ello.
Escuché que ha estado incorporando algunas tecnologías audiovisuales a sus performances…
Efectivamente, he conocido a un joven y gran artista de los medios que me va a ayudar en ese propósito, en esa idea de hacer proyecciones audiovisuales en mis performances. Es un experimento muy interesante y amplía mis capacidades conceptuales y representativas.
No he visto los que hacen otros creadores en la actualidad y no sé, incluso, si hay algunos artistas incursionando en vertientes parecidas a las mías. Pero sí creo que hay muchos artistas haciendo performances, que, como usted bien sabe, puede hacerse de muchas maneras. Hasta yo mismo, hablando aquí ahora, pudiera estar haciendo una performance.
Sin embargo, la actitud lírica, sublime, que mantiene usted en sus performances, creo que ha perdido un poco de interés como recurso entre las nuevas generaciones de artistas de la plástica.
No creo que sea así. Yo sé que la gente aprecia mucho la performance, se entusiasma con ella, quizás por la belleza del cuerpo, por la pintura, quizás por lo que las personas evocan, o quizás porque se sienten partícipes de una especie de conspiración secreta.
Percibo también una indisposición de las nuevas promociones de artistas a exaltar el cuerpo humano, a halagarlo y ponerlo como eje del ejercicio performático…
Al menos para mí, el ser humano es muy importante y el cuerpo tiene una gran belleza y vigencia. La piel es un soporte que se debe respetar, tiene historias y tiene heridas.
¿Se considera un hombre del monte, o es el monte un recurso de activación espiritual? ¿Pudo haber existido una intención de fuga, de refugio, en esa decisión suya de sumergirse por completo en la naturaleza?
La noción de refugio existe. Todo el mundo quiere refugiarse un día, sentirse como en un templo. Y este es mi templo; es la naturaleza pura lo más hermoso que tenemos. La naturaleza me aporta muchísimo porque me hace soñar y crear cosas muy distintas de las que veo a diario cuando estoy rodeado de mucha gente.
En las artes plásticas cubanas se ha producido un distanciamiento del acervo afrocubano como recurso alegórico, sobre todo en las nuevas generaciones de artistas, marcadas por otros intereses y contingencias. En algunos creadores más consagrados percibo a veces una especie de retórica, de fetichismo alrededor del tema. ¿Comparte esta opinión?
Todo el mundo asume el tema religioso como quiere, y hace con él realmente lo que quiere. Cada uno lo hace con su sentir, con el potencial que tiene dentro. Que beban de esa fuente me parece interesante, pero si después que tienen el agua en la boca dejan que se derrame, eso sí no me parece interesante. Sin embargo, hay mucha gente dispuesta todavía a expresarse y a tocar de una manera particular todos estos temas de origen afroide.
¿No cree entonces que hay una crisis en estas tendencias?
Por el contrario, creo que el interés por esos temas ha proliferado. Hay muchos artistas que están bebiendo de esas fuentes y que antes las ignoraban. Creadores que nunca pensamos que hojearían ese libro, están ahora repasando lentamente sus hojas para nutrirse cada vez más, quizás con el propósito de encontrarse a sí mismos o de enseñarnos cosas que antes no se decían.
¿Y se ha encontrado usted a sí mismo?
Siempre he sido muy sincero conmigo mismo, siempre digo lo que quiero. A veces me preocupa que haya gente que no quiere decir lo que realmente se ve en mi obra, lo que realmente hago, y distorsiona un poco la imagen, el sentir que ellas encierran, y trata de encasillarme… Pero una cosa piensa el borracho y otra el bodeguero.
Usted ha confesado que los argumentos o saberes incluidos en sus obras se han asentado sobre una genealogía familiar, son parte de una herencia cultural relevada y defendida desde lo doméstico. ¿Le preocupa la legación personal?
Yo adquirí esa herencia cultural de una manera muy espontánea, y me gustaría también que de una manera muy espontánea trascendiera a los demás.
(Entrevista realizada por David Mateo en el año 2015, para el libro “Mendive”. Editorial Selvi Artes Gráficas, Valencia, España)
Fotos de obras, cortesía del artista