Por Ricardo Arcos-Palma
Durante el mes de marzo se abrió al público la exposición “El picnic y la sobremesa” de Pancho López, curada por Irving Domínguez para el Museo de la Ciudad de México. Una obra que rinde homenaje, en sus 25 años, a uno de los artistas más relevantes de la escena latinoamericana en el campo del performance acción. La comida es el epicentro de su obra donde el cuerpo es como lo anunciamos en nuestro ensayo sobre ORLAN, un espacio de discusión pública. Si bien se parte de una historia íntima y algo individual, el artista se invita a si mismo a cenar en espacios para nada convencionales; esta historia se convierte en un relato colectivo donde el acto del comer, acto familiar e íntimo, deviene la punta del iceberg de un asunto donde el alimento en nuestras sociedades deviene fundamental.
Dime qué comes y te diré quién eres, es el presupuesto de esta época para elaborar una razón dietética de la contemporaneidad. Lo que comes condiciona no solamente tu ser ahí y tu estar ahí sino tus ideas mismas. Pancho decide realizar una primera acción hace 25 años, que consistía en disponer una mesa y darse un banquete. La mesa se dispone con mantel, cubiertos, platos y buenos manjares en un espacio público. Pancho vestido de corbata come placenteramente bajo la mirada algo sorprendida de los transeúntes.
El origen de este tipo de obras tiene que ver con su generación, que es la nuestra, donde crecimos dice Pancho viendo la tele:
“Yo crecí viendo la tele, viendo los dibujos animados como el Oso Yogui, Los Pitufos, La pequeña Lulu,… todos pasaron por un picnic, y se me hacía muy bucólica la idea de hacer un picnic en el campo, en el bosque, con esa cuadrícula verde y del mantel rojo y blanco, la canasta con esa sorpresa del sabor que trae a su interior de lo rico del plato, y por supuesto ver las películas como las que dices: “La gran comilona”, y otra que me encanta, “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante” de Peter Greeneway, donde la comida es el punto central donde ocurren las cosas… Tú dices vamos por un café y eso tan simple es atraído por algo tan simple y cotidiano también como sentarse a la mesa a comer… Somos lo que comemos.”
Esto me dice Pancho mientras está sentado en la mesa dispuesta a la entrada de la sala de exposiciones con un plato listo para la merienda, y un clavel rojo que armoniza con el rojo que predomina en los manteles y en los cuadros “amantelados” colgados en las paredes donde emerge una letra que conforma la palabra picnic. Imposible no tener muchos referentes del cine y el arte, así como de la cultura popular, como lo evocamos en la conversación extensa que tuvimos, grandes obras de la historia del arte como “La última cena” (1498) de Leonardo Da Vinci, el “Desayuno sobre la hierba” (1863) de Eduard Manet, “La gran comilona” (1973) de Marco Ferrari y “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante” (1989) de Peter Greeneway. Incluso cuando vemos a Pancho sentado frente a la cámara…
“Me ha gustado sacar de contexto el acto de comer. Salgo a comer solo en la ciudad, para ser observado en un acto tan simple como el de comer”.
Esta especie de exhibicionismo hace parte de una estrategia creativa que atrapa como un imán al paseante callejero que por unos instantes reflexiona sobre el comer. ¿Por qué se sienta en medio de la calle a comer? ¿Por qué está vestido de corbata? ¿Es un ejecutivo que come en medio de la calle donde no hay restaurantes? Preguntas que surgen de lo absurdo de esta acción que conecta al artista con esa tradición de Fluxus. En la sala de exposición hay una serie de fotografías que dan cuenta de esta acción donde el artista en diferentes lugares es interpelado por los paseantes, incluso por la autoridad que ve con sospecha este acto. El picnic formal es esta acción donde “algo tan íntimo se vuelve público” nos dice Pancho. Fueron diez y siete picnics urbanos realizados entre 1997-2001 en Zócalo, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Plaza de Río de Janeiro, en la Colonia Roma en el DF, en el Centro Comercial Santa Fe, Bellas Artes en el centro de la CDMX y en New York (en el metro 42nd y en la 5ª Av. frente al Empire State), Montreal, Quebec y Toronto, así como en la Villa de Guadalupe, metro Pino Suarez, Aeropuerto del DF y Frente al Palacio legistativo de San Lázaro donde los diputados. Aquí queda planteada esa especial relación donde en ocasiones los interlocutores más fieles eran los perros y las palomas que esperaban algo que cayera de la mesa.
En la exposición hay una instalación Cuarto falso para picnic donde hay un césped artificial, las paredes están pintadas de azul con nubes pintadas al estilo del comic. Hay una frase que está plasmada en letras blancas en las cuatro paredes y esta frase alude a la Caperucita Roja, cuando esta se pierde en el bosque. “Sabemos que la Caperucita es una historia perversa” dice el artista, y esto nos recuerda que la mayoría de los cuentos infantiles eran cuentos para adultos. El Lobo que se devora a la niña y a su abuela, pero que luego es desventrado por un cazador que le saca del vientre su alimento. La canasta que lleva Caperucita le interesa al artista que parece invitarnos a sentarnos en ese escenario para sacar lo que viene en la cesta y realizar el picnic. “Los rayos del sol danzaban de un lado para otro a través de los árboles y que todo estaba lleno de hermosas flores; pensó: Si le llevo a la abuela un (…) [El lobo] Entonces anduvo un rato al lado de Caperucita y luego dijo: Caperucita mira que flores tan hermosas hay a tu alrededor, ¿Por qué no las miras? Me parece que ni siquiera oyes los adorables cantos de los pajaritos (…)” El diálogo entre el Lobo y Caperucita queda plasmado en los muros azules mientras todos recordamos las versiones de la historia de Charles Perrault y los Hermanos Grimm de ese cuento popular europeo que se volvió universal. Los visitantes se posan en el césped y se hacen selfies como dándole un nuevo giro a esta historia, donde ya no hay inocencia de Caperucita ni la ferocidad del Lobo, ni mucho menos canasta con fiambre; tan solo la promesa de felicidad de un posible encuentro más allá de las nubes en un cielo soleado para picniquear. “Este cuarto, nos dice el artista, tan inocente en principio puede ser el escenario de muchas cosas bastantes retorcida para hacer picnic sin salir de casa; es decir la antítesis de la antítesis (…) La idea era fabricarme mi propio espacio interior”.
Historias de café es la otra obra que se exhibe en la sala continua, fue realizada durante una residencia en los países escandinavos en el Museo Serlachius al norte de Helsenki en un pueblo que se llama Mantta. La idea era preparar café mexicano en una cafetera viajera italiana y compartir con los que quisieran tomarse un café y platicar con el artista. Hay una instalación video donde está el artista sentado tomando café consigo mismo, sin nadie, pues en el pueblo “no hay gente, solo conejos… y por eso terminé tomando café conmigo mismo” dice con ironía Pancho. Aquí en los espacios de uno a uno, aparece un juego de espejos donde en el video se reproduce la imagen del artista tomando café consigo mismo. La imagen video está soportada por una mesa real cubierta con un mantel de picnic como esos que están presentes en toda la instalación, donde está la cafetera y dos tazas con sus respectivas sillas. Mientas a los lados en las paredes están exhibidas una cafetera y vasos que contienen las huellas del café tomado, con una especie de escritura temporal que puede narrar los momentos de la espera. Tomar café consigo mismo, en un mundo donde la soledad parece habitar la vida cotidiana. El artista rompe el hechizo cuando invita a los visitantes con cita previa a tomar café en el museo y platicar. Las historias de café siguen su rumbo.
Ira es otra de las obras que podemos ver exhibidas y recuerda el performance que el artista realizó en China en el X Performance Art Festival de Beijing en el 2009. Esta obra hace parte de la serie “Rabia Contenida” que ruge cuando la noticia del fallecimiento de su madre llega al artista. Hay peceras que el artista, vestido de negro y con un delantal blanco, llena con leche. De golpe armado con un bate de beisbol, rompe la pecera llena de leche: “Las peceras son como contenedores, y los contenedores son como los cuerpos. La idea de este performance era sacar los momentos de enojo, los momentos de rabia, de ira, por medio de un acto violento como lo es el de reventarle a alguien todo, de enojarse e ir a acabar con alguien; pero como eso no es políticamente correcto, entonces simplemente decidí descargar esa frustración, esos momentos de enojo, sobre estos contenedores de metáforas. Ahí se contienen varias cosas, por ejemplo, el enojo de perder un trabajo, el enojo de perder un amigo, el enojo de perder un familiar, de pelearte con alguien y, además esta metáfora del golpe es tan rápida que ni siquiera ves el momento en que explota. En China es el momento de la muerte de mi madre. La pérdida de una madre a todos nos causa dolor, pena molestia, enojo. Justamente la leche, tan simple tan nutritiva, tan económica, se convirtió en el elemento metáfora de lo materno.» Los bates que se exhiben en la expo son los que Pancho realizó para las diferentes versiones de esta performance que se realizó en varios lugares. Luego esta acción se repitió en Toronto con champagne, en Vancouver con coca-cola en Polonia con cerveza, en México con vino tinto, mezcal, tequila, agua.
Finalmente, una sala donde la sal es la protagonista. Generalmente la sal puede tener varias miradas de acuerdo con nuestra visión del mundo: ponerle una pizca de sal a la vida, se dice cuando se incita a mover positivamente la existencia, estás salado se le dice a quién no tiene la mejor suerte y todo le sale mal. También se cree que si riegas sal por accidente, es signo de que algo malo va a acontecer o es señal de mala suerte. Aquí aparecen una vez más los contenedores, pero esta vez son saleros. Dispuesta en una repisa el artista hizo una colección de más de 200 saleros que hurtaba de restaurantes y que sus amigos en un trabajo relacional colaboraron dándole saleros. “Como te dije al inicio, a mí me encanta la comida -dice Pancho-, y con la sal la comida sabe mucho mejor; la sal es un potenciador de sabores”. Me interesa rescatar de este diálogo con el artista la idea de potenciador. En efecto la sal es potente. Su origen marino recuerda esa conexión vital con nuestro cuerpo que es en esencia agua.
La primera vez que Pancho comenzó a trabajar con la sal fue en el ExTeresa cuando fue invitado a exponer y se llevó media tonelada de sal que fue tirada en el centro del espacio expositivo mientras la extendía vestido con una gabardina amarilla, hasta formar “un espejo o cama de sal, era generar un espacio de juego”. En esta acción había dos contenedores de cristal a manera de acuarios, en uno estaba la palabra Yo y en el otro Tú. Pancho se encargaba de verter de uno a otro una buena cantidad de sal. La idea era potencializar ese lugar con una buena energía y no como podría pensarse negativamente. Se trataba de darle la vuelta a esa creencia negativa de salar un lugar. En esta sala encontramos fotografías de estas acciones, una instalación con cinco platos donde se recrea la relación Yo Tu, palabras impresas cada una en plato dispuestos en los extremos y en el medio el símbolo más. Esto alude a la idea del rompimiento de relaciones. Sobre estos platos unas bolsas de sal colgadas del techo generan una tensión muy interesante. Sesenta dibujos de algunos de esos saleros contando su historia de donde salieron completan la exposición.
En el piso sobre una base se recrea el espejo o cama de sal que se hizo en el ExTeresa.