Alina Abreu, Yuniel Delgado Castillo y Aimée Joaristi
Paraíso perdido hace referencia al poema de Milton y, por supuesto, a Cuba. Para algunos un paraíso en la tierra, sobre todo si estás en la playa en buena compañía y con un mojito en la mano. Para otros, entre los que se encuentran algunos que en distintos momentos tuvieron que abandonar la isla, se ha convertido en una especie de Tierra Prometida malograda. Ese lugar donde siempre se tropieza con la misma piedra. Dios, Satanás, Adán y Eva son los protagonistas de la obra de Milton, y si hiciésemos un esfuerzo, podríamos encontrar a sus representantes en la historia reciente de Cuba. La perla del Caribe se esconde, en más de una ocasión, en una fea concha de aspecto rugoso y gris.
Hay otros paraísos perdidos, como la pintura, una forma de expresión dada por muerta en numerosas ocasiones en los últimos cien años, ya sea por apuñalamiento, envenenamiento, inanición, suicidio o aplastamiento; y que recobró su protagonismo secular de forma deslumbrante, pero efímera, a finales de los años setenta. Después del minimalismo, las distintas corrientes de arte conceptual, el povera, la eclosión de la performance, la reivindicación de la fotografía, la instalación… que se fueron sucediendo y cohabitando en los años sesenta y setenta, parecía que la pintura estaba definitivamente muerta y enterrada. Pero no, la pintura sigue muy viva e incluso durante un tiempo pareció que volvía a ser la reina absoluta de la fiesta, el lenguaje hegemónico. Fue la época de la Transvanguardia italiana, de los jóvenes salvajes alemanes, de Schnabel y Basquiat, de Scharf y Salle. Y de Kiefer, en cuyas obras parece que el objetivo principal es la destrucción de la armonía ideal del paraíso mitificado.
A través de las piezas de Yuniel Delgado Castillo y Aimée Joaristi hacemos un viaje en el espacio, vamos de La Habana a Madrid, y también temporal, reivindicativo, de esos años ochenta en donde no había asistentes, cada trazo en el lienzo tenía un único autor, el artista que firmaba. Pinturas de tamaño monumental, de fuerte expresividad. En bastantes ocasiones salvajes, violentas y en las que también se podía viajar a la historia de la pintura: a las pinturas murales de las iglesias románicas, al romanticismo de principios del XIX; al expresionismo alemán de los veinte y treinta que atacaba los valores asociados a la burguesía. Y por supuesto, a la abstracción que se hizo en la América de los cincuenta, y también a los ochenta, cuando cada cuadro era un mundo saturado de referencias que eran descuartizas con saña o con ironía, según la sensibilidad del artista.
La exposición está articulada en dos zonas. Por una parte, tenemos el paraíso perdido (espacio y tiempo) y enfrente se sitúan los que lo habitaron o sus descendientes y que ahora tienen que asumir que viven en algo que podría ser el infierno, donde reina Lucifer: “Mejor reinar en el Infierno que servir en el Cielo”. A lo largo de las dos paredes que escoltan la entrada a la sala se sitúan las pinturas de Aimée, una sucesión de paisajes de potente cromatismo, jardines salvajes y exuberantes en donde, si prestamos atención, podemos encontrar una serpiente, que bien podría ser la que le susurró a Eva “no moriréis, porque Dios sabe que en el día en que comáis de ella, entonces vuestros ojos serán abiertos, y seréis como dioses, conociendo el bien y el mal”. Esas palabras que provocaron que el paraíso dejase de serlo. La secuencia pictórica finaliza con una pieza de grandes dimensiones, “Pecado”, situada en la pared que hace las funciones de testero de la sala. A continuación de “Pecado” nos encontramos con la primera pieza de Yuniel, “B44 al desguace”, como si fuese su consecuencia. Esta pared, el testero, funciona como charnela, pero también como clímax de la exposición. El paraíso perdido lo habitan despojos, pero también jinetes del apocalipsis. Establecemos un diálogo entre dos formas de entender la pintura, la de los dos artistas, con muchos puntos en común, pero también con diferencias evidentes. Una más abstracta, lírica y sutil, la otra, descarnada, tensa hasta bordear el abismo.
La última parte de la exposición está situada en un espacio recogido, en donde encontramos otro lenguaje y un cromatismo diferente, un sitio que bien podría ser de meditación. Forma parte también de la zona correspondiente a los que habitaron el paraíso perdido, a sus descendientes; ahí cuelgan las impresionantes fotos de Alina Abreu. Si en los cuadros de Yuniel los protagonistas son los animales, humillados, manipulados, consumidos, en las fotografías en blanco y negro tenemos al hombre, al artista (Yuniel) retratado. No hay rastro de idealización, son fotos que comparten la crudeza de las pinturas que acabamos de ver. Ahí la piel recuerda a una coraza desgastada, abollada, tensa, lista para el próximo combate. Una lucha que después de un tiempo, más o menos largo, todos conocemos cómo terminará. Pero no hay que olvidar que el artista se ha interpretado en numerosas ocasiones como un demiurgo y es entonces cuando podríamos pensar, viendo las fotos, que un Dios imperfecto solo puede generar obras con defectos, profundamente humanas.
Al final del recorrido, tras disfrutar de la pintura y la fotografía de estos tres artistas cubanos, quizás sería el momento de recordar “El paraíso recobrado”, el poema épico de Milton.
Organización:
Centro Cultural Casa del Reloj
Comisariado:
JESÚS CÁMARA y PACO DÍAZ