Crónica en Tiempos Abstractos
Por Abram Bravo Guerra
Tiempos Abstractos es -ante todo- una exposición bipersonal. Una sentencia construida en par de trayectorias bien independientes; pero entrelazadas en segmentos estratégicos que la muestra vino a poner sobre la mesa. A grandes rasgos, supone la concreción de una idea rumiada por varios años, afilada consecuentemente en los diálogos entre José Ángel Rosabal y José Ángel Vincench, apoyados en la mediación y coordinación de Rafael DiazCasas. Una posibilidad estirada por inclemencias específicas hasta anclarse a posta en la 15 Bienal de La Habana y azarosamente en el Centro Hispanoamericano de Cultura. Azar que surge de un encuentro casual, luego solidificado cuando gestamos y presentamos el proyecto como propuesta invariable del centro para la Bienal. Un camino echado a andar que, no exento de obstáculos, dejó un sabor excelente al materializarse ya el pasado 15 de noviembre. Al final, espacio y proyecto parecieron irremediablemente destinados: la gestión museográfica, velando celosa por la adaptabilidad, encajó a la medida en posicionamiento, diálogo, y hasta supo poner a su favor las problemáticas de la galería. Pero más allá de la idoneidad visual, la exposición adquiere un peso simbólico en el contexto artístico actual.
Tiempos Abstractos acontece en una Bienal -tal cual la pasada- cuestionable en su razón de ser, ensombrecida por incertidumbres y conflictos agudizados en el terreno de lo político-social que afectan a toda la realidad cubana. Situación replicada en lo creativo y que, naturalmente, fractura los procesos normales de la obra artística e incluso dificulta el acto de crear. A pesar de ello, dos artistas -Rosabal y Vincench- deciden dar rienda suelta al proyecto, echar combustible y reforzar el interés de un panorama inaugural no tan atractivo. Todo sorteando posturas que, por uno u otro motivo, los han alejado bastante del favoritismo o la consideración de los sistemas conservadores del poder nacional. Todo ello aumenta el caudal simbólico de Tiempos Abstractos, determinándose como un gesto esforzado en oxigenar por vías de presencia y promoción -dejando varias cosas de lado- el panorama de las artes visuales en la Isla.
Y, lógicamente, cabe señalar la vuelta del trabajo de Rosabal. Hijo de su tiempo, su decisión de exiliarse funcionó como el medio racional para nutrir urgencias personales y creativas, limitadas en un entorno que se cerraba a conciencia extasiado en la gloria epopéyica de los primeros años de Revolución. No fue hasta 2015 que, colaborando con Juanito Delgado y su proyecto Detrás del muro, Rosabal regresó a Cuba y presentó una obra con casi medio siglo de recorrido. El joven, que salió de Cuba en 1968, volvía con el sello de una carrera extensa y emblemática para generaciones más jóvenes. Paradójicamente, el regreso de 2024 repite sensaciones semejantes a las de 2015; de hecho, pareciera un escenario aún más inusual entendiendo las complicaciones específicas del momento: entonces, su presencia incrementa en alguna medida la trascendencia del proyecto. A esto se le suma Vincench, que -aunque más joven- ha sentado cátedra en el manejo audaz del signo abstracto como elemento de reflexión y resistencia, dando como resultado una combinación de altos quilates difícilmente repetible y gestionando un debate en la propia materia de lo abstracto.
El debate en Tiempos abstractos parece orientarse a una posible fricción generada entre dos caminos distintos del concretismo -que sería el nexo visual original-: Rosabal se mueve en el espectro permitido por la teoría del color, empeñado en procederes análogos y contrastantes asociados a la propia acción plástica; Vincench usa la abstracción como medio para fragmentar un referente muy específico, ejecución que descubre cada cuadro como fragmento crítico hacia un texto social mucho más amplio. Ambos procederes resultan en piezas conectadas en su construcción formal, dándose el gusto de probar parentescos independientes al método. No obstante, la intención se ramifica hacia la realidad insular, desdoblándose en un proceder que anula cualquier atisbo de evasión: la intención en los cuadros titulados de Rosabal y la sentencia crítica en los de Vincench se refuerzan en el doble sentido propio del título de la muestra. Más que generar debates, Tiempos abstractos afirma la posibilidad incisiva de la abstracción sobre un contexto, la abstracción como herramienta lingüística directa. Un subtexto a tono con las posibilidades de la propuesta que amplifica su impacto a varias escalas.
Resulta Tiempos abstractos, entonces, una exposición imprescindible en la 15 Bienal de La Habana, hecho evidente tan solo al reparar en la dupla que la compone. Por supuesto, a ello se añaden las capas ya mencionadas, su audaz manejo y puesta al día de la abstracción como lenguaje. Medio diluida en las aguas del Malecón, quizás se recuerde como un ejercicio magistral de modulación para emparejar -sin perder las marcas individuales- voces contundentes en un terreno específico. Quizás, así, se le preste la atención que merece.