Por Abram Bravo
Richard Feynman dijo, parafraseando a Niels Bohr: si crees que has entendido la mecánica cuántica es porque de verdad no la has entendido. Más o menos algo así, con todas las imprecisiones posibles de una cita copiada y recopiada; reajustada por incursiones bárbaras en postalitas mañaneras y power points de los dos mil. La frase de Feyman tiene cosa, especialmente cuando la adaptas a Cuba. Aquí mientras más intentas entender menos entiendes, y sientes que menos deberías preocuparte por entender. Cuba es un despelote cuántico a gran escala -y de paso nos inventamos nuestra propia paradoja-. Las cosas funcionan en superposiciones de realidades que, en la práctica, no deberían asociarse; pero conviven a sus anchas y se leen en ejecuciones teóricas diferentes. Nuestro diario es un encuentro de absurdos gravitando en posiciones diversas y, para colmo, colapsan en el interés determinado y momentáneo de cada individuo. Una aproximación a macrosistema cuántico, por imposible y mal dicho que suene eso.
La interpretación de Copenhague hubiese tenido más lógica en La Habana de 2024, transmutando los procesos físicos del microverso a los indicios explícitos de una realidad social: Schrödinger, Bohr y Born se hubieran tomado unos tragos en algún bar para extranjeros del casco histórico; y felices todos. Pero la cosa no fue aquí; y los análisis del funcionamiento de las partículas quedaron en un limbo científico apañado por un colapso medio mágico. Por eso la paradoja, y el dichoso gato que está muerto y vivo si no lo ves. En medio de todo eso, la realidad queda en un estado apreciativo que -teóricamente- comienza a armarse en sentidos muy diversos y aleatorios. De nevo, un estado de las cosas extrañamente familiar para nuestro “paraíso tropical”.
Pero aquí no hablamos de física, sino de arte, de creación. Creación cuyo entendimiento y génesis radica precisamente en ese espacio borroso de las probabilidades. Artistas que sobreviven en una realidad superpuesta y que, lógicamente, la reproducen según su criterio de observación. En otras palabras, la colapsan a su antojo. Se inventan espacios propios en acumulaciones perceptivas inconexas y medianamente contextuales: la idea va por ahí, reorganizar o descomponer un entorno -inicialmente cuántico- según las urgencias estéticas de un creador/observador. Al final cada artista es un constructor de mundos; cada uno abre la caja de espaldas y se inventa su propia historia, no importa si el gato se calla, maúlla, corre o ronronea. El que piensa que entiende La Habana, es porque de verdad no la entiende.
La Habana, 2024.