
Vista panorámica de la exposición Border del artista Carlos Zorrilla.
La maldita circunstancia del agua se ha convertido en un oasis
Por Laritza Suárez del Villar
Todavía recuerdo a mediados del año 2022, el video de unos amigos cuando caminaban por el desierto. Fue una imagen que me causó extrañeza, porque reconocía a mis amigos, pero ese lugar por el que caminaban era una ficción para mí. Creo que ese video se quedó grabado en mi mente porque no concebía el escenario de un desierto o de una selva como una posible realidad de tránsito para cualquier cubano, incluso llegué a pensar que era una impresión muy personal y única de mi parte, hasta que conocí al pintor Carlos Zorrilla cuando le impartí clases en la Facultad de Artes Visuales y me mostró lo que he venido nombrando desde el 2023 como sus paisajes migratorios.
Mi intuición me decía que algo parecido a mí debió haber experimentado Zorrilla, para haberse convertido en un pesquisador de los escenarios rurales y agrestes por los que transitan los migrantes cubanos cuando realizan la ruta del sur. Esta línea de investigación desde lo pictórico, la estrenó con su exposición de graduación de la Universidad de las Artes (ISA), Horizontes robados (2023), y la ha continuado desarrollando durante el 2024, a partir de su presencia en exposiciones colectivas.

Entre el día y la noche. 2024. Acrílico sobre lienzo. 200 x 240 cm

Homenaje. 2024. Acrílico sobre lienzo. 200 x 240 cm
Zorrilla ha tenido una constancia y seria participación en el circuito artístico, por lo que no es para menos entonces, que iniciado el año 2025 nos regale Border (20 de febrero-4 de abril, Centro Hispanoamericano de Cultura), una exposición que forma parte de los proyectos de artistas invitados a la 15 Bienal de La Habana que reflexiona sobre la liminalidad desde lo geográfico hasta lo ontológico en un contexto ahogado en una ola migratoria profunda. La propuesta artística cuenta con 5 pinturas de gran formato, 12 acuarelas y un dibujo al carboncillo en pequeño tamaño, centrado todo, en el desierto de Sonora, paisaje fronterizo entre Baja California y Arizona, y foco del tráfico ilegal de migrantes caribeños desde México a Estados Unidos.
Los relatos de migrantes cubanos que atraviesan la selva del Darién o el desierto de Sonora están a la orden del día. Si bien, la migración irregular para la realidad cubana no ha dejado de ser marítima, el viaje por la ruta del sur hacia el norte se ha convertido en el itinerario más habitual. El sociólogo Antonio Aja considera que la migración cubana cada día se parece más a la latinoamericana, debido a las prácticas migratorias que se están asumiendo, y no solamente porque los cubanos y, en sentido general, los caribeños están emprendiendo un itinerario irregular por los parajes sudamericanos para llegar a la frontera mexicana, sino porque lo asumen de manera transnacional, al narrar, en llamadas y mensajes de textos, las peripecias del viaje a los familiares que se quedan, o al publicar en las redes sociales, imágenes y videos del entorno latinoamericano.
La comunicación en tiempo real en una comunidad virtual, compuesta entre los que se van y los que se quedan, es una práctica que acerca a los internautas, y también los separa, porque hay sucesos que no se narran tal cual, para no preocupar a los familiares, o porque la salud psico-afectiva del emigrado se ha afectado, y ha trastocado los recuerdos, ya que el calor del desierto llega a ser tan extremo que puede desencadenar un juego macabro con la percepción visual de cualquier ser humano expuesto al agotamiento y a la ansiedad.

Border. 2025. Acrílico sobre lienzo. 240 x 510 cm

Cuando las cosas no caen al suelo. 2025. Acrílico sobre lienzo. 300 x 250 cm
De una manera u otra, subyace una brecha de vaguedad e inexactitud, que a Zorrilla le interesa cuando revisa las escenas narradas por emigrantes irregulares a través de las redes sociales o en diálogo íntimo, ya que refuerza el carácter sensitivo, subjetivo y temporal del paisaje, como un segmento o un encuadre de la naturaleza captado por nuestra vista y codificado por la memoria. Zorrilla se apropia y reinterpreta, desde una visión artística radicada en Cuba, esos espacios vividos por otros, para crear una representación del nuevo paisaje migratorio que une a los que se van y a los que se quedan.
Se vale de la psicología visual y del color como clave ideo-estética para crear sus pinturas, y así trasladar los efectos de ilusión óptica experimentados por los migrantes a la experiencia contemplativa de sus obras. Es por ello que cuando se entra a la galería, se divisa al momento el contenido formal de los paisajes, pero al acercarse a los cuadros, con el propósito de observar los detalles, solo se logra obtener manchas de colores o empastes de acrílico. Nuestro sentido de la distancia se ha alterado. Se necesita alejarse otra vez, para sentir la cercanía y ver todo con claridad.
Las dimensiones de las pinturas demandan profundidad en el campo visual del observador. Se tiene ante sí, paisajes colosales, claro está, porque la naturaleza que acompaña la travesía ilegal es tan magnificente e implacable, que minimiza y anula la acción de cualquier ser humano. Incluso la refulgencia del sol en el desierto es están abrazadora que imposibilita contemplar plenamente el paisaje, por eso la elección de los colores metálico en las pinturas. Zorrilla me comentó una vez que es una manera formal de representar la brillantez cegadora del desierto, pero inevitablemente hay también una lectura simbólica, porque el oro o la plata ciegan al hechizar el subconsciente, semejante al efectismo del mito del dorado y el sueño americano; pero es que solo queda encomendarse a la fe, la espiritualidad, la magia cuando se vive momentos difíciles.
La mente llega a separarse de la realidad y comienza un sendero alucinador donde las montañas Tumacacori que brillan con el ocaso del sol recuerdan a una pirámide funeraria, el coyote y el zorro parecen una entidad extraña, mientras que el gigantesco cactus saguaro, nativo de la zona árida, se enaltece como una deidad matriarcal protectora. Con sus más de 50 brazos surtidos de agua, llenos de espinas peligrosas y de resistentes flores blancas, se alimentan las abejas, murciélagos, palomas, y también se nutre la fe y el optimismo de los migrantes, ya que esas mismas flores -llamadas Carnegiea gigantea- son, además, el símbolo estatal de Arizona, Estados Unidos, a donde se quiere llegar, pero como dice el refrán: todo aquello que como el oro brille/ no es oro, así que más allá de la futura mejoría de vida que la frontera puede representar, también es un salto al precipicio, lo que Zorrilla recrea en sus paisajes bucólicos.

Espectros. 2025. 12 piezas. Acuarela sobre papel arches. 21 x 14, 8 cm c/u

Vista panorámica de la exposición Border del artista Carlos Zorrilla.
Han sido muchos los decesos de inmigrantes por ahogamiento cuando cruzan el río Bravo, por ejemplo, o debido a las condiciones meteorológicas tan extremas del desierto de Sonora, donde yacen, como parte del paisaje, los cuerpos de personas fallecidas por congelación en la noche de temporada invernal, o por calor y deshidratación durante el verano. Y en ese sentido, la frontera terrestre llega a ser más perturbadora que el mar, porque si bien los dos se pueden convertir en sepulcros, en el desierto te tropiezas de manera muy casual con los cadáveres y los desechos sólidos.
Los yacimientos de vida o actividad humana están a la vista o, dicho en sentido inverso, se está de cara a la muerte en todas partes. Es por eso que el sol se transfigura en un cráneo humano en las pinturas de Zorrilla, mientras que la noche es una aurora polar que abduce las almas, cuyas estrellas encuentran su génesis en la visualidad de las coordenadas de auxilio generadas en el mapa satelital a partir de la geolocalización de las llamadas de los inmigrantes al 911 para ser socorridos por la patrulla fronteriza. Eso es Border, estrellas que brotan del firmamento hacia el cielo, seres humanos que transitan a otra vida, algunos cruzan la meta, y otros caen al vacío.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en el año 2022, había reportado a Cuba como la nación con más fallecidos y desaparecidos por la ruta del sur, seguido de México y otros países caribeños y de Sudamérica. Si bien, el desierto, la selva, los volcanes, cactus y coyotes forman parte de un ecosistema inexistente en Cuba, existen realidades migratorias compartidas entre el Caribe y Latinoamérica, que diluyen las distancias regionales y nos unen en un mismo paisaje.

Vista panorámica de la exposición Border del artista Carlos Zorrilla.

Vista panorámica de la exposición Border del artista Carlos Zorrilla.
No es de extrañar, entonces, que la obra pictórica de Zorrilla recuerde consecuentemente al arte mexicano y latinoamericano. Desde el enfoque de la geografía humanista, se puede decir que los entornos naturales que componen la ruta del sur están presentes en la atmósfera social cubana porque se le ha conferido una carga psico-emocional significativa como límites decisivos de cualquier vida humana. La naturaleza otra, por su connotación semántica dentro y fuera de Cuba, se ha convertido en geosímbolos: palabras e imágenes integradas a la comunicación cotidiana, al sistema simbólico popular, a la memoria colectiva y, también, al imaginario artístico migratorio cubano.
Ahora, nuestra maldita circunstancia del agua por todas partes es un espejismo en el desierto, un oasis imaginado.