El Cielo Ishir
Por Adriana Almada. Comisaria
“Todo indígena debe usar dos nombres, como dos rostros,
para poder transitar el espacio ajeno que se abrió en su espacio”.
Ticio Escobar, La belleza de los otros, 1993
Esta exposición parte de un testimonio: los relatos visuales y discursivos de Ogwa, a quien los blancos, a mitad del siglo XX, llamaron Flores Balbuena. Mestizo, descastado, más allá de su trágica historia –marcada por el abandono, la miseria y la muerte violenta de sus seres queridos–, supo abrirse camino y transitar con gracia entre dos mundos que lo rechazaban por igual: el propiamente indígena y la sociedad paraguaya.
Ogwa –nacido en la década de 1930 y fallecido en 2008– encontró en el dibujo, y luego en la pintura, una vía de acceso al universo simbólico Ishir, especialmente a su núcleo mítico ritual, que terminó transmitiendo a investigadores primero y al público en general después. Si bien es difícil aplicar la categoría occidental de “arte” a un hacer indígena, ya que en su cultura esta esfera no se diferencia de la vida cotidiana, la sensibilidad particular de Ogwa para reconstruir lo visto y oído entre sus mayores, así como su gran expresividad a la hora de narrar historias fundantes de su comunidad, evidencian una profunda vocación estética.
Sus pequeñas piezas aquí expuestas configuran un dispositivo flexible de memoria que renueva con libertad la dosis de ficción que caracteriza al mito. Con ellas traban diálogo dos artistas paraguayos contemporáneos que, desde coordenadas diferentes, abordan en su obra las tensiones históricas y culturales que atraviesan el Chaco paraguayo.
Fernando Allen investiga desde hace más de una década las complejas relaciones que emergen de los rituales indígenas, y lo hace desde una posición que privilegia el contacto humano por encima de cualquier consideración teórica o enfoque especializado. Refuta lo documental en su aproximación a las comunidades y construye “lo real” a partir de imágenes de la ceremonia Ishir por excelencia, aquella que reinstaura el orden cósmico y asegura míticamente la supervivencia, además de una pieza de video-arte que captura destellos de una belleza esquiva.
Joaquín Sánchez ha definido el Chaco –esa región de fábula que Paraguay y Bolivia se disputaron a sangre y fuego entre 1932 y 1935– como “el mundo de mis mundos”. Ligado afectivamente a él por los relatos de su abuelo soldado, ha desarrollado un corpus de obra en la cual el Chaco y la guerra han estado siempre presentes. En su instalación incluye el componente indígena Ishir con la figura del célebre “Capitán Pinturas”, ancestro de Ogwa, para activar relaciones entre paisaje, historia y ritual.
Estos tres constructos poéticos confluyen en “El Cielo Ishir”, alimentando una ficción compartida, a la vera del tiempo y sus engaños.