Magaly Espinosa Delgado
“…no tiene sentido elaborar una teoría si uno no es capaz de aplicarla al mundo real”.
Anna María Guasch
Desde mi inclusión a fines de los años 80 en el mundo artístico del Instituto Superior de Arte (ISA), a través de la enseñanza de la Estética, me he preguntado qué particularidades puede tener el pensamiento crítico cuando su propósito es reflexionar sobre una producción artística gestada bajo un proyecto social. Y el que se definía en los años 80 como tercermundista, socialista y caribeño.
El libro La soga y el trapecista. Dialogando sobre arte cubano y crítica en los noventa, del curador e investigador Danilo Vega Cabrera,[1] contiene entrevistas a veinte y cuatro críticos y curadores de arte, incluido el artista José Toirac. Tiene como marco temporal los años 90, década de enlace y transición entre la anterior y el comienzo de un nuevo siglo. Pero lo atrayente de esta mediación se encuentra en las diferencias y similitudes de los acontecimientos y sucesos ocurridos en ellas que, en su conjunto, representan aproximadamente treinta años de gestión artística.
La memoria es una de las trampas más azarosas a la que apela cualquier evocación temporal, indagación histórica o pronóstico. El autor ha utilizado para activarla el método de la entrevista, que en el campo del arte tiene características particulares, pues en ella se funde el juicio valorativo sobre un tipo o procesos de creación, junto al significado personal de lo vivido. Por esto al leerlas se descubren vivencias, gustos, recuerdos, aristas de la personalidad de los entrevistados que ofrecen una información en gran medida desconocida hasta el presente.
Anna María Guasch en su libro La crítica discrepante. Entrevistas sobre arte y pensamiento actual (2000-2011), afirma que este tipo de entrevista tiene más un corte filosófico y enciclopédico, que académico. Esta consideración nos ayuda a comprender el hecho de que la oralidad preñada de las emociones es resultado de valoraciones, que emergen de experiencias propias. De esta forma la veracidad de lo relatado toma otro cariz. Guasch nos dice: “la entrevista (…) se convierte en una voz autorizada, la voz del que ha sido protagonista de los hechos”.
Se aprecia que el objetivo del libro de Danilo Vega no consiste en ser una crítica de la crítica, no se reflexiona sobre las particularidades ni sobre las líneas evolutivas del pensamiento crítico, las tendencias artísticas o ideológicas que lo sostienen. Sin embargo, el autor lo ha concebido destacando características de los entrevistados como agentes culturales, críticos y curadores. Hurgando en exposiciones y eventos en los que la participación de los mismos entrevistados ha sido significativa, a la vez que relaciona hechos y sucesos que los conectan.
Las voces elegidas forman un poliedro de interpretaciones: unas marcadas por la orientación crítica, otras más literarias o de inclinación sociológica, o aquellas cercanas a la reflexión filosófica, la estética y la teoría del arte. Para reunirlas no se siguió ningún orden. Se fue tejiendo a partir del campo en el que cada especialista se hizo “fuerte” y esto exigió un estudio acucioso de su labor.
Hay entre esas voces juicios y opiniones coincidentes y discrepantes. Visiones del proceso artístico que se proponían interpretar, el papel social del arte, los litigios entre el arte y la Institución que lo representa, las relaciones entre ética y estética, las particularidades del discurso artístico, así como comportamientos marcados por estilos y tendencias.
Los temas tratados han sido amplios: los momentos de continuidad y los de ruptura; las tendencias artísticas; la Institución Arte; la enseñanza del arte; las publicaciones; el mercado del arte; las exposiciones y los eventos; la importancia de los Salones de Arte Contemporáneo; los síntomas que enmarcaron la época, referidos algunos al propio arte, como el paradigma estético, lo neohistórico, el feminismo y algunos de corte social, como el cinismo y la utopía que, como decíamos, al ser narrados desde distintas vivencias ofrecen otra dimensión de los sucesos y del propio proceso creativo en su conjunto.
Desde esta perspectiva, el libro La soga y el trapecista… (2016) brinda una información inédita en el estudio del pensamiento alrededor del nuevo arte cubano. Y aunque se centra en los años 90, el tiempo que lo precede aflora continuamente en las reflexiones, y esto le imprime un valor adicional.
Los relatos que lo integran nos acercan a un movimiento artístico cuyo activismo social fue diferente al sucedido en el resto del Caribe y el continente latinoamericano: caracterizado por las luchas sociales, los enfrentamientos callejeros, las discrepancias entre partidos políticos. Aquí era más bien el bregar del arte que vive y piensa sobre un proceso del que los artistas formaban parte.
Esa peculiar relación arte-sociedad exigió una crítica sagaz, atrevida. Como diría Gerardo Mosquera: “Hubo una buena crítica y mucha discusión de ideas”.
Estos relatos combinan experiencias personales con la formación profesional, escaramuzas tales como el tránsito de Elvia Rosa Castro de la filosofía al arte; la intrincada madeja de las relaciones entre arte e Institución, contadas por José A. Toirac; la intensa pasión de Caridad Blanco por la obra de Chago Armada y todo lo que conllevó su vida personal; las meticulosas reflexiones de María de los Ángeles Pereira alrededor de la escultura y la academia; las experiencias de David Mateo como editor; o la aguda mirada de Orlando Hernández, que desviste más de una imprudencia entre el arte y su institución.
Todo ello nos permite contar con un material valioso que desnuda a la crítica, pues no se trata solo del ejercicio mismo del criterio sino, a su vez, de las circunstancias sociales y culturales que lo rodearon. De los relatos singulares surgidos bajo esas circunstancias.
Es interesante cómo los propios críticos miran el presente, enlazan las décadas y se observan las continuidades. Quizás se quiso pasar por encima de la maleza y acercarse al drama humano, de ser consecuente con lo que se piensa y siente.
Analizar los aciertos sobre la selección de los entrevistados es complejo, porque responde a una valoración del autor sobre el conjunto de la crítica realizada en Cuba alrededor del arte. Pero después de haber leído el volumen y estudiado la información que aglutina, se puede concluir que la misma será esencial para los estudios que se realicen alrededor del pensamiento crítico. Y la creación artística, de carácter historiográfico, ideológico y de juicios estéticos del período en cuestión.En toda selección opera el criterio del seleccionador y ello puede variar en muchos sentidos: políticos, ideológicos, por intereses personales o por inclinaciones que privilegian determinadas orientaciones teóricas. Pero, en este caso, la selección pudo ser extensa y el estudio y la investigación realizada por el autor, ayudaron a la justeza de la misma. No obstante, por ejemplo, la voz de Iván de la Nuez no debió faltar y no es necesario que argumente mi criterio: solo hay que conocer los textos escritos en la década y su labor como gestor y curador de arte cubano.
Hay mucha pasión en lo que se narra. A veces dolor, otras felicidad y orgullo, pero lo que no escapará al lector es una cierta nostalgia por lo que se vivió. Es como una historia familiar de la que conoces la línea de los sucesos familiares pero, de momento, descubres intimidades, que te hacen amarla más. O agradecer la lejanía.
- Danilo Vega Cabrera: La soga y el trapecista. Dialogando sobre arte cubano y crítica en los noventa. Artecubano Ediciones, [La Habana], 2016, 448 pp. [Nota de los editores]. ↑