José Manuel Noceda Fernández
Cuando se habla de Lam inevitablemente hay que mencionar sus relaciones y su amistad con algunos intelectuales notables. Si son de Europa, y de sus experiencias entre París y Marsella de 1938-1941, salen a relucir Pablo Picasso y André Breton. Si del Caribe se trata, sobresale Aimé Césaire, un gigante de las letras antillanas conectado –como el pintor cubano también lo estuviera– con el pensamiento surrealista.
Césaire y Lam se conocieron en Fort de France, en 1941, durante el tránsito del pintor por Martinica en su regreso a La Habana. Aquel encuentro fructificó en una amistad entrañable entre dos hombres que compartían historias, pensamientos y modos de entender el mundo colonial o neocolonial de las Antillas. Lam ilustró la versión al español de Retour au pays natal, de Césaire, en 1942, traducido por Lydia Cabrera. Césaire le dedicaría al cubano no pocos poemas, como aquellos de Moi laminaire, por ejemplo.
Pero dicha amistad y ese destino compartido anulan, lamentablemente, las relaciones de Lam con otras zonas de la intelectualidad, sobre todo caribeña. En 2010, Seven Doc –con sede en Grenoble, Francia– produjo cuatro excelentes documentales sobre la vida y obra de Lam. Dio a conocer –un suceso totalmente inédito– cuatro materiales de carácter biográfico. La producción tuvo distinguidas promotoras: contó con la intervención activa de Aube Breton-Élléouët y Oona Élléouët, hija y nieta –respectivamente– del líder del surrealismo, André Breton. Bajo la autoría de Barbro Schultz-Lundestam aparecen Wifredo Lam et les poétes –inspirado, sin dudas, en una exposición homónima– y Poussière d’atomes. En tanto, Fabrice Maze realiza Carrefour des mondes (1902-1946) y À la recherche de l’unité perdue (1946-1982), a todas luces motivado en el título de un ensayo de 1976 de Alain Jouffroy.
Los materiales ilustran las diferentes facetas y períodos de la vida y obra de Lam con profusión de imágenes fotográficas, fragmentos de documentales y filmes, así como con iluminadoras entrevistas. Pasan estrepitosamente por alto sus relaciones con la intelectualidad y el pensamiento de contemporáneos cubanos y caribeños, pero con la honrosa excepción de Aimé Césaire.

La Terre inquiète / La tierra inquieta, 1955. Edición de cuatro litografías en colores realizadas por Wifredo Lam para ilustrar la obra homónima de Édouard Glissant, París, Editions du Dragon, 1955. Colección Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana.
Esos cuatro materiales siguen, en realidad, una narrativa convencional desde el punto de vista cinematográfico. No podría decirse que revelen un modo diferente y novedoso de acercarse a Wifredo Lam y su vasta producción visual. Emplean el consabido recorrido más o menos lineal y de carácter cronológico. Sus aportes estriban, primero, en la enjundiosa apoyatura fotográfica; luego, en el prolijo cuerpo de entrevistas que apoya el discurso fílmico. Por la pantalla transcurren los testimonios de Lou Laurin Lam, viuda del artista; de Eskil Lam, uno de sus hijos; de Helena Benítez, su segunda esposa y una figura decisiva en la vida y obra del pintor entre 1939 y 1950.[1] También las voces autorizadas de escritores, poetas, galeristas, críticos de arte, arquitectos, ensayistas que lo conocieron bien y que intervinieron en publicaciones y proyectos expositivos sobre su obra, tales como Albert Loeb, Alain Jouffroy, Anne Tronche, Catherine David, Lowery S. Sims, Jacques Leenhardt, entre muchos otros.
Las relaciones de Lam con escritores y poetas datan de sus días en España, pero sobre todo quedan afianzadas en las tertulias del París de entreguerras. Tienen sus mayores expresiones en la amistad con André Breton, Aimé Césaire, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Alain Jouffroy, Benjamin Péret, Pierre Loeb y otros literatos. En libros y catálogos se puede rastrear la poesía dedicada a Lam. Tristan Tzara, Dominique Agostini, Aimé Césaire, René Char, Alain Jouffroy, Michel Leiris, Gherasim Lucas, Joyce Mansour, José Pierre, Pablo Armando Fernández y José Álvarez Baragaño, son solo algunos ejemplos de creadores que no pudieron sustraerse al encanto de su pintura –arte– y terminaron transcribiendo impresiones en versos y estrofas.
Considerado por muchos autores como una de las voces más lúcidas del pensamiento y de la literatura del Caribe y uno de los escritores y filósofos sobresalientes de nuestro tiempo, Édouard Glissant es una pieza clave dentro de esas zonas de trasvase entre la pintura de Lam y la escritura que ella inspira. Este pensador martiniqués demostró una enorme sensibilidad hacia las artes plásticas. De modo que desarrolló el ejercicio de la crítica de arte dentro de su escritura, a través de artículos, reseñas y ensayos sobre importantes pintores y escultores que fueron sus contemporáneos e, incluso, de una no menos relevante labor editorial asociada a ellos. Sobre todo mostró especial atención hacia Lam. Forjados al calor de la amistad, entre el ideario de Glissant y las producciones simbólicas de Lam se establecieron vasos comunicantes de mayor hondura. A través de frases cortas, Glissant supo sintetizar, como pocos, las esencias de la poética visual de Wifredo Lam.
La conexión entre ambos es una relación temprana, pues data de los años 50. Después de 1952 el pintor cubano abre un proceso expansivo de las posibilidades expresivas de su obra con la incorporación y el desarrollo sistemático del grabado –en especial de las técnicas de la litografía y el aguafuerte–, la obra mural, la cerámica y hasta la escultura. Inicialmente subordinada a la ilustración para libros –como Voyages à travers la peinture, de 1945, las memorias de Pierre Loeb–, la vertiente gráfica se ensancha en Lam hasta convertirse en una de sus disciplinas habituales, hacia la que desplaza con igual maestría el universo iconográfico acuñado en óleos, temperas, tintas y las aguadas de los años 40.

Una de las litografías de la edición. Tomado de: Tonneau-Ryckelynck, Dominique y Pascaline Dron. Wifredo Lam, oeuvre gravé et lithographié. Catalogue raisonné. Gravelines, Éditions du Musée des Gravelines, 1994, ilus .5505, pág. 52.
En Europa encuentra Lam una sólida práctica para el ejercicio del grabado. Tiene la dicha de interactuar, además, con los grandes impresores, pues por las manos de ellos pasaba la flor y nata del arte internacional del momento. Sería parte de una tradición asentada en esos predios, que ponía en interacción a los pintores y escultores con escritores y poetas notables, en un medio en el que, por costumbre, todos colaboraban en la edición de portafolios colectivos. Y, además, contribuían a generar intersecciones diversas entre texto e imagen, entre visualidad y escritura. Estamos hablando de relatos cortos y poemas con la firma de André Breton, Michel Leiris, José Pierre, Alain Jouffroy, Herbert Read, Gabriel García Márquez, entre otros, interpretados según la iconografía delirante e imaginativa de Lam. Y resaltaría interpretadas o recreadas, pues no creo que se pueda hablar de un simple acto de ilustrar de modo pasivo aquellos textos. Justamente en una fecha bien temprana dentro de esta historia, Glissant y Lam comparten la hermosa experiencia de diseñar a cuatro manos el álbum La Terre Inquiete: ese contiene un conjunto de cinco textos de Glissant acompañados por cuatro hermosas litografías del pintor cubano.
Este es el punto de partida de una fecunda interacción entre ellos. Con posterioridad, pinturas de Lam ilustran textos o portadas de revistas dirigidas por Glissant, como El Correo de la Unesco o algunas de las ediciones de El discurso antillano. Mientras, Glissant escribe notas, textos breves y ensayos sobre el amigo pintor. Referencias a Lam aparecen en las páginas de El discurso antillano. En 1983, Glissant publica “Lam, el vuelo y la reunión” en CNAC Magazine, París, y en 2001, un extenso e iluminador ensayo suyo abre el catálogo de una de las más importantes retrospectivas dedicadas a Lam en años recientes: me refiero a Lam, metis, organizada por el Musée Dapper de la capital francesa.
Dentro de estos datos, entiendo que el artículo “Lam, el vuelo y la reunión” coloca una de las claves más importantes de su pensamiento, tanto para comprender la obra de Lam, como para ir algo más allá de ella. En el texto en cuestión, Glissant expresa que Wifredo rehabilita el legado negro-africano dentro de la enorme relación mundial. Y en este sentido se une a un selectísimo grupo de autores –como Alejo Carpentier y Alain Jouffroy– que desentrañan el alcance universal de la pintura del maestro cubano.
Estas apreciaciones permiten acercarnos a valoraciones muy actuales sobre el alcance de las ideas de Glissant. Si bien es cierto que él abogó con pasión por esa “Región Interior” y por esa “Otra América”, al mismo tiempo introdujo otras claves –las pulsiones entre “lo Mismo y lo Diverso”, el “Tout Monde”, la “Poética de la Relación” o “Escribir el Mundo”– que convierten a su obra en un referente ineludible al interior del debate cultural contemporáneo sobre la alteridad.
Digo esto porque, como un hecho inédito, Carolyn Christov-Bakargiev –curadora de la Documenta 13 de Kassel (Alemania), uno de los santuarios internacionales del arte– realiza un ejercicio osado al acompañar la sección expositiva del evento con un cuerpo teórico enjundioso. El ejercicio culminaría en el voluminoso libro Thebook of thebooks / 100 notes-100 thoughts, un compendio de lo que para ella resultan los 100 textos selectos del pensamiento cultural contemporáneo. Y cuál no sería la sorpresa al encontrar en las páginas de esa publicación un artículo escrito por uno de los grandes curadores internacionales del momento. Me refiero a Hans-Ulrich Obrist.
Formado en la más rancia tradición euro-occidental, en el texto reconoce el curador que Glissant lo había influido decisivamente en su carrera y que su pensamiento, por las perspectivas que ofrece para entender el presente, había sido muy tenido en cuenta por él a la hora de acometer algunas exposiciones importantes. Y deja caer una frase muy ilustradora: considera Obrist que “Glissant es el siglo XXI”.
Esta revelación muy personal habla de la trascendencia y la vitalidad del ideario de Glissant como pieza angular del debate postcolonial. Y, por supuesto, sobre cómo este autor y su pensamiento se están releyendo más allá del Caribe a la luz de la contemporaneidad. Si bien las ideas de Glissant tuvieron como punto de partida la memoria colonial de las Antillas, sus dilemas identitarios y la creolidad, postulados como la “Poética de la Relación” o la utopía de “escribir el mundo” desde un posicionamiento que viaje más allá de las narrativas y las lecturas hegemónicas sobre la historia, llaman la atención sobre la urgencia de nuevas transacciones e intercambios realmente inclusivos, los cuales conduzcan de “lo Uno a lo Diverso”. Y que dejen escuchar el “sonido peculiar” de las culturas hasta ahora tenidas como subalternas: argumentos de por sí latentes en el imaginario lamiano.
- Helena Holzer conoce a Lam en España hacia finales de la Guerra Civil y lo acompañará hasta 1950. Junto a él vive la aventura del éxodo de intelectuales y artistas desde París-Marsella hacia el Caribe y América. El matrimonio se asienta en La Habana durante los años 40. Lam y Helena se divorcian en 1951. ↑