(Mientras organizábamos la publicación de este artículo en nuestro portal Artcrónica, nos enteramos que el artista Néstor Arenas había recibido el Premio de la prestigiosa Fundación Pollock-Krasner de Estados Unidos, en su edición del año 2019)
¿Es todo lo que vemos o parecemos sólo un sueño dentro de un sueño?
Edgar Allan Poe
Por François Vallée
La generación de los artistas plásticos cubanos de la década de los años ochenta cambió radicalmente los derroteros ideo-estéticos del arte en Cuba, pero también la cultura cubana en su conjunto. Su conciencia moral, ideológica y social les hizo reaccionar con virulencia a la instrumentalización del arte por la política, a la cultura como propaganda ideológica, al dogma estereotipado de la identidad nacional, y crearon un arte de ideas muchas veces espontáneo, irónico, acusador, panfletario y susceptible de convertirse en una fuerza de acción ética, política y social. A través del profundo conocimiento de su cultura vernácula; a través de la apropiación de las nuevas teorías y prácticas artísticas occidentales como el posmodernismo (o posjodernismo, como diría Glexis Novoa…), el conceptualismo, el neoexpresionismo, el neo-pop… y su mezcla con lo local, lo popular, lo tradicional, lo antropológico, lo kitsch, lo grotesco, lo escatológico, lo sexual; a través de la parodia y la alegoría, el humor, el absurdo; a través de posiciones colectivas y grupales; supieron insuflar una calidad, una originalidad y una energía sin precedentes al arte latinoamericano, tanto más cuanto que no estaban sometidos en absoluto a los mecanismos financieros y especulativos del arte por el contexto político en el que vivían. Néstor Arenas pertenece a esta generación de artistas que atestiguan la vitalidad del arte y reivindican su vigor, su resonancia y su pleno poder expresivo, el de enseñar los ritmos de la vida y, si es posible, las vibraciones mismas del espíritu (Henri Michaux).
El escritor y pintor Alberto Savinio, hermano de Giorgio de Chirico, ya en los años 1910 definía como “Metafísico” el arte cuyo propósito era constituir la imagen de lo real a partir de la actividad subjetiva, o incluso ilusoria o delirante. Esta “Metafísica” determinada por Savinio podría ser la mejor definición del arte de Néstor Arenas. Para ser pintada, dibujada, fotografiada o esculpida, una cosa debe tener un sentido, algo que supere su aspecto visual. Es lo que podríamos llamar, con Joyce, su epifanía. La epifanía es como un aumento de potencia y, si bien nada en ella es visual, es iluminación, como a raíz de una especie de sobretensión, y esta iluminación le confiere su intensidad a la visión. Néstor Arenas afronta el mundo de la imagen, no esquiva sus ambigüedades ni sus embelesos, la modela para hacerle decir todo y luego lo contrario, desnudando sus mecanismos y su estatuto. Sus pinturas, sus dibujos, sus fotografías, sus esculturas, sus instalaciones, se inscriben en el corazón de una política de la imagen en una época en que la mutación del sentido de la belleza es pasmosa. Arenas se ocupa de los problemas internos del arte antes de ocuparse de una situación externa, cultural, social o política. Aunque su imaginería se basa principalmente en la iconografía política, lo inefable que hace de ella arte se construye en la ruptura, el desfase que redistribuyen en cada obra los elementos del sentido, del espacio y del tiempo. Las preocupaciones de Arenas son ante todo estéticas por mediación de la carga significante específica que atribuye a las imágenes que retiene y por dedicarse a fijar las líneas de un dinamismo cromático. Desarrolla su arte a partir de los símbolos iconográficos de su tiempo y de su país de origen a la par que lo articula alrededor de la exploración voluntarista de las convenciones de la gran pintura que expresa lo invisible por lo visible. Producto de una época en que la sociedad ha sido redefinida por el progreso tecnológico y la publicidad, en que la cultura se ha reformado según fenómenos sociológicos, en que estamos en la prehistoria de nuevas utopías, Néstor Arenas escoge imágenes que, por su dispositivo formal, introducen un acercamiento perceptivo subversivo.
La dinámica de su obra radica, como la de los artistas pop o neo pop, en el vaivén entre forma y contenido. Es portadora de un mensaje extra pictórico o fotográfico y constituye el reflejo del contexto donde es producida. ¿Acaso era posible que la pintura le diera la espalda eternamente a la realidad de su época, que debiera, para ser y existir, negar cualquier contacto con la gran fábrica de imaginería de su tiempo, salir de la pura picturalidad, fuera de los registros exclusivos de la forma y del signo? Varios fueron los artistas que respondieron a estas preguntas, ya que eran vitales para ellos, implicaban el sentido mismo de su compromiso como artistas, y se abrieron totalmente al aflujo de imágenes que su época les entregaba en un bombardeo continuo. Ese movimiento, internacional y sin fronteras, conoció, como cualquier movimiento, el periodo floreciente y exaltante de su surgimiento; hoy día continúa en las obras de los que, como Néstor Arenas, han permanecido fieles a la apertura que creó. La fotografía, el cine, la publicidad, los cómics, los dibujos animados, los objetos de consumo ordinario, fueron introducidos en la pintura a través del Pop Art, en particular. En el seno de este gran movimiento, de este gran reciclaje de imágenes que tomaban, amplificándola, la técnica del collage, cada artista construyó su propia mitología. Así, como arte de lo visible que ocurría en lo visible, la pintura se encontró en contacto con todas las técnicas de producción de imágenes y estuvo directamente confrontada al problema de la serie y de la reproductibilidad. Es en este contexto cuando conviene enfocar la obra de Arenas y sondear su profundidad.
Esta obra de inspiración fotográfica, que oscila entre la autobiografía y lo ficcional, es la de un romántico postmoderno que ancla la pintura o la fotografía en la realidad histórica de su tiempo. Néstor Arenas es un artista político, pero su actitud que nunca fue propagandística ni denunciadora, no es anecdóticamente política (no defiende ni reivindica nada). Habida cuenta de que Arenas nació y creció bajo el dominio del totalitarismo, donde el arte servía principalmente para la propaganda del poder, una vez que logró exiliarse a Estados Unidos pudo observar directamente el papel y el lugar asignados al arte moderno en una sociedad capitalista y mostró en su obra la voluntad de desmitificar las imágenes e incluso el arte. Esta desmitificación no fue ni es en absoluto la manifestación de una rabia nihilista, sino la traducción de un deseo irreprimible de desmontar los subterfugios de la pintura, los mecanismos de la representación y de las utopías, de hacer fracasar la trampa de las imágenes frente a un repertorio iconográfico tan simbólico como el del comunismo o la patria, de librarse de la fatalidad de un acercamiento ideológico de las obras y de quitarse de encima su lastre histórico. El repertorio imaginativo de Arenas va más allá de los maestros de la modernidad o post modernidad. Para él, el contexto desempeña un papel determinante, su obra tiene una dimensión narrativa, es una obra de la proyección. Sus cuadros están poblados de signos ambivalentes, son como pantallas, espacios de proyección mental, individual y colectiva. Su práctica de la imagen se acerca al trabajo del sueño descrito por Freud, es decir la figuración del contenido del inconsciente, la figuración de la experiencia de un sujeto por condensación, desplazamiento y arreglo visual, el contenido del sueño que no consta exclusivamente de situaciones, sino que encierra fragmentos inconexos de cuadros visuales, discursos y hasta trozos de ideas no transformados.
La obra de Néstor Arenas, una experiencia sensible del mundo, es la de un artista difícil de clasificar. Sabe, como Picabia, que hay que ser muchas cosas y que el arte no puede o no debe ser moderno, el arte sólo es posible como retorno al origen. Podemos preguntarnos si estamos en presencia de una voluntad de imitación de carácter infantil, de un intento cínico de mistificación, de una iconoclasia, de un desprecio de las convenciones. Su obra sustituye sin cesar un juego de apariencias (una superficie hecha de pintura, de fotografía, o ambas a la vez) a otro (una sensación visual), lo que autoriza cualquier permutación de sentido. Una parte de cada obra siempre debe permanecer oscura, la que pertenece al artista, la parte de su libertad. Con el mismo interés, explora las diversas posibilidades de la figuración al mismo tiempo que el valor potencial de la abstracción a fin de dilucidar las fronteras movedizas de una fenomenología práctica de la percepción. Debemos reconocer el virtuosismo técnico que muestra que Arenas asimiló el legado de los más importantes artistas de la historia del arte. El arte de Picasso, verdadera gramática pictórica, le ofreció una lección imborrable de sintaxis formal, Picasso llevó a Néstor Arenas en la dirección de una práctica devoradora, de un eclecticismo ávido de sustentarse del catálogo de las formas y géneros del arte universal, de la exigencia de una libertad soberana.
Su obra no deja de explorar el campo visual y se renueva por ciclos, a intervalos más o menos regulares el artista anexiona otros territorios estilísticos y temáticos. Pero siempre sus imágenes funcionan como signos ordenados según su propia y particular sintaxis formal. Es ésta una de las grandes lecciones que recibió de René Magritte. Arenas forma parte de los escasos artistas actuales capaces de crear mucho más que simples obras, él elabora un verdadero universo. Un universo donde la forma y el color son el centro neurálgico y que constituye a la vez el vehículo privilegiado de la imagen y del propio objeto de la imagen. Por su diversidad, su hibridismo, su fantasía, su provocación, su poder evocador, pero también por su poesía y simplemente por su belleza, la parte esencial de las obras de Néstor Arenas escapa en definitiva al análisis objetivo. El humor (por más que trate de temas graves o dolorosos), parece ser en sus obras un antídoto contra la fatuidad y el academismo, la ligereza constituye el signo último de su reverencia por el arte, una reverencia en forma de pirueta. Su risa cáustica, sus parodias, sus referencias a personajes históricos como Jesús, Marx, Stalin, Castro, Gagarin…, a personajes de los cómics o los dibujos animados (Mickey Mouse, Superman, Super Mario…), su inclinación por lo grotesco, por la caricatura, no proceden de la fantasía o del cinismo postmoderno, se trata de algo muy serio que está presente para manifestar la absoluta precariedad de la forma significada respecto a las vivas fuerzas inconscientes que rugen en su interior. Aparecen como una constante en su obra que nunca propone una visión unívoca de las cosas dada la acumulación de sus componentes contradictorios e ilusorios. Así, su arte nos remite a una tradición del arte del siglo XX: la búsqueda de una fantasmagoría iconográfica procedente de orígenes populares, de ilustraciones banales y anodinas, la mezcla de significantes trágicos y frívolos en una misma composición, el abrupto cambio de escala o de género a fin de recordar el auténtico valor de la cultura visual y de aumentar la sensación onírica de una imagen pintada, la cual se apodera de la mirada e inunda la conciencia del espectador.
Abril de 2017