Apariciones autónomas.
Por Ricardo Arcos-Palma
La obra de Gustavo Vejarano, uno de los artistas más significativos de la escena latinoamericana, se expone actualmente en la Galería Sextante en Bogotá Colombia. Echemos un vistazo crítico a su obra que está enmarcada dentro de una búsqueda sobre la estrecha relación entre la naturaleza y lo humano, abordando de una manera casi mística el asunto de la pintura. Quizá debamos decir que lo sagrado como fuente de inspiración está en el nudo de esta experiencia estética. La visión de Vejarano permite la exploración de diferentes aspectos de la pintura en la que se hace visible una forma de luminosidad y movimiento que aparece en la superficie de las cosas, particularmente del agua, del mar. Grandes telas elaboradas en su taller de Bogotá y de Taganga en el Caribe colombiano generan un puente fundamental con una nueva idea del paisaje. Un paisaje que no es propiamente figurativo sino de-figurado. Ya veremos a qué me refiero cuando hablo sobre la defiguración.
En efecto, es la mirada la que se problematiza con el asunto de la pintura que reconoce en ese nuevo espacio otras maneras de sentir la superficie del agua y el reflejo que se centra en la imagen. Hablando con Gustavo, él insiste en una especie de forma que se deforma, en ese movimiento ondulatorio que propone el agua del mar, generando una fascinación en la mancha. La mancha se considera equivocadamente como algo negativo, algo que enturbia la superficie de las cosas. Tal cosa está manchada por lo tanto no es digna de nuestra admiración. Sin embargo, en temas artísticos y estéticos, la mancha es una exaltación del color y de las formas que nos atraen como un imán. Una mancha es el detalle exaltado y el inicio mismo de la forma que se anuncia como promesa.
Imposible dejar de pensar en la teoría de la mancha que pone en evidencia Jacques Lacan, cuando él recuerda el momento donde su padre lo lleva muy de madrugada en un bote con los pescadores que se disponían a tirar las redes mar adentro, esperando que la marea al salir el sol hiciera su trabajo dejando en las redes los peces. En ese momento donde aún la noche se resiste a partir, para dar paso al día, Lacan niño ve como a lo lejos hay un punto luminoso que oscila con el movimiento de las olas. En ese va y viene se prende y se apaga y eso le atrae sobremanera. El bote se acerca hacia ese punto luminoso… cuando el bote está cerca el niño se da cuenta de que se trata de una lata de sardinas que flota en el mar. Esto que parece un chiste, se convierte en el punto de partida de uno de sus seminarios en el Collége de France, donde sus reflexiones sobre la mirada configuran en ese momento la idea de la mancha como un punto de vista que captura la mirada de quien mira devolviéndole a manera de espejo su propia mirada. ¿Quién mira a quién? ¿Qué mira a quién? Sería la pregunta adecuada. En el caso de la obra de Vejarano podemos vivir una experiencia similar de ahí la pertinencia al recordar esa anécdota del psicoanálisis que tanto ha aportado al estudio de la mirada y la imagen.
El artista en tiempos pandémicos busca refugio en ese puerto llamado Taganga muy cerca de la Sierra Nevada de Santa Marta en el Caribe colombiano, donde aún existe un pequeño lugar que resiste a la oleada predadora del turismo. Allí el artista observa la vida de los pescadores y el pasar del tiempo, donde el sol al ocultarse le atrae fuertemente y la contemplación deviene un escenario perfecto para entender lo que acontece a su alrededor. Esto nos dice a manera de confesión:
“En Taganga, después de las 4 de la tarde, hay un cambio casi imperceptible en el ambiente. Hay como un silencio que se insinúa y de pronto los cantos de los pájaros se oyen nítidos. La luz, cálida, empieza a acariciar las formas dándoles relieve y presencia. El sol ya no muerde inclemente, sino que te toca con gracia y sientes el placer de ser iluminado. La naturaleza se afana en terminar su quehacer para acomodarse a la noche que se acerca silenciosa. Un par de horas más tarde el sol, al ser tragado por la noche, lanza sus rayos y dardos de luz que iluminan el mundo, en una explosión de luces que inundan el cielo cambiado constantemente en los colores más creíbles y maravillosos”.
Gustavo Vejarano, parece un impresionista a destiempo, semeja a un Zola en el Caribe o un Monet a los pies de la Sierra Nevada de Santa Marta. Sus palabras pintan una atmósfera reconocible solo por aquellos que son capaces de observar de cerca los cambios imperceptibles del pasar del tiempo. La paciencia del observador-artista basa su obra en la búsqueda de lo sagrado y su estrecha relación con la naturaleza. En este sentido podemos afirmar que la esencia de lo que Spinoza buscaba en la filosofía, Vejarano lo busca en el arte: la natura naturante que se traduce en la forma formante, en ese universo creativo donde la materia cobra fuerza a manera de umbrales que se abren como superficies donde la luz configura otras formas. Y este asunto no es insignificante para el artista; todo lo contrario, es la fuerza creativa donde lo atmosférico parece tomar forma:
“La que antes era una forma contenida, explotó. Se desvanecía en los fluidos de la mancha, en los ríos de color, que se mezclaban dándose vida mutuamente, imitando los movimientos de los cielos.
Los atardeceres, día tras día contemplados, abrieron los poderes del ocaso, la puerta de la noche, de lo desconocido, de lo oscuro, de lo potencial, donde el alma regresa a la nada, y me poseyeron”.
Jacques Lacan en su seminario 11 indaga sobre la mirada y el ojo, vuelve una y otra vez apoyado en la fenomenología de Maurice Merleau-Ponty, sobre la idea de la mancha que configura la mirada y el ojo esquizo que de una u otra manera hacen visible lo invisible. La posibilidad de hacer evidente lo que no es necesariamente evidente. La imagen figurada intenta como una anamorfosis crear otra forma, informe y eso se releva y se vuelve materia pictórica; en la obra de Vejarano, una forma que no alcanza a ser figura, porque no pretende ser figura, tan solo haz de luz, hilo de luz, lo que el artista llama una aparición autónoma, es casi una epifanía. Según Lacan ahí se deja ver una función que es apenas reconocible:
“Si la función de la mancha es reconocida en su autonomía e identificada a la de la mirada, podemos buscar su rastro, el hilo, la huella, en todas las capas de la constitución del mundo en el campo escópico. Entonces nos daremos cuenta de que la función de la mancha y de la mirada es en ella a la vez lo que la gobierna más secretamente y lo que siempre escapa a la captación de esta forma de la visión que se satisface consigo misma, imaginándose como conciencia.”
Tal consciencia es lo que emerge en la pintura de Vejarano, pero jalonada por una especie de emergencia intempestiva que hace del color informe una verdadera sinfonía plástica. En efecto se puede “escuchar” ciertas vibraciones luminosas como si se estuviese frente a una revelación mística, que todo artista había buscado durante esa larga historia de la humanidad que conocemos como arte: Lo que veía manifestarse – dice Vejarano -, era lo que los pintores de todos los tiempos han buscado y que yo, en mi afán de dar forma a lo invisible, había rehuido: la luz, el espacio, la profundidad, la atmósfera. En ese encuentro feliz, donde la pintura se convierte en una revelación, donde la tela recrea ese paisaje en el que el agua, la luz, el aire, los vientos cálidos y húmedos, abren un espacio de percepción donde los sentidos de quién ahora contempla la exposición, se abren como verdaderos poros de la consciencia.
Para el artista, la mancha se convierte en un escenario amplio donde ahora quien observa pueden encontrar un referente o asidero mental y configurar su propia imagen:
“Es una línea muy delgada en la que la mancha se vuelve forma y yo quería mantenerme en el espíritu fresco y espontáneo de la mancha sin referencias figurativas. Sin embargo, la magia de la mancha es que se presta a mil interpretaciones de nuestras mentes.”
La mancha que es aún informe y de-forme, sugiere muchos caminos interpretativos para quién observa la pintura. Puede ser esto y aquello, pero jamás lo mismo. En ese sentido la pintura de Vejarano es una ventana abierta a la reconfiguración del paisaje. Un paisaje que no es horizonte, ni lejanía como lo plantearon los románticos, ni mucho menos un intento de atrapar el tiempo sobre las cosas y la naturaleza en la ebriedad del color como lo hicieron los impresionistas, sino más bien pura y luminosa superficie: paisaje superficial que hace de las telas un nuevo territorio donde la mirada puede posarse.
En definitiva, Apariciones Autónomas es una aventura estética donde la pintura no solo reconfigura el espacio perceptivo, sino que recoge una serie de sensaciones que los modernos hicieron visible en sus búsquedas pictóricas y que hoy Gustavo Vejarano como un verdadero contemporáneo, en los términos en que Giorgio Agamben lo ha planteado, es capaz de dar cuenta de esa parte de luminosidad que habita en la oscuridad.
(Ricardo Arcos-Palma es teórico, curador y crítico de arte. Miembro de AICA. Bogotá 2024)