
Adiós a los Condes de la Fernandina
Hugo Consuegra: El verbo de la forma y el color
Por Hilda María Rodríguez Enríquez
El pasado 21 de febrero de 2025 fue inaugurada, en el Museo de Bellas Artes de La Habana, la exposición (des) Arraigos del artista cubano Hugo Consuegra, lo cual ha significado un verdadero acontecimiento deseado y, sobre todo, sin dudas, la consecuencia de la labor intrépida de la curadora a cargo de la colección de la década de 1950.
De su camino
Hugo Consuegra perteneció a la generación de artistas que, en los años cincuenta, encarnaría una nueva ruptura estética, caracterizada por el abrazo a la abstracción, al expresionismo abstracto, junto a un grupo de creadores, como respuesta a su insatisfacción con lo que acontecía en el contexto cubano y, en especial, con los lenguajes que le precedían. La expresión más concreta de la validación de ese expediente fue la constitución del grupo ¨Los once¨, en 1953, del cual el artista formó parte.
Las motivaciones de la agrupación se convertirían, muy pronto, en conflictual sendero, toda vez que privilegiaban los presupuestos estéticos, proclamaban la jerarquización de la experiencia perceptual con especial intensidad y la urgencia de encontrar una vía diferente de acercarse a la realidad.
El grupo estuvo inicialmente integrado por Hugo Consuegra, José Ignacio Bermúdez, Francisco Antigua, René Ávila, Fayad Jamís, Guido Llinás, José Antonio Díaz Peláez, Tomás Oliva, Agustín Cárdenas y Viredo, aunque veintiún artistas estuvieron vinculados a la agrupación. Luego se integró Raúl Martínez, tras su regreso de Chicago. Aún en la tercera exposición el grupo no se había nombrado, pero fue un acontecimiento visual que he considerado señalar por la apreciación que Joaquín Texidor, a cargo de quien estuvo el texto del catálogo:
¨Aquí no vamos a encontrar paisajes, ni desnudo, ni bodegones, ni nada que tenga las dulzuras de la bagatela impresionista o surrealista; sino un arte que parte de los problemas, del drama, que tienen ante sí, todos y cuantos sienten y confrontan los conflictos espirituales del hombre contemporáneo¨[1]
Texidor carga de contenidos la mayoritaria representación que abogaba por la no objetividad y los postulados de la pintura-pintura. Pero no todas las críticas eran laudatorias; recibieron ataques, experimentaron rechazo y burla, sobre todo por el cuestionamiento de la renuncia que hicieran a lo ¨explícitamente figurativo¨ y, sobre todo, a la supuesta pérdida de cubanía.
Paradójicamente a lo que se pensaba y se promulgaba sobre estos artistas, al interior del grupo- contando los que se mantenían cerca y exponían ocasionalmente con él – no cesaban las polémicas de carácter artístico en relación con los presupuestos estéticos y sobre las figuras que, a nivel internacional revolucionaban el estado de opinión sobre lo que debía ser considerado arte. Pero sobre todo los abstractos quisieron poner en valor sus referentes estéticos, el lenguaje escogido y los códigos que respondían al espíritu del tiempo en el cual creaban, bajo los desafíos propios de todo cambio.
Y esta inflexión en el análisis es necesaria, para señalar que no estaban desconectados de la realidad objetiva, pese a las contradicciones internas. Sirva citar un ejemplo conocido y nada idealista: El 28 de enero de 1954, se realizó la exposición Plástica Cubana Contemporánea. Homenaje a José Martí, la cual fue conocida como la Antibienal, un gesto contestario y contrapropuesta a la Bienal Hispanoamericana de Arte, organizada bajo el auspicio de Fulgencio Batista y de corte franquista. En ella estaban presentes reconocidos artistas y buena parte del grupo Los Once.
Esta exposición significó, tal y como lo expresara la Dra. Graziella Pogolotti ¨ (…) el doble gesto, en términos simbólicos y prácticos que (…) se convertiría en expresión de rebeldía y de rechazo a todo intento por hacer de la cultura un instrumento de la legitimación del régimen (…).[2]
Independientemente de los caminos ulteriores tomados por algunos de los artistas involucrados en el grupo y en esta exposición, es pertinente resaltar que la muestra se convirtió en un gesto, una acción que respondía a la tradición de vanguardia y sus expresiones de resistencia, aún desde la aparente desconexión del arte abstracto, tan severamente juzgado. Por esos años artistas como Hugo Consuegra, Raúl Martínez, Antonio Vidal, Agustín Cárdenas, Mario Carreño, Francisco Antigua y Fayad Jamís, gozaban de credibilidad ante una parte de la crítica, aunque existiesen detractores.

Anatema

Antiheroico
Más allá de los contrapuntos existentes respecto a lo que se proponía el grupo Los once, a nivel estético y el camino a tomar para jerarquizar la abstracción, Consuegra logró un balance similar a la correspondencia entre la tesis y la antítesis. Estaba en la convivencia de lo no figurativo con las ¨llamadas al mundo objetivo¨, pero con sutileza, la misma que se manifestaba en los títulos de sus obras, cuya esencia seductora, irónica y particularmente ingeniosa, me hace recordar el papel que le concediera Servando Cabrera al modo de nombrar sus obras.
En este punto, cito la aclaración de Consuegra quien se consideraba: ¨Pintor de sentimientos y no de objetos, los motivos de mi obra han sido las situaciones subjetivas, estados de ánimo, emociones, etc.… Así pues, ¨la realidad¨ no ocurre en la superficie del lienzo, como el resultado de un gesto independiente, sino en el ámbito de mi imaginación, de donde copio¨.[3]
Con independencia del grado de acuerdo con la puridad de la imaginación, si creo en la concepción de forma y color, a modo de¨ verbo¨, tributario de una suerte de sintagma visual que sortea los facilismos. Mientras pensaba en esta cualidad, por la cual la obra de este artista ha resultado de fuerza distintiva, no sospechaba algo tan revelador como lo que escribiera Raúl Martínez en su libro Yo Publio y que fuera citado por Consuegra en su libro.
Haciendo referencia a los encuentros y polémicas acerca del arte y la realidad social que, entre artistas e intelectuales como de Oraá, Corratgé, Llinás, Oliva, Texidor, Baragaño, entre otros, ocurrían en la azotea del cine Manzanares, Raúl recordaba que:
¨ (…) En aquellos momentos los creadores más formados eran Hugo, Guido, Cárdenas y Oliva. Yo solo lograba articular palabras aisladas y tomaba por demasiados caminos con frecuencia. Necesitaba encontrar el verbo con el cual poder formar oraciones completas y coherentes. Eso le sobraba a Hugo Consuegra, él tenía en aquellos momentos la gramática acaparada¨.[4]

Desarraigo
La obra de Consuegra cuya pregnancia le debe a su doble condición de arquitecto y pintor, estuvo embebida en las esencias del legado moderno; una propuesta de férreo apego a la pintura como medio, al dimensionamiento de la forma y el color en notoria emancipación, pero plena en una morfología sugerente, de narrativas que el espectador cree descubrir como expresión de anclaje y evocación del sentido de las ¨cosas¨.
Ciertamente, pronto su obra destacó por la complejidad del espacio pictórico, las estructuras internas enérgicas y asentadas en un orden racional, mas no hierático. El equilibrio está logrado por una estrategia que otorga un protagonismo calculado al contraste y a la armonía, a la relación entre intensidad, valor del cromo, formas orgánicas y geométricas, tensión y distensión entre planos, territorios, líneas y volúmenes. Y resultan distintivas las texturas que pueblan determinadas zonas ofreciendo corporeidad o sugiriendo la apariencia de organismos vivos.
Su obra es reveladora de un modo particular de concebir la composición. La racionalidad mencionada admite el escarceo en la accidentalidad, el guiño espontáneo de la mancha, pero todo goza de orden, lógica en la estructura interna de la obra. En las piezas de la década de 1960 puede notarse un más visible apego al informalismo y al expresionismo abstracto. Aunque en los dibujos a tinta de los años cincuenta, hay un armónico maridaje entre la línea y la mancha provocada por la aguada que, distorsiona, desdibuja las figuras sugeridas. Formas geométricas y orgánicas se articulan a partir de una concepción meticulosamente dispuesta.
Cuando insisto en las articulaciones en la obra de Consuegra, no puedo menos que traer a colación sus propias consideraciones:
¨ (…) yo trato de buscar una equivalencia pictórica a una determinada experiencia subjetiva, pero no por medios simbólicos sino presentando un ¨todo¨ que actúe sobre el espectador como una directa experiencia psicológica, y que pueda se aprehendida, captada como una asociación perceptual total, incapaz de ser analizada en sus componentes. ¨[5]
Ello me otorga la licencia para encontrar una narrativa aun cuando renunciemos a tomar en cuenta los títulos; pero incluso puedo hasta suponer subtramas, con lo cual se bifurca la interpretación. Vale subrayar que estas especulaciones de mi percepción me asaltan, aún más, en las obras de los años dos mil.
En un amplio segmento temporal, entre los años cincuenta y noventa del siglo XX (para mí, especialmente en la última década), algunos críticos y artistas contemporáneos a Consuegra (como Raúl Martínez, por ejemplo), han coincidido al constatar, que sus obras parecen evocar elementos de la naturaleza – al tiempo que noto- se hacen notables las formas complejas en el espacio, en el cual se destaca la corporeidad de los planos de colores superpuestos, las huellas, las líneas solapadas o aquellas divisorias de los volúmenes.
Hay en estas obras tirantez e integración, ésta última manifiesta en la feliz invasión y penetración de unas zonas dentro de otras, aunque exista independencia. Consuegra también reordena a través de planos de color homogeneizadores de algunos espacios, con lo cual revela esa racionalidad arquitectónica de la que obviamente es deudor.

La Huella

Pusilánime
Entre los años cincuenta y sesenta, el artista participa en múltiples exposiciones con el grupo; pero también realiza muestras personales y toma parte en eventos internacionales, entre los que se distinguen las Bienales de Sao Paulo (Brasil), a las que asistió en tres ediciones diferentes, con especial trascendencia en la de 1961. La dimensión reconocida de este artista, es la que me ha provocado siempre el hecho de distinguir un lugar para justipreciar su obra, más allá de las distancias y los silencios.
Consuegra ha destacado por la vastedad de su producción, la cual se muestra con gran enriquecimiento durante toda la década de 1990, en la que existe una notable abundancia de formas y una paleta muy variada. A partir de la producción de 1992 aproximadamente, las masas de color e intensidad de sepias que reinaban en los años precedentes, le dejan lugar a las construcciones en las que parece haber una mayor definición iconográfica; otorga un papel connotado a la línea, mientras el color continúa la tendencia suscitativa, acaparadora de la seducción sensorial. Es posible encontrar tonos apastelados, neutros cuando acude a los grises, los ocres, pero también y, especialmente en los años dos mil, hay contrastes en los que el cromo impacta por su brillantez.
Para el artista, la abstracción – en su expandida asunción- fue el canal; pero encontró un sistema de códigos e íconos que desatan varias lecturas. Se establece un vínculo cognitivo con el receptor, porque parecen existir claves, guiños, señales que invitan a la intervención del texto visual como si se tratara de un acertijo, un juego mental. Uno puede creerse que está bien enterado del discurso implícito o de la pretensión del artista que, ¨deja escapar¨ la coartada alusiva. No hay que negar que sus propuestas son extraordinariamente atractivas en su enigmática construcción; pero son seductoras también porque se vuelven incentivos, sin ataduras fijas. Son desprendimientos de la experiencia de vida en la que colocamos, en un mismo nivel, lo inefable y lo conocido.
El universo cromático y las combinaciones dentro de él, son irrepetibles, ni siquiera se repiten las gamas, ni hay demasiadas convenciones para concebir armonías y contraste; bastaría citar obras de la década de 1990. El complemento de ese manejo de la paleta está en las formas, unas veces definidas por el propio color, otras por la línea que, dentro de los planos cromáticos, descubren posibilidades de aparentes motivos caprichosos, ardides lúdicos, alusivos quizá, al universo introspectivo de Consuegra y los laberintos de su psiquis. Y vuelvo a pensar en sus obras de los años dos mil.
Es curioso también que el empaste no es predominante en la aplicación del color (aunque haga uso de él, con gran pericia, justo como en La huella, 1960); la transparencia y la textura visual se encargan de las sutilezas o las diferencias texturales. Mientras, la colocación de un pigmento sobre otro – incluso cuando no ha secado la aplicación o aplicaciones que preceden a la pincelada o brochazo final- modifica los tonos, desdibuja contornos y provoca atmósferas locales, puntuales, de agradable incidencia sensorial.
La obra realizada luego de su migración, primero a Madrid (1967) y luego a los Estados Unidos en 1970, desvela su nostalgia por la Isla, la cultura, la tradición, aún desde su sentimiento de reticencia. En especial la producción de los años noventa, como en las treinta y cinco obras de su serie Habaneras, atrae elementos rescatados del arcano universo de la reminiscencia. El viaje, al cual tanto hizo alusión como metáfora de la separación y el desarraigo, quizá nunca terminó para él.
(des)-Arraigos
La exposición que, bajo el título que nos conduce a una de las obras más conocidas de Consuegra y, reveladora de la idea más precisa del desprendimiento físico-emocional, ha sido concebida con casi la totalidad de las obras que atesora Bellas Artes.
Curada por la historiadora del arte y curadora de la colección ¨Otras perspectivas del Arte Moderno ( 1951-1963), Yahima Rodríguez Pupo, la propuesta curatorial es testigo de su investigación y, especialmente, de la necesidad, inaplazable por más tiempo, de revisitar la producción que quedaría en Cuba, de Hugo Consuegra, uno de los indispensables de la historia del arte contemporáneo cubano, de uno de los miembros del grupo Los Once, el cual supuso un corte con los presupuestos estéticos que le precedieron.

Rey Obsecado
Para todos y, para los más jóvenes, aún los estudiantes de Historia del Arte, el encuentro con estas obras del artista resulta un privilegio después de tantos años de silencio. Estar frente a lo que, hasta ahora, había sido visualizado en los pocos libros que transitan entre algunas manos o en pocas diapositivas, mostradas en clases, no es un mero ¨elapso tempore¨[6], constituye una ocasión única, un registro gozoso de piezas que muestran la esencia de un creador, perteneciente a una época que, como siempre en la historia de nuestro contexto, también exhibe el espíritu de vanguardia, el usufructo inteligente de las influencias, provenientes no solo de la abstracción más atrevida, el expresionismo abstracto, el liberador gesto del informalismo, sino también de los desafíos que supuso el influjo del pop art, en esa segunda mitad de los sesenta ( y no me perdonaría olvidar en la mención de esta última pulsión, a Raúl Martínez, su impulsor de avanzada en Cuba).
La obra Antiheroico, es un buen ejemplo de esa influencia temprana del pop, acá en la Isla. En ella, los colores primarios y algunas manchas de sus mezclas que, destacan entre líneas, saetas y planos cortantes (arquitectónicos), acompañan el detalle de un ¨cuello¨ de una botella de refresco, para irrumpir- a su vez- en otro plano oscuro-sepia, de la obra. El plano invadido, está habitado por formas geométricas, resueltas con líneas, algunas orgánicas, otras más rectas, creando triángulos y también manchas, que se entrecruzan, conformando un entramado, que evita ser denominado. El todo de la pieza es algo ¨desconcertante¨, disruptivo, como el sentido mismo de su título.
No faltan los reclamos figurativos, en composiciones que semejan collages y que evocan, llaman a la memoria y a la nostalgia, dejando asomar a ese poeta indisputable de la historia de la literatura cubana, o nos hace desempolvar, en el recuerdo, lo que se nos antoja camafeo. Hibridación de rayones que parecen describir copas de palmas y planos de bordes geométricos, a modo de cintas de celuloide. Todo ecléctico, en Adiós a los condes de Fernandina, de 1965.
De un año anterior, Y finalmente, la negación de la negación (1964), tinta de gran exquisitez estética. En ella combina lo geométrico, sugerido con manchas de límites que delatan la huella irregular del pincel y, logra transparencias insospechadas en la gradación entre el negro y el blanco, a través de brochazos y tapa, despoja de limpieza esos planos blancos, de lo que parece ser el fondo primario de la obra, la cual, por cierto, es cartulina. Y, para romper aún más cualquier sesgo de linealidad perceptiva, Consuegra se inventa arabescos (como detalles de diseños de rejas coloniales), los cuales seguramente hizo con el cabo del mismo pincel, sobre las mencionadas huellas de ¨luz blanca¨ que, a modo de accidente, interrumpen el plano más amplio oscuro que, inunda la mayor parte de la composición. Es una obra plena de sutilezas de recursos visuales y expresivos, aprovechando la versatilidad de la tinta misma (aunque demande rapidez al trabajar con ella), por lo que ningún tono o gradación es pura, ninguna pincelada es relamida. Hay un balance entre lo deseado, lo intencionado y, aquello que ocurre durante el proceso, en el que la emoción, la espontaneidad del gesto y el azar intervienen, con suerte.
Y, como en recorrido retrospectivo, el resto de las tintas, hechas en el rango temporal entre 1951 y1964 y, en las que también combina la técnica de la acuarela, merecen una mención sustantiva. Profusas, proverbiales, despliegan, una vez más, ese dominio del dibujo, el manejo de la plumilla (pero con desenfado en el trazo), de las transparencias y la soltura contenida para que nada sobre, para que nada falte. Y, a propósito, el artista declaró en el centro de estas obras, la presencia y narrativa del ser humano, las cuales, por cierto, pueden ser algo crípticas; pero algunos de sus títulos permiten colocarnos en su sentido de reflexión crítica de naturaleza ética (Rey obcecado, 1959), (Pusilánime, 1962) y el conjunto titulado Un compañero a muerto de 1962. Una de las obras en esta sección, S/T de 1951, destaca por sus dimensiones mayores a las del resto y, sobre todo, porque es un collage en el que se combina textos manuscritos, dibujos a tinta y fragmentos de partituras de piezas musicales. A mi modo de ver, se vincula con los presupuestos del conceptualismo.
Y, de pulsiones que, como asimilador sagaz, han sido vislumbradas en la obra de Consuegra, se impone mencionar la forma peculiar de lidiar con la abstracción y el parentesco con las soluciones que también daría a sus obras, un artista como Antonio Vidal, lo cual pudiéramos encontrar en la obra Desarraigo de 1961. O, ese aprovechamiento del expresionismo abstracto y del informalismo, en obras como Anatema de 1964, que nos remite a los recursos visuales y expresivos tan explorados por Antonia Eiríz. Estos paralelismos con sus congéneres, sólo nos hacen denotar las transversalidades, los cruzamientos de información entre los artistas. Y, recuérdese que, los miembros del grupo Los once e invitados amigos, solían reunirse, primeramente, en el Café Las Antillas, en la calle San Miguel entre Consulado y Prado y, luego en la azotea del cine Manzanares, donde tenían lugar sus polémicas y discusiones sobre múltiples temas que les interesaban e inquietaban. Nada más parecido a un buen caldo de cultivo para el tránsito inevitable de referencias.

Un compañero ha muerto (1)

Un compañero ha muerto (2)
En verdad, la reciente exposición (des)-Arraigos en Bellas Artes, comienza en su recorrido museográfico, por las tintas que pertenecen a los años cincuenta y sesenta, aunque haya dejado los comentarios de estos dibujos para el final. En realidad, se debió a una intencionada connotación, toda vez que, suele referirse -con mayor asiduidad- su producción pictórica. Las tintas (muchas de ellas con acuarela), distinguen por la presencia del elemento figurativo, tanto en los ¨valores¨ formal como contenidista, lo cual mereció mi casi último comentario sobre las obras.
Pero el acontecimiento expositivo es significativo por la cuidadosa presentación de las obras de Hugo Consuegra, de los años cincuenta (1951) y sesenta (1966), como parte de un guion museológico para el cual se consideró exponer cuarenta y una piezas, casi la totalidad de la colección. He conocido por la curadora, que la exposición y la propia colección permite mostrar obras en las que reconocemos la solidez del lenguaje, al tiempo que anuncia una movilidad hacia la figuración[7].
También es menester mencionar el trabajo museográfico que estuvo compartido con el diseñador Carlos Sotolongo y, del que destacan las soluciones de la construcción temporal de paredes y el uso del cromo naranja, en función de crear un diálogo con la paleta viva de las piezas, así como la ambientación favorable en el espacio del museo. En realidad, esta licencia de realizar un trabajo más dinámico con los espacios y los cambios de colores, en franca relación con la naturaleza de las obras de exposiciones transitorias, está siendo un recurso a saludar, como parte integral de los proyectos curatoriales. Por cierto, sucedió, con particular articulación y efectividad, en la reciente exposición personal de la artista Rocío García, curada por la especialista Laura Arañó, lo cual fue más allá de una argucia para resolver el ¨asalto¨ cromático causado por las obras de la creadora.
El recorrido de la exposición cuenta esa historia que quedó inconclusa con la partida de Consuegra, en efecto de desarraigo y de oclusión. Mas también ha sido, en su antinomia, el reencuentro para unos y el encuentro para muchos, con un tesauro visual que tiene el valor del verbo, dentro de una producción bien arraigada, en el camino del arte contemporáneo cubano, el cual sigue siendo de vanguardia.
Marzo, 2025.
Citas:
1.Citado por Hugo Consuegra. En Elapso Tempore. (Miami, Florida, Ediciones Universal:200)),100.
2.Citado por Consuegra. Elapso Tempore,16.
3.Hugo Consuegra. Elapso Tempore, 176.
4.Raúl Martínez. Yo Publio (La Habana: Editorial Letras Cubanas,2007),335.
5.Hugo Consuegra. Elapso Tempore, 25.
6.Parafraseando el título del libro biográfico de Consuegra, citado en este texto, el cual contiene lo más importante de la experiencia y obra del artista.
7.Intercambios con la Curadora Yaima Rodríguez a través de diferentes conversación e intercambios acerca de la exposición, durante el mes de marzo de 2025.

Un compañero ha muerto (3)

Un compañero ha muerto (4)

Un compañero ha muerto (5)

Un compañero ha muerto (6)

Y Finalmente..