David Mateo
A finales del 2018 comencé a trabajar en un proyecto de curaduría con el artista Lancelot Alonso, que nos vimos precisados a postergar en varias oportunidades. La primera de ellas fue cuando tuve que viajar unos meses a México con el propósito de organizar la participación de la revista Artcrónica en la Feria de Arte Zona Maco y hacer los trámites de legalización de la marca editorial desde su perfil latinoamericano y caribeño. La segunda fue el inesperado angioma cerebral que sufrió el artista, que lo obligó a permanecer un período de tiempo hospitalizado y luego en fase de recuperación. Acrecentando aún más esa situación de retraso, ambos tuvimos que mantenernos recluidos en casa desde marzo hasta diciembre de 2020, como parte de las medidas sanitarias adoptadas por el país para contrarrestar la pandemia de Covid-19.
Por fortuna, Lancelot comenzó a recuperarse bastante rápido, y en el mes de enero de 2021 me volvió a invitar a su estudio en El Vedado para retomar nuestro proyecto de curaduría y revisar los nuevos lienzos que estaba trabajando. Confieso que acudí a ese encuentro con una mezcla de expectativa e incertidumbre, pensando en todo aquello que podría haberse disociado a causa del distanciamiento y la circunstancia específica de su accidente. Sin embargo, quedé muy sorprendido cuando estuve frente a los cinco o seis lienzos de mediano y gran formato que Lancelot había concluido. Me percaté de que aquella dosis de especulación onírica, surreal; aquellos escenarios de sugestión erótica, que habían despertado mi interés en los inicios, todavía estaban presentes y mantenían sus principales valores alegóricos y estéticos. Repasando los detalles de las imágenes, comprendí que el artista se enfrentaba a una disyuntiva de doble significación: por un lado, la de tratar de preservar –al menos evocativamente– las contingencias vivenciales que sostenían de manera habitual su acervo iconográfico y, por el otro, mantener a toda costa la correlación entre los matices elucubrativos inspirados en esas experiencias y sus expresiones alegóricas concretas.
Cuando le expuse a Lancelot mis consideraciones favorables sobre esa primera aproximación a sus nuevas obras, me comentó que las escenas emblemáticas de su trabajo, los personajes y las contingencias histriónicas defendidas desde su pintura, habían contribuido también a mantenerlo a salvo. “A veces se manifestaban como gratos episodios de ensueño y otras como evocaciones de preocupante desazón”, me dijo. “Estando aún convaleciente, todo lo continuaba reproduciendo en mi cabeza con una claridad meridiana: lo que había vivido, lo que había recreado artísticamente, y mucho más…”.
Era obvio que el estado subconsciente de interconexión al que se refería Lancelot había desplegado al máximo su capacidad activadora, inductiva, pues en las nuevas composiciones pictóricas que tenía ante mis ojos aún prevalecían las figuras humanas en actitud de dubitación y quiebre; los desnudos eróticos; las obsesiones amorosas; los animales en comportamiento sumiso o amenazante; las cabezas y los ojos mutilados en referencia a la transmutación o perpetuación de roles; y hasta las habituales inducciones sadomasoquistas y zoofílicas, aunque en menor intensidad. En fin, todo un universo sensorial provocador; un cúmulo de asociaciones aparentemente anacrónicas, pasadas –como de costumbre– por el filtro expresivo, sublimador, de los modos fauvistas y neoexpresionistas.
Si antes de esta etapa, y de la nueva serie titulada Luna Nueva, ya las obras de Lancelot Alonso se mostraban introspectivas, autorreferenciales, ahora más que nunca este tipo de enfoque iba adquiriendo una fuerte carga denotativa. La noción fantástica, fabular, se empieza a reducir en aras de acentuar una voluntad más narrativa y un espíritu de crónica más explícito (aunque no por ello menos catártico desde el punto de vista poético), en torno a la tensa confrontación entre el sujeto creador y su circunstancia súbita, irremediable. La reiteración en los cuadros de un personaje masculino parecido al artista, con pelo largo, espejuelos de aumento y barba tupida, se ofrece quizás como la constatación más directa de esa perspectiva (Tita y Tito y 3:15 am). Ya en el plano insinuativo, podemos hacer referencia entonces a otra imagen del conjunto en la que aparece una figura humana con bisturí en la mano; la cabeza cercenada y, en su lugar, una manzana digerida hasta la semilla (Rosas azules). Esta pieza pudiéramos interpretarla como una alegoría estrechamente relacionada con la operación quirúrgica a la que Lancelot fue sometido, pero también como un testimonio de todo el enorme esfuerzo de recuperación mental al que ha tenido que enfrentarse como artista.
La prominencia de un ambiente de luz escasa, la simulación de una atmósfera de opacidad nocturna y la exaltación de otros objetos utilitarios –como la mesita de noche, el reloj, la lámpara, la tableta de pastillas, el vaso de agua, el móvil o el florero– constituyen claras evidencias también en la obra 3:15 am de esa alusión a las etapas de convalecencia por las que ha transitado. Pero como si todas esas remisiones visuales no fueran suficientes, Lancelot ha pintado un cuadro a gran escala que, considero, es el más emblemático desde el punto de vista conceptual y discursivo dentro de la serie Luna Nueva. El cuadro, que lleva por título La luna es la meta, nos revela un mar turbio, arremolinado, tempestuoso; la figura de un hombre que nada con desespero sobre la cresta de una gran ola. A veces parece que la figura será tragada por la sucesión incontrolable de las ondas; y otras, que romperá el círculo concéntrico, que emergerá una vez más y se impulsará –brazada tras brazada– hacia los márgenes de la composición.
Se advierten también algunas modificaciones técnicas en los procedimientos de esas obras recientes de Lancelot; disposiciones de carácter más bien práctico, facilitador, que inciden en el tratamiento del dibujo y de su ordenamiento dentro del espacio. En realidad, estas modificaciones no deberían sorprendernos tanto, pues pudieron haber sido todavía más radicales, si tenemos en cuenta el incidente grave de salud al que tuvo que enfrentarse. El mismo Lancelot afirma que le ha sido muy difícil volverse a adaptar a los procesos creativos que desarrollaba con anterioridad; que ha debido buscar otras fórmulas para ayudarlo a seguir sosteniendo sus presupuestos representativos sin que se produzcan trasformaciones metodológicas profundas.
A mi modo ver, se ha producido un ligero atemperamiento en la efusividad del dibujo; una cierta desaceleración del impulso gestual y de la dinámica de respuesta para seguir concatenándolo con otros efectos visuales. Entiendo que, para no verse precisado a forzar ese período de recuperación físico y mental en el que se encuentra, Lancelot ha tenido que replantearse estrategias más cautelosas, sosegadas, de recomponer las imágenes. Por ejemplo, ha decidido alargar algunos trazos del dibujo figurativo para así lograr, sin demasiado esfuerzo, la verosimilitud en zonas puntuales de su representación. Ha agrandado las cuadrículas de color con las que cubre, densifica, las figuras y los objetos. Ha optado por una más amplia segmentación gráfica de las escenas donde ellos se insertan. Se han suavizado algunas gradaciones tonales y han ido apareciendo pátinas mucho más homogéneas. El recorte de figuras sobre planos de color es un recurso que me resulta extremadamente efectivo dentro de esta nueva etapa. En determinados instantes percibo que algunas de tales readaptaciones técnicas resultan novedosas y, en otros, que constituyen re-asimilaciones suspicaces de pautas anteriormente descubiertas dentro de su producción artística. Aunque lo significativo es que Lancelot se las ha ingeniado para que ninguno de esos recursos, ahora sobredimensionados, puedan atentar contra los rasgos esenciales de su perfil iconográfico. Desde cualquier perspectiva que se analice esta opción metodológica –no sabemos aún si será temporal o definitiva– vemos emerger una certeza que, incluso, adquiere dimensión de ruta, de sentido: Lancelot está inmerso en un ejercicio práctico de redención; se nos está mostrando desde una pintura algo más cruda, descarnada; le ha ido quitando esa cuota de responsabilidad constructiva, que le había otorgado a la masa de color, para cedérsela al dibujo y su funcionalidad descriptiva.
La Habana, 2021