Declaraciones de Delia María López (DML), especialista del Museo Nacional de Bellas Artes. A su cargo estuvo la curaduría de la muestra Más allá de la utopía, tras la lectura de la historia, que integra el mega proyecto expositivo La posibilidad infinita. Pensar la Nación, inaugurado por dicha institución durante la XIII Bienal de La Habana y que, durante el resto de los meses de 2019, prosigue en exhibición en varias áreas y salas del Edificio de Arte Cubano.
(Artcrónica). ¿Sobre qué presupuestos conceptuales se asienta la exposición que curaste para el Museo Nacional, Más allá de la utopía…?
(DML). La exposición visualiza la historia como línea conductora de un consenso nacional. Es una secuencia ilustrativa del trabajo de diferentes generaciones de artistas. Según la antigüedad del hecho histórico es posible contrarrestar la producción visual de diferentes etapas en un camino de interconexiones que culmina en la actualidad. Al acercarnos al presente comienzan a primar la crónica personal y otras vías de enfrentar el relato histórico. La propia historia resulta la línea que hilvana la exposición –desplegada en sentido cronológico– en su totalidad.
Independientemente de la época, cada artista realiza su propia relectura del contexto, del momento, del hecho: por ejemplo, las ideas románticas dispuestas en torno al tema de la conquista en la obra de Lecler La primera misa de América, pieza de exaltación al proceso de cristianización americano e, indulgente, respecto a los actos belicistas que rodearon el tema. Precisamente, el posterior análisis histórico y el conocimiento y la publicación de determinados textos, luego del siglo XIX, permiten una óptica artística divergente respecto a esos mismos momentos: Gelabert, el estudiante de San Alejandro, en su ejercicio de graduación refiere el gesto protector del padre Bartolomé de las Casas hacia los aborígenes cubanos; o la visión de exterminio desarrollada por Augusto García Menocal, muy extendida en el arte cubano y llevada al punto culminante en un Jesús de Armas, que resume –en un giro expresionista– el drama y la violencia del acto colonizador. O del exterminio.
Podemos articular un relato que se acerca a la comprensión, por parte de los artistas, del contexto pasado e inmediato. Indiscutiblemente, existen algunos hechos históricos a los que nos acercamos también desde la visión propuesta por creadores extranjeros radicados en Cuba en ese momento. Tal es el caso de la toma de La Habana por los ingleses: hecho alrededor del cual está probada la existencia de grabados cubanos, aunque no se conservan. Otros sucesos fueron tratados por creadores cubanos con un desfasaje temporal representativo. Solo en espacios selectos dentro de la Academia o en artistas como Juan Emilio Hernández Giro –se propuso ejecutar una historia de Cuba en imágenes– es que aparecen algunas representaciones de los relatos de Espejo de Paciencia o el ajusticiamiento de los vegueros.
Realmente la primera producción criolla y visual que existe, con respecto al relato histórico, trata el tema de la toma de La Habana por los ingleses y el de la figura del obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, personaje vinculado con la rebelión de esclavos en El Cobre, con el alzamiento de los vegueros, y luego enfrentado a la dominación inglesa. Su imagen es captada en un ingenuo dibujo de Báez, gesto que da por primera vez un espacio a la rebeldía: y hoy se muestra en la exposición. Morell de Santa Cruz es el hombre de nuestro siglo XVIII para esta historia escrita en imágenes.
Otros momentos de la historia quedaron representados a través del retrato, uno de los géneros pictóricos más populares en el período colonial. Se inmortalizaron personajes fundadores, portadores de ideas y cambios, representativos para la expansión de un modo de pensamiento particular propuesto por asociaciones u organizaciones específicas durante la etapa. Cada entidad va a construir su micro-isla por medio de la imagen. Es esta la razón de la existencia de retratos de personalidades como Arango y Parreño, Espada, Varela, Luz y Caballero, todos símbolos del progreso en aspectos determinados de la existencia y el conocimiento, un modo de ser para ese hombre ilustrado.
Independientemente de los temas y hechos abordados, nuestra historia tiene vacíos visuales en su transcurso. Como artista con cierta vocación histórica, como creador dispuesto a rescatar de la realidad fragmentos olvidados o intrascendentes, son estos vacíos los que interesan a José Manuel Mesías. En sus propuestas se evidencia tácitamente esa búsqueda de diálogo, esos conexos espirituales –casi arqueológicos– entre la producción actual y de antaño. En su trabajo con falsas reliquias construye supuestos objetos ideales para el gabinete de un museólogo o coleccionista. Representaciones materiales ficticias de determinados hechos y sucesos históricos. Hay un arco temporal, de 1812 a 1912, que se completa a partir de piezas que Mesías ha desarrollado para la exposición.
Por otro lado, los espacios donde nuestra historia se desborda en referencias visuales son los de las guerras de Independencia. Nos hemos centrado en establecer un paralelo entre la etapa colonial y el momento posterior a la independencia y la instauración de la República. Las guerras de Independencia se han desplegado a través de sus tres grandes figuras: Martí, Gómez y Maceo. Con los héroes como motivo transversal se desarrolló un sistema de contrapuntos entre estas figuras y las personalidades representativas de las luchas revolucionarias del siglo XX. La contraparte de los generales citados serían Fidel, Camilo y el Che. Aunque esto no quiere decir que, en determinados momentos, no sean citados o aparezcan otros personajes icónicos de cada período. Básicamente son dos núcleos que se esfuerzan por establecer un paralelo entre las dos zonas. También hemos tratado de reflejar a través de la fotografía, ya en pleno uso para 1895, un equilibrio entre las dos partes: entre la fotografía del siglo XIX en la que el fotógrafo comprende el encuadre paisajístico a la manera del pintor, y esa fotografía revolucionaria que representa la magnitud del proceso colectivo que se desarrollaba.
Hemos incorporado también ese momento de cambio de siglo, de tránsito entre la producción colonial y las vanguardias. Específicamente, nos enfocamos en una generación de artistas que promueven las razones del levantamiento de Cuba contra España, rememoran sucesos como el fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina, el fusilamiento de determinadas personalidades en el Foso de los Laureles o la Reconcentración de Weyler. El arte se conmovió ante la historia de sometimiento. Sin renunciar a la herencia hispánica se hizo vocero de las atrocidades que conllevaron a los intensos años de lucha. Este momento también está apoyado, en la exposición, por la fotografía, con la utilización de originales ampliados que magnifican la pena nacional: las dolorosas imágenes de los reconcentrados son el testimonio más voraz de la fotografía para estos años de fines del siglo XIX.
Por su parte, dentro del arte de las vanguardias existe un reflejo de determinados hechos y desilusiones que van sucediendo en los primeros años de la República, claros en las piezas de Carlos Enríquez y Marcelo Pogolotti. Se capta también ese otro momento de los inicios de la Revolución, de sus primeros pasos como proceso de radical de cambio tanto en el plano ideológico como social. Nos hubiera encantado también reflejar esa idea de la República como el mango y la gozadera, pero el espacio no nos permitió ahondar mucho en ese plano. Aunque el video que presentamos de Toirac y Meira y la obra de Pedro Álvarez tienen algo de ese aire. No obstante, esta idea quedó muy reducida ante la extensa galería de hechos históricos puntuales que se han reflejado a través de la labor de múltiples generaciones.
Por supuesto, el momento del triunfo revolucionario tiene un impacto muy fuerte en la fotografía, impacto que hemos tratado de reflejar en la muestra. Hemos articulado en la pared un sistema de imágenes captadas en esos primeros años de Revolución, de esa narrativa épica que fue moldeando la visualidad del proceso y sus líderes. Hay otros momentos de esos años iniciales que también han sido recogidos por el arte cubano, como la contienda de Playa Girón. Acontecimientos en torno a los cuales existen diferentes visiones: desde la construcción épica de Servando Cabrera hasta la obra Efemérides de Toirac, que reflexiona sobre la figura del líder y su construcción desde la incorporación general de un pueblo a una idea. También mostramos los testimonios que los artistas han dejado, poco a poco, de momentos como la Campaña de Alfabetización o la Lucha Contra Bandidos. Estos testimonios aparecen desde una visión muy íntima, desde la búsqueda en recuerdos vividos, individuales o familiares, donde la gran historia se mezcla con los fragmentos personales de relatos perdidos. Así sucede en las piezas de Leandro Soto o, en algún punto, en las de Malberti. El propio montaje habla de la supresión de una devoción religiosa por una devoción civil, el artista manifiesta el cambio de época en la construcción de especies de altares a hechos muy recientes que se replican en la historia nacional y personal. Las piezas que cierran la exposición muestran esa visión dual en torno a la condición de Cuba como isla: protección y enclaustramiento. Hecho corroborado en las obras de Sandra Ramos o las de Liudmila y Nelson.
En esta zona de la sala también se ha incorporado, en el mezzanine, algo de caricatura política con visiones múltiples: algunas de las caricaturas que se publicaban en El Moro Muza, prensa integrista que otorga una visión, a partir de 1868, de los hechos históricos desde la óptica española. Luego de la intervención norteamericana en la Guerra del 95, la prensa de este país comienza a reflejar los hechos en la caricatura política, obras con las que la colección cuenta y muestra ejemplares muy interesantes. La sección comienza con una reproducción de la primera caricatura política cubana, ejecutada en 1848, y reproducida por Massaguer en la revista Social, ya que el original –un volante– no ha sido encontrado. De la etapa Republicana mostramos los principales creadores y personajes: Torriente, Abela con El Bobo, Nuez con El Loquito, Silvio Fontanillas, etc. Tenemos, además, muchas obras de Nuez en la etapa revolucionaria que, aunadas a otros fondos que atesora el Museo y un préstamo que nos ha hecho Ares, conforman una mirada panorámica al período posterior a 1959.
(Entrevista: David Mateo / Transcripción: Abram Bravo Guerra).