Oscar Cerón. Crypsis
Por Ricardo Arcos-Palma
La gráfica es una de las expresiones artísticas que no ha perdido su fuerza conceptual pese a la moda que se impuso erróneamente desde la década de los noventa del siglo pasado, sobre lo que es considerado contemporáneo en el arte contemporáneo. Pero así mismo es una práctica que pocos ejercen por la disciplina y rigurosidad que esta necesita. Algo tan escaso y raro en el arte contemporáneo que hay que decirlo, ha exagerado su confianza en el concepto en detrimento de la forma, la técnica y la materia. En nuestras definiciones sobre lo contemporáneo que el espacio NC-Arte publicó en Bogotá, coincidimos con varios autores, entre ellos el filósofo Jacques Rancière y el historiador de arte Raphaël Cuir, a quienes invité a participar en la publicación; con ellos estamos de acuerdo que lo contemporáneo es un asunto temporal y, por lo tanto, no se define ni se condiciona por una técnica en particular como erróneamente han pretendido algunos agentes culturales locales. Dicho esto, un artista contemporáneo puede echar mano de técnicas del pasado, como son la litografía y el grabado, para realizar una excelente obra. Este es el caso del artista Oscar Cerón, que vive y trabaja entre Bogotá Colombia y Chicago, EE. UU.
Visitando su Taller de Obra Gráfica González-Cerón que se encuentra en Chapinero, en las laderas de los cerros aneblados bogotanos, Oscar me invitó a ver la obra que motiva este texto: un libro-de-artista que se exhibe actualmente en el Centro Cultural Universidad del Tolima en Ibagué. El taller impecable con grandes ventanales deja ver la protagonista del lugar: una prensa americana que el artista mantiene como una joya. Antes de mostrarme el libro, con la elegancia que le caracteriza a este artista que siempre viste de negro, sus palabras comienzan a ponerme en contexto sobre lo que me va a mostrar. Este vistazo crítico dará cuenta entonces de ese diálogo y de lo que se exhibe actualmente en ese espacio. Cerón nos narra la manera en que su experiencia como artista hace posible el acto creativo:
“En este proyecto puse al servicio mi conocimiento, experiencia y práctica del trasegar dentro de los medios gráficos, incorporando distintas modalidades como la litografía, el grabado, la fotolitografía, hasta la hechura de papel a mano. Elaboré un diseño de cubierta en aras de cohesionar una idea como un todo para en conjunto recontextualizar el concepto de un puente que no solo lleva de una orilla a la otra, sino que sirve de plataforma para conducir de lo finito a lo infinito”.
Hay un lugar: el Golden Gate Bridge que atraviesa la bahía de San Francisco. El artista atraviesa regularmente de un lado a otro ese puente. Y comienza a indagar sobre algo que le parece fundamental. La idea de un portal. ¿Pero qué tipo de portal podría ser ese puente que en realidad es un punto de unión? En realidad, es un punto de unión no solamente de una orilla a la otra de la bahía, sino de esta existencia y otra dimensión que hace del agua el punto de paso. Como si se tratara de un camino iniciático. Este puente construido en la década de los años treinta del siglo pasado, es tristemente célebre por la cantidad de suicidios que acontecen. Y es justamente ese punto que le interesa a Oscar Cerón para desarrollar este magnífico libro-de-artista que hoy el público puede observar inicialmente y luego podrá verse en otros lugares.
La cubierta del libro es un portal gris que se abre hacia los lados. Estampado en ella hay un círculo. Esta figura geométrica está conformada por veintiún fragmentos que dejan su huella cobriza impresa sobre la misma. Antes de abrir el libro vemos en letras cobrizas inscritas sobre el lomo la palabra Crypsis. El portal se abre de par en par y encontramos una puerta representada allí en relieve, que tiene una coloración semejante a la del metal del puente, recuerda a una de las superficies de las torres con sus remaches. Este libro es el resultado de un gran proceso que el artista nos narra de la siguiente manera:
“Durante todo el año 2007, cuidadosamente hice un registro fotográfico del Golden Gate Bridge, de las aguas que nutren la bahía y particularmente de las sombras que se proyectan sobre ellas. Hice múltiples visitas, a distintas horas y tiempos del año, al puente y en varias ocasiones lo recorrí a lo largo de toda su extensión una y otra vez. A mi regreso a Colombia en el 2008, el computador que contenía todo este material se extravió en el camino, lo más seguro en Panamá, lugar de la escala. Sin material fotográfico apelé a unas cuantas imágenes que mi hermano, fotógrafo, había capturado en uno de sus viajes a San Francisco. En Bogotá el proyecto entró en operación tortuga y muy lentamente se comenzó a configurar. Era cierto que la ejecución de lo que iba a ser un libro-de-artista, debía desarrollarse apoyado en distintas técnicas gráficas y por ende con distinto tipo de equipo para la impresión. No contaba en ese momento, aparte de las prensas calcográficas y de litografía, con una prensa vertical de impresión directa. Me di entonces a la tarea de construir una labor que tardó un tiempo considerable, pero que finalmente se logró. Una vez definidos los textos y el boceto inicial del proyecto, el paso seguido era decidir sobre tipos de papeles, formato y diseño general, además de empezar a trabajar las imágenes. Me concentré durante los años 2016 y 2017 a concluir todo lo concerniente a imágenes para continuar con los textos impresos. Este recorrido fue igualmente registrado fotográficamente, paso a paso, hechura de matrices e impresión. A comienzos del año 2018, nuevamente se atraviesan esos insucesos tan comunes y simplemente se me es hurtado el equipo fotográfico, junto a las memorias que guardaban todo el material recogido, nada para acongojarse más de la cuenta. Tal vez una reafirmación de lo intangible de algo que se cree atesorado, lo efímero de la existencia como tal y el carácter ínfimo de una reflexión “artística” si se quiere. Ya durante el resto del año 2018 se manufacturó el papel a mano con sus particularidades y se dio vía libre al diseño final de las dos cubiertas del libro. Para el 2020 se concluyó el proyecto”.
Las imágenes dan cuenta de la caída de ciertos personajes, que el artista intenta encarnar. ¿Qué puede pensar un suicida? ¿Qué le motiva a quitarse la vida? En una especie de descentramiento del yo, el artista se pone en los zapatos de quien salta del puente en una caída de poco más de 75 metros en su punto más alto, lo que ocasiona la muerte inmediata por el impacto o a los pocos minutos por ahogamiento e hipotermia. Cerón nos cuenta la génesis del proyecto:
“Este lado oculto y poco divulgado de la vida del puente me llevó a discernir sobre los posibles pensamientos que podían empujar a los individuos a tomar esta decisión. Asumí el hecho como un aspecto coyuntural a mis intereses y preocupaciones como artista plástico. Desarrollé unos textos en los que planteo reflexiones de un ser que hace cuestionamientos respecto a sus ataduras terrenas (los afectos, la idea del amor, los lazos familiares, la pertenencia, el entorno social …) para luego invertir el orden de lo llamado real con lo irreal. Es decir, que el plano actual asumido como real se tornara como el irreal y lo real fuera ese otro estado surgido de romper las limitantes de tiempo, lugar y espacio para así lograr finalmente fundirse al cosmos. El ámbito al que realmente pertenecemos y del que finalmente hacemos parte”.
Los textos impresos en papel pergamino dejan entrever las imágenes que le acompañan. La letra parece hecha a mano y se estampa sobre los renglones de una hoja de cuaderno colegial. Cada una de las imágenes es un verdadero recorrido de la caída. La idea de la memoria aquí cobra fuerza recordando que la escritura, así como la imagen, son escrituras del tiempo que son huellas imborrables. Y la palabra huella aquí tiene un sentido muy profundo, no solamente por su carácter relacionado con la historia colectiva e individual que se condensa en la memoria, sino como esencia misma del grabado.
La caída tiene una fuerte referencia a algo que es inevitable situar en el plano existencial. La caída se puede ver como un fracaso, como un fin último. Pero aquí el artista parece recuperar lo más antiguo de esta acción y la pone en el plano de la fortaleza de lo humano. La caída parece insistir Cerón con sus obras, deviene una especie de plano existencial que nos da la clave para comprender lo que significa la caída. La caída al vacío que nos orienta a una manera de ver el mundo diferente a como es frecuente en estos tiempos. La caída es una manera de ver como todo acaece más claro frente a un mundo oscuro lleno de certezas. La caída plantea preguntas más que respuestas, es decir, pone en duda las verdades. Cerón, asumiendo el papel de los personajes que caen, se imagina qué puede haber en su cabeza. ¿Qué piensan esos personajes que se disponen a caer? En el libro-de-artista aparece entonces una escritura vital que recuerda como el personaje puede de una u otra manera encontrarse consigo mismo en un comienzo y un final que tiene como límite el choque con su propia imagen, como si la muerte fuera un acto narcisista, donde el que cae encuentra ésta que se rompe violentamente con su corporeidad al momento de irrumpir en la líquida superficie. Es ese espacio infra leve de la transparencia convertida en límite que Cerón explora gráfica y poéticamente.
Aquí emerge una fuerza conceptual que propone la alianza perfecta entre la escritura y la imagen, donde la grafía se emparenta inevitablemente a la gráfica. El texto no es para nada una ilustración de las imágenes, como erróneamente podría pensarse. Por el contrario, texto e imagen son uno solo: un textograma tal y como lo enuncié en mi tesis titulada “De la Corporeidad del Lenguaje” (2005). El artista nos dice al respecto:
“Articulé palabra escrita e imagen en la forma de libro-de-artista como medio objetual que propicie reflexión y plantee alternativas de contemplación a la vida”.
Estas frases están escritas como en una especie de hojas de cuaderno escolar. Al menos las líneas guías recuerdan eso. A estas palabras que denotan un desarraigo le sucede una imagen impresa en la hoja continua, una especie de portal que es tomada de una de las dos torres del puente. ¿Qué hay detrás de ese portal? ¿Se puede atravesar o no el portal? La historia de una caída. Como si los seres humanos solo estuviesen condenados a subir, como cuerpos gloriosos, como si nada tuviese que ver con este tiempo donde los cuerpos no estuvieran enraizados en lo más profundo del mundo, atados a su condición inmunda, es decir, estar en el mundo.
Surgen referencias inevitables sobre esa idea del vuelo y la caída libre. Por un lado, podemos recordar a Ícaro y su vuelo alucinado e ilusionado, ebrio de luz que lo empuja a dejar atrás la razón al punto de perder sus alas… en su caída inevitable parece como el Altazor al recrear el mundo a cada brazada como intentando agarrarse de cualquier cosa que le impida la caída.
Los seres humanos tendemos a ver la caída como algo negativo. En este caso, aunque se referencia un acto extremadamente terrible como lo podría ser un suicidio, el juicio moral desaparece y la caída se ve como un acto estético donde este último momento se alarga en el tiempo como una eternidad. Todo pasado parece desdibujarse en una especie de movimiento vertiginoso. Solo existe el presente como un vacío de tiempo que se alarga en una eternidad. El instante final donde todo puede recomenzar. Al menos así queda planteado en este maravilloso libro-de-artista donde Oscar Cerón retrata de una manera magistral ese portal que une la vida y la muerte, y en el que aparece un tercer momento que no es promesa de felicidad como si se tratara de un paraíso, ni tampoco es la condena perpetua para los pecadores en un infierno donde la condena de los que viven en pena nunca podrá ser redimida.
Imposible dejar de pensar en ese magnífico libro de “Urizen” (1818) de William Blake, donde lo más profundo del ser humano se exalta a manera de obra de arte. Tampoco podemos ignorar esa obertura del “Altazor” de Vicente Huidobro (1931) donde en el Canto I se hace una excelente aproximación a la caída:
Cae al fondo del tiempo
Cae al fondo de ti mismo
Cae lo más bajo que se pueda caer
Cae sin vértigo
A través de todos los espacios y todas las edades
A través de todas las almas de todos los anhelos y todos los naufragios
Cae y quema al pasar los astros y los mares
Quema los ojos que te miran y los corazones que te aguardan
Quema el viento con tu voz
Y la noche que tiene frío en su gruta de huesos
Cae en infancia
Cae en vejez
Cae en lágrimas
Cae en risas
Cae en música sobre el universo
Cae en tu cabeza a tus pies
Cae de tus pies a tu cabeza
Cae del mar a la fuente
Cae al último abismo de silencio
Como el barco que se hunde apagando sus luces
Todo se acabó
El mar antropófago golpea la puerta de las rocas despiadadas
Los perros ladran a las horas que se mueren
Y el cielo escucha el paso de las estrellas que se alejan
Estás solo
Y vas a la muerte derecho como un iceberg que se desprende del polo
Cae la noche buscando su corazón en el océano
La mirada se agranda como los torrentes
Y en tanto que las olas se dan vuelta
La luna niño de luz se escapa de alta mar.
En efecto la obra de Huidobro que es una apología a la caída, en contravía al lado negativo que se ha impuesto la condición de lo humano, parece resonar con la creación poética del artista Oscar Cerón quien recuperando la tradición de la creación literaria y la plástica, logra generar un poema visual materializado en esta magnífica publicación que es un verdadero portal iniciático a una esfera existencial donde Crypsis abre un territorio estético en el que la fusión de los cuerpos con el cosmos, es esencia misma de esta aventura plástica. Los textos se suceden de imágenes creando un ritmo muy interesante, casi musical. La narración comienza de esta manera:
¿Cuáles son las fuerzas externas que hacen mi paso lento?
¿Por qué me siento tan pesado?
¿Podrá esto ser producto del efecto remanente de alguna recóndita conexión afectiva?
¿Acaso existe eso lo que llaman corazón? ¿O el mismo amor?
Pues yo no he palpado, ni lo uno ni lo otro, no los conozco.
He caminado sobre la sangre, pero en mí, no sé si la contengo.
He estado apartado, ignorado, creo no pertenecer a ningún lugar ni tiempo, y mucho menos a
alguien, no sé de dónde vengo, no tengo nombre, no sé aun si tengo sexo.
Nada me ata, debo proseguir…
A este texto lo sucede una imagen de colores violáceos que parecen mostrarnos un umbral, un portal. Es una imagen del puente que el artista asume como punto de quiebre entre el aquí y el allá. Habrá que atravesarlo. Luego, en una armonía perfecta, se interconectan textos e imágenes y nosotros acompañamos la caída: una lluvia de siluetas-cuerpos que parecen sombras luminosas en una oscuridad profunda. Reflexiones sobre el puente y el agua que cruza a los pies de quien está a punto de lanzarse al vacío de espalda. Recuerdos familiares, instantes vividos, el cuerpo cae poco a poco. Podemos vislumbrar un cuerpo masculino desnudo acompañado por su sombra. El agua se vuelve rojiza, el choque es inevitable. Una imagen fotográfica nos muestra ese cuerpo que cae y luego el impacto. Ahora solo hay rostro, cabeza luminosa. No hay cuerpo, solo el desdoblamiento de la mismidad. ¿Acaso eso no es la imagen perfecta de la muerte? Nos encontramos solos frente a nuestro propio rostro, en ese espejo acuoso que está a punto de romperse en mil pedazos:
Salto, simplemente salto.
Sí, salto, me sumerjo en el sueño insospechado de un espacio abierto sin límite.
Las puertas se abren ante mí, mostrándome la ruta
plácida de la incorporeidad, me desprendo del mundo obscuro.
Ya no hay tierra.
Esas aguas me acogen, anticipo su caricia gélida, auguro su encuentro.
Ellas me dicen que son más que superficie, ellas, con ese movimiento sensual, inexorablemente
me atraen. Claman por mí.
Me entrego.
He chocado.
Siento que he despertado de un largo sueño.
Un sueño que ya no es placentero reconstruir. Un sueño del que quería escapar.
Un sueño muy irreal a mi nueva condición ahora. Me siento disperso en mil moléculas que flotan
en el espacio inconmensurable.
No quiero volver a soñar.
El libro se cierra con una frase lapidaria:
Finalmente tengo morada…
En perfecta crypsis me fusiono con el cosmos.
Vemos una última imagen del puente y un transeúnte que va. Reconocemos al artista que parece devolverse en ese viaje a una dimensión donde la existencia cobra fuerza. Las sombras de las barandas marcan el paso del artista que se dirige a otro portal, torre soporte del puente:
Dedicado a todos los seres solitarios que
Un día optaron por fusionarse al infinito,
Dejando atrás la pequeñez humana.
Esta obra que el público puede apreciar es, sin lugar a duda, una obra maestra que bien vale la pena tener en sus manos y hojearla con mucha frecuencia para no olvidar lo fundamental de la existencia.