
Comiendo hierba. 2020. Óleo / Lienzo 45 x 61 cm.
Paisajes en standby
(Una interpretación de la obra de Harold López)
Por David Mateo
En el panorama actual de la pintura cubana, la obra de Harold López se presenta como una de las más eficaces en cuanto al abordaje combinado de géneros como el retrato y el paisaje. Su método de interrelación no solo resulta novedoso, sino suficientemente orgánico, perspicaz, como para que cada una de esas manifestaciones aporte lo suyo en la composición y no prevalezca de forma presuntuosa sobre la otra, ni desde el punto de vista técnico ni conceptual.
Esa conjugación de géneros históricos constituye la herramienta idónea dentro de la serie “Pausa” para explorar la condición subjetiva del individuo en vínculo con el entorno. A través del retrato, Harold López construye una visión del sujeto insular como figura autónoma; pero también como parte significativa del ambiente que lo define y limita. Los senderos, las veredas, las rutas simbólicas que se representan en la obra, generan una ilusión inquietante, perturbadora, sobre el movimiento físico, sobre el avance; pero también sobre la travesía emotiva que experimentan los personajes, atrapados entre el deseo de progreso y la incapacidad de alcanzarlo.

Expo Pausa. Galería Artis 718. 2021. octubre – noviembre 2021. La Habana.

Perro Perdido.2021. Óleo / Lienzo. 45 x 61 cm.
Como bien indica el título del conjunto, el artista llama la atención sobre esos momentos cotidianos en los que la experiencia de evolución se ralentiza, se pausa, y en ocasiones frena, lo que no debe interpretarse como una apología a la renuncia definitiva de los valores y propósitos. Pienso que estas disyuntivas que describe la obra, más que referirse a la incapacidad de materializar un destino, una meta concreta, hace alusión crítica a los impedimentos que existen para implementar un rumbo, un derrotero, sobre todo si estos son compulsados desde el anhelo y la voluntad personal.
El hecho de haber recreado algunos escenarios rurales y marítimos para exteriorizar esta presión social y de vida, le otorga a la metáfora un sentido mucho más crudo y terrenal. A diferencia de sus piezas anteriores, en las que el ámbito citadino se estructuraba sobre la base de insinuaciones algo más cosmogónicas y conceptuales, este grupo de obras de pequeño formato desarrolla una disertación en la que se hace explícito, contingente, el análisis sobre la situación existencial de los sujetos involucrados. Algunos podrían pensar que esas sublimaciones paisajísticas se llevan a cabo desde la intención del solapamiento discursivo; pero resulta todo lo contrario desde mi punto de vista. Como la concepción visual de los paisajes de Harold se afianza en el recreo de espacios insulares autóctonos, casi primigenios (reales o imaginarios) ellos pueden afrontar e insinuar, de manera directa o indirecta, cualquier faceta o ambiente que esté asociado a los dilemas existenciales de la isla. Digamos que, contrario a lo que algunos puedan pensar, estos paisajes de tentación “bucólica” pueden ser mucho más descarnados y comprometidos de lo que nos imaginamos.
Aunque algunos personajes se muestran imperturbables ante el espectador o se ubican en posición estática en algún punto descentralizado de la escena, la observación minuciosa de sus figuraciones y poses nos indica que ellos encarnan el escenario de una lucha interna, solapada, que va más allá de la quietud aparente. Esta paradoja entre la inacción y el impulso anímico se convierte en uno de los principales argumentos persuasivos de la serie; y la supuesta referencia a la calma cotidiana se erige entonces en un espacio ingenioso para la explicitación del conflicto, gestado desde lo sensitivo y psicológico.
Por supuesto, todos estos matices útiles para la especulación sobre los protagonistas del cuadro, están estrechamente relacionados con la sensación de imagen detenida, de actividad congelada, que proyecta el artista sobre sus paisajes a pesar de la multidireccionalidad del desplazamiento pictórico; sensación que logra mediante el empleo de una fuerte pincelada neoexpresionista de pulso libre, efusivo, y al igual controlado; o a través del despliegue de una línea ondulante, sinuosa, casi vibratoria, que parece evocar por momentos aquel montaje icónico de la obra de Edvard Munch.
Ninguno de los elementos expresivos de la obra de Harold López (retrato y paisaje) puede existir sin el otro. O sea, el paisaje atestigua la inquietud o desazón de los personajes, y los personajes contribuyen -con la gravedad de su presencia- al carácter dramático del ambiente y sus componentes naturales. Hay piezas, incluso, en las que esa supeditación se hace mucho más enfática; me refiero, por ejemplo, a aquellos encuadres donde el personaje parece zambullirse en la hondura de un río o un mar; pero por la forma específica en la que está resuelto el planteamiento pictórico de la superficie acuosa o sólida, también podría interpretarse como una inmersión simbólica en el espíritu enigmático del paisaje, en su condición insondable. Los estados se difuminan por completo y el sujeto se proyecta casi desde una posición escultural.

Beso. 2021. Óleo / Lienzo. 40 x 40 cm.

Equinoccio. 2020. Óleo / Lienzo. 45 x 61 cm.
Una fuerza omnipresente, de naturaleza subjetiva, parece exigir su parte en la refutación de las dinámicas que se conjeturan dentro del paisaje; y esa fuerza proviene precisamente de las contradicciones que se deducen de las realidades externas e internas, públicas y privadas, y de las que es un testigo e intérprete encubierto el espectador. Estas contrariedades reivindican la dicotomía entre memoria y expectativa, pasado y futuro, mientras sumergen ese tiempo presente de lo acontecido en un estado de profunda incertidumbre.
Los caminos recreados en los paisajes de Harold López son más que simples trayectorias; encierran una reflexión trascendente sobre la direccionalidad de la vida, sobre la búsqueda incesante de un propósito, de una aspiración. Como reafirma el creador a través de su obra, estos caminos no siempre conducen a un destino seguro. En algunos casos se tuercen de manera abrupta, se disipan en el vacío, o se desvanecen en una franja lejana ocupada por el mar; un mar tan incitador y críptico como el que bordea la isla de Cuba. Este simbolismo inducido desde el panorama refuerza el criterio de un porvenir impreciso, y exalta la idea de que el avance personal está condicionado casi siempre por fuerzas que rebasan nuestro control.
El dibujo acentuado, recortado, de la figura humana sobre el paisaje, sugiere también una sensación de cierto desencaje, cierta desarticulación de planos, como si las imágenes fueran concebidas en 3D. Esta desarticulación no es solo visual, sino también metafórica; pareciera como si los personajes estuvieran contrariados en el sitio, apresados entre la naturaleza que los rodea y las intenciones que los movilizan. Semejante descarte también puede interpretarse como una alegoría de la alienación que muchos experimentan frente a circunstancias difíciles. Los personajes permanecen como observadores distantes, como intrusos en su propio medio natural. Hay una referencia clara a la condición de muchos individuos en tiempos de incertidumbre: la sensación de estar desconectados de lo que sucede a su alrededor, mientras luchan con sus propios pensamientos y emociones. Cuando hago estas especulaciones pienso en aquella obra concebida por Harold López donde aparecen tres bañistas en la orilla de una playa, entregados a la inercia del tiempo y al ocio del agua; u otra donde se ve a un sujeto parado frente a una bifurcación con los brazos cruzados sobre la cabeza; o en el cuadro donde una muchacha juega a deslizarse con indiferencia, con ingenuidad lúdicra, por la pendiente de una loma. Para referirme a esa relativa desconexión y despropósito dentro del paisaje -y a riesgo de parecer un tanto radical- podría remitirme también a esas escenas amorosas presentes en los paisajes de Harold, donde la expresión del sentimiento, la experiencia sensual, no es el costado prioritario de la metáfora, sino la extrañeza del gesto y su lugar de enunciación. Las parejas han decidido besarse en un pareje yermo, desolado, o contemplan la sobrecogedora inmensidad del entorno recostados sobre un banco. Precisamente esta última escena, donde se ubica un asiento con los amantes en medio de la nada, constituye una de las más emblemáticas a mi juicio, en tanto refuerza, potencia, la concepción del vacío, de la infinitud, como parábola del cansancio rutinario y de la resignación.
En algunas imágenes se advierte también la presencia de animales domésticos (el perro y el caballo), y su configuración no está asociada en exclusiva al rol de utilidad y acompañamiento, sino que se integra a la carga de significación social que tienen los paisajes. El caballo, por ejemplo, se presenta en la obra como un signo de resistencia y libertad. Su presencia evoca la presunción latente de lo indómito, de lo salvaje; el anhelo de huida, de fuga hacia una posible existencia en “cimarronaje”. El perro, sin embargo, aparece en las escenas con una connotación simbólica complementaria, asociada a la capacidad de perseverancia y fidelidad.

Hierba. 2020. Óleo / Lienzo. 45 x 61 cm.

Camino Sinuoso. 2020. Óleo / Lienzo 45 x 61 cm.
La exaltación y variedad del color es otro recurso funcional en la implementación de las metáforas visuales de Harold López, una tendencia que hasta podría conectarlo con lo mejor de la producción pictórica cubana reciente, de ascendencia fauvista. No solo emplea el color para llenar el espacio o darle contraste a los elementos de la escena, sino también para otorgar peso y densidad a las configuraciones humanas, a las estructuras reconocibles del paisaje, sus múltiples ángulos, escalas y perspectivas. Las hábiles combinaciones de colores cálidos y fríos se convierten en un recurso imprescindible para el proceso de dibujo en sí mismo; pero también es un artificio que sintetiza con perspicacia el aliento inquietante, el desasosiego que las formas no logran revelar del todo. Los tonos vibrantes, a menudo intercalados con otros más sombríos, juegan un papel primordial en la representación de los cursos emocionales, y sobre todo enfatizan la sensación de duda, de ambivalencia, que existe en esas coyunturas sociales que la serie pretende capturar.
En varios paisajes de Harold López los límites entre la superficie de la tierra y el cielo parecen desdibujarse con intencionalidad. El horizonte se convierte en una línea difusa que, al igual que algunos trayectos simulados por el artista, no siempre permite divisar un final preciso. Esta indefinición resalta la vulnerabilidad de los personajes ante lo desconocido; refuerza simbólicamente la certeza de que el destino es incierto; y que, aun cuando tratemos de seguir de manera recta, intuitiva, un determinado itinerario o camino, jamás sabremos con certeza hacia dónde nos lleva ese sugestivo proceso de descubrimiento.
México, 3 de marzo de 2025

La otra orilla. 2020. Óleo / Lienzo 45 x 61 cm.

Injerto. 2020. Óleo / Lienzo 45 x 61 cm.

Decisión. 2020. Óleo / Lienzo 45 x 61 cm.

Orilla. 2020. Óleo / lienzo. 45 x 61 cm

Galería Artis 718. 2021. Vista panorámica de exposición.