Axel Li
Los comprometidos con las artes visuales de esta ínsula y que muy poco creen en los otros repertorios saben, no obstante, que la posible concurrencia de sopetón de cuanto es y ha sido en arte, tendría que removernos necesariamente la percepción, la capacidad de análisis, el deseo de esbozar rutas y valores y anti valores… La docencia teórica tendría incluso que reubicarse. Trazar nuevos rumbos.
Debemos estar preparados para tales momentos. Tan habituados estamos a los mismos listados de exposiciones, de artistas, de fenómenos que marcan una ruta del arte cubano (que ya algo aburren), pero no la ruta (que sí ignoramos), porque pasado y presente son formulados y escritos según pareceres apasionados; en dependencia, inclusive, de la capacidad de buscar y relacionar datos (in)transcendentes, en los cuales casi siempre La Habana es el motor impulsor: la brújula. Saber mirar y juzgar más allá de lo habanero decisivo es una lección de sumatoria que nos tiene que despojar de la ignorancia por casi todo lo demás y/o de la soberbia casi única por todo ese arte generado en La Habana que es –ya se sabe– el equivalente (erróneo) de que estamos ante el arte… cubano. Este, el mismísimo arte cubano, sería y es además el de las otras geografías del país y del exilio, anterior e inmediato a 1959.Asumir, defender y divulgar las artes visuales supone como gesto uno de naturaleza doble: imagen y contenido escrito. No basta con el repertorio de la palabra que nos fundamente o examine hechos y sucesos, nombres y asuntos artísticos. También resulta muy vital la expresión artística en su variante visual. Sin imagen poco podremos reformular como espectadores. Sin la opción de la imagen segui(re)mos siendo unos analfabetos conceptuales y visuales.
Con la aparición del presente volumen [Una escuela para el arte. Pinar del Río (1946-1958)], La Habana queda más acompañada en su misión líder de epicentro de los más importantes discursos artísticos de todos los tiempos. Hasta ahora hemos sobrevivido historiográficamente sin semejante nuevo repertorio analítico que Jorge Luis Montesino tenía guardado, pero que en intención es “demasiado” similar a los ya impresos sobre otros puntos de la geografía cubana. Y de modo más específico, sobre aquellos que aluden a cierta voluntad de formar y pulir habilidades artísticas desde unos pocos centros de enseñanzas en el siglo XX. Fenómeno curioso que en Cuba tiene otras expresiones hasta de índole privada en los tiempos coloniales –por ejemplo– en Santiago de Cuba o La Habana, pero que en la República se fundamenta en ideales extrartísticos, donde lo social, lo regional o lo local tienen una buena razón de peso y, por consiguiente, el acto de comprometer a los más varios poderes económicos y políticos en calidad de apoyo con la enseñanza del arte.
Pinar del Río, como Matanzas o Camagüey, tuvo también escuela de arte de modo “temprano” en el siglo XX. Y lo que desde hoy, en su expresión impresa, toma rutas elementales para que entendamos y choquemos por vez primera con hechos lejanos, tiene sin embargo particularidades de origen para el Montesino recolector de datos, testimonios y juicios, para el Jorge Luis crítico y analista del arte de su ciudad natal: esencia de un proyecto mayor, ya escrito, y del cual por decisión coyuntural, él como autor ha hecho una versión –el actual libro– que alude al tópico docente, porción apenas de un proceso de más envergadura y casi inexplorado sobre nuestras artes visuales. Porque Montesino sí que no supo descartar fotografías únicas, documentos originales (cartas, planillas, apuntes, catálogos), obras de arte, prensa, los cuales de por sí, tejen en particular un fabuloso panorama del Pinar del ayer, a veces hasta más convincente que la exégesis escrita que todos ellos han de llevar por razones más que necesarias. Supo él localizar y atesorar todo ese legado, antes cotidiano o hasta trivial. En ese ha bebido también Montesino para su empeño analítico e historiográfico, como pruebas demasiado convincentes sobre el interior y las características de un aula docente de la Escuela, sobre el ambiente o el panorama del montaje de cierto Salón, sobre los rostros de maestros y alumnos aupados para dejar constancia de algún instante no tan perentorio, sobre el significado de una tarja de bronce que sitúa época y filosofía de una Escuela más allá del aspecto nominal. La tarja: identidad más visible, que sellaba el compromiso con un sistema pedagógico y un territorio, que delimitaba el horizonte de un gremio en ebullición creativa. Además de las lecciones ya ofrecidas en lejanas décadas, toda Escuela es esto también: posibilidad de nombres, relación de las asignaturas de los programas de estudios, acumulo de papeles varios… ¿que deben transcender?, ¿que deben ser enlazados casi en su totalidad si es que perduran? Todo y más.
De la habanera Academia de San Alejandro han partido muchas concepciones por razones obvias y no tan obvias, pero a la Academia se le atacó una y otra vez. Esa, en la Isla, sería un gran faro; más allá, otras experiencias docentes –sobre todo europeas– deslumbrarían a los temperamentos y las psicologías de nuestros jóvenes pintores y escultores, que allá iban por temporadas o soñaban con ello. Porque antes cruzar el océano requería de autorizaciones, dineros y hasta de buenos padrinos. El arte exigía escuela. Aunque muchos, es la verdad, supieron que la Academia no era la única opción. El arte podía ser hasta la conjunción de la no docencia académica, que ahogaba a veces voluntades, las que añoraban otros tipos de pinceladas, de luces y sombras, de figuraciones, de formas y temas que podían llenar ya no solo a los lienzos. San Alejandro sería un sueño. Un mito, que pesa demasiado. Pero nunca sería la única opción docente en la medida que más nos alejáramos del siglo XIX. Ir hasta La Habana o Europa era una fantasía que podía (no) cambiar. ¿Para qué servía el arte entonces?, ¿por qué y para qué hacerse-formarse-vivir en Cuba como pintor o escultor en años difíciles-distintos para la creación que apenas era enmarcada en la variable de mercancía a como ocurre en el presente inmediato? El arte es expresión. Es voluntad. Es empeño. Y su contexto nos dicta lo restante. Cada época tiene su propia señal.
¿Qué era una escuela de arte en la Cuba republicana de los años 40 y 50?, ¿cómo fue en particular la que defendieron varios en y para Pinar del Río? Preguntas así y demás similares, diría que obran en el origen de un decisivo estudio que, a no dudarlo, nos alfabetiza y remueve nuestras cronologías y medias verdades sobre el arte insular. Estudios de este tipo nos son necesarios, aunque a veces estemos despistados respecto a la gestualidad artística de grupo (exposición) o individual (poética propia). Constituyen una acción de replanteo, esclarecimiento, que nos deben acompañar como parte de una aventura mayor en torno a los valores culturales más insospechados de nuestra ínsula hirsuta. El arte cubano es sumatoria. Es más de lo que sospechamos. Es cuanto mejor nos estructure esa diversidad que intuimos.
Sabemos que esta de Montesino es apenas una interpretación, pero que es y será por un cierto tiempo la única posibilidad discursiva sobre la docencia artística en Pinar del Río entre 1946 y 1958. Etapa con que ahora queda esbozado un asunto de arte que se prolongaría en el tiempo. Etapa que presenta, rescata y reubica nombres; que nos sitúa a la mujer en otro tipo de ejercicio y no tan cotidiano al del ámbito doméstico; que señala y recircula juicios críticos y periodísticos que la prensa pinareña publica alguna que otra vez; que resitúa al paisajismo y otros géneros entre las opciones de hombres y mujeres que hicieron, expusieron y legaron –en definitiva– una visualidad no solo pictórica y que hoy día puede todavía perdurar y que muy poco representa para las pulsaciones del mercado, termómetro de cuanto es, existe y vale en la escena del (no) arte. Mas, no todo lo que brilla es oro. O lo que es igual: también nuestros pilares del arte tienen deficiencias, pasaron por días malditos creativamente, aun cuando se trate de un Carlos Enríquez, un Mariano Rodríguez, una Amelia Peláez, un Víctor Manuel, un Conrado W. Massaguer, un Juan José Sicre, un Juan David… La obra es la que dicta, aunque mucho pese la firma.
Creo un poco en la parte por el todo, pues como leo y asumo el arte con mentalidad de historiador y editor, ese todo sobre el arte de Pinar del Río que tiene armado Jorge Luis Montesino –por suerte– es necesariamente el gran ensayo concienzudo que le falta a su Pinar y, por ende, a cada una de las provincias del país que podrían tener el suyo propio. (Ese debía ser hoy el libro…). La voluntad historiográfica es muy difícil e ingrata, pero muy necesaria. Y supone sacrificios y utopías. Riesgos. Y cualidades, de todo tipo, que en el caso de Montesino están garantizadas. No de otra forma justifico y explico que obtuviera demasiado cuando lograba la confianza y, con certeza, la invitación de traspasar puertas para así husmear en paredes y recuerdos de los más disímiles. No obstante, brindo por este abreviado empeño editorial si y solo si, sirve necesariamente como antesala sobre y para los demás análisis que guarda Jorge Luis Montesino relativos al arte y otros procesos artísticos.Él, como buen crítico que es, nos deja una lección a todos: en nuestras circunstancias hay que ver, analizar, escribir… y escribir. No dejar de hacerlo. Y es sabido, vivimos y hemos vivido por más de medio siglo en condiciones muy distintas a cualquier región del planeta. Todo cuanto ha sido hecho es el resultado del sobresfuerzo. Con la brújula dislocada hemos obrado desde la palabra escrita y esta sí que no es mercancía como el arte (visual). Mucho tenemos. Mucho nos falta. Mucho nunca tendremos.
Bienvenido este gesto escrito en medio de nuestras (a)típicas circunstancias. Algo del ayer artístico de Pinar del Río ahora es más visible y con sentido. (Re)interpretemos.
Con el título “Prologuillo (no tan) de compromiso” este es el texto –salvando erratas e imprecisiones– con que abre el libro de Jorge Luis Montesino Grandías: Una escuela para el arte. Pinar del Río (1946-1958). Ediciones Loynaz, [Pinar del Río], 2018, pp. 5-10.