Margarita Sánchez Prieto
(Fotos de Joel Shimenawa)
Uno de los atractivos de la Bienal de La Habana es su sentido de laboratorio vivo de las prácticas artísticas contemporáneas, concepción que sus curadores procuran llevar a vías de hecho, al dar espacio a las nuevas formas de producir y exhibir el arte. En especial, a las que buscan insertarse en contextos específicos e interactuar con la sociedad. Tal propósito se vio tempranamente reflejado en algunos proyectos de su segunda edición. Y cobró fuerza a través de los años con la atención a zonas de la producción artística de similares orientaciones y la consolidación de una concepción curatorial que comprende tanto el conjunto de exhibiciones como diversas acciones y actividades entre las que se cuentan los espectáculos multimedia, las obras proceso, la presentación de sitos web y revistas, los proyectos públicos y los talleres de diverso corte. Dentro de este último rubro se encuentra TURN, proyecto de la autoría y supervisión de un artista japonés invitado a la XIII Bienal de La Habana (2019): Katsuhiko Hibino, decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de las Artes de Tokio.
Sin embargo, el interés en destacar TURN y propiciar esta conversación a tres voces[1] entre la que escribe –una de las curadoras de la Bienal– y los dos jóvenes artistas cubanos –Ruth Trueba e Ioan Carratalá– que participaron en este proyecto, no radica solo en su carácter procesual, convocante y colectivo, típico de todo taller, sino en que este permitió dar respuesta a algunas demandas detectadas por el Equipo de Curadores. Cabe destacar la posibilidad de incorporar artistas cubanos a un proyecto de otro país, en este caso Japón, para así familiarizar a nacionales y foráneos con los universos culturales respectivos y, a su vez, que los primeros conocieran mejor el quehacer de artistas de la nómina internacional.[2] Y, en segundo lugar, el trabajo con micro-públicos: estrategia practicada por creadores de diverso origen con gran éxito en las dos bienales precedentes, en proyectos de carácter pedagógico y relacional. En la presentación que Hibino realizara sobre su obra –junto a celebridades como Pedro Cabrita Reis, Cristian Boltanski y Eduardo Srur– en uno de los Encuentros preparatorios de la 1ra Bienal Sur de Buenos Aires al que asistí a fines de 2016, me percaté que en TURN, su creación más reciente, había ido más allá de involucrar a sectores ajenos al arte. Me refiero al hecho de centrar su propuesta en torno al intercambio y el cruce de tradiciones, sin detrimento de las de su nación ni de la de aquella que acoge el proyecto. Aspecto que revela la fuerza que ellas siguen teniendo en Japón, no obstante, de su desarrollo tecnológico.
Para entender en qué medida TURN en La Habana era capaz de responder a estos objetivos, habría que analizar la arquitectura de su trabajo de taller y cuáles han sido sus intereses. En primer lugar, está dirigido a grupos y comunidades vulnerables (léase ancianos, niños y discapacitados) con poco acceso a los espacios del arte contemporáneo (galerías, bienales, museos), a quienes convierte en creadores activos de una propuesta colectiva, al tiempo que los familiariza con lo que es una Bienal.
En segundo lugar, los que instruyen a estos grupos en el aprendizaje de técnicas tradicionales y el significado que tienen en cada cultura son un dúo de artistas japoneses en diálogo con igual número de artistas cubanos. Los Shimenawa y los Koinobori, tradiciones de gran arraigo en Japón, fueron las seleccionadas por el dúo de artistas de ese país y sirvieron de guía para que los artistas cubanos buscaran en su cultura qué tradiciones (artesanales) podrían tener algún punto en común con esas de Japón, ya fuera por el material, el procedimiento o cualquier otro elemento en que cobran cuerpo. Luego, invitaron a los ancianos y niños participantes a crear objetos –siguiendo el modelo del referente cubano y del japonés, o generando otros– con el material que las identifica.
Tercero, borra las diferencias generacionales, de capacidad, género y raza, al tiempo que potencia cada cultura en el encuentro que se produce entre ellas mediante la creación de una obra colectiva construida entre todos. Hibino había trabajado con niños y grupos vulnerables de otras ciudades de Japón, y con los de países asiáticos como Tailandia y Laos. Pero en TURN decide trasladar la responsabilidad de generar la propuesta creativa a artistas de diferentes culturas puestos en diálogo, y ya no aportarla él –como hasta el momento había sido– y, por otra parte, llevarla a Brasil, un país no asiático, pero donde sabía que existen remanentes vivos de su cultura. Allí reside el número más alto de población nipona existente fuera de Japón. En 2017 es invitado a realizar TURN en la Bienal Sur de Buenos Aires; otro tanto ocurrió recientemente en la Bienal de La Habana: estas últimas un reto mayor, pues téngase en cuenta la diferencia cultural.
Los niños de 4to grado de la Escuela Primaria “Ángela Landa”, ubicada en la Plaza Vieja, y los ancianos de la Residencia para la tercera edad de la calle San Ignacio y los del Convento de Belén –vinculados al Programa de Atención al Adulto Mayor de la Oficina del Historiador de la Ciudad–, fueron las instituciones y los grupos sociales que propusimos a Hibino. Y él estuvo de acuerdo. Sin embargo, quiso personalmente seleccionar a los artistas cubanos que trabajarían con los de Japón, para lo cual pidió entrevistar a cada concursante y ver su obra. De los 14 artistas que se presentaron fueron escogidos Ruth Mariet Trueba e Ioan Carratalá. De Ruth –conocida por su participación en Ciudad Generosa junto al colectivo DUPP en la Oncena Bienal, además de en otras muestras personales– a Hibino le impresionó el rigor conceptual de su creación, su talento en la obra manual y la experiencia ganada en el trabajo con ancianos. De Ioan destacó su dibujo, la índole gremial de su trabajo de taller y la originalidad de su cerámica, que lo ha hecho acreedor de premios.[3] Ellos tuvieron como contraparte a las artistas Naoko Nakamura y Moeko Tokumoto. Ruth hizo dúo con Naoko e Ioan con Moeko. Aunque las autorías de Ioan y Ruth quedaron diluidas en la obra dual y grupal y en instruir a los participantes, la autenticidad y cubanía de sus propuestas era innegable. Ambos ganaron, además, en el conocimiento de los valores que prioriza otra cultura en una experiencia social única.
Pero dejemos que sean los propios artistas quienes hablen de ello y expliquen con qué propuesta respondieron a las que aportaron los artistas de Japón, además de otros pormenores.
Tengo entendido que, en un contacto previo, los japoneses les informaron que trabajarían las técnicas tradicionales del Shimenawa y el Koinobori; el primero propuesto por Naoko a Ruth, y el segundo por Moeko a Ioan. ¿Podrían explicar en qué consisten y qué sentido tiene cada una?
Ruth Trueba (RT): Los shimenawas son especies de sogas que se realizan torciendo la paja de arroz. Con dichas cuerdas se diseñan conjuntos y figuras de varias dimensiones. El shimenawa tiene un sentido espiritual, religioso, de protección. Según el sintoísmo japonés, se emplaza en la entrada de los lugares sagrados, alrededor de árboles importantes y en la ceremonia de la primera piedra de una edificación. Así, una soga de shimenawa que delimite un espacio, designa el lugar donde habita Dios o se le protege. Ocasionalmente se le añade el shide, una figura de papel blanco cortada en forma de relámpago. En Japón, algunas personas hacen o compran shimenawas para decorar los dinteles de sus puertas a principio del año. (En esta oportunidad tejimos y colocamos uno grande en la puerta de la Residencia de los abuelos para su protección). Actualmente se considera una antigua tradición que necesita un nuevo impulso entre las jóvenes generaciones.
IC (Ioan Carratalá): Los koinoboris son especies de papalotes con forma de carpa que se hacen volar todos los 5 de mayo en Japón, “Día de los niños”, considerado allí Fiesta Nacional. Pueden ser realizados en papel o tela y tener diversas dimensiones, desde 30 cm hasta más de 50 metros. En 1975 fue confeccionado uno de 76 metros para promocionar la aerolínea Japan Airlines. Al incorporarlos al vuelo, su objetivo o significado era que los niños y las niñas japoneses crecieran fuertes y saludables. Por supuesto, el Koinobori es una práctica bastante antigua. La podemos apreciar en los grabados japoneses del siglo XIX, incluso, hay algunos que datan de fechas anteriores.
El Koinobori se hace con dos capas de tela o papel para que se infle al pasar el aire entre ellas. Tradicionalmente se coloca en una asta a modo de bandera tubular como símbolo de la familia, conjunto que alcanza gran colorido cuando sus miembros son muchos. El más grande, arriba, es de color negro en representación del padre, luego su tamaño va disminuyendo con uno rojo para la madre y uno azul, un poco más pequeño, para el niño. En el caso de ser niña, el color es rosa o rojo. Es relevante el uso de los colores como símbolo.
Por supuesto, en Cuba hubo cierta libertad, ya que cada Koinobori era realizado por diferentes personas y ellas utilizaron sus colores favoritos. Era importante que quedaran representados los estados de ánimos, los gestos, la diversidad del colorido de nuestra cultura. Se emplearon diversos procedimientos para el teñido del textil. Los que confeccionamos se exhibieron colgados de una soga, que iba desde el balcón del último piso de la Escuela hasta la reja de la fuente de la Plaza Vieja.
Es una cultura que da importancia a la familia, en especial al infante, y se preocupa por su felicidad y estabilidad emocional para cuando sea adulto rinda más y cuide la armonía familiar. Entendí entonces porqué Hibino quería trabajar con niños y ancianos. Era una forma de valorarlos cuando hoy algunas sociedades solo dan valor al individuo en relación a su período de vida laboral.
En esta especie de diálogo creativo, ¿qué propuesta tomada de las tradiciones de Cuba se les ocurrió hacer a cada uno como contraparte de los Shimenawa y Koinobori?
RT: Ante la propuesta de la artista japonesa Naoko Nakamura, basada en el shimenawa (paja de arroz) pensé en realizar un trabajo que también empleara las fibras naturales. El arroz representa un alimento fundamental tanto en Japón como en Cuba. Pero el yarey es una de nuestras fibras más populares, empleada mayormente en la confección de sombreros, cestas y otros objetos utilitarios. La historia cuenta que el sombrero de yarey se paseaba en nuestros campos desde la época de los mambises. Y aun hoy nos recuerda a los campesinos que trabajan la tierra para proveer alimentos.
El shimenawa se coloca en lugares importantes e implica una protección de los malos espíritus. El sombrero de yarey resguarda nuestros pensamientos, también importantes, y nos protege del sol. Quise recuperar los recuerdos de las abuelas e invité a cada una para tejer un sombrero con sus propias memorias. Luego, de sus manos fueron surgiendo cestas, una cadeneta, un sombrero gigante y un árbol. Con cada empleita[4]de yarey tejida por los niños, construimos una figura humana.
En cuanto a su visualidad, ambas fibras transitan del color verde inicial al ocre del secado. Con el tiempo, ambas adquieren casi el mismo color. La paja de arroz es torcida, el yarey se teje. Así se entremezclaron durante todo el taller, en nuestra mesa de trabajo y en las obras de la exposición. Así se entremezclaron nuestras vidas.
IC: Cuando Moeko Tokumoto me habla de su propuesta, los koinoboris y el significado que tienen para ella y su cultura, aparecieron en mi mente imágenes de mi infancia en las que hacía y empinaba papalotes con amigos. Recuerdos de las fiebres papaloteras, que desató la serie televisiva Los papaloteros y estrenada en aquellos tiempos, y la espera de los vientos de cuaresma que los hacían propicios. El hecho de que Cuba y Japón sean islas atravesadas por fuertes vientos le dio sentido.
Ese entusiasmo vivido por gran parte de mi generación está siendo opacado por la tecnología. Por ello me tracé la estrategia de enseñar a hacer papalotes cubanos a los niños y ancianos, con el objetivo de que pudieran transmitir esta tradición a sus amigos y nietos. Como resultado del taller, uno muy grande quedó instalado en el balcón más alto de la Escuela “Ángela Landa”.
¿Cuál fue, según ustedes, el principal logro de este proyecto?
RT: El principal logro del proyecto, según creo, fue la transformación positiva de cada uno de los participantes, a raíz de la interacción diaria. En este proceso se produjo el encuentro entre culturas como un aprendizaje mutuo, el desenvolvimiento de habilidades manuales, el diálogo más íntimo, las expresiones de afecto y solidaridad.
Las abuelas pasaron de un total desconocimiento sobre la Bienal de La Habana, a convertirse en artistas y espectadoras activas del evento. Los artistas transitamos de un total desconocimiento acerca de la realidad de las ancianas hacia un compañerismo cotidiano, que nos involucró en sus historias de vida. La Bienal de La Habana coincidió con otros motivos citadinos, aportando nuevas luces de interpretación a la vivencia del taller: la preparación de la ciudad para el aniversario 500, los vientos de cuaresma, el receso escolar y, al cierre, la Semana Santa. Fue relevante constatar que el taller funcionó como un espacio de sanación, algunas abuelas intercambiaban entre ellas sus preocupaciones diarias y otras compartían tristezas o dolencias físicas. Varias mujeres confesaron sentirse más aliviadas de tensiones y dolores, a partir de la práctica de las manualidades. En el caso de los niños, me pareció interesante el nivel de concentración que alcanzaban mientras tejían el yarey y la facilidad con que trenzaban la paja. Me asombró mucho constatar el marcado interés con que aprendieron técnicas que no pertenecen a su generación ni a la de sus jóvenes padres, al punto de que varios niños se motivaron a enseñar a sus madres y las involucraron en el proyecto.
Lo más relevante del proyecto, para mí, fueron las relaciones humanas que se trenzaron, las amistades que se tejieron, los sueños pintados y la creatividad descubierta. TURN en La Habana ha demostrado que una realidad puede ser transformada a través del trabajo en equipo, el empeño diario, el intercambio y el diálogo. Creo que las técnicas tradicionales fueron apenas una maravillosa excusa para conectar de una vez y para siempre muchas historias de vida, tres generaciones y dos culturas que parecían muy diferentes.
IC: Siempre miramos a Japón como un país extremadamente avanzado y tecnológico, pero también está lleno de tradiciones que están muy vivas, muy en práctica. Ellos fomentan el aprendizaje de las mismas. Por supuesto que emplea la tecnología en función de facilitar su conocimiento.
TURN es un proyecto que posibilita esto, pero también hace que las personas incluidas participen de manera activa en el desarrollo y la creación de las obras. A partir de un diálogo constante, activo, de ideas y criterios. Y no solo entre culturas, también entre generaciones: todos pueden aportar ideas y criterios que enriquecen el resultado final del “trabajo en equipo”.
¿Y a ustedes qué les aportó este intercambio en relación a su producción individual?
RT: Aunque mi obra está basada en las técnicas manuales tradicionales, siempre me interesó más el resultado final de las piezas que las diferentes estaciones del procedimiento. Este encuentro con la tradición artesanal de Japón amplió mi percepción respecto a las maneras de hacer, la utilización del tiempo, la disciplina diaria y el rigor de trabajo, así como la importancia de los sentimientos de cada individuo involucrado en el proceso. Por otro lado, la valoración del shimenawa como instrumento de la presencia de Dios, enriqueció mi concepción de lo sagrado desde otra visión cultural y religiosa, que será un referente muy valioso en mi próxima producción artística relacionada a la Tesis de Maestría en Liturgia.
Por último, tuve un gran aprendizaje cultural. Con meses de antelación al proyecto estuve documentándome a través de Internet acerca de la cultura japonesa. A raíz de esto, me formé una idea general, bastante estereotipada, aunque me ayudó a entenderles. Incluso, creamos un grupo en WhatsApp, previo a nuestro encuentro en Cuba, para conocernos mejor. Sin embargo, solo a través del intercambio cara a cara y en una especie de “choque de trenes”, durante el intercambio diario, pudimos de-construir preconceptos y construir una nueva imagen acerca de ambos países.
El arte manual, el trabajo en equipo y las diferentes culturas en cuerpo presente, reforzó la idea de que, en un mundo globalizado, donde la era digital y las redes sociales intentan recrear las interacciones de la vida real, nada sustituye a la vivencia.
IC: Participar con Hibino en el proyecto TURN fue una experiencia enriquecedora. Comprendí la razón de ser del lenguaje formal de la cultura asiática que hoy empleo en mi creación. Siempre sentí gran preferencia por las formas simples, en particular por la simplicidad, limpieza y sofisticación de la estética y grafía de la cultura japonesa. Pero tenía un total desconocimiento de los significados que esconden, de cuánto ellas son una abstracción de aspectos de sus ambientes –naturales y de los construidos por el hombre nipón–, así como de sus valores, cultura y creencias. Ellos poseen metodologías de trabajo y creación muy diferentes a las nuestras; el diálogo respetuoso sobre conocimientos, ideas y tradiciones, fueron cosas aprendidas en este intercambio.
Cuando Moeko me enseñó a realizar algunos sinogramas kanji, junto a dos silabarios, el hiragana y la katakana, descubrí que estos tienen un orden y una estructura inviolable en la que emplean trazos más parecidos al dibujo que a la caligrafía occidental. Estos pudieran asemejarse a los que usé en una serie titulada Cuadrando la caja y que comencé a desarrollar en el 2017. También a los conocidos Cerigamis, técnica que denominé así porque son origamis realizados en cerámica: línea de trabajo que inicié en el 2013. En ellos empleo el atractivo de las aristas rectas, las líneas sutiles, la simplicidad y racionalidad de la estética Nipona. Y a pesar de ello, prima un contenido cargado de identidad nacional. Creo se debe a que estas y otras formas pueden vehiculizar nuestra esencialidad expresada en el uso y tratamiento del barro local: una materia raigal, propia, nuestra.
- Estructurado originalmente con el título “TURN en La Habana: proyecto artístico socialmente inclusivo entre jóvenes artistas de Cuba y Japón. (Entrevista a Ruth Trueba e Ioan Carratalá)”. [Nota de los editores]. ↑
- Varias Bienales atrás nos habíamos percatado de cuán ajenos quedaban muchos artistas cubanos a la nómina internacional que se exhibía en la Bienal, ya sea por estar afanados en el montaje y la difusión de su propia obra, o porque solo prestaban atención a lo que presentaban sus colegas cubanos, una producción que le es familiar. ↑
- Ioan Carratalá fue merecedor de la Beca de Creación de la Bienal de Cerámica del 2014 y la del 2018, dedicada a Escultura e Instalación, otorgada por el Consejo Nacional de las Artes Plásticas (CNAP), y del Premio del 2016 dedicado a La Vasija. ↑
- Faja o tira de palma u otras fibras tejidas que se utiliza para confeccionar sombreros, cestas, esteras, etcétera. ↑