CRÍTICA
A mí me manda Carmen
Carmen cumplía sus 15 años de edad cuando Theo van Doesburg le da el nombre de “Arte Concreto” al grupo de artistas abstractos que estaba creando; Cindy Sherman revolucionaría el mundo artístico en los años 80´; Yayoi Kusama vive en una institución para enfermos mentales desde finales los años 70´, después de crear maravillosos espacios de ilusión infinita de puntos y luces; Marina Abramovic se independizaría, en su constante redefinición de los límites del diálogo entre la obra de arte y el público, en el medio de la muralla China.
Mientras tanto, nunca se ha llegado a un consenso definitivo para definir al Arte: ¿Provocación, experimentación, conceptualización, mimesis, técnica, inteligencia artificial, laboriosidad? Son algunos de los adjetivos que lo han intentado definir; sin embargo, dentro del fascinante universo de mujeres que lo producen, Carmen nos legó una obra que no pretende representar la realidad explícitamente o adornada. Ella pintó estrictamente las formas y los colores para decirnos que el arte no significa más de lo que es. Según cuenta su amigo Tony Bechara, muchas de sus pinturas eran concebidas como esculturas; pero no tuvo los recursos para realizarlas como ella hubiera deseado y su historia indudablemente lo confirma. Eligió vivir en NY donde el mundo del arte estaba dominado por hombres y por lo tanto más visualizados en publicaciones e instituciones artísticas; primero en medio de La Segunda Guerra Mundial y luego en la postguerra; pero aun cuando llegaría el momento del arte povera, el performance, y de hacer un arte más involucrado en la crítica o representación de la realidad ella continuó siendo la pintora que quiso ser.
El mito alrededor del esplendor de su carrera y la connotación en el arte hecho por mujeres se divulga en el ámbito artístico como una historia increíble, alegre, de éxito y perseverancia. Lo cierto es que Carmen trabajó toda su vida haciendo arte, estuvo en las puertas de los grandes museos del mundo y compartió espacios con los mejores artistas de sus décadas, a los cuales sobrevivió.
Han pasado más de 20 años desde que nuestra gran Carmen fuera una menos de las artistas en aquellas exposiciones de los años 90´, en las cuales los curadores pretendieron cambiar la visión Real Maravillosa que se tenía de los artistas latinoamericanos. Gracias a esas constantes exclusiones ella se emancipó; y según sus propias palabras, hizo arte libremente sin ataduras del mercado o estilos de moda o tendencias; lo hizo porque siempre fue artista amén de cualquier ente que valorizara o no su obra. Ella fue una pieza importante de nuestro Big Bang, y así de tremendistas, pacientes e infatigables solemos ser. Yo misma, cuando me siento vencida, busco su obra, me sorprendo redescubriendo sus cuadros, deleitándome en los colores y las formas; entonces vuelve a ser temprano en la mañana y es como si despertara superheroína e invencible.
“A mí me manda Carmen”, no va a ser el último homenaje al que vamos a recurrir; esta unión aleatoria de mujeres artistas de diferentes generaciones se va a repetir constantemente por las miles de razones que tenemos para crear y visualizarnos. Siento que nos falta aún por recorrer en el mundo del arte un pedazo importante para que la historia contemporánea sea escrita también por nosotras. Por eso nos unimos en el Museo de Arte Contemporáneo de las Américas (MoCAA) con nuestro lenguaje íntimo, el más valioso, para decirle a Carmen que el arte también va a ser apreciado, valorado y hecho por mujeres.
Mónica Batard
Curadora
(Diseño cartel de la exposición: R10)
(Fotos de la muestra, cortesía de Mónica Batard, Jorge Rodríguez (R10) e Ivón Ferrer)