
CRÍTICA
Estrellas entre los cuernos del toro
Caridad Blanco de la Cruz
La Habana, 1997
Mientras la década del noventa penetraba en lo que pudiéramos llamar su madurez, y el ambiente cultural cubano perdía casi el asombro ante las citas, las mil y una maneras de apropiación y el sin dudas tropicalizado pastiche, era posible aún sorprenderse ante la provocadora exposición de Reinerio Tamayo (Granma, 1968) “Mitos, genios y leyendas”, que presentaba la refuncionalizada galería La Acacia, sobre todo por la magia que daba a los ojos placer semejante a ese regusto impreso en el paladar, tras el contrapunteo entre la sutil delicadeza de un mojito y el vigor expansivo del saoco.
Conformada por 16 piezas (15 lienzos y una minuciosa instalación) en ella – por primera vez – Tamayo deja atrás su pasión de acuarelista, sin abandonar el virtuoso manejo del pincel que ahora se afana con el óleo; olvida del arte narrativo aquellas singulares historietas, y recuperado de su fobia al vacío, instaura la neutralidad apacible de los fondos. Sobrevive sin embargo en él la “manía” del humor y la de articular su discurso a través de las imágenes de Van Gogh, Leonardo, Picasso o Dalí. Se apropia y manipula “La maja” y “El fusilamiento”, de Goya; de Velázquez toma, entre otras, “La infanta Margarita”, o cita las abstracciones de Malevich y Mondrian, unas veces como sustento morfológico y otras fundidas a lo conceptual. Al mismo tiempo de realizar nuevas versiones de piezas anteriores e incorporar “aires” que remedan la corte española del siglo XVII, exhibe un dominio técnico apreciable en la soltura con que trabaja las telas creando efectos, contrastes, texturas, y procesando el color según las exigencias de temas en los cuales da vida a un universo de personajes en linde por lo general con la caricatura.
Si bien pudiera señalarse alguna pieza que sonaba falsa en su poética, existían razones suficientes para haber reunido estas obras como conjunto expositivo. En él sobresalía, por su intertextualidad y la ingeniosa fusión de géneros (naturaleza muerta y pintura erótica) “La reina de la papaya”, cuyo juego, entre el candor y la seducción, se deja acompañar del enigmático espíritu y de los personajes, no sólo de la jugosa fruta y la desnuda maja, sino también de sus golosos conquistadores. Junto a ella estaba “La caída de Ícaro”, en cuya lectura se disfruta de una muy especial revelación de las artimañas del poder en la que concurren diversos lenguajes y una atmósfera de permeada certidumbre. Llama en ella la atención – por exclusivo – el sentido del color y el carácter simbólico que cobran elementos comunes a las naturalezas muertas combinados aquí – entre otros – con el retrato y la caricatura, sintonizados con la estrategia manipuladora. Sólidas también resultaron piezas como: “El chupa chups de Salvador Dalí” y las inspiradas en el paradigmático Van Gogh “Fama”, “El campeón de la subasta” y “A Van Gogh le duele su nueva oreja”, donde sobresale lo lírico. Al parodiar – por tres veces – “El fusilamiento del 3 de mayo de 1808” de Francisco de Goya, Tamayo manifiesta un recurso evidente en buena parte de su trabajo anterior al desarticular a golpe de ingenio (llámese humor) el sentido a veces patético de la existencia y logra, a través de él, carnavalizar el dolor. Esto puede ser visto como una expresión actualizada de esa herencia cultural que incorpora – en cierta medida – como elemento sustancial, a la idiosincrasia del cubano, lo que Jorge Mañach definiera como “choteo”, cuyo origen localizó en las circunstancias, y uno de cuyos parabienes está en su “función crítica”1.
Si sondeamos las obras, podemos hallar otras claves articuladas con esa suerte de tropicollage de arte universal que funciona como metáfora del mestizaje cultural – entendido como acento en su discurso – al priorizar en el todo las evidencias de la promiscuidad de las partes que componen el lenguaje plástico contemporáneo. En el acento está su manera fresca de expresar lo nacional, como es ese primer acercamiento a las deidades del panteón yoruba en su instalación “El viaje de los dioses al infinito”. Está en ella su inconformidad con el fetichismo iconográfico común a las representaciones de los orishas. Armado de sus leyendas, de su encanto surrealista y su cubanidad, él los representa como naves espaciales (en papier maché), híbridos entre carros “americanos”, aviones y artilugios voladores del futuro. Lo importante es el viaje, el vuelo hacia ese infinito, más allá del tiempo, ese trascender todo límite que espléndidamente brindan las abstracciones de Malevich, las que alcanzó realmente, o las que Tamayo ha inventado.
Pese a que “Mitos, genios y leyendas” exhibe una mayor madurez, se resiente como exposición por algunos gazapos en la curaduría, y deja ver que todavía al artista le quedan cosas por resolver como en ese tránsito por el instalacionismo, alternativas de montaje por esta vez erráticas.
Todo esto no eclipsa, sin embargo, la sorpresa ante su fantasía, o su afán de miniaturista que por momentos abandona, iluminador de su contemporaneidad, coqueteando a veces con las “cumbres” de un arte ante las cuales no necesita acceder, gracias a esa soledad (o singularidad) cuya licencia lo deja libre, sin necesidad de probarnos nada.
Tamayo – hombre de ideas como él mismo se define – con los pies y el pincel en su tierra, al igual que Van Gogh, anda obsesionado con la pintura. Es ella quien lo mantiene vivo, alimenta y eleva por encima de cualquier fracaso existencial. La pintura, como el universo, como el conocimiento, sin principio, sin final, infinita en sus posibilidades. Por eso podemos sentir cómo el artista la embiste con la fuerza un tanto salvaje de los dioses afrocubanos que él puso a volar. Luego cierro un instante los ojos e imagino – mientras escucho de ‘Gerald Jay Markoe Music from the Pleiades’, luz de estrellas entre los cuernos de Tauro que sirven de guía a las naves luego de haber emprendido semejante viaje.
(1) Mañach, Jorge. “Indagación del choteo”. En “Los mejores ensayistas cubanos”, selección de Salvador Bueno, Editora Popular de Cuba y del Caribe. S.F. p. 81
BLANCO, Caridad. “Estrellas entre los cuernos del toro”. Revista Arte Cubano. Habana, Cuba. No. 1. 1997 (ilus.), p. 63 – 64.
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Tamayo -hombre de ideas- con los pies y el pincel en su tierra…
Caridad Blanco