La escultora y ceramista cubana Beatriz Santacana ha realizado una donación a los archivos bibliográficos del proyecto Artcrónica. Se trata de un catálogo producido en Valencia, España, por Selvi Ediciones, que incluye una selección importante de sus obras producidas en los últimos años y un grupo de reflexiones complementarias de la artista, de la grabadora y pintora Lesbia Vent Dumois, y del destacado curador cubano Alejandro Alonso (ya fallecido), quien estuvo estrechamente vinculado a la promoción y legitimación de la cerámica artística en Cuba.
El catálogo está impreso en cuatricromía, en los talleres de Selvi Artes Gráficas, Valencia, España, en el año 2017. Tiene un formato de 23, 5 cm de alto por 23 cm de ancho, y cuenta con una tirada de 1000 ejemplares.
En la penumbra propia del misterio (texto incluido en el catálogo)
Por Alejandro Alonso
Mientras escucho Lohengrin de Wagner, no sé exactamente por qué vienen a mí imágenes del talento que Beatriz Sala Santacana nos regala. Quizás tal asociación tenga que ver con el uso que el celebérrimo músico alemán hizo del Leitmotiv, con el que identificó, en calidad de constante, personajes y atmósferas, para marcarlos con el anhelado sello de continuidad perseguido por quien alcanzaría, con su sentido del drama musical, gran altura dentro de la cultura universal.
Lo cierto es que, sin la exaltación y grandilocuencia caracterizadora de lo producido por el genio alemán, obras de la cubana, como Lo que nos queda o Lo que nos une, entre muchas otras, son vasos comunicantes, al enseñar una unidad lingüística que las emparienta indisolublemente cuando articulan un vocabulario con el cual plasmar meditaciones filosóficas que dan soporte conceptual a su labor.
Beatriz se sumerge en un magma gobernado por la sugerencia; entre la luz y la oscuridad, ha seleccionado actuar en la penumbra propia del misterio. No hay en su quehacer una abierta profesión de fe, sino -todo lo contrario- más bien el esbozo de una idea que el espectador sensible debe desentrañar a través de la emoción, cuando se enfrente a formas, colores y texturas que lo inquietan. La cerámica ocupa el centro de la atención plástica, complementada por distintos materiales auxiliares en condición de factores de variedad y completamiento expresivo.
Indudablemente el ser humano y su continuo avatar dominan una dedicada pasión que lanza señales voluntariamente incompletas, imprecisas, apuntadas a inducir la reflexión, más allá del disfrute sensorial (tampoco dejado de la mano), apoyándose sobre un discurso que se manifiesta con sofisticada persistencia. El tratamiento de los valores formales indica cómo su profundo sentido huye de la banalidad y el decorativismo para ir a la médula de lo esencial: nada sobra, nada falta; si tempranamente en su trabajo profesional la artista manejó actitudes de índole figurativa, pronto se decidió por la mancha y lo concreto que reinarían en su accionar estético con toda libertad.
Tal experiencia alimenta fundamentalmente esa comunidad de homúnculos -de una figuración otra- que le sirve para, con el reflejo de gestos rutinarios, dar rienda suelta a lo trascendente. En el contrapunto entre lo objetivo y la subrealidad anida una auténtica raigambre poética que aflora a cada momento con el coherente surgimiento de la belleza. Las criaturas logradas, unidas a aditamentos indispensables, narran historias, dicen sus mensajes, aunque no se oigan las palabras, porque no hablan en prosa sino en motivos y elocuente lenguaje figurado.