(Una más, y todas las que sean necesarias…)
Por David Mateo
David, permíteme una pregunta: ¿Artcrónica era una publicación del estado? Me dijo recientemente una joven crítica de arte que emigró hacia México como yo. No me hubiera imaginado que, al cabo de 11 años de existencia del proyecto editorial, alguien del ámbito de las artes visuales cubanas me fuera a hacer esa pregunta. Pensé incluso que la duda había sido más que despejada a través de la propia testificación de nuestros contenidos, y en las diversas entrevistas que he brindado sobre el tema en publicaciones culturales. Pero no, parece que todavía hay determinadas personas que la comparten, como consecuencia de la distancia, la desinformación, y hasta quizás de un cierto desafecto.
Creo que los motivos de esa confusión acerca de la descendencia de la revista Artcrónica, están directamente relacionados con la autonomía, el alcance público que obtuvo nuestro trabajo editorial hace algunos años dentro de Cuba. Autonomía, alcance, que en aquella época (principios del 2000) podían ser valorados como hechos insólitos, excepcionales; pero hoy, ante la crisis política que vive el país y la fuerte polarización que se manifiesta en el sector social y cultural, podrían ser interpretados como una especie de hándicap.
Fundé la revista Artcrónica junto a mi esposa, la fotógrafa Belkis Martín, a finales del año 2012, periodo en el que había una ausencia de alternativas editoriales y una incredulidad creciente hacia los proyectos gestados desde el Ministerio de cultura. Había decidido renunciar a mi solvente trabajo como editor de la revista Arte por Excelencias y fundar junto a Belkis una revista propia de arte. Artcrónica fue de las primeras iniciativas independientes en el campo de la edición que surgieron por esos años. Recuerdo que en una conversación con el escritor Leonardo Padura este me comentó -jocosamente- que iba camino a convertirme en el “primer cuentapropista del mundo editorial”. Tomar la decisión de separarme de las estructuras institucionales después de tanto tiempo de estar relacionado con ellas; intentar impulsar una concepción mediática ajena por completo a los dictados y políticas del gobierno, era sin duda alguna una determinación irreverente, riesgosa, que muchos no eran capaces de valorar en ese momento; y hoy tal vez mucho menos, con el cambio radical que estamos experimentando dentro de las estrategias o los modos de ejercer el debate, la disidencia intelectual.
Artcrónica se autodefinió desde sus orígenes como una revista especializada en artes visuales de América y el Caribe, lo que remarcaba su singularidad dentro del ámbito cultural cubano. A juzgar por ese perfil, no debíamos rivalizar con nadie; pero sabemos que algunos funcionarios nos consideraban intrusos, emuladores del ámbito editorial oficial.
Nuestros primeros números se distribuían por todo el país en formato CD (el equipo no contaba aún con acceso a la internet) y se presentaban en galerías, museos, centros de arte y talleres de artistas. Pero detrás de toda esa actividad pública de nivel, no mediaron nunca convenios de trabajo o subordinaciones legales con el estado; sino la diligencia por cuenta propia, las iniciativas de negociación de los miembros del equipo; y sobre todo las conexiones de empatía intelectual que íbamos fomentando con personas que ocupaban puestos de liderazgo. Hay que aclarar que no siempre esos acercamientos y diálogos para insertar nuestro proyecto en eventos del circuito institucional estuvieron exentos de resistencia e incomprensión.
La revista Artcrónica nunca tuvo una oficina permanente, ni autorización legal (el tan llevado y traído ISBN), y mucho menos financiamiento del gobierno. Previendo algún tipo de desaprobación o censura en el camino, solicité una carta a la UNEAC en la que se notificara que estaban al corriente y persuadidos de mi trabajo en el proyecto como crítico y editor. Pero en ella se dejaba bien claro la desvinculación de la organización de cualquier tipo de compromiso productivo o económico con la revista. Por suerte, nunca tuve que utilizar esa carta de aval para poder desarrollar el trabajo y divulgarlo por toda la isla. Hoy sería improbable que la entidad otorgara un documento como ese para la gestión editorial independiente.
Realizábamos nuestros encuentros periódicos de redacción en mi casa de Guanabacoa, en un estudio improvisado que tenía en el patio trasero. Empleábamos recursos monetarios provenientes de la venta de algunas obras de mi colección o que había adquirido a través de mis colaboraciones como crítico e investigador; recursos que la familia había consentido además que fueran desviados para esa noble causa. También contábamos con algunas contribuciones económicas que gestionábamos en fundaciones, empresas, embajadas, o que donaban amigos artistas identificados con la revista. Debo resaltar el aporte decisivo que hicieron en un momento dado los grupos creativos The Merger y Los Transferencistas. Hacía finales del 2000 nuestra condición financiera mejoró muchísimo con el auspicio desinteresado de un amigo empresario y coleccionista de arte. Gracias a ese apoyo pudimos fundar también, en el año 2017, el sitio web multifuncional artcronica.com
Alcanzamos un fuerte nivel de convocatoria, a partir de la rigurosidad de los contenidos seleccionados, del prestigio de los artistas y especialistas cubanos e internacionales que estuvieron colaborando por un tiempo con nosotros. Pudimos hacer aportes significativos a la documentación historiográfica y la divulgación informativa, noticiosa, dentro del universo de las artes visuales de América y el Caribe, con énfasis en el arte cubano. Aunque publicamos unas 19 revistas temáticas, tres de los últimos números realizados en versión digital e impresa, vinculados al diseño, la escultura y la arquitectura cubanas, podrían servir de evidencia suficiente sobre esta importante contribución. Ni la contundencia de nuestras acciones periodísticas, ni el reconocimiento que adquirimos dentro del sector intelectual, impidió que dejáramos de percibir con cierta regularidad la desconfianza, el recelo, de algunos organismos rectores del estado. Desconfianza, recelo, que devino luego antagonismo manifiesto alrededor del año 2019, cuando me llamaron a la oficina de la Presidencia del Consejo Nacional de las Artes Plásticas para decirme que estábamos actuando de manera ilegal; que era contraproducente seguir aplicando nuestros mecanismos de retribución económica, fomentando la socialización editorial de nuestro trabajo, mientras no resolviéramos ese problema; que ya no podíamos continuar ingresando a Cuba los ejemplares impresos de nuestra revista, como habíamos hecho en etapas anteriores. Esta fue la manera drástica, en buena medida irrespetuosa, que encontraron los funcionarios de turno para acabar de exteriorizar su discrepancia con nuestro proyecto de revista; para desentenderse de nosotros como profesionales autosuficientes; especialistas con rendimiento mediático; para desautorizar de cuajo las acciones que durante años habíamos estado emprendiendo en beneficio de las artes visuales y la cultura cubana.
México, 9 de julio de 2023.