En el año 2018 el artista cubano Nelson Villalobos le concedió una larga entrevista al crítico de arte y director de Artcrónica David Mateo. Aunque la conversación no ha sido publicada íntegramente, hemos decidido dar a conocer algunos fragmentos de ella como complemento informativo de su actual exposición “Eureka”, que se desarrolla en la galería Acacia, La Habana, Cuba. En estos contenidos específicos Villalobos hace un recuento de su experiencia migratoria en España por un periodo de casi 30 años y expone las razones de su decisión de retorno a la isla…
Confidencias de Nelson Villalobos (fragmentos)
David Mateo: Nelson, ¿qué te sedujo de España para decidir radicarte allí por un tiempo tan largo?
Nelson Villalobos: Emigré hacia España porque es un país fascinante en el sentido del arte. Tú puedes ver y tocar un petroglifo, sentirlo; eso te cambia la percepción a nivel histórico. En cuanto a la pintura tienes el Museo del Prado que para mí es toda una lección. Lo visité varias veces. Si una cosa he podido hacer en Europa es mirar lo que me gusta; observar y sentir lo que me gusta. Yo vivo no solo para mi pintura, sino para la ajena también. Me considero un contemplador del arte; necesito ver la belleza que hay en la creación de los otros, aunque no se parezca a la mía. Me he metido, he vivido, en la cultura española antigua y actual. A veces iba al Museo del Prado a ver cuadros específicos, a El Greco, por ejemplo. El Guernica de Picasso lo puedo pintar casi hasta de memoria. Quería ser un buen pintor y para ello tenía que ver mucha pintura; igual que para hacer poseía tienes que leer mucho de ese género. Eso para mí es un entendimiento conceptual importante. La gente quiere llegar al arte conceptual de forma rápida; pero para hacerlo tienes que ser un gran pensador. El arte cubano y el internacional en general ven el arte conceptual como un chiste; se hace mucho arte de ver y tirar, y eso lo ha condicionado también el dinero, la especulación excesiva. A mí me alegra haber sido consecuente, haberme negado a entrar en esa tormenta del mercado. No entré porque me negaba desde un principio. Jamás me he prostituido; jamás le he hecho un cuadro a nadie para que me lo compre. Si alguien se interesa por adquirir alguna obra mía tiene que elegir entre las que ya he producido.
DM: ¿De qué vivías como inmigrante en España?
NV: Vivía de la pintura. En España siempre hemos vivido bien, sin excesos, porque también he sabido mantener mis límites. He pintado siempre con los mejores materiales, y lo que he querido lo he tenido, pagándolo con mi obra. He mantenido a la familia por más de 30 años y tengo un magnífico estudio. Yo no he fomentado el vínculo con la crítica, solo he querido pintar. Ahora mismo tenemos una gran producción de obras y la estoy moviendo internacionalmente con un amigo mecenas. Me parece una gestión interesante y quiero apoyarlo en ello. Yo he construido un verdadero estado de complicidad con ese mecenas; él no puede escapar de mi como yo tampoco de él. Somos casi como un matrimonio. Han sido casi veinticinco años viviendo de esas gestiones de promoción y comercialización.
DM: ¿Y con este proyecto de retorno promocional a Cuba también él te ha estado apoyando?
NV: Independientemente de la gestión de este mecenas, yo he decidido exponer de nuevo en La Habana porque hace más de 30 años que no lo hago, y tengo necesidad de mostrar en mi contexto un poco de lo que he producido, sin muchas pretensiones tampoco. Cada dos años realizó una exposición en España. Si estuviera allá ahora mismo la estuviera organizando; pero he decidido esta vez hacerlo en Cuba. Tengo acá también amigos que quiero que vean mis obras. La obra mía no se conoce casi en la isla.
DM: ¿Cuándo arribaste a España pudiste insertarte sin contratiempos en el ámbito artístico y cultural?
NV: Yo he tenido suerte porque la suerte la hace uno mismo; se hace con voluntad y sinceridad. No he engañado a nadie para hacer la obra. Actúo como lo que soy y lo que pienso. Siempre me entrego con honestidad, no tengo otra manera de ser. Creo que la suerte no viene del cielo, los milagros están en la tierra. Por ejemplo, para mí fue un milagro que Aldo Menéndez apareciera en mi vida y me propusiera trabajar con él; milagro es también que un amigo me haya invitado a España. Gracias a esa perspectiva que tengo de la vida llegué a España con absoluta disposición para insertarme y trabajar. Lo primero que hice fue dar clases. Viví unos tres meses con una familia amiga y al final de ese periodo les dije que me iría y quería independizarme. Con un dinero que nos prestó un mecenas nos alquilamos en una casa independiente. Lo más rápido que pude pagué esa deuda y continué con mi sostenimiento. A otro amigo le alquilé un espacio y ese fue mi primer estudio en España. Ahí empecé a pintar y le pagaba con cuadros. Yo he pagado casi todos los estudios que he tenido con obras. No todos los pintores han tenido esa posibilidad. Con las clases mantuve a mi familia. En España tuve que enfrentar dos crisis económicas muy fuertes, en la década del noventa; tuve que pintar con brocha gorda y hacer algunos trabajos que no me demeritan. Para poder hacer arte tengo primero que tener lo más elemental. Y esas eventualidades hay que saber afrontarlas con dignificad, optimismo. Por suerte tengo una magnífica mujer que me acompaña y me soporta. De cierta manera nos hemos fabricado el uno al otro.
DM: ¿Cómo se readecuaron tus intereses conceptuales y técnicos a esa realidad española?
NV: España ha sido para mí un escenario de maduración. Lo primero con lo que me encuentro en España es con los poetas. La poesía siempre me ha condicionado. También aparecieron un par de galeristas interesados en vender mi obra; galeristas que fueron a mi casa, seleccionaron obras y las trataron de vender. En realidad, he trabajado mi obra con muy pocos galeristas y las relaciones no han sido muy prolongadas. Durante esos 30 años que estuve en Europa trabajé sobre todo con un mecenas, como ya te dije. Por suerte, no he tenido la necesidad de competir con nadie, ni de hacer concesiones para que mi obra circule y se conozca.
Cuando llegué a España tuve la oportunidad de convertirme en un caso excepcional, casi un mito, porque no había ningún cubano todavía allí. La gente venía a verme para que hablara mal del estado cubano, del proyecto revolucionario; pero mis principios y obsesión por el arte no me lo permitían. Me venían con propuestas indecorosas y las rechazaba de cuajo. Nunca he entrado en ningún juego político. Jamás me he pronunciado sobre eso porque no me interesa; nunca me ha interesado la política. Yo soy un pintor y punto, y he sido consecuente con eso.
Justamente este viaje ahora a Cuba lo que me permite es una suerte de reciclaje; ver de nuevo lo que yo hacía en los años 78, 79 y ochenta, obras de la que casi no me acordaba; y que luego continué con mucho más refinamiento, con más sentido escultórico en España. Eso sí, no me gusta repetirme; por eso me considero un pintor fragmentado. Todas estas concepciones creativas en España se me refuerzan. En España maduré conceptual y técnicamente. No es lo mismo ver obras desde una perspectiva bibliográfica que verlas físicamente en los museos. Nada se compara con la experiencia de enfrentarse a un Velázquez, Goya, Zurbarán; por no hablarte de los contemporáneos, pues eso te da otra dimensión. Entonces empiezas a aprender, a profundizar y a amar lo que realmente haces. Yo me acerqué a ese acervo y lo penetré, y esa penetración me hace madurar, fortalecerme dentro de lo que siempre he creído, en esos conceptos de fragmentación. También he estudiado a algunos filósofos que me interesan Protágoras, Gilles Deleuze… Deleuze para mi es el filósofo por excelencia. La parte rizomática de Deleuze es el principio de mi obra, soy completamente rizomático; soy como una patata, no tengo centro.
DM: ¿Podríamos decir que Europa te hizo más racional frente a la pintura y sus procesos?
NV: No, yo nunca he sido racional. Siempre parto de la intuición, nunca hago bocetos. En cada obra que hago me sumerjo por entero en la improvisación. Sé los conceptos, los tres o cuatro elementos que quiero recrear; pero lo demás va saliendo en el proceso. Como en la poesía, voy quitando y poniendo, cuidando la armonía. Según sea de efectiva esa armonía, así lo será la composición y el cuadro en sentido general. Llegar a entender eso a los 50 años para mí fue un sueño hecho realidad. Son esencialidades que muy pocos comprenden. En Cuba me di cuenta de que no debía desgastarme en esencialidades que solo funcionaban para el contexto cubano; no quise meterme de lleno en esa noción porque era traicionarme también. Yo quería hacer lo que quería, y lo sigo haciendo aún.
DM: El crítico de arte Rufo Caballero afirmaba que hay una forma “Villalobos” de pintar. Sin embargo, al ver tu producción realizada en España uno se percata de que continuaste insistiendo en esa disolución del estilo ¿Cómo podríamos entender esa contraposición de criterios?
NV: Efectivamente, continué en Europa con esa idea de la negación del estilo, y cada vez la voy a defender más, porque ha sido y es mi propuesta en el arte. Para mí es lo esencial de mi planteamiento conceptualmente. Pero pienso que la obra de cada artista está llena de una cosa que se llama intensidad. Y esa intensidad es lo que realmente te nombra, a diferencia del tema o el proceso. Muchas veces esa intensidad está oculta. Mientras más viejo me pongo, más creo que lo importante en la vida y la obra es esa intensidad que no sabemos ver, que no es evidente a la vista, que hay que descubrir. Por eso me acerco a la poesía. La poesía es mucho más importante para mí que la filosofía.
Tú no te imaginas el placer que me da cuando estoy pintando un cuadro, el ir descubriendo poco a poco una composición. Cuando concluyo el proceso de trabajo, al cabo de un mes aproximadamente, me pregunto: ¿cómo yo pude llegar a ese orden?; porque el cuadro es un orden a fin de cuentas y está regido por esa intensidad de la que te hablaba que posee cada autor y que la mayoría del tiempo está oculta.
Con relación a esa idea del estilo te diría lo siguiente: cuando Picasso pintaba su obra él no lo hacía con la conciencia de crear un ismo, sino porque lo necesitaba. Primero está la obra, sus procesos, y después los movimientos históricos. Y otro tanto me sucede a mí. Yo no quiero tener una línea rectora a seguir. Esos símbolos y seres fantásticos que tú ves en mi obra están dentro de mí, y voy armado con ellos cuando me enfrento a la pintura o al dibujo. Ahora mismo estoy haciendo un códice de toda mi obra, ya casi lo estoy terminando. Ahí estarán reunidos casi todos los elementos visuales que se han repetido en mi obra. Lo he podido hacer también porque tengo diarios escritos; un ejercicio del que me apropié en un principio dentro de esa búsqueda del pintor que quiero ser, el artista que pinta, lo que en la poesía nombran “otredad”. Esa otredad oculta, que te va condicionando, y que no es evidente para todos los ojos, solamente para el que sabe sentir. Yo recuerdo un poema de Juan Ramón Jiménez sobre el imago, en donde él decía que de la vida a la muerte nos separa una línea, un murito tan fino que casi no podemos verlo. Esa es la tragedia, el dilema del ser humano: la incapacidad de reconocer o divisar esa frontera divisoria.
DM: ¿En ese largo periodo que viviste en España sentiste la pérdida de algo importante del contexto artístico y cultural cubanos?
NV: No creo haberme perdido nada importante. Si te dijera que sí te mentiría. Cuba es como el libro Rayuela de Cortázar, que la puedes vivir y experimentar desde cualquier tiempo y espacio, desde cualquier dirección de enfoque: de delante hacia atrás y de atrás hacia delante. La preocupación que tuvieron otros artistas de haberse alejado y de haber mantenido desactualizado a su público habitual yo nunca la tuve. Ese es un complejo de culpa que nunca me ha condicionado. He sido tremendamente feliz porque tengo una familia y nunca me sentí solo. Estaba en España, pero al mismo tiempo en Cuba. Nunca he sentido esa soledad que mata, que no tiene frutos. Siempre me he sentido acompañado. Aquí me sentí siempre en compañía, y de igual modo fue en Europa. ¿Y sabes por qué?, porque parto de la hermandad, creo en la amistad, en la comunicación. Yo mantengo vínculos estrechos con los artistas de los noventa que hoy son muy conocidos, como Los Carpinteros o Kcho, al que en un tiempo le di clases. Ellos tienen buenos recuerdos de mi como maestro y esa es una muy buena señal. Fíjate que hace unos días una muchacha me dijo: Villalobos yo me acuerdo hasta de las camisas que tú usabas en esa época en Cuba. Y es verdad porque que me ponía unas camisas de Mali que nadie se ponía. Andaba en short cuando nadie lo hacía; iba hasta con un pantalón de los años 50 a dar clases, y no era porque lo había elegido, sino porque no tenía más nada que ponerme y era un regalo que me había hecho un tío. Me ponía hasta ropa de pana porque no tenía otra. Y nunca me quejaba; nunca he sido de gritar mis penas, mis necesidades.
No te voy a negar que la nostalgia me absorbió un poco cuando llegué a España, sobre todo en ese periodo en el que todavía no había llegado mi esposa. Y la que me salvó de ese sentimiento fue Antonia Eiriz. Tengo una carta larguísima de ella donde me habla del tema. Me decía: no te dejes guiar por las ninfas del malecón. Esa era una metáfora que ella usaba para decirme que no me preocupara por la distancia y mi vida en Europa; que las esencias de lo cubano era algo que yo llevaba bien adentro.
DM: ¿Has experimentado contrastes o tensiones al retornar a La Habana?
NV: Hace poco precisamente hablaba con un amigo, Emilio, y él me decía que la Cuba que yo había dejado ya no era la misma de ahora. Y en cierto sentido es verdad. La gente ha perdido valores, se ha vuelto más mal educada, grosera… Pero en realidad no me siento descolocado, fuera de contexto. Siempre estuve en mi realidad particular, en mis asuntos. No soy de socializar mucho en la calle, aunque si tengo que ser comunicador, afable, lo soy sin ningún problema.
DM: ¿Has descubierto a tu regreso alguna nueva circunstancia en el arte cubano que avalúas con sentido crítico?
NV: Cuando aquí entraron las primeras revistas Art News, Art in América, y estaban en las bibliotecas de las escuelas de arte, los cubanos teníamos mucha información. Y ahora ese cúmulo noticioso, informativo, es aún mayor, sobre todo con el impacto de las redes sociales, y se ha puesto en función del negocio del arte. Ahora en Cuba hay artistas que son casi empresarios, sobre todo entre los jóvenes. Es una nueva moda un tanto perjudicial, pero que tendrá su término también. Todas las modas están destinadas a disolverse. Recuerdo que en esa época en la que yo todavía estaba en Cuba conocíamos bien lo que pasaba en las galerías de Nueva York porque estábamos muy apegados a lo que pasaba afuera, en el extranjero, y poco a poco fuimos perdiendo nuestra identidad, esa de la que habla Lezama en Orígenes. Y ese proceso de distanciamiento nos está pasando factura hoy día. Hay que rescatar lo autóctono, la identidad; convertirla en asunto prioritario. Conocí a varios artistas que fueron consecuentes con esa identidad a lo largo de toda su vida: Antonio Vidal, Antonia Eiriz, Raúl Martínez… Toda esa generación fue muy consecuente y con ello sentaron pautas dentro del arte cubano.
(Fotografías tomadas del sitio Tuyomasyo)