Entre la erótica y la pontificación
Por David Mateo
El artista cubano y profesor del Instituto Superior de Arte René Francisco ha sido una de las últimas figuras incorporadas a la lista de los Premios Nacionales, distinción que otorga anualmente el Consejo Nacional de las Artes Plásticas. Su adjudicación en el año 2010 subvirtió de manera radical el criterio de validación del certamen, cuyas decisiones habían estado recayendo en artistas “sacralizados”, maestros de edad avanzada, algunos fallecidos, incluso, después haber sido galardonados, como Rita Longa, Raúl Martínez, Julio Girona, Ruperto Jay Matamoros y José Gómez Fresquet (Frémez).
Antes de René Francisco, a lo más que se habían atrevido los jurados era a premiar la trayectoria de algunos creadores surgidos a principios de los años 70. Parecían apegados a una cuota de homenaje a nuestros creadores longevos, aferrados a la idea de que ningún artista plástico surgido durante los últimos treinta años tenía una carrera suficientemente relevante para ser acreedor del premio, a pesar de que algunos de ellos habían sido nominados con anterioridad. El caso de René Francisco desvió la atención hacia ese período dinámico y profundamente renovador de las artes plásticas cubanas que va desde los años ochenta hasta la actualidad, e indicó un sentido de validación hacia figuras emblemáticas de esa etapa que esperamos sea tenido en cuenta.
¿Qué debe pesar más en la fundamentación de un premio de esta categoría, el enfoque generacional, los años vividos, o la aportación y vigencia de una obra?, fue la interrogante que reactivó para el contexto artístico la entrega del Premio Nacional a René Francisco.
Como todos los demás laureados, el artista tuvo la oportunidad de realizar una muestra personal en una de las salas transitorias del Museo Nacional, a la que decidió otorgarle el sarcástico título de “Viejo verde”.
David Mateo: ¿René, por qué ese matiz de irónica decrepitud, de morbosa longevidad en tu exposición del Museo Nacional? ¿Cuánto de ti y de la experiencia ajena hay en este proyecto?
René Francisco: Cuando yo hacía un festival de performance con galería DUUP en los años 1998 y 1999, aparecía siempre con la ropa de Josef Beuys; hacia un simulacro, una apropiación de su sombrero, del chaleco, de las botas, a veces me ponía el sobretodo grande que Beuys usaba mucho por el frio de Europa. Me apropiaba de su imagen, no es que quisiera ser como él. Nosotros estamos acostumbrados a ver los ejercicios de apropiación en Cuba solo cuando la gente pinta. Por ejemplo, cuando Consuelo usa a Botticelli, cuando Tamayo usa a Leonardo, o Alpizar las imágenes del Medioevo… Hay mucho arte apropiativo en Cuba; pero es muy representativo, nunca de acción. Sin embargo, usar aparentemente la ropa de Beuys es también un gesto de apropiación y lo empleo para determinadas lecturas que quiero inducir a la gente, lo utilizo como un ícono movilizador, un icono colectivo, mediático, entre la masa y el individuo, entre los conceptos y la sociedad, entre las teorías y las prácticas.
Cuando utilizo toda esa parafernalia en la exposición “Viejo verde”, y si tú miras bien te das cuenta de que esa parafernalia no existe en mi vida privada, en mi casa, no es propiamente de mi mundo del que estoy hablando…, lo hago para referirme a un universo que no tiene fecha, no tiene nombre, no tiene cara. El sexo es algo que no tiene cara, más bien tiene rostro, pero no tiene tiempo. Gran parte de las tensiones de este trabajo colindan con mis series anteriores denominadas “Tubo Sutra” de los años 98, 99 y 2000, donde un poco revelaba intimidades, no anécdotas de mi vida íntima. Estuve revelando ideas o una sensibilidad acerca de lo erótico, lo sensual, lo sexual, lo promiscuo. Si incluyes en una pieza tres mil tubos que fueron utilizados por la gente, son tres mil personas actuando, tres mil personas en esas posiciones eróticas. Creo que esta exposición “Viejo verde” tiene en principio un carácter de apropiación de algo que no es mío, pues no me considero un viejo. No me considero una persona decrépita, o como se dice libidinosa. Me puedo considerar otras cosas que están dentro del rango de “lo cubano” y dentro de mi personalidad; pero eso lo veo normal en este país. Si fuera un alemán, trataría de distinguirme de toda la gente; pero esta es una exposición hecha en un contexto en el que casi todas las personas, ya sea por mito o por tradición familiar, conviven con el machismo, un concepto que abarca la sociedad cubana.
“Viejo verde” toca un punto de la sociedad cubana cuando ya nadie habla de contenidos, la gente quiere evadir los contenidos. Busco contenidos que no sean los contenidos lamidos de lo cubano: lo político, lo social, lo antropológico, lo vernáculo, el Kitsch, o las modas después que han sucedido, que es la negación de los contenidos. Mi trabajo se sitúa en un momento en el que las jóvenes generaciones están tratando de desprenderse de los contenidos; pero también es un trabajo que toca el sexo desprovisto de sus contenidos, nadie se ha fijado en eso y yo quería fijarme en ese punto. ¿Cómo se puede hacer una conexión entre lo viejo y lo nuevo a partir de un contenido que es neutro? Estas obsesiones están en los jóvenes y en los viejos. Para ponerte un ejemplo, yo soy profesor en el ISA de jóvenes que tienen unos veintitantos años y toman Viágara, es un fenómeno insólito pero común… En Cuba hay un morbo con situaciones eróticas que son de cualquier edad, ese es un elemento que me ha gustado matizar. “Viejo verde” para mi es una puesta en escena de una experiencia que puede ser autobiográfica en el sentido de mis vivencias como artista y hace referencia al morbo que hay con las cuestiones eróticas dentro del arte, o de cómo tú ves las cosas a veces de una manera erótica. Durante muchos años traté de desprenderme de esa temática; pero es algo que está en la vida de todos nosotros y la he querido constatar de nuevo. Este es un primer nivel de fundamentación, un segundo nivel es que es una exposición hecha para el Premio Nacional de Artes Plásticas.
Me funciona mucho la idea de lanzar una temática erótica, neutral para todas las edades, y al mismo tiempo plantear, sugerir otras cosas de índole social. Normalmente en la historia de la erótica cubana el falo aparece parado; pero en esta exposición el falo está vencido por la mujer, ella se apodera del hombre y lo domina, yo pienso que la gente no se ha dado cuenta de esa perspectiva. Curiosamente esas alusiones han sido reconocidas rápidamente por una parte del público, sobre todo por mujeres mayores que han asistido a la exposición, mientras que sus maridos permanecen callados y no ofrecen opiniones sobre el tema. Cuando me dan el Premio Nacional, Luis Alberto García en su texto de presentación dijo algo así como que yo era uno de los pocos artistas que habían arribado al Premio Nacional haciendo el amor, y un artista algo mayor que estaba presente en el público se levantó y se fue…
DM: ¿A juzgar por tus comentarios, la muestra puede interpretarse como una mirada desacralizadora y un tanto irónica hacia al estatus que has heredado con la adquisición del Premio Nacional de Artes Plásticas?
RF: Creo que en la exposición hay una fuerte burla a uno mismo, al estatus, a la pontificación que puede uno generar a partir de ese estatus, y eso existe mucho en la cultura cubana. Un premio nacional es alguien que se pontifica, que se autopontifica incluso. Hay algunos artistas que no lo han cogido y se preguntan por qué no lo tienen. No te niego que sí me lo esperaba porque llevo tres años siendo nominado. Podía seguir siendo nominado, pero también podría pasar que me lo otorgaran como lo hicieron en realidad. Aunque estaba preparado, para mí fue muy extraño recibirlo, la experiencia fue extraña porque la pontificación es un tema que ha estado muy desligado de mi vida y de mi formación. No es que carezca de egocentrismo, pienso que todo artista tiene una dosis fuerte de egocentrismo, a veces esa dosis puede hasta ser solapada. Esta exposición fue hecha para agradecer públicamente el que me hayan dado un premio; los que me premiaron son la representación de un estado de voz, es una especie de muestra de respeto a las personas que me eligieron o que estuvieron defendiendo durante años mi candidatura. Mezclo en mi exposición también esa parte que quizás algunas personas no están mirando: lo erótico con el agradecimiento, un agradecimiento hecho con arte, dejando testimonio de mis años de aprendizaje, de todo lo que aprendí, técnicas que yo no uso habitualmente y que aprendí con maestros como Nelson Domínguez, Chocolate, Fabelo… También está la presencia de la carpintería, la pontificación hacia el mundo añejo de la madera, con diseños antiguos, la marquetería, lo muebles. Hay una apropiación de mi relación con el grupo “Los Carpinteros”, hay deudas internas que a mí me interesa que la gente verifique. “Los Carpinteros” surgen durante el primer curso de mi proyecto pedagógico, hay con ellos una relación de trabajo muy estrecha y yo siempre me quedé con esa nostalgia. En la muestra hay una revisión de eso y no tengo ni siquiera el miedo de que la gente diga: mira está usando los códigos de “Los Carpinteros”, porque es cierto que son códigos de los que me estoy apropiando; pero también son códigos que pertenecen a un momento determinado de mi vida. Al mismo tiempo este aspecto acentúa en la exposición la condición de persona mayor.
En realidad, no fue una exposición en la que tuve que pensar mucho, fue como un dejarme llevar, un río, una exposición donde fluyeron los dibujos, reciclé un par de pinturas que estaban en el aire. Hay dos obras básicas que son las que movilizan la exposición: una es el video “Viejo verde” que yo tenía hecho hacía rato y que lo edité dos o tres días antes, lo volví a filmar porque las otras tomas no me gustaban, eran tomas más duras, no quería dar un tono así de desfachatez, no quería ser el “Viejo verde” violento, sino referirme a un tipo de viejo que tuviera cierta elegancia. Pero lo que sí te digo es que es un personaje encarnado, yo no soy un piropiador, soy una persona con un nivel de comunicación muy fuerte, pero no soy una de esas personas que se paran en la esquina a piropiar o a enamorar, hay cuestiones de apropiación que son palpables para quienes me conocen. Es una exposición también que habla sobre el poder, sobre el hecho de tener un premio y el estatus que adquieres con él, es una muestra que va contra la pontificación de los premios.
DM: ¿El hecho de responder al premio con una retrospectiva no supone también un balance, un inventario de todo lo que has realizado en tu carrera?
RF: Cuando determinadas personas ven las obras, sobre todo profesores que tuve hace algunos unos años, seguro dicen: que bien, aprendió todo esto, me refiero a aprendizajes que no están habitualmente reflejados en mi trabajo. Si me otorgan el premio es que soy de alguna forma un maestro entre comillas, un maestro que sabe las técnicas, el dibujo, la pintura, una aguada, una mancha, una escultura, que sabe cómo hacer una exposición bien diseñada, cómo hacer un buen mueble… Ahora todo el mundo me comenta: bueno te han dado el premio por pedagogo, eso me molesta un poco porque más que pedagogo soy un artista como todos los demás. No porque utilice la pedagogía como una herramienta de trabajo, y haya sido un poco exitosa, la gente tiene que encasillarme.
Salvando las grandes diferencias de edades, de creaciones, el premio se lo podían haber dado también a cualquier artista con una buena obra como Ponjuán o Lázaro Saavedra. Conozco obras de artistas de mi generación que son más copiosas, más profundas y trascendentales en un plano espacial e histórico, que la de algunos que han adquirido el premio.
DM: También son recurrentes en la exposición los matices didácticos…
RF: Bueno, esta es una muestra didáctica-genérica: escultura, pintura, dibujo, video, performance… Por ejemplo, la obra de la soldada es una obra que transcurre en dos días con una acción de la vida, involucra lo colectivo como experiencia y eso me interesa mucho. Mi trabajo en general versa sobre lo colectivo, ya sea representacional o de acción; se apoya en la pedagogía, en la inserción social en los barrios. Mis trabajos, por muy intimistas que sean, como en el caso de los “Tubo Sutra”, vienen por lo colectivo. Aquí hay una intención clave de manifestar el uso de algunas técnicas que son muy tradicionales, porque ya hasta el video y el performance son cosas muy clásicas. O sea, se trata de hacer un abanico, un repaso de mi evolución como artista y persona. Habitualmente trabajo mucho con asistentes, sin embargo, en esta muestra casi no lo hago, salvo en aquellos casos donde necesité que me ayudaran a construir determinadas piezas; traté de hacer solo todas las pinturas y dibujos, que todo saliera de mis propias manos.
DM: ¿Te sientes satisfecho con la recepción que ha hecho el público de “Viejo verde”?
RF: Me traicioné un poco en esta muestra porque la gente me está diciendo ahora “viejo verde”. Pero en realidad la muestra encierra el sentido de lo “viejo verde” en Cuba. Hay obras que dan ciertos pestañazos sobre situaciones que he trabajado en otros momentos, también está lo verde como color. Toda la exposición es en verde, el verde ha sido muy significativo en nuestro país, es paradigmático. Hay obras que se refieren al contexto militar como la de la soldada que a mí me encanta. La gente ha querido incluso ver en esta exposición algunas alusiones directas, sin embrago, ese no ha sido mi propósito, como no lo ha sido nunca en mis obras anteriores. Yo siempre he tratado de alejarme de las alusiones directas, aun cuando el tema político ha ocupado un lugar importante en mi producción artística. En mi exposición del Museo está implícito el hecho de que hay algo verde desde el punto de vista simbólico que está envejecido, pero no se refiere a una persona sino a un ambiente.
En las obras aparecen reflejadas las obsesiones eróticas de los viejos. Eso lo he visto también en la historia del arte, por ejemplo, en Francis Picabia, un tipo que fue dadaísta y destruyó casi todo, completamente iconoclasta, y termina pintando mujeres desnudas. Se dice que Marcel Duchamp termina un poco en esto también, una especie de obsesión con lo erótico. La historia del arte, que ha sido siempre muy representada por los machos, cada vez menos porque ahora se está produciendo un equilibrio con la presencia de las mujeres, ha sido una historia fálica y termina casi siempre con esas obsesiones. Picasso es otro de los ejemplos más paradigmáticos. En el período de vejez de muchos artistas la creatividad parece que tiene que estar sostenida por estas obsesiones eróticas, donde uno trata de atrapar el hálito que le queda de juventud. Yo por suerte no he sentido eso todavía, por ahora me siento muy bien.
Alguna gente dice que “Viejo verde” es una de las mejores exposiciones que se han hecho últimamente en el Museo Nacional, Moraima la directora del Museo, me dijo que había roto record de asistencia de público en la inauguración. Esta exposición creo que va a los corazones de la gente, y la gente la recepciona desde múltiples puntos de vista. Hay gente que me dice: la mejor pieza es la de la soldada, otros me dicen la del piano, otros vienen y me dicen que son los dibujos, otros me dicen que la del banco o la silla ubicada fuera de la sala. La recepción ha estado a los mismos niveles, ha tenido el mismo impacto tanto desde el punto de vista técnico como temático.
DM: ¿Y cuáles son las piezas emblemáticas de la muestra para ti?
RF: Hay dos obras que fueron claves a partir de mi experiencia. Mi última pareja oficial, con la que duré unos 5 años, me llevaba de diferencia casi 25 años. Ahí hay una experiencia de vida, no sé si llamarle de “viejo verde”; pero eso también lo tengo en mis tíos, en gente que conozco, ahí están también los casos de Chaplin, de Picasso, Alberti, Borges, con relaciones cuya diferencia de edad era de 20 y 30 años. El video de la muestra está basado en esa experiencia, se trata de un video que no fue hecho para la muestra del Museo, pero que retomé, revisé y reelaboré cuando comencé a pensar en ella. La otra obra importante, que es la primera idea de la exposición, es “El cara de culo”, que aquí tiene dos tiempos, también se puede decir que es el cíclope. En el año 1996 yo leí “Conjunciones y disyunciones”, mientras hacía una obra en el Ludwing Forum sobre la muerte de Malevich. Ese libro de Octavio Paz tiene capítulos sobre Duchamp, lo erótico, la mujer, el hombre, y tiene una parte dedicada a la picaresca mejicana. Ahí encontré un grabado de Posada, en él hay una niña que mira y tiene un culo en la cara. Octavio hace toda una disquisición sobre ese grabado y también sobre una obra que tiene a la Venus frente al espejo, hay un angelito enseñándole el espejo a la Venus, una obra muy famosa del siglo XVI, me parece que es de Tiziano… Uno observa esas pinturas desde otra dimensión, pero cuando lees el análisis que hace Octavio uno se da cuenta que tiene que ver mucho con la cuestión de la escatología y con la cuestión de los orígenes. Cuando muere algo como que se defeca, se convierte en mierda, en nada, y nace otra cosa. Hubo una época en la que el rostro estuvo cerca del suelo, hay como una cuestión de primitividad, la gente no ve esas cosas, pero estaban en la exposición, obras que no fueron hechas para esta exposición, pero que vengo pensando desde hace tiempo, desde el año 1996 aproximadamente. De ese libro de Octavio me salieron a mí los primeros dibujos de “Tubo Sutra”, de las relaciones que él establecía sobre los templos sagrados, sobre las figuras eróticas de la India que cubrían los templos, está la relación entre lo erótico, lo religioso, relaciones que parece que no se resuelven en la cultura occidental pero que están de manera natural en otras culturas. De ahí sale esa obra de mi retrato en dos tiempos, con una cara más joven y otra más vieja, y entonces lo que tengo en la cabeza es el culo, también hay una alusión a cómo funciona el cubano, el absurdo cubano, como se piensa muchas veces en Cuba.
DM: Cuando se te otorga el Premio Nacional de Artes Plásticas le incorporas aires de actualidad y renovación al certamen; rompes la tendencia de homenaje al artista consagrado y longevo…
RF: Hubiera sido fantástico que otras figuras contemporáneas, como Eduardo Ponjuán, por ejemplo, un artista con el que he compartido una parte importante de mi vida como creador y pedagogo, y que no alcanzó el premio por un voto, lo hubiera obtenido también. Se hubiera desatado una cadena de buenos premiados, porque detrás estaría nominado Lázaro Saavedra, se hubiera producido una verdadera renovación.
El premio trajo consigo una recepción sobre mi trabajo que no me esperaba, la he esperado de otras exposiciones y no la he tenido, así como en “Viejo Verde”. Esta es una exposición de la que ya quiero pasar, salir de ella, no creo que vuelva al estudio a ponerme a trabajar en estos temas y en esta clase de piezas, ha sido como un momento de concentración. Es como decir, bueno esta fiesta de anoche fue una especie de orgía; pero borrón y cuenta nueva, esto queda como recuerdo íntimo, muy adentro. Yo estoy inmerso en procesos de creación que son realmente procesos colectivos, tienen que ver más con la emancipación, quizás en la exposición toqué algunas de esas cositas; pero ya te digo es un proyecto muy plural, que no tiene tiempo ni edad.
El Premio Nacional también reporta una controversia con una parte de mi generación que vive fuera de Cuba, ellos no entienden cómo acepté el premio. Me dicen: ¿Ahora resulta que te vas a rendir? Sin embargo, en otro polo hay gente que nunca pensé que me estimaran tanto y me han mandado correos maravillosos, gente con la que nunca he tenido una relación estrecha; pero me he dado cuenta de que me han estado observando, siguiendo mis acciones, mis obras, mi carrera. Esto trae consigo un afecto muy fuerte; un afecto que tiene que ver con la idea que la gente se va formando de ti y de tu obra.