Primera parte
(A la memoria de Rufo Caballero)
Por David Mateo
Sin embargo, me sorprende ver ahora con cuanto desembarazo te dispones también tú a conjurar ese estado de confrontación; y como, al igual que el amigo Montoto, te has hecho partidario del criterio que reduce el rol de la alegoría social en su obra al status de pretexto o recurso secundario; ensalzando como elemento primordial en su trabajo el cuestionamiento o escarnio de los sofismas históricos de la representación. ¿Rufo, realmente piensas que las remociones estéticas en que nos sumerge la pintura y el dibujo de Montoto llegan a distorsionar o hacer oblicuas las connotaciones simbólicas de los objetos que emplea; que en su caso –como me dijiste hace unos días con una cierta sonrisa socarrona- pudiera significar lo mismo el esbozo de una calabaza, una ristra de ajo, un huevo, un machacador, un rastrillo, la hoja de una guataca, un pan de la canasta básica, una pelota de béisbol, la sombra de una bicicleta china, un tensor de cable en forma de horca, una escoba, y hasta un jarro de metal o una lata de cargar agua, como aquellos que usábamos cuando éramos adolescentes en la “escuela al campo”, ¿recuerdas?… ¿Donde queda toda la perversidad de los enunciados con que los objetos se hacen acompañar? ¿Sinceramente crees tú que Arturo Montoto es un fiel representante de ese grupo de artistas que muestran hoy día una indiferencia absoluta ante el uso de los referentes sociales y ante la voluntad de provocación?
La médula de Montoto tiene que ver, pienso yo, con la tentativa de entendimiento (ardua labor intelectual, no exenta de sensualidad, para nada) acerca de cómo mientras más “reproduce” a lo real, más se adensa el arte en su propia institución, en su propia construcción, vista la conciencia de que ese paradigma reproducido no podrá existir jamás si no es en el espacio retirado y secular de “lo artístico”. Mientras más reproduce el arte, mientras más suponemos que remite, más se complica en una reflexión autotélica que invita a estudiar su misma lógica. No por gusto la noción más polémica de la Historia del Arte es la de realismo. ¿Qué es por fin el realismo? ¿Las cosas? ¿La realidad de las cosas? ¿Las esencias de lo real? ¿Depende de la observación, o de la interpretación; de ambas cosas? ¿A qué montaje cultural obedece la ilusión del realismo? Si es siempre una ilusión, no más; y, en tal sentido, una mentira, una falacia, una construcción: ¿el realismo es mejor cuando traiciona su propio contenido? Son cuestiones tan sumamente difíciles que alcanzan a recorrer una de las grandes obsesiones de toda la Historia del Arte, y alcanzan a fundamentar todo un principio de creación en el arte de Arturo Montoto. Por consiguiente, detenerse en ello no es, como insinúas en tu primer texto, estimado, una bagatela; vamos, un entretenimiento intelectual de segundo orden.
(Continuará…)