Por David Mateo
Lázaro (Lacho) Martínez siente una afinidad profunda por la arquitectura; cuya evidencia se constata en casi todas las variables y perfiles de su trabajo con el dibujo, la pintura y el audiovisual. Pero, más allá de los artificios y las razones que ofrecen esos tres medios para canalizar tal inclinación, cada cierto tiempo suele sumergirse en un tipo de trabajo instalativo o escultórico de pequeño y mediano formato, o en su defecto, en el esbozo de algunas ideas afines a esas técnicas; y es ahí donde yo creo que se revelan con más claridad los indicios de esa aspiración constructiva; de ese proceder físico que intuye otras dimensiones de escala; que aspira a una implementación macro del diseño.
Si se hiciera un balance ligero, elemental de su obra, algunos podrían pensar que esa afición por la arquitectura no ha rebasado aún el sentido de la referencia y la tentativa de complementación; que por ahora sólo ha podido manifestarse como un basamento crucial dentro de los conceptos y las metodologías representativas. Pero lo que muy pocos conocen -creo que solo aquellos que están más cerca de Lacho y su trayectoria- es que el artista ya ha logrado aplicarse, ponerse a prueba en el ejercicio empírico de la arquitectura. Tomo como referencia para ello el emprendimiento, la osadía de haber imaginado y dirigido las obras constructivas de su vivienda en el poblado cubano de San Antonio de los Baños. Esta es una iniciativa que hasta el momento a nadie se le había ocurrido evaluar desde una perspectiva creadora; mucho menos insertarla en el ya vasto currículum de trabajo de Lacho. Iniciativa que yo considero en lo particular provocadora, irreverente, pues ha sido desarrollada dentro de una comunidad marcada por la tradición y el recato.
En otros casos de creadores radicados en Cuba, la construcción de una casa -por mucho que se disfrute la gestión, el método- no tendría por qué estar asociada necesariamente a una vocación artística, a un disfrute representativo; más bien podría ser interpretado como un acto de atrevimiento, de suplantación de funciones urgido por las contingencias, por la necesidad de garantizar calidad en la obra, y sobre todo de sopesar algunos ajustes materiales y económicos, aun cuando el artistas tenga ciertas habilidades manuales y técnicas para asumir el emprendimiento.
¿Cuántos intelectuales y creadores en Cuba no han tenido que convertirse de la noche a la mañana en albañiles, plomeros o electricistas de sus propias viviendas, deseándolo hacer o no? Pero muy pocos han podido en realidad consagrarse al proceso constructivo por pura afición; como resultado de una combinación diligente de sensibilidad, tendencia representativa y criterios estéticos. Ni tan siquiera lo han podido hacer los propios arquitectos cubanos en activo, que es mucho decir… Así de complejas, de inviables, están las probabilidades de ejecución profesional dentro de la isla.
Lacho ha podido acometer este anhelo arquitectónico porque es un sujeto forjado en la consagración y la persistencia; abocado a los grandes retos y proyectos; preparado para las más complejas gerenciaciones materiales y culturales; y porque ha contado además con el respaldo financiero necesario; transfiriendo buena parte del presupuesto obtenido en México (país donde vive de manera alterna) hacia un número considerable de planes, propósitos individuales y colectivos, o para cubrir determinadas expectativas familiares y domésticas, en una actitud que muy bien podría emular a veces con el espíritu filantrópico.
La residencia que Lacho ha terminado de construir para su familia en San Antonio de los Baños es, por concepto y proceso técnico, una experiencia absolutamente Transferencial; ella parte de la reasimilación básica de esa noción y divisa que ha regido durante todos estos años su experiencia de trabajo frente al colectivo Los Transferencistas.
Examinada desde un punto de vista formal, la casa parece desplegar una noción dinámica, interactiva, de la perspectiva geométrica. Vista desde cualquiera de sus ángulos exteriores, la edificación se presenta como un enorme rectángulo ubicado en posición vertical, soportado por paredes espaciosas y compactas, con mínimas puertas o ventanas de acceso. El inmueble tiene tres pisos, una apariencia moderna de fuerte contraste, y está forzosamente encajado en la sucesión de casitas convencionales, hechas -la mayoría de ellas- de placa ordinaria o de cubierta clásica a dos aguas, como es costumbre en estas comunidades suburbanas. Al observarla, nadie dudaría que en esta vivienda también está el influjo de una parte importante del acervo arquitectónico moderno mexicano, del que ha bebido Lacho en demasía; sobre todo de esas instalaciones minimalistas, pulcras, majestuosas, que abundan en casi todo el territorio citadino azteca.
Si nos ubicamos en la parte frontal de la vivienda, podríamos elucubrar una estructura interior muy compacta, concebida a partir de la implementación apretada de habitaciones y corredores, cada uno con un ordenamiento y una operatividad inamovible. Pero luego, cuando penetramos el inmueble, nos damos cuenta de que es todo lo contrario; que ese rectángulo en apariencia rígido, monolítico, solo es una ilusión externa de acogida, de recepción; una especie de contenedor funcional, ideado por el artista a partir de las exigencias y normativas del “derecho de suelo”; una solución compositiva pragmática que pretende -aunque parezca algo contradictorio- no desentonar demasiado con la dimensión física y el urbanismo con el que interactúa.
Creo que esa percepción flexible con la que prudentemente debemos aproximarnos al sentido de depósito o conteiner elemental, elegido por Lacho para configurar el aspecto externo de su casa, puede tener antecedentes en algunos de esos experimentos de relatividad compositiva con los que Lacho logra tensar, vulnerar, en su quehacer bidimensional, audiovisual y volumétrico, la relación paradójica entre contenedor y contenido, apariencia y esencia, inventiva y realidad. Me acojo a este enfoque particular de análisis porque, al introducirnos en la casa o “instalación geométrica”, comprobamos entonces como se modifican, e incluso desarticulan, todos los planos formales preconcebidos. Descubrimos amplios espacios que pueden perfectamente diferir o transferir su funcionalidad y ambiente. En aquellos que están ubicados en la primera planta, y a los que se accede de forma directa desde la calle, vemos, por ejemplo, cómo se combinan, se alternan, de manera grata, armoniosa, las funciones de cocina y comedor, con las de vestíbulo o salón de espera.
Al fondo de ese mismo primer nivel, hay otra pequeña habitación que, por las características de su estructura espacial, parece que puede hacer las veces de aposento, sitio de almacenaje, taller de producción, galería de obras, zona de proyección fílmica, reunión o tertulia. No es la configuración física en si la que define la funcionalidad del espacio interior en la vivienda de Lacho, sino el mobiliario, los enseres empleados, y en buena medida las adaptaciones hechas a la ambientación y el ornamento. Esta concepción es sumamente importante y se aplica en cualquiera de los sitios dispuestos a lo largo y ancho del bloque. Infiero que, internamente, pueden hacerse todo tipo de modificaciones o cambios; que el orden y la dirección del recorrido habitacional puede alterarse, incluso, cuántas veces quieran los inquilinos, y la esencia de la lógica estructural y de ambiente de la vivienda no sufrirá alteraciones radicales. Así de dúctil, de maleable, es la casa que surgió de la fecunda imaginación de Lacho.
Una larga y empinada escalera de cemento fundido, sin más aditamentos que unos cables finos de acero, tensados y dispuestos como pasamanos, permite el ascenso y el descenso entre el primer piso y los corredores o cuartos colocados en el segundo. La prerrogativa visual que potencia esa sección específica, donde se asienta la escalera, radica justamente en el hecho de que, desde cualquiera de los dos niveles de la estancia, desde arriba o desde abajo, se tiene una vista general del diseño arquitectónico, lo que le da a la casa un carácter abierto, diáfano, revelador.
Una vez que pasamos al segundo piso, nos damos cuenta de que la transición también resulta fácil, expedita: todo es amplio, libre, despejado, no existen obstáculos físicos, entramados constructivos que delimiten o encierren, que entorpezcan la circulación. Uno puede estar, digamos, recorriendo el pasillo aéreo que bordea la escalera, contemplando las obras que cuelgan a lo largo de las paredes, o reunido alrededor de una larga mesa de estudio, y si se hace necesario, accedemos con facilidad también a los aposentos y baños.
Por un tramo posterior de la escalera, que remata la parte alta de la edificación y que refuerza esa interconexión entre las áreas compartidas, accedemos a la terraza; una zona espaciosa, a cielo abierto, con una vista privilegiada del pueblo de San Antonio, y en la que se pueden organizar también todo tipo de reuniones, coloquios, celebraciones privadas o públicas.
Y es que la concepción arquitectónica con la que ha sido concebida la vivienda de Lacho está bastante alejada de un propósito extremo de encierro o refugio, de aislamiento y amparo. Aun desde un enfoque de convivencia más íntimo, reservado, se han podido garantizar las condiciones físicas y ambientales óptimas para el intercambio cotidiano, desinhibido de acciones, aptitudes, gestos desplegados desde el punto de vista creativo y de goce estético. Todo está dispuesto para tener una percepción real y simbólica del desplazamiento humano; para aquilatar el peso, la gravitación de la presencia filial, su capacidad de acompañamiento. La herramienta mediadora por excelencia en todo este proceso de cohabitación es el arte; el propio acervo simbólico producido por el grupo Transferencial y distribuido de manera equitativa, conveniente, entre los rincones de la casa.
Suponemos que, como la condición progresiva del tiempo y el impulso súbito, inusual, de la imaginación que este provoca, son concitadores primordiales dentro del ejercicio artístico de Lacho, él ha necesitado conciliar en una sola escena, en un solo “plató”, las nociones diversas de hogar, estudio, taller, galería y sitio de encuentro.
Me consta que, cuando Lacho recibe en su casa a algún conocido o amigo del medio artístico, algún colega afín o convidado de excepción, su residencia está lo suficientemente pertrechada también como para convertirse de repente en una especie de escenario histriónico, con múltiples proscenios. Aclaro que no hago uso de los términos “escenario” y “proscenios” con carácter exclusivamente metafórico. Sabemos que el teatro como experiencia y determinación artística ha jugado un papel relevante en la vida de Lacho. Él ha tenido la oportunidad de convivir con esa tradición por herencia familiar (vía paterna) y ha adquirido sofisticadas cualidades histriónicas que provienen de su práctica; las cuales pone a prueba tanto en su desenvolvimiento como artista visual como en su proyección pedagógica paralela. Por lo tanto, ese escenario de “proscenios múltiples” al que he hecho referencia, es bien constatable en la concepción arquitectónica de la casa; se potencia incluso con la atmósfera habitacional que le ha ido impregnando, con el influjo directo o indirecto del decorado y la iluminación. En él tiene siempre una oportunidad de protagonismo y revelación la sensibilidad humana, el aliento creativo; la alabanza estética; se vierten exponencialmente las expresiones multifuncionales y multidisciplinares del comportamiento poético.
México, 26 de diciembre de 2023.
(Fotografías cortesía de Los Transferencistas)