Me considero, a toda honra, un periodista de la cultura. Por haber elegido las artes visuales como ámbito especializado de interacción, y con el propósito de convertirme en un profesional con conocimientos y evidencias técnicas, decidí transitar de manera progresiva hacia el ejercicio de la crítica de arte y la curaduría, y agradezco que el medio artístico cubano me haya reconocido en esas prácticas.
Pero si hay un género que pone en evidencia esa vocación y formación periodística de origen es el de la entrevista. He realizado muchas y con diversos matices a un grupo numeroso de artistas cubanos, de distintas generaciones y tendencias; pero muy poco se ha comentado en realidad sobre esa faceta mía como periodista, convertida a estas alturas de la vida en una verdadera “adicción”.
Hace algunos años tuve la oportunidad de compilar en un libro titulado “Palabras en acecho”, coordinado y producido por la editorial cubana Cause, buena parte de esas primeras entrevistas, y pude complementarlas además con una valoración crítica del reconocido escritor y editor cubano Arturo Arango. A estas reflexiones excepcionales de Arturo, que no solo me “interpelan” sino que hacen una disquisición enjundiosa sobre el arquetipo del periodista en Cuba, recurro con bastante frecuencia como alternativa de indagación, reencauzamiento e incentivo intelectual…
Por Arturo Arango
Un crítico suele ser un buen entrevistador. Un periodista no es, salvo raras excepciones, un buen crítico. Es frecuente que, cuando el crítico interroga a un artista, no busca respuestas sino confirmaciones: quiere demostrar que él sabe más de la obra que el propio autor; que el artista, sí, es un hombre de talento, pero que los secretos de su obra, eso que el lienzo, la partitura o el libro nos está diciendo está más allá de su alcance y sólo puede ser visto bajo la luz de la inteligencia o la sabiduría del crítico. Ya, supongo, el lector de estas líneas estará recordando algunas de esas entrevistas donde las elucubraciones quieren pasar por preguntas, y ante las que el artista sólo puede afirmar o negar o, en el mejor de los casos, responder algo totalmente distinto de aquello que se le está pidiendo.
Las entrevistas hechas por los periodistas pueden ser más entretenidas, pero no siempre más inteligentes. Un buen periodista sabe motivar, mover recuerdos, propiciar confesiones (el chisme vivificante, desacralizador, está entre los méritos de este tipo de diálogo), hacer que entrevistado y lector disfruten del placer de la conversación, de la complicidad. Pero suele ocurrir que para entrevistas de esa naturaleza sólo es necesario el oficio: el periodista puede llegar al entrevistado sin haber leído un libro suyo, o sin haber visto un cuadro salido de su mano. Basta, para lograrla, la experiencia y un manojo de preguntas que siempre pueden ser bien respondidas: ¿Cómo fueron tus inicios? ¿Fuiste un niño feliz? ¿Qué opinas de tus contemporáneos?
Uno de los placeres que me ha proporcionado el trabajo, ya de años que me van pareciendo largos, en La Gaceta de Cuba es el de editar y publicar excelentes entrevistas que nosotros, en el lenguaje particular que todo grupo crea para sí, llamamos «de personalidades». Hemos contado con el privilegio de que entre nuestros entrevistadores estén maestros indiscutibles y alumnos aventajados: Orlando Castellanos, Ciro Bianchi Ross, Leonardo Padura, Charo Guerra, Camilo Venegas, David Mateo…
David Mateo es un periodista, es decir, graduado de una carrera universitaria que llamamos Periodismo. Creo que, por fortuna, quienes lo conocen sólo de su vida profesional suelen creer que procede de Artes y Letras o del Instituto Superior de Arte. Su rigor, su formación, no tienen la superficialidad que, salvo honrosas pero contadas excepciones, caracteriza a los egresados de esa carrera donde hay que saberlo todo, pero de prisa, por arribita, y en la que las exigencias de la propaganda apagan la necesidad del conocimiento. David escapó de esa fatalidad, pero ha conservado las habilidades del comunicador, a las que les ha añadido la agudeza del crítico que es y el conocimiento minucioso no sólo de la historia, hasta nuestros días, del grabado en Cuba, sino también de nuestras artes plásticas contemporáneas.
Pero en las entrevistas de David Mateo se agradece el conocimiento de la obra del entrevistado, también de la persona con la que está dialogando, de ese ser humano que, mesa o línea telefónica mediante, ha accedido a ser interrogado. En algunos casos la complicidad entre ambos nos indica que estamos ante dos amigos; en otros, David ha tenido el cuidado de respetar las artes del cazador, y su aproximación lenta, cuidadosa, lo provee, finalmente, de esas otras formas de comprensión que están en la persona, en su carácter, que vienen dadas por su elocuencia o por su timidez, por su intuición o por su capacidad para racionalizar su poética. Esa forma de comprensión implica, también, respeto: como David respeta a sus entrevistados (como estoy tratando de decir, tanto al artista que es su entrevistado como a la persona), en sus entrevistas no se esfuerza por demostrar que es más inteligente o está mejor informado que aquél, sino que deja que los demás muestren la suya. Cuando pregunta, no afirma: comparte sus dudas, acaso se interroga a si mismo. Trata de conocer, de que conozcamos aquella otra parte del universo del artista que no es evidente en sus piezas, pero cuyo conocimiento, una vez revelado, iluminará esos lienzos o cartulinas que antes sólo hemos visto parcialmente.
Aquí, en estas entrevistas, ¿comienza o termina su labor como crítico? Supongamos un ciclo, quitemos importancia a la pregunta: entre ambas mitades, que él ha tenido la generosidad de ofrecer en un solo volumen, ocurren idas y vueltas que, a no dudarlo, seguirán repitiéndose, ampliándose, generando nuevos ensayos o notas o palabras a catálogos o conversaciones. El ejercicio de la inteligencia no debe conocer límites.