David Mateo
¿Qué anhelos y criterios han sostenido tus proyectos pedagógicos?
Hay dos aspectos fundamentales en ese tema. Uno es mi vocación de pedagogo. Yo siento la necesidad de trasmitir el conocimiento que adquiero, necesito compartirlo. Me parece que uno de los ejercicios del conocimiento es compartirlo. Cuando una persona adquiere conocimientos y no los trasmite, en parte ese conocimiento se olvida, se anquilosa o muere. Casi siempre uno realiza la siguiente reflexión: he adquirido un conocimiento específico, ¿a quién se lo voy a contar, a mis coetáneos, a las personas que son intelectuales y quizás lo hayan descubierto antes que yo… ¿Para qué? Uno piensa que los mejores receptores del conocimiento que uno adquiere y desea trasmitir son los más jóvenes, porque tienen un recorrido vital más corto, menos tiempo de experiencia, menos posibilidades de haber consultado tanta literatura o conocimiento como tú. Son quienes mejor pueden recibir el conocimiento de uno con más interés y, al mismo tiempo, quienes más lo necesitan porque están en formación. Cuando hablamos de pedagogo, o de la pedagogía, pensamos, no por gusto, en los jóvenes o en los niños, en las personas que se forman. Generalmente no en los adultos, que ya han recorrido una vida y poseen una madurez intelectual, pensamos en los que están en formación. El término pedagogía proviene del griego paidós (niño), y agoó: conducir. Paidogogós era la persona que conducía al niño a la escuela, el significado siguió creciendo hasta adquirir la connotación científica actual.
Siempre he considerado la pedagogía como un proceso de formación, más que la simple trasmisión de conocimientos. Por eso a veces pienso que los cursos cortos y variados, generalmente atrofian algunas áreas del conocimiento, aportan conocimientos pero generalmente lastrados, cortados, picoteados.
El otro aspecto es que he visto, a lo largo de mi experiencia como pedagogo –cuando he enseñado en instituciones y en mi propio estudio–, que los jóvenes hacen preguntas sobre temas o asuntos muy obvios, generalmente razones técnicas y conceptuales. Llegué a la conclusión de que algo falla en la formación de las academias o escuelas de arte. No todos los profesores están capacitados para enseñar. Que un profesor sea un buen artista no significa que posea el don de trasmitir, a veces ni siquiera le interesa trasmitir su propia experiencia a los estudiantes. Pero, justamente, la experiencia es hoy otro de los grandes problemas en la pedagogía: cada profesor quiere que los estudiantes sigan su propia receta o libro de cómo concibe el arte, de cómo produce el arte. Uno de los fenómenos más difíciles en las escuelas, a nivel pedagógico, está en el rigor para concebir planes de estudios, programas y equipos de profesores capaces de ser pedagogos, capaces de enseñar. Que sean artistas es muy bueno, pero no necesariamente tendrían que ser creadores de puntería. Puede que un gran pedagogo no sea un artista de puntería, y enseñe grandes cosas, porque una de las mejores virtudes del pedagogo es su capacidad para desdoblarse, dejar de ser él mismo, no constreñirse a sus concepciones, sino tratar de ampliar su mente e impartir conocimientos sobre distintas cosas y orientar al estudiante.
Una de las cosas más difíciles para un pedagogo consiste en entender que él no es un enseñador, sino un conductor, y esa palabra quiere decir que le ayuda a descubrir al joven cuáles son sus virtudes, dónde están sus capacidades; no decirles: “esto se hace así” si no, cómo lo puede hacer: “vamos a descubrir cómo tú lo puedes hacer”. Es uno de los principios que me ha acompañado. Digo a mis estudiantes: “yo no les enseño nada, yo les ayudo a descubrirse a ustedes mismos”. Y también: “no se fijen en el de al lado, no miren al otro, como cuando se comete fraude en un examen en la escuela”… En el arte el fraude es fatal. No se trata de saber qué hizo aquel artista, cómo imitarlo, sino cómo aquel artista descubrió la manera de hacer su obra, y ese me parece una de las claves de la pedagogía. Les digo que cada uno debe mirarse hacia sí mismo, independientemente de asimilar la experiencia que implica el ejercicio del arte, de toda la historia del arte, de cómo los artistas han hecho la obra. Hago hincapié en eso. Mirarse a sí mismo implica reafirmarse en el concepto de que el arte es una singularidad y, en la medida en que cada joven o persona que indaga en cualquiera de las artes sea capaz de descubrir su propia individualidad, estará logrando una obra personal.
Qué aspecto priorizas en tu sistema pedagógico, ¿el técnico o el conceptual?
Los aspectos conceptuales y técnicos tienen que ir juntos, no pueden separarse porque toda obra de arte, sin excepción, está hecha de algún modo y con algún procedimiento técnico específico. No hay ninguna obra de arte hecha fuera de un procedimiento o modo específico. Insisto a mis estudiantes para que descubran con cuál material y técnica debe ser plasmada la idea. En esa relación estrecha entre el concepto y la materia para conformar la obra está la clave del éxito. Incluso, teniendo en cuenta hasta el ámbito en el que se produce la obra y hacia el cual se dirige, no solo hablo de público sino de ámbito –que incluye locación y recepción de la obra–, a nivel de mercado, académico, a cualquier nivel.
¿Por qué has ideado un sistema pedagógico personal y lo aplicas al margen de las instituciones académicas?
El trabajo en las instituciones académicas no me interesa tanto, por la disparidad en los conceptos de formación, cada profesor influye en un estudiante de forma distinta. A veces un estudiante al pasar de año arrastra los conceptos de su profesor anterior, y después el nuevo profesor no puede trabajar con él cómodamente porque viene con ideas preconcebidas. Es lamentable: hemos visto que de las escuelas de arte salen estudiantes muy jóvenes que se conciben a sí mismos artistas formados, y a veces no admiten que uno les diga algo o les dé un consejo. Todo ello me llevó a tratar de construir mi propio proyecto pedagógico y a trabajar con jóvenes, que muchas veces vienen de las escuelas con muchos problemas y con ciertos vacíos, o a veces incluso no han pasado escuela. Me gusta más cuando no han pasado escuela, o apenas uno o dos años, porque estarán más preparados para recibir lo que les voy a aportar, que no es un cúmulo de conocimientos, no es la suma de dogmas técnicos, de conceptos preconcebidos ni mucho menos. Fundamento mi sistema de enseñanza en insistir al estudiante en que él se descubra a sí mismo. Ninguna persona tiene el derecho de conducir a otra, menos a un joven, por una sola manera de hacer y de pensar o construir una obra de arte. A mí me parece que lo más respetuoso es ayudar a ese estudiante a indagar en su propia personalidad, ayudarlo a descubrir las cosas sustanciales e insustanciales en un contexto histórico, político e ideológico, estético, en fin, donde se mueve, ¿cuáles son las cosas que hay que discernir del contexto para construir una obra?, ¿cuáles son las cosas efímeras, que no van a pasar y que no forman sustancia? Esclarecer los conceptos que perduran en la conformación de una nación, de una cultura, ¿hasta qué punto una idea puede ser nociva o aprovechable? Porque uno de los aspectos fundamentales del arte es la crítica. Una obra que se construye fuera del aspecto crítico donde se forma puede estar comenzado a vaciarse, ir al terreno puramente formal.
Siempre has tenido la idea de fundar una academia personal…
Sí, fundar o hacer una academia, si la vida me alcanza. Me encantaría ver algún día una academia mía, no por orgullo personal, sino para experimentar cómo, a partir de los principios míos, se puede formar a un grupo de jóvenes artistas que piensen de otro modo y construyan la obra de otro modo. Una de las cosas que me preocupa es el tiempo de la enseñanza. Pienso que un joven artista se puede formar en dos o tres años, no más, a veces en las escuelas de arte los artistas estudian hasta 8 y 10 años y terminan perdidos, e incluso te dicen: “tengo conocimientos técnicos, tengo conocimiento e incluso talento, pero no sé cómo hacer una obra, no sé qué hacer”. Y ahí yo pienso que está la labor de la pedagogía, esa sutileza casi sicológica para conversar mucho con los jóvenes, indagar en él casi como un sicoanalista, como un arqueólogo, construir y reconstruir los fragmentos de su personalidad para saber qué es lo que le afecta o le falta, e indicarle que no pierda tiempo en querer abarcarlo todo, porque todo no se puede abarcar; pero sí hay que escoger un ámbito específico, personal, donde construir la obra con la singularidad que ella necesita.