Las artes visuales influyeron en el espíritu con que asumo mi trabajo.
Casi desde mediados del 2000 te convertiste en unos de los principales diseñadores de catálogos y revistas dedicadas a las artes plásticas cubanas. ¿Qué contribuciones a tu desarrollo profesional y tus concepciones sobre el diseño generaron este vínculo tan estrecho con las artes visuales?
Todas las que puedan ser enumeradas. Entré en el mundo del diseño porque, en 1987, muchos me alertaron de que entrar en el circuito de las escuelas de arte era prácticamente imposible. Se necesitaban demasiadas conexiones, que no tenía, y sin contar que en la familia no había mucho interés en el hecho de mi dedicación a una profesión tan azarosa. Tras casi cinco años consagrados al diseño comercial tuve la oportunidad de diseñar un catálogo para un artista. El primero que hice fue para Ángel Ramírez. Conocí entonces a Jorge Gómez de Mello que, entre conversaciones de toda clase, me dejó entrever aquel entorno que había imaginado hacía casi una década. Luego llegó otro catálogo, luego otro y así hasta hoy.
Las artes visuales me aportaron mucho respecto al espíritu con que asumo mi trabajo. Los artistas que conocí influyeron en la manera como empecé a afrontar la vida y la creación… Pero no influyeron especialmente en mis concepciones sobre el diseño: ya medianamente claras desde mi carácter y educación previa. Sin embargo, es necesario decir que una vez que entré al mundo de las artes visuales, ya no pude ni quise salir. Nunca más.
¿Cuáles son, a tu juicio, los beneficios e inconvenientes de trabajar en Cuba para clientes tan específicos como los artistas de la plástica?
En Cuba y en cualquier otro sitio, y no solo para tales artistas, el principal inconveniente es que, a veces, llegan con ideas demasiado claras de lo que consideran que puede ser un diseño óptimo para visibilizar su trabajo. En otros casos hay que lidiar con egos hipertrofiados, aunque reconozca que mi propio ego ha ayudado a lidiar con ello.
Pocas veces me sentí atropellado por ellos y los grandes, los realmente voluminosos, me dieron y me dan más gracia que otra cosa. De lo bueno, lo bueno. Casi todos mis amigos hoy son artistas, promotores o críticos de arte. He trabajado con decenas de ellos y guardo excelentes recuerdos de casi todos. Les agradezco mucho que, después de todos estos años, confíen en mi criterio y respeten mi intención inequívoca de hacer para ellos lo mejor de lo que soy capaz.
¿Cuáles consideras que han sido tus mejores proyectos de diseño en este ámbito y por qué?
No tengo muchos diseños preferidos. He sido muy constante en cada proyecto respecto a la manera en la que quiero asumirlo. Por supuesto, con el paso del tiempo empiezas a tener las cosas más claras. Al principio, como todo el mundo, cometes errores, te dejas llevar por el entusiasmo. Pero llega el momento en el cual se puede considerar que dominas el diseño más de lo que el diseño te puede dominar.
Hay algunos carteles que firmo con mucho gusto, algunos catálogos, proyectos editoriales, algunos logos. Prefiero ver mi trabajo como un todo, donde no hay ejemplos que destaquen demasiado: ya sea por su calidad como por la falta de ella.
¿Cuándo, y por qué motivo, decidiste comenzar a realizar esa obra visual paródica, que has estado mostrando con éxito en Cuba y el extranjero? ¿Crees que en los presupuestos del diseño (sobre todo el cartelístico) pudieran tener estas obras sus principales garantías de representación?
Sobre el año 2000 hice unos primeros experimentos. Para jugar con pinceles pinté unos cuantos retratos de José Martí, alrededor de cinco. Sucede que no se me ocurrió pintar otra cosa y me di cuenta que no tenía realmente nada qué aportar. Regalé o devolví pinturas y pinceles a la misma velocidad con que me los habían ofrecido.
La primera experiencia que considero válida fue la de participar en el XVII Salón de la Ciudad, convocado por el Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño, en el año 2008. Hice un cartel específicamente para el evento que, por supuesto, no promovía nada. Fue básicamente el soporte de una idea que quise desarrollar y compartir. La imaginé –y sé que voy a sonar un poco como Pluto– como un amanecer, todavía semidormido. Me levanté, la apunté en un papelito y seguí durmiendo. Luego, la desarrollé en la computadora en media hora, pues es muy sencilla. Fue mucho más complejo llevarla a la serigrafía en el taller Portocarrero, de la calle Cuba. Lograr el tono exacto del color del texto era fundamental e hicimos muchos intentos. Y perdimos bastantes cartulinas. Cuando ni yo mismo estaba seguro de que el texto era todavía legible, y ante la incredulidad general, di por terminado el trabajo. Pensé que si el texto no se leía, había logrado lo que me propuse. El cartel tuvo una mención y quedé de lo más contento. Mucha gente quería una copia. Eso me bastaba. No tuve conciencia en mucho tiempo de que esta experiencia significó cruzar la línea. Estuve en el terreno del arte. Pasé la frontera y no me enteré. Tomó dos años más hacer la conciencia necesaria.
Un año después Sachie Hernández me ofreció una sala del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales para exhibir mi trabajo. No recuerdo exactamente qué tenía pensado. Supongo que mis carteles en serigrafía. Pero, en ese momento, tenía en mente otras ideas de temática sociopolítica que sabía jamás me iban a comisionar. Aproveché la oportunidad y salieron una decena de piezas: unas mejores, y otras, no tanto. El hecho es que la experiencia me gustó y decidí repetirla. Insistir, mientras se pudiera.
Hubo una segunda muestra en la que presté más atención al uso de la técnica y a la coherencia temática. Y una tercera, donde –creo– pude definir el camino más o menos que he venido siguiendo. Otro día: decidí ampliar el formato, utilizar el acrílico, y no he dejado de hacerlo hasta hoy. No me han podido parar. Las circunstancias, por supuesto. Y los presupuestos del diseño han permanecido inalterables, pues es difícil distinguir un cartel comercial de uno por cuenta propia, si nos atenemos únicamente a los planos formales. Todavía hoy sigo haciendo mis piezas como si se tratara de los carteles serigráficos de toda la vida. Son casi originales para serigrafía. Entonces, como garantía de representación, no sé, pero como método de trabajo, como garante comunicacional… Totalmente.
Háblanos de tu paso por el Instituto Superior de Diseño (ISDi) o de alguna otra experiencia profesional que, en cuanto a estrategias, te haya influenciado o aportado herramientas conceptuales para lidiar posteriormente con el mundo del arte.
Por el ISDi pasé dos veces. Como alumno y como profesor. Las dos fueron enormes experiencias. De estudiante, no fui ejemplar. Más bien, un desastre. Tenía veinte años y me interesaban otras cosas. Saqué la carrera a duras penas. Fui el peor expediente, la nota más baja. Pero un socio, un gran socio, fue el peor desde la integralidad, es decir, tenía mejor nota que yo, pero se portaba peor. Le doy gracias por existir.
De profesor tuve que cuidarme de meter la pata, de decir tonterías, etc. Gané porque me conté a mí mismo en qué consistía el diseño. Y en lo que lo contaba, pude rectificar toda la estructura ideológica y cerrar una cosmovisión muy personal de la profesión en su sentido más trascendentalista.
Para lidiar con el mundo del arte específicamente me sirvieron más todas las lecturas de adolescencia y juventud. Siempre leí mucho sobre la cultura y sobre los artistas, escritores, sus biografías, etc. Conocí más tarde el siglo XIX cubano y algo más: desde Heredia hasta, ya terminando el XX, a Antón Arrufat, a quien le hice su página web. Y creí vislumbrar el calvario de la creación, sus angustias, la precariedad de vivir confrontando con otros tu trabajo, de esperar aprobación o rechazo. Eso me hizo respetar a los creadores, a cogerlos con calma y dejarles pasar un montón de sandeces. Imagino que alguien me las ha aguantado a mí…
En general, mi relación con el diseño, el arte y toda la existencia, se conecta muy directamente con el año que pasé estudiando alemán con profesores alemanes en la Facultad Preparatoria: 1989. Un día, que recuerdo con mucha claridad, hubo un trabajo voluntario. Estuve trabajando en dos aulas: en una de ellas el trabajo estaba dirigido por estudiantes y profesores cubanos, y en la otra, por los profesores alemanes. Con los mismos recursos el aula, que estaban organizando los profesores alemanes, quedó espeluznantemente limpia y ordenada en minutos. Mientras, la otra, a las dos de la tarde estaba más enredada que a las nueve de la mañana. Entendí algo ese día. Y no lo he olvidado.
Realizas menos diseño ahora que hace unos diez años. ¿Alguna razón específica?
Es cierto que hago muy poco diseño en comparación con el que hacía antes. El motivo es algo que habría que preguntar, pero a los comitentes habituales. Nunca expresé en ningún ámbito, ni físico ni virtual, que había dejado el diseño o que no quería seguir en ello. Pero es probable que mi incursión en el mundo del arte (pictórico) se haya tomado como una declaración en contra del mundo del diseño. A partir de un momento los encargos se redujeron casi a cero y mi presencia en las exposiciones de diseño prácticamente desapareció. Y hablamos de casi una década. Tampoco estaba en mi ánimo repartir tarjeticas y andar susurrando –cualquier cosa que necesites cuenta conmigo, ya sabes… Como las cosas en el ámbito artístico empezaron a tomar forma y ganar en organización e intensidad, no insistí mucho y lo dejé en manos del azar.
Seguí haciendo diseño editorial, para quien lo quiso, hasta hoy. Porque eso es lo que soy: diseñador gráfico, graduado y comprometido con una manera de ver, interpretar y hacer el diseño. De la misma manera, cocino y lo intento hacer con criterio. Escribo algunas boberías… Sigo el fútbol europeo y paseo al perro dos veces al día. Hago lo que hacen los humanos. Y eso no debiera ser tomado como declaraciones contra el resto de las actividades. Si me gustan los perros, no odio necesariamente a los gatos; si me gusta el fútbol, pudiera eventual o puntualmente gustarme la pelota y así…
Toda experiencia deja enseñanzas. No pasa nada, por ejemplo, si no pasa nada. Si no hay alfombra roja, tus zapatos suenan mejor… Si no tienes encima los focos, no te lloran los ojos. A menos interlocutores sociales, más tiempo y atención puedes brindar a los que están cerca. Todo deja una ganancia.
Con el tiempo, la vanidad pierde fuerzas y no malgastas tiempo precioso en lo que no lo vale. Y reitero lo más importante: el diseño fue el camino que recorrí para llegar al arte, para llegar a los mejores amigos que tengo y para estar en paz. Y puede que el diseño esté ahí, una vez más, esperando detrás de una esquina, en algún momento.