En el audiovisual yo me desdoblo como artista y diseñador.
¿Cuándo y cómo se produce tu inserción en el ámbito del audiovisual? ¿Tenías alguna motivación o conocimientos en este campo desde tu etapa como estudiante del Instituto Superior de Diseño (ISDi)?
Yo comienzo en el audiovisual en el 2005. Estaba en el primer semestre de quinto año. En la universidad nos orientan un trabajo pre profesional, un ejercicio que se realizaba antes de la tesis y al que se le dedicaba ese semestre. Precisamente, uno de los posibles proyectos a desarrollar planteaba la creación de dos spots de bien público para la ONDi (Oficina Nacional de Diseño) y me dije a mí mismo: “voy a tratar de hacer eso”. Ya estaba muy enamorado de los dibujos animados, del proceso de animación en general y me interesaba lograr algo en ese sentido. Aunque no necesariamente un spot, pero sí algo que llevara edición de por medio. Al final me propuse realizar ambos spots: uno para el Premio Nacional de Diseño y otro para el Premio de Gestión de Diseño, los dos del año 2005.
Mi primer spot tomó más de un mes de trabajo. Todavía no tenía las herramientas correctas. Incluso, no conocía “After Effects”. Lo hice todo a mano. En un grupo considerable de hojas comencé a crear un storyboard: un tipo que corría y sorteaba diferentes obstáculos hasta llegar al premio. Era como si lo escalara. Lo concebí dibujo a dibujo, como si fuera la animación más tradicional. Estuve bastante tiempo en la tarea y eso me llevó a cuestionar el método que estaba utilizando. Fue algo un poco frustrante. Ya cuando tenía todos los dibujos los escaneé –que también fue muy complicado– y los llevé a formato digital en alta resolución. Ahí comprendí que para trabajar esa imagen tenía que echar mano de herramientas digitales que ayudaran a animar. Así conocí el “After Effects” y otros softwares de Adobe con esta finalidad.
Empecé a “darme cabezazos” e ir conociendo los programas. Un mes y medio empleé en el primer spot. Ya para el segundo estuve solo un mes. Este segundo spot sí lo realicé totalmente de manera digital, con un método de creación que ya para esos momentos daba sobradas pruebas de eficiencia en el trabajo: ahorrabas materiales, espacio y tiempo. Todavía no tenía las tecnologías ideales. Dibujaba con el mouse en Photoshop o utilizaba imágenes generadas en programas vectoriales como el Corel.
En este sentido de producción e inmersión en el mundo digital, la verdad es que no tenía ningún tipo de habilidad, ni de edición, ni de animación. Lo que tenía era cierta base que da la carrera, incluso, la vida de niño y adolescente. Yo era de los muchachos que salía a dibujar, a buscar libros y hacer historietas. De hecho, creo que la historieta es hasta cierto punto una especie de storyboard o principio de animación. Salía a dibujar con Jorge Pentón y Ernesto Piña. Creo que estas ganas de dibujar por dibujar, de vivir en ese mundo de fantasías propias, de las relaciones y los diálogos que fui creando con La Habana Vieja donde nací, influirían –a largo plazo– en mi postura profesional. También mi mamá me permitía ver las películas de Historia del Cine que transmitían cuando era niño. Le agradezco que me haya dejado conocer a Fellini, Scorsese, el cine de ciencia y ficción, todo tipo de propuestas cinematográficas en general. Era un consumidor compulsivo del audiovisual, desde el cine y los animados hasta casi cualquier propuesta televisiva. A esto hay que sumarle la preparación que se obtiene en el ISDi, que debe agenciarse uno mismo según el interés en campos y cuestiones específicas, en elementos que puedan servir para el futuro. En resumen, no contaba con preparación técnica, pero traía cierta preparación intelectual, un bagaje de experiencias y cosas vistas. Todo esto me ayudó a encontrar intereses e inquietudes, a liberar y ampliar el pensamiento. A crear mi propio lenguaje, a concebir una historia tras cada proyecto en el que trabajaba.
Con el tiempo he ido adquiriendo una preparación más técnica sobre los aspectos específicos que me interesan dominar en cada software. Porque no busco ser un conocedor a detalle de cada aspecto. Eso ya es otro tipo de trabajo, que no me dejaría tiempo para crear mis propios guiones, mis propios personajes y mundos.
¿Qué relación descubriste entre tus inquietudes expresivas y los lenguajes del medio audiovisual?
Ya todo esto venía desde niño, como decía anteriormente, cuando salía a jugar para la calle e iba interactuando con mi medio. Aunque solía pasar bastante tiempo en la casa dibujando. La Habana Vieja es un espacio bastante dinámico. Hay historias, gritería, un montón de texturas. Yo vivo por la Catedral y esa zona no era en los años 80 lo que es ahora, aunque ya se veía repleta de gente por todos lados, de extranjeros y cubanos. En aquellos años los mercados artesanales estaban en el centro de la plaza, todo era una locura y frecuentaba mucho este lugar. Quien tiene inquietudes suele liberarlas por los espacios donde mejor se siente, donde cree que puede explicarse mejor. Todo este mundo de sensaciones, que data de mi infancia y se ha ido consolidando con el tiempo, en el audiovisual ha encontrado una de las vías de expresión más socorridas. Aunque también me gusta mucho hacer cartel e ilustración. Yo entiendo el audiovisual como una suma de carteles e ilustraciones, de juegos con símbolos. Trato en ese de condensar todos mis conocimientos. Por eso creo que en este campo logro desdoblarme como artista y diseñador, cubrir un amplio espectro de mis intereses y mi manera de entender las cosas.
Creo que mientras tu posición sea sincera, todo soporte expresivo es válido. Yo hablo a través del audiovisual –o cualquier otro medio– porque lo necesito. Creo que mi manera de ayudar a este país, o esta sociedad, es moviendo ese pedacito que me toca. Hacer notar que en Cuba hay ganas de hacer. Una de mis mayores motivaciones es que la gente conozca mi trabajo. Enfatizar en vías diferentes de crear y poder influir en personas con talento que –quizás– aun no se hayan encontrado. Hay muchas cosas por hacer y caminos por trazar. Y trato de iluminar algunos. Es mi modo de brindar un aporte a la cultura.
También estuve muchos años trabajando en la Muestra de Nuevos Realizadores y ese fue un vehículo de expresión excelente. Para ello me llamó, en el 2006, Pedro Juan Abreu, que estaba a cargo de la Muestra. Esa fue una empresa bastante difícil, pero hasta cierto punto me encantó. Estuve trabajando en ocho muestras, ocho años consecutivos. Una de las cosas más complicadas era que, terminando una campaña, ya debías tener claro el concepto del siguiente año para incluirlo en una imagen del catálogo. Fue una de mis escuelas más duras. Tenía que trabajar en todo: concepto general, gráfica, audiovisuales, hasta cápsulas. Animé, edité, corregí colores, ilustré, hice cartel. En resumen, fue un momento importante para canalizar un sistema de inquietudes creativas individuales.
Ahí pude tocar tanto temas de la realidad como de elevar un poco esa reflexión y asumir planos más metafóricos, surreales o ficticios. Yo considero que los cineastas deben tener una fuerte conciencia de la realidad, pero a la vez una manera de aislarse de ella. De pensar un poco más en las nubes. Creo que eso pude lograrlo en aquel momento. Me gustaba mucho tratar el diario, pero también fantasear con temas como los extraterrestres, los zombis. Crear a mi manera. Y la verdad, me fue permitida bastante libertad en ese aspecto, siempre con sus límites. Dejé mucho de mí en la Muestra. Fue un punto de exteriorización fundamental para mis inquietudes personales.
¿Cuál obra o proyecto consideras que condensa ese vínculo por primera vez?
Voy a hablar de dos proyectos principalmente. Uno lo mencionaba con anterioridad. Son los más importantes desarrollados al inicio de mi carrera. Estos dos trabajos me hicieron notar la seriedad de mi labor y su posible influencia sobre la historia visual del medio.
El primero comenzó cuando Nelson Ponce me llama para trabajar con Casa de las Américas en el desarrollo de la plataforma audiovisual para todos los eventos que generaba la institución –en ese momento eran muchos. Cada actividad iba acompañada de un cartel, que hacía el propio Nelson u otro diseñador de la oficina. Estos carteles, más allá de su efectividad gráfica, tenían un concepto general muy bien logrado, un sistema simbólico complejo tras la imagen a desentrañar por el espectador. Algo que disfruto mucho. Yo tenía que jugar con esos mensajes y en base a ello ejecutar cada propuesta. Disfruté mucho esos casi 10 años de trabajo. Cada diseño era un reto para el cual tenía que trazar nuevos caminos de referencias. Tenía que pensar mucho para saber por dónde colarme. Era un ejercicio excelente: tratar de construir una historia tras el cartel, siempre respetando la estética y la impronta de su creador.
Fue un proyecto que logró vincular mi necesidad de expresión y la técnica adquirida por aquellos años. Mi primer spot fue para el Premio Literario de Casa de las Américas del año 2006. Tuve que trabajar sobre un cartel que había diseñado Pepe Menéndez. Y tenía tan solo un fin de semana para ello. Creo que hice un spot correcto: era una mano blanca que cargaba un cubo de letras y parecía filtrar lo mejor. El cartel de Pepe era algo así, como un filtro o un embudo. Ese fin de semana casi no dormí, pero el lunes logré terminar todo, pues le doy mucha seriedad a la fecha pactada. Trato de cumplir bajo cualquier condición. Ese reto de la Casa fue genial. Marcó el perfil de mi producción futura y fue ayudando a construir mi lenguaje visual.
Otra obra importante anterior al trabajo con Casa, que voy a referir brevemente, fue el spot realizado junto a David Alfonso e Idania del Río para el XII Festival Internacional de Teatro de La Habana. Lo recuerdo con alegría porque tuvo mucha repercusión en el público. Lo vio todo el mundo. Se transmitió bastante y me parecía muy acertado para su momento. Recuerdo haber hecho el storyboard con David en su casa, basado en el cartel diseñado por él e Idania. Para mí tuvo significación. Fue el primer spot masivo. Con ese la gente empezó a notar cierta diferencia en lo que yo hacía. Se empezó a conocer mi trabajo.
El otro de los proyectos que mencionaba al principio, y del que hablé antes, fue la Muestra de Nuevos Realizadores. Esa experiencia de desarrollar toda una campaña tú solo es muy fuerte. Y uno se va complicando y va descubriendo nuevas ideas y caminos. Era algo multidisciplinario y tuve que dialogar con muchos soportes. Por esos momentos realicé, con mi propio presupuesto, el que sería mi primer spot filmado. Tenía un juego metafórico entre ver de lejos y de cerca, y en ese aparecía Roberto Ramos, el diseñador de vestuario. Ahí me di cuenta de los recursos necesarios y lo complicado de hacer cine, una experiencia bastante educativa.
Creo que eso fueron los primeros proyectos representativos para mí, que marcaron, definieron y difundieron mi obra. Fueron esenciales en mis comienzos. Trabajé mucho en ellos. Y, claro, sigo trabajando. Disfruto mucho lo que hago.
¿Fue la animación tu vehículo de entrada más efectivo al mundo del audiovisual?
La animación requiere un trabajo enorme, pero su punto fuerte radica en que todo lo creas tú mismo desde cero. Eres el responsable único de lo que haces. A los diseñadores nos enseñan: primero, a trabajar por encargo; y luego, a ser autosuficiente con tus proyectos. Aunque lo ideal es adecuarse en una lógica de equipo: lo que se va aprendiendo con los años.
En mis comienzos entendí que la animación era la mejor vía de entrada al medio del audiovisual. Nadie la estaba haciendo con dedicación. Estábamos ahogados de trabajos simplones, poco logrados. Yo quería hacer algo más complejo. Dibujaba y sabía de ilustración. Y eso quise transportarlo a la pantalla. Creo que descubrí un nicho de mercado, una suerte de hueco por llenar. La gente no quería complicarse con animaciones serias. Yo veía lo que se hacía en el mundo y quería replicar esos proyectos en nuestro contexto. Lograr cosas más interesantes.
Comencé a trabajar yo solo frente a mi computadora sin un presupuesto inicial. Aunque la animación necesita recursos en un proceso inicial, puede comenzarse con ciertos límites. Trabajaba días seguidos dejándome llevar por mi creatividad, porque el que anima puede recrear su punto de vista en todos los aspectos: desde la cámara hasta la iluminación, la dirección o selección de personajes. Era un trabajo fuerte, pero me encantaba sentarme frente a la computadora y crear todas esas historias. Por eso fue la animación el vehículo de entrada, porque era yo solo trabajando, tomando mis propias decisiones creativas. Y bueno, todo se cumplía: tenía la tecnología y el deseo de trabajar sin parar.
Me parece que este nicho en la animación todavía existe. Quienes trabajan estos campos no quieren dedicar tanto esfuerzo al spot. Es verdad que es algo efímero, pero poco a poco va rindiendo frutos. Incluso, todo trabajo bien hecho puede ser mostrado de nuevo.
¿Cómo tus conceptos sobre la imagen han sido enriquecidos o alterados con el impacto de otros géneros incluidos en el audiovisual como la música, la fotografía o la literatura?
La vida del diseñador, del creador en general, es muy rica en cuanto a influencias y apropiaciones. Tú sabes hasta dónde llegar. Lo que lees, ves o escuchas te condiciona. Repercute en tu creación. Mi sistema de consumo cultural, los vínculos con diseñadores cubanos y de todas partes del mundo, ha hecho que mi visión sobre el diseño sea mucho más general. No me limito a un logo o manual institucional. Veo el diseño en todo lo que te propongas hacer. Esa mirada me ha ayudado mucho. Ha cambiado mis puntos de vista.
Cada vez que me lanzo a una nueva aventura, con amigos como Nelson Ponce, el Mola, Giselle Monzón, Michele Miyares, para generar una exposición, siempre recurrimos a un tema interconectado con distintos aspectos de la realidad o la cultura. Pensamos en algo que salió de la calle, de la música, del comportamiento particular del cubano, sobre la cultura popular. En general, sobre lo que leemos, vemos o sentimos a nuestro alrededor. Todo con lo que interactúas tiene el potencial de influir de manera determinante en lo que creas. Cada vez que asumimos un video clip, la música que escuchamos es una condición determinante. Nos sintoniza con comportamientos determinados y nos permite fabular en función de la historia que se va a contar.
En toda creación dialoga un sistema de préstamos determinados por cada cosa que hago. Y, por supuesto, están presentes la música, la literatura, la fotografía, las artes visuales en sentido general, etc. No soy el mismo que años antes. Construyo la imagen desde un grupo de experiencias que he podido acumular.
¿Bajo qué conceptos o ideas básicas has asumido la creación del spot?
Un spot es un soporte más dentro de una campaña. En Cuba se hacen muchos porque la campaña no llega a desarrollarse totalmente. Casi siempre se crea un cartel u otro soporte junto a un spot. En ocasiones no hay presupuesto para mucho más y, en otras, las propias instituciones no desarrollan una campaña efectiva.
Yo antes asumía el spot desde un punto de vista más utópico, en el sentido de las cualidades y capacidades artísticas, que pretendía agenciarle. Sigo pensando el spot en general como una obra artística –sobre todo si tenemos en cuenta todos los aspectos de animación, guion, dramaturgia, puesta en escena, etc., que dialogan en él–, solo que con el paso del tiempo he ido comprendiendo la necesidad del televidente: enfrentar un mensaje claro, entendible. En mis primeros spots era bastante complicado comprender un grupo de elementos: los textos, por ejemplo. La experiencia me ha brindado ciertas habilidades y conocimientos en relación a cómo el producto debe llegar al público. Ya sé que es necesario respetar cierto tiempo de lectura para los textos en pantalla, por mantener el ejemplo.
A la hora de concebir un spot, primero que todo, me ajusto a los parámetros de un producto correcto. Para mí un spot correcto debe congeniar un grupo de particularidades en sí mismo: debe leerse bien, respetar tiempos lógicos, ser claro y preciso, sin exceso de texto y con un mensaje lo más sintético posible. En resumen, que puedas extraer toda la información con una sola vista. Hay otro tipo de spot sobre el que necesitas volver varias veces, para disfrutarlo y encontrar pequeños detalles que completan el mensaje. En definitiva, el objetivo final del spot es hacer llegar un mensaje de la manera más efectiva posible.
Mis productos deben cumplir dos requisitos fundamentales: que el mensaje llegue adecuadamente al espectador pero que, a la vez, este lo disfrute e identifique como algo atractivo y diferente. Si trabajo sobre las imágenes de otro diseñador trato que el diálogo sea efectivo, a través de su estética; en las mías, busco generar un sistema de sensaciones que impulsen al televidente a asistir o asumir lo que promociono.
Yo me he desenvuelto mayormente en temas culturales, en los cuales –como es evidente– no se asumen los mismos parámetros que en temas políticos o comerciales. Para mí bridan más opciones y puedes trabajar con un conjunto de ideas y referencias mucho más amplios. No hay que acoplarse a elementos rígidos o específicos, ya sean fotográficos o referencias textuales. Puedes encontrar alternativas metafóricas o nociones que complementen tu idea. Eso es lo que siempre trato de hacer: dar una vuelta al mensaje y construir una buena historia.
Por supuesto, todos los anuncios no pueden ser desarrollados de la misma forma. Algunos necesitan más video; otros, más animación. Y están los que llevan un punto intermedio de ambos. Hay que encontrar cómo asumir cada proyecto. No llevan la misma dosis de energía ni creatividad, aunque todos deben mantenerse en el rango de lo que considero correcto.
Las entidades recurren con frecuencia o cada vez más a la promoción televisiva. ¿Sientes que se ha ampliado el mercado para el cual trabajas? ¿Hay más comprensión respecto a los costos de un encargo como los que suelen llegarte?
La televisión está pasando actualmente por un proceso de renovación tecnológica. Incluso, se han optimizado las vías de entregas de spots y materiales audiovisuales que no se realizan dentro del ICRT. Hay un deseo de atraer jóvenes profesionales, ya sean graduados del ISDi, la FAMCA o el ISA, hacia el universo del audiovisual o el spot específico.
No obstante, hoy el principal mercado no lo comprende el sector televisivo, sino el de las redes sociales. El futuro se concibe en la web, con la proliferación que han tenido en ella tanto los videos como las animaciones. De un spot que realizo para televisión, hago tres para redes sociales, ya sea Instagram, Facebook, etc. Aunque se ha facilitado el acceso a los medios de difusión oficiales, todavía se mantienen mecanismos bastante complicados. Aunque hay que afirmar que se siguen realizando.
Yo disfruto mucho cuando, al crear un spot de distribución masiva, me piden minicápsulas muy simples –de animación o video– que salen del producto principal –el propio spot. Es muy interesante porque de un video original logras extraer una propuesta temporal y físicamente diferente. Este tipo de trabajo se coloca en las redes y ayudan significativamente al impacto promocional. Recientemente realicé un proyecto para una obra de teatro dirigida –Oficio de Isla– por Osvaldo Doimeadiós. Por diferentes motivos decidimos insertarlo en las redes sociales y no en la televisión. La propuesta logró una visualización considerable en esta plataforma, cerca de cinco mil personas tuvieron acceso a él. Y desde ahí se ha desatado una oleada de descargas y transferencias que ha permitido a la población enterarse del evento. Por supuesto, las redes tienen la limitante del acceso, sobre todo en nuestro contexto. No obstante, mucha gente accede a ellas y consume su información. El tema emisión, entonces, se ha ampliado: aunque la televisión continúa con el gran protagonismo, las plataformas digitales han logrado un posicionamiento bastante favorecedor.
Mi trabajo, ahora volcado a ambas plataformas, ha crecido en cantidad y presupuesto. Se extiende en propuestas multiplataformas –spot, cápsulas, banners, etc. El cliente comienza a comprender el alcance de su petición y las necesidades y especificidades –económicas o creativas– a las que está sujeta.
¿Qué crees del trabajo que desarrollan los diseñadores en el espacio del audiovisual? ¿Piensas que el mundo del audiovisual necesita nutrirse de más personas provenientes del diseño?
Un diseñador en el mundo del audiovisual es una persona muy efectiva. Al graduarnos dominamos un caudal de elementos considerable. Quizás los aspectos propios del cine, como la dramaturgia o la fotografía, los asumimos desde puntos de vistas diferentes. Aunque este vínculo no se descubre siempre. Y tampoco hay un interés generalizado en los diseñadores por el mundo del audiovisual, porque a veces lo ven difícil o distante de su perfil.
Más allá de las lejanías, un diseñador conoce de un grupo de elementos tributarios a la estética y concepción audiovisual: tipografía, composición, colores, puesta en escena, historia, etc. En fin, tiene grandes posibilidades de ser un buen director, no solo de cine, sino también de publicidad, videos y animación. Saben lograr un empaque final. Una de las cosas que pude notar trabajando en la Muestra de Nuevos Realizadores fue cierta ausencia en las propuestas de los muchachos de escuelas de cine. Sus proyectos tenían grandes virtudes en el aspecto dramatúrgico, de guion, incluso en el trabajo con la cámara y los planos, pero faltaba la contraparte que puede aportar un diseñador: ese empaquetado final, que corresponde a una buena tipografía de entrada, unos buenos créditos. Con unos buenos créditos me refiero a que en ellos se condense una tipografía legible, bien compuesta. Incluso, que logres o puedas decir algo con sus aspectos compositivos. En cambio, cuando un diseñador trabajaba todo esto quedaba impecable, aunque la cosa se invertía y los aspectos cinematográficos no lograban la madurez de los graduados de escuelas de cine. En resumen, los diseñadores aportan algo muy propio al audiovisual y tienen un nicho de desarrollo evidente en este medio que se enriquece con la retroalimentación.
Yo he desarrollado muchos tipos de trabajos en el audiovisual, porque a veces quiero controlar a detalle lo que hago o hacen los demás. Creo que, menos fotografiar y trabajar profundamente en sonido, he hecho casi todo. Esa versatilidad es algo bueno del diseñador: he visto algunos que logran muy buenos efectos especiales. Otros que trabajan con colores y ajustes de luces. Algunos como Daniel Alemán, que tiene grandes méritos en el campo de los efectos y las correcciones. A veces sus capacidades les permiten ir más allá.
Por ende, el audiovisual necesita nutrirse de este trabajo. Es una carrera con distintos caminos internos que ayudan mucho al campo cinematográfico en general. Y, en verdad, hay trabajo de sobra. Creo que el interés y la constancia son las claves. Es necesario asumirse en constante proceso creativo y desarrollo. Mientras más diseñadores trabajen el audiovisual, ese empaquetado estético en el producto se irá cerrando consecuentemente.
Los diseñadores son un punto fuerte en este medio. Y deberían serlo más, porque me parece que en Cuba no existe mucho interés. De los estudiantes graduados del ISDi muy pocos han venido a mí con un interés en el tema. Para ellos siempre tengo un consejo y la mejor disposición de ayudar. El audiovisual es también un mundo muy trabajoso. Es necesario mucha paciencia y dedicación. Pero es grato. Y con el tiempo pueden hacerse cosas impresionantes.
En mi caso, se ha convertido en mi pasión. No me veo distanciado del audiovisual. Espero continuar creando y encontrar caminos diferentes. Continuar manteniendo una producción dinámica y bien variada, cosa que disfruto mucho. Hay algunos trabajos para los que no me siento preparado. Pero algún día espero hacer un proyecto grande, quizás mi propio corto de ficción, y en ese voy a dejar caer todo lo que he aprendido con los años. Y buscaré el asesoramiento necesario. Quizás logre aprender esas cosas que aun no domino.