¿Cuáles referentes e influencias declararías en tu producción?
Hace más de 30 años cuando inicié mis caminos en el mundo de los metales, los referentes más cercanos cubanos fueron Pepe Rafart y Osvaldo Castilla. Pero siempre admiré mucho la obra de Raymond Templier, Jean Despres y Gérard Sandoz, porque todos veían a la joyería de manera completamente diferente. Utilizaban los materiales, preciosos o de otro tipo, no por su valor intrínseco sino exclusivamente por su adaptabilidad y capacidad de expresar los conceptos de diseño característicos de su trabajo y época. Por aquellos tiempos estábamos algo aislados de los movimientos artísticos y las tendencias. Y a veces solo nos llegaban algunas revistas o catálogos que eran traídos a Cuba por colegas que viajaban al extranjero. Luego, con el tiempo y experimentando –algo que jamás dejaré de hacer– comenzó mi inquietud por intentar, desde los recursos que me dio el dibujo técnico y mi paso por la Escuela de Artes Plásticas San Alejandro, mi camino por el oficio de hacer joyas.
¿Qué materiales prefieres para tus creaciones? ¿Cómo accedes a ellos?
El titanio es el absoluto protagonista en mi obra. Hace aproximadamente 30 años un colega me regaló un trozo en forma de chapa. Era un metal sin historia en la joyería y así comenzó este experimento, que me ha llevado hasta hoy día.
Para mí no existe otro metal como este que invite a desafiar la era de la joyería contemporánea. Sus colores, los cuales se transforman y varían bajo el dominio del fuego, son vitales para que surja y sobreviva una auténtica joya. Accedo a él comprándolo en el extranjero, a través de una empresa que procesa titanio a nivel industrial y me vende el material. Cuba infelizmente carece de este tipo de mercado y tecnologías para elaborarlos y comercializarlos.
¿Qué elementos del diseño distinguen la joyería que produces? ¿Crees que existe una joyería típicamente cubana?
Creo y defiendo la joya que pueda realizarse con un mínimo de recursos materiales y estilísticos. A mis joyas, en primer lugar, las definen el metal y su gris tan inusual; el carácter escultórico en el trabajo de la volumetría; las texturas y la geometría. Opto muchas veces por la asimetría en ellas. Me arriesgo en algunas de ellas por el desequilibrio, que resuelvo de manera mecánica. La dureza y ligereza del metal me permiten realizar joyas en un formato muy grande, pues son perfectamente portables por su peso. Y no podría dejar de mencionar los colores del titanio: sus azules son únicos, de ahí esa parte colorida en mi obra. Mis joyas no obedecen a tendencias. Son atemporales. En ellas siempre están presentes las formas que, incluso, puedes encontrar en la naturaleza.
Infelizmente creo que no existe una joyería cubana. Típicamente nuestra, pues carece de identidad. Desde la época de la colonia las joyas usadas por la burguesía eran europeas, francesas principalmente. En los años 20 migraron muchas personas a Cuba, entre ellos joyeros, y la escuela cubana de joyería de aquellos años siguió las influencias foráneas.
“Coral negro” intentó hacerlo, al fundar una pequeña aula de la cual salieron excelentes orfebres, que trabajaron los metales preciosos. Rescataron valores estéticos dentro de la joyería tradicional, pero siempre permeada por la escuela francesa. Actualmente hemos sido invadidos por las tendencias internacionales y el público cubano es seducido por las grandes marcas comerciales, a veces copias de ellas. Y ha relegado, de cierta manera, el trabajo de orfebres cubanos.
¿Consideras que el producto que diseñas, por sus especificidades, disfruta de una alternativa de circulación que no experimentan otros? ¿Cuál es tu mercado más efectivo?
El producto que diseño, por sus características, tiene un raro metal, poco conocido, casi extravagante, con formas no convencionales. Puedo decir que carece de circulación comparado con otros productos. Incluso, dentro de la misma manifestación de la joyería. Siempre digo que es muy difícil romper con siglos de tradición en cuanto a la preferencia por una pieza en específico. O por algún que otro objeto dentro de las artes decorativas que no esté rodeado de ese velo y que solo la joyería tradicional propicia. Como sucede en las artes de manera general, en las cuales las personas suelen establecer su mirada a lo que conocen o identifican.
Pero sí tengo un público cubano –diseñadores, artistas de la plástica–, un público que de manera general quiere tener algo diferente. Mi mercado más efectivo es el extranjero al saber apreciar de manera más internacional las artes decorativas. Quizás influido desde la educación familiar, y también por el significado simbólico de las joyas en la actualidad, valoran las joyas por el mensaje que le ayuda a comunicar dentro de su entorno social –statement piece–, por lo que le permite representar para los demás. Y lo que significa la joya para sí mismo.
¿Podrías mencionar algún otro espacio emulador al tuyo? ¿Consideras que deben expandirse todavía más los espacios dedicados a la comercialización de este tipo de productos?
Mi espacio en La Habana Vieja lo concebí no para que fuera un espacio para vender solamente joyas como quizás las que existen en todo el mundo. En ese impera el diseño. Incluso, en sus muebles, que son del equipo “Manufactura propia”. Las joyas son exhibidas en nichos de concreto. Y absolutamente cada una de ellas está realizada a mano. Puedes encontrar algunos sitios donde se venden joyas, pero no creo que exista ningún espacio emulador como el mío. Lamentablemente. Confieso que me encantaría… Lo más cercano es el proyecto Labor Cuba, que dirijo y con sede en el Palacio Marqués de Arcos –bajo el auspicio de la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHC)– donde intentamos rescatar el oficio de la orfebrería y donde su sala principal siempre tiene una muestra de joyas realizadas por orfebres cubanos.