José Antonio Choy y Julia León
Choy-León (José Antonio Choy y Julia León): Estimado Andrés, en nombre de la revista Artcrónica, te agradecemos esta oportunidad para intercambiar y conocer tus reflexiones, en un momento tan complejo para el mundo. Y, en especial, para la Arquitectura y el Urbanismo, debido a las circunstancias agravadas por la pandemia COVID-19.
En 1995 regresaste a Cuba, acompañado de tu hermano y prominente paisajista Douglas Duany, y de tu primo, el también destacado arquitecto Ernesto Bush. Ya eras un urbanista reconocido y líder del “New Urbanism”; y después de treinta y cuatro años de haber dejado la ciudad de tu infancia, Santiago de Cuba, volvías para reencontrarte con la herencia urbana de tu país.[1] Te acompañamos en un memorable recorrido, de oriente a occidente, a través de la Carretera Central, por los pueblos y las ciudades de tus recuerdos e imaginación. Mientras amanecía, llegamos a Baire y quedaste fascinado por esta pequeña ciudad, sentimiento que se repetiría a lo largo de todo el recorrido por la Isla…
¿Cuáles constituyen para ti las singularidades de las ciudades y los pueblos cubanos que los hacen tan valiosos?
Andrés Duany: En este momento, la única fuente de ingreso en divisas para Cuba –en perspectiva– es el turismo. En esa industria, a pesar de lo que piensan los cubanos, lo que se oferta no es necesariamente inigualable. Las playas son intercambiables con muchas otras: la calidad de la cocina es muy variable y poco confiable; el servicio, tomando en cuenta los precios aumentados recientemente, por lo general, está por debajo de las expectativas; el arte y la música son interesantes, pero hoy pocos turistas están interesados en pagar por ellos. Y lo que es peor: el contacto personal con la población en general, que antes fuera tan encantador, demasiado, a menudo encuentra rudeza y es “interesado”.
¿Qué queda que pudiera atraer a los turistas? ¿Qué hace a Cuba un destino sin igual? En una palabra: la ciudad de La Habana. Al haberse evitado durante sesenta años la demolición según los protocolos de desarrollo capitalista, que han destruido la mayoría de las otras ciudades de las Américas, La Habana es –y por su cualidad intrínseca– la única atracción turística incomparable y de primera clase que Cuba tiene: preparada para ese fin, de forma clarividente, por Leal. Con su ausencia, ha comenzado la depredación capitalista después de todo. Nuevos hoteles de torres altas, de calidad execrable, ya están desfigurando su obra.
Si la inversión capitalista insiste en tales moles intercambiables de mediocridad anti-cultural –de la clase que arruinó el sur de España– y si Cuba no está en una situación económica como para rechazarlo, entonces hay numerosos sitios fuera de las partes más atractivas de La Habana. Existen el tercio occidental mediocre del Malecón y, también, la orilla al otro lado del Río Almendares. O existe la oportunidad de rellenar el otro lado de la bahía, en ese espacio sobrante, alrededor de la urbanización de La Habana del Este. Ese monocultivo residencial y socioeconómico pudiera ser balanceado con hoteles, que producirían puestos de trabajo y un tejido urbano apropiado para pasear y recrearse.
Y hay otra cosa de enorme atractivo que La Habana pudiera desplegar. Para obtener lo mejor para los jóvenes, está el atractivo de los logros de la Revolución. Cuba pudiera restablecer el sistema educacional, los campamentos de verano, las clínicas de salud, la nueva universidad, los monumentos a las acciones heroicas en Cuba y África, la agricultura urbana y, por supuesto, el Museo de la Revolución. Sin apología, la gente está presta nuevamente a celebrar, a aprender de los éxitos y fracasos de esa gran épica del siglo XX. El turismo cubano debiera trabajar con su historia –con TODA ella, pues eso no puede encontrarse en ninguna otra parte.
Playas sencillas, tragos baratos, hoteles mediocres, mal servicio, locales atractivos, presentaciones artísticas organizadas: todo eso puede obtenerse en cualquier otra parte del mundo y, ahora, mucho más barato.
Solo la manifestación física de la historia y la cultura de Cuba no pueden ser encontradas en ninguna otra parte. La Habana y el turismo pudieran no ser suficientes. Están también la ciencia y la prometedora biotecnología cubana. Pero por ahora, y para el futuro previsible, eso es todo lo que hay. Promete ser un siglo difícil el que se avecina. Y en adición, a las dificultades de Cuba y el resto del mundo, está la pandemia.
¿En qué medida puede afectar la pandemia la forma en que los diseñadores deben abordar su trabajo?
La respuesta médica directa es necesariamente inmediata, a diferencia del diseño –en especial el diseño urbano– que es para largo plazo. He estado estudiando los efectos causados sobre el diseño por la pandemia de 1918, que han sido considerables y permanentes. No había entonces la perspectiva de una vacuna, ni podían ellos escapar fácilmente a los suburbios, ya que los automóviles todavía eran escasos, de manera que la respuesta arquitectónica fue la herramienta primaria. El principio de curación era aumentar la luz solar y el aire fresco en los edificios. Uno pudiera proponer que las innovaciones del Estilo Internacional de la Arquitectura Moderna llegaron gracias a ello. Las terrazas soleadas sustituyeron a los oscuros portales cubiertos. Las cubiertas planas con jardines fueron introducidas entonces. Espacios con grandes paredes de cristal aparecieron incluso en las pequeñas viviendas. Los balcones se extendieron a lo largo de toda la fachada en los edificios de apartamentos. Algunos edificios fueron construidos permitiendo que la brisa soplara sin impedimentos. Las paredes eran lisas y blancas, y desprovistas de adornos, de manera que pudieran ser limpiadas. Los pisos recubiertos de linóleo, en baños y mostradores, evitaron la mugrienta lechada porosa. El mobiliario con esqueleto metálico eliminó el tapizado, potencialmente cargado de microbios.
Los arquitectos modernistas de los cincuenta, jugando con la luz del sol y con el aire, fueron los impulsores de las necesidades de diseño que requerían seriamente ser reexaminadas, y no solo para el glamour de la época.
¿Qué significado tendrá el distanciamiento social para el interés del Nuevo Urbanismo en comunidades compactas, diversas, concebidas para el intercambio social y el uso intenso del espacio público?
Eso es profundamente preocupante. Proponer públicamente urbanizaciones más densas, aceras llenas de gente, bares y cafés íntimos, pequeños comercios con entrada libre del cliente, tránsito público, servicios en automóviles compartidos y todo lo demás, sería considerado demencial, cuando no directamente homicida. Y en cuanto al ideal de comunidades abiertas, ahora tenemos en su contra la regla de que “el extraño es un peligro” antes de que sea examinado y puesto en cuarentena.
¿Qué otro aspecto está afectando tus diseños y tus ideales?
Bueno, hemos estado trabajando en ajustes a los grandes proyectos urbanos. Hasta ahora hay unas cuantas buenas ideas, pero demasiado a menudo distraen la atención por la urgencia del cambio climático. Diseñar para ambas situaciones puede conducir fácilmente a políticas contradictorias. El actual escape a suburbios de baja densidad poblacional, dependientes del automóvil, con sus grandes suministros para quedarse en casa –lo cual indudablemente es distanciamiento social– es también un desastre ambiental. Por otra parte, trabajar desde casa es excelente, en términos de reducir las emisiones de los tubos de escape al viajar diariamente de la casa al trabajo, y posibilita el uso eficiente de los edificios las 24 horas.
¿Qué otros aspectos inciden en tu trabajo?
Bueno, la COVID-19 es solo un aspecto. Es el tipo de plaga que, conjuntamente con la inestabilidad social y el agotamiento económico, se añade a los desastres de las inundaciones, la sequía, los incendios y los huracanes: todo ello centra también nuestra atención. Estamos empezando a diseñar regiones, comunidades y recintos cerrados que puedan sobrevivir a esta circunstancia, al menos durante algunas generaciones. Lo ideal es que la vida sea más agradable y sensible que nuestra actual histeria. Sabemos que la solución general es localizar recursos, hacer posible la actividad de baja tecnología –y también la gobernabilidad a un nivel adecuado de subsidiaridad.
Hemos estado descubriendo cómo algunos seres humanos han abordado este balance en formas sumamente elegantes. El diseño en el siglo XXI está entrando en un nuevo mundo desafiante, pero el trabajo es extremadamente interesante –y también serio, importante y urgente. Este tiempo no tiene nada que ver con la moda.
- Andrés Duany es un importante arquitecto cubano americano. Líder, junto a Elizabeth Plater-Zyberck del “New Urbanism” que, entre otros aspectos, centra sus principios en el rescate del urbanismo y la vida de la ciudad tradicional. ↑