Ángela Rojas
El reconocimiento del valor es subjetivo y la certeza se halla cuando muchos coinciden, a pesar de que siempre queda el cambio. Todas las ciudades son históricas y todas son bellas. Aunque en algunas hay que buscar el encanto escondido o un tanto remoto que, aun así, siempre se encuentra.
De La Habana se ha hablado, escrito, cantado, pintado, casi infinitamente. Ha sido llevada al cine y al teatro, a la danza… Quizás lo que escribo sirva como resumen mínimo, recordatorio o alerta, porque lo valioso no puede limitarse a la ya reconocida arquitectura del período colonial o a lo que se presenta como testimonio histórico. Y menos aún derivarse de aquello que aparece en la propaganda turística. Pensando con Segre: “La ciudad, como segunda naturaleza, entorno artificial hecho a la medida del hombre, debe mantener su esencia poética, sus contenidos estéticos, sus espacios cargados de ilusiones y descubrimientos”.[1]
La Habana, como metrópolis, tiene una evidente complejidad funcional, muchas realidades diferentes y variedad de paisajes, algunos de los cuales son desconocidos, olvidados y maltratados. La quinta fachada podría ser hermosa, como El Vedado visto desde el hotel Habana Libre cuando se puede comprender la genialidad del uso de la retícula que logra la armonía, apoyada por el verde como tejido conjuntivo (Fig. 1).
En otras miradas desde la lejanía, los símbolos verdaderos cargados de historicidad, destacan y comunican sus significados trascendentales: el Capitolio, la iglesia de la calle Reina, el monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución… Esa es una de las virtudes de la ciudad: desde lejos se puede leer su historia y desde algo más cerca, comprenderla. Ya en los barrios, funcionan otros hitos, como las iglesias y la escultura monumentaria.
En los desplazamientos hay cierres visuales importantísimos como la Universidad de La Habana, al final de la calle San Lázaro; sin mencionar los más divulgados: el Capitolio desde varios puntos, en su papel de hito en la estructura visual (Fig. 2) o el Castillo del Morro desde el Malecón. También el Hotel Nacional, que actúa como pivote hacia La Rampa.
Y la presencia del mar: por supuesto, el Malecón, contradictorio y maravilloso espacio público, probablemente el de más recuerdos personales (Fig. 3). También su aparición inesperada a lo largo de las tan destruidas calles de Centro Habana, donde poder ver o adivinar el mar se convierte en una evasión poética entrañable (Fig. 4).
Los valores de La Habana comienzan en la gran escala, la que representa la historia y fue creada por ella. Se trata de la referencia física al pasado, mediante la imagen estructurada por el tiempo y comunicando su razón de existir. Incluso, cuando ha habido cambios de significado –como en la Plaza de la Revolución o el hotel Habana Libre– se enriquece el contenido y la expresión resulta mucho más noble que la que produciría la destrucción del símbolo o la agresión visual.

Figura 4. El mar, a lo lejos, visto desde una calle de Centro Habana. (Foto de Laura Morejón, 2012).
La Habana es una metrópolis policéntrica. Santiago de Las Vegas, Marianao, Guanabacoa, y todos los asentamientos conurbados, tienen sus centros históricos y cada uno posee cualidades y valores específicos. La monumentalidad del Parque Central es muy diferente a la centralidad –en gran parte lamentablemente perdida– de las calzadas. En aquel, la gran virtud es la espectacularidad de la arquitectura que lo conforma (Fig. 5); en estas, edificios más discretos pero aun así impresionantes, a pesar del deterioro, y bendecidos por una cualidad excepcional: los portales.

Figura 5. El Centro Asturiano, actualmente una de las sedes del Museo Nacional de Bellas Artes, de esas presencias notables junto al Parque Central. (Foto de Ángela Rojas, 2005).
El centro histórico moderno –La Rampa– merece un comentario aparte. Constituye un testimonio de carácter excepcional vinculado a la evolución histórica de la ciudad. Las condiciones para que se desarrollara forman parte importante de la historia de esta, lo que se manifiesta –precisamente como parte de las razones de su nacimiento como centro– en forma de un punto de inflexión de la trama urbana: un pivote que subraya espacialmente la razón de su existencia.
La presencia de La Rampa constituye una de las claves para la comprensión de la evolución urbana y, sobre todo, muestra cómo los significados originales fueron transformados en otros correspondientes al empoderamiento de los nuevos grupos sociales en los primeros años de la Revolución. Es decir, de un centro principalmente comercial, que obedecía a los intereses de la burguesía, pasó a ser el escenario y contenedor de una dinámica revolucionaria y cultural cuyos protagonistas eran, sobre todo, los jóvenes.
El vínculo afectivo con ella, memoria de una generación que se ha transmitido a las siguientes, es símbolo y cuna de sueños. Es, por tanto, espacio tocado por la varita mágica de lo inmaterial, como se evidenció en una excelente obra de teatro que captó el espíritu de los años 60,[2] un importante cuento[3] y una de las películas más trascendentes de la cinematografía cubana.[4]
El espíritu de La Rampa se asienta en sus características físicas, constituidas por la arquitectura moderna (años 40-60) que ha sufrido algunas transformaciones, pero que puede ser recuperable. El perfil urbano tiene como punto culminante el Habana Libre (Fig. 6) que, de hotel de lujo (Havana Hilton), pasó a ser puesto de mando de Fidel, hotel cubano, centro de importantes convenciones y punto de encuentro de los jóvenes, quienes se citaban en el vestíbulo para desde ahí ir a Coppelia o bajar La Rampa hasta el Malecón.
La generación revolucionaria se apropió del hito y este se convirtió en uno de los puntos de referencia de la ciudad en su conjunto. Si se construyeran edificios, que le resten protagonismo, la integridad del sitio se perdería: y ya no se comprendería la cualidad de renovación cultural e ideológica que se produjo en La Rampa.
El Vedado en su conjunto, ciudad jardín que precedió al concepto europeo, posee todas las virtudes. No solo las derivadas del análisis frío en términos geográficos –ensanche, relación con el mar, higiene–, sino también las de la trama que garantiza la armonía y la flexibilidad de la estructura urbana: la capacidad del reparto para no solo articularse y homogeneizarse a sí mismo, sino para –a lo largo del tiempo– asimilar diferentes tipos arquitectónicos: una colección espectacular de arquitectura del siglo XX.
Posee El Vedado, a pesar del tremendo deterioro, la virtud de convertirse en poesía, a través de ese halo un tanto misterioso y derivado de la “pátina dorada de los años”, que celebraba Ruskin. Un pintoresquismo que, a pesar de las aceras maltrechas y las mansiones vetustas, sigue siendo un excelente ejemplo de “lo sublime parásito”,[5] pues muchas imágenes actuales de El Vedado constituyen la versión cubana de los grabados de Piranesi (Fig. 7).
La Habana exhibe la mejor colección de estilos arquitectónicos de Latinoamérica. Se suma a la perfecta muestra de la transculturación arquitectónica protagonizada por los palacios y las casas del período colonial, en los que la simplificación de la expresión morisca o barroca dio lugar a un juego magnífico del espacio bajo la sombra y la luz. Su valor es universal, pero la arquitectura del siglo XX también es excepcional. En las primeras décadas demuestra que una cierta minimización de las características propias del historicismo afecta el empaque, pero no la gracia y, por tanto, se convierte en única.
Comprender el valor de la arquitectura habanera transita del reconocimiento al monumento y al testimonio: a la inmersión en las cualidades de multitud de tipologías (Fig. 8); de las adaptaciones y transformaciones estilísticas a las creaciones originales, como las de los maestros de la arquitectura moderna que supieron comprender, sin concesiones a la falsedad, las virtudes de las respuestas al clima y la tradición dadas por la arquitectura precedente y, a la vez, crear valores propios (Fig. 9). Todo coexiste en las varias tramas. Y una vez dentro del edificio o de la pequeña plaza, aparecen de nuevo el juego con el espacio, las vistas inesperadas, pero también los ejes que estructuran, la luz y la vegetación. Y los detalles: ornamentos, texturas, vidriería, reflejos, transparencias… Una arquitectura compleja pero no contradictoria, producto de cambios e influencias, aunque siempre armónica. En ella sorprende la inteligente adaptación a la trama urbana, sin menoscabo de la creatividad.

Figura 8. Una de las muchas casas con torre-mirador, interesante característica de El Vedado. (Foto de Ángela Rojas, 2020).
Hay otra arquitectura que no tiene cornisas ni portales, aunque muchos ejemplos corresponden al eclecticismo loco de las columnas salomónicas enanas, los castillitos, los cottages ingleses, el faux bois, la rocalla (Fig. 10). Y en la Modernidad se sumaron los divertidos googies. Todo ello hace pensar que hubo un kitsch simpático, en el que la pequeña dosis de envidia que lo puede haber generado, deja de importar ante la sonrisa de quien lo disfruta.

Figura 9. La Plaza Cadenas y el Rectorado desde la Biblioteca Central de la Universidad de La Habana. (Foto de Ángela Rojas, 2012).
Pero hay algo más: con sus tradiciones reales, la ciudad vive sus significados múltiples, la densa presencia de lo intangible que acompaña espacios. Y transforma lugares, enaltecidos por prácticas cotidianas.

Figura 10. La vista inesperada: el Fuerte de La Chorrera desde los jardines del restaurante 1830. (Foto de Ángela Rojas, 2012).
Es, hasta aquí, un apretadísimo resumen de los valores de La Habana desde mi óptica personal. ¿Se mantendrán? El tiempo, aunque sea implacable, genera la evolución lógica y no los cambios violentos. Todo depende del reconocimiento del valor y la actitud hacia él: si se obvia o se traiciona, si se respeta y ennoblece. No depende de tendencias internacionales ni de estar a la moda. Es, en definitiva, un asunto de ética.
- Roberto Segre: “Arquitectura y ciudad en América Latina. Centros y bordes en las urbes difusas” [pp. 19-28], en Perspectivas Urbanas / Urban Perspectives, Barcelona, No. 1, 2002, p. 26. (Puede ser copiado como PDF en: www.upcommons.upc.edu/handle/2099/21). ↑
- Rampa arriba y Rampa abajo (1979). ↑
- De Senel Paz, “El lobo, el bosque y el hombre nuevo” (1990). ↑
- De Tomás Gutiérrez Alea, Fresa y Chocolate (1994). ↑
- Cfr. John Ruskin: Las siete lámparas de la arquitectura. El Ateneo, Buenos Aires, 1944. ↑