Anadis González y Fernando Martirena
En una ciudad parada en el tiempo, que crece para sus adentros, encontramos a la nueva arquitectura cubana cambiando sus interiores. De aquellos que originaron los espacios que ahora intervenimos nos separa una brecha temporal, la cual genera un profundo cambio en nuestras formas de habitar. Lo mismo viviendas que peluquerías o restaurantes intentan adaptarse a los espacios de otras épocas: una ciudad dentro de otra. La exactitud geométrica del racionalismo se torna un obstáculo, mientras que los amplios espacios modulares –con altos puntales de la arquitectura tradicional– se adaptan cómodamente.
No existe tal cosa, como un estilo cubano, como una identidad nacional. Lo único que une a la arquitectura cubana es aquello que existe antes de la arquitectura: el clima, la política y la escasa mano de obra y materia prima. Para hablar de los interiores de toda Cuba solo nos referiremos a tres ejemplos.
La arquitectura oficial cubana que hasta ahora había brillado por su ausencia, hace algunos años ha vuelto a echar a andar. Se dice cubana por estar en Cuba y no porque esté hecha por cubanos. De cualquier manera es el estilo que el gobierno ha elegido para representar a su ciudad. Los Nuevos Hoteles de La Habana, que son los mismos en toda Cuba, constituyen un producto enlatado de bajo costo. Su forma se genera como una especie de parametrismo hiper racional. Cuando termina de levantarse la estructura de concreto –previamente modulada– se pasa a ensamblar. El diseño de interiores de esos hoteles llega en barco desde ningún lugar, en cápsulas que ya contienen piso, paredes y hasta cuadros. Esos edificios pueden encontrarse en Cuba como en cualquier parte del mundo, pero la hiper especificidad de este contexto les hace parecer una ficción.
Ante la eficiencia constructiva de la técnica fast-track, la construcción se adelanta al diseño. No hay tiempo para decidir. Estos diseños sin autor son el resultado de una fórmula eficiente de tiempo-costo y una apuesta comercial segura. La simultaneidad y cercanía con que se levantan uno de otro, hace posible verificar que antes de ser cubiertos por fachadas, sus esqueletos son muy similares. Su decorado final alude a una Cuba que combina perfectamente con los brillantes almendrones del Prado. Para vender una experiencia caribeña es necesario mostrar losas españolas tradicionales, colores brillantes y muebles de estilo antiguo producidos en China. Una belleza estandarizada que simplemente no resiste el rigor de un juicio crítico. Para los cubanos representa lo nuevo, el placer de tener por una vez lo que al resto del mundo le sobra: un espejismo del progreso, una ilusión. Con voluminosas lámparas colgantes, luces blancas bordeando los techos, e infinitos empapelados que parecen recién sacados de una biblioteca 3D y puestos a renderizar en vivo. En dichos edificios no hay pretensiones de diseño, tan solo financieras, por lo que una depende de la otra. En este sentido son exponentes exquisitamente logrados de su estilo. Ratifican lo ya acuñado con conservadurismo de extrema derecha. Con un paisaje visual en inglés y un paisaje sonoro en colores, cada día dentro parece un Domingo Santo y, cada noche, un 31 de diciembre. Congelar el tiempo es lo único que se le pide a estos espacios.
Por otro lado, la arquitectura independiente, que ni siquiera es reconocida de manera oficial, diseña los negocios privados de la nueva ciudad, creando los artificios necesarios para que una noche y un almuerzo puedan valer lo mismo que en un hotel, todavía sin sus colchones importados ni la infinity pool. Su única ventaja es lo auténtico.
Malecón 663 es un proyecto de Hrg Arquitectura que, aunque fue construido de cero, nunca quiso separarse del pasado. Lo nuevo allí es la estructura, no sus espacios. Tenemos la sensación de una casa-patio de altos puntales. Solo si nos fijamos atentamente detectamos patrones que no coinciden con el original. En este caso, para tener un entendimiento sensorial del espacio, el diseño de interiores no podrá ser separado de la decoración.
La decoración es un espejo y una máscara. Es el conjunto de objetos en el que buscamos nuestro reflejo, como individuos o marca, con el ánimo de vernos, de que nos vean como queremos ser vistos. Cada una de nuestras elecciones se expresa singularmente en tanto conforma un sistema estético. Si bien la arquitectura cubana podría alimentar sus pretensiones de autoría, la decoración es una batalla que se pierde antes de comenzar. En Cuba no hay mercado de diseño, no hay Ikea, no hay Vitra. Hay lo que hay.
El patrimonio estético más relevante de la Revolución cubana se produjo en los años 60 y fue tan poco, que de ese apenas queda nada. Al parar la producción de diseño, el legado de los años 50 cobró un valor añadido: ya no solo eran las mejores obras de diseño cubano, sino las últimas obras de diseño cubano. Hoy la decoración cincuentona quedó legitimada como el único atajo al buen gusto. El buen gusto es una convención, un estado del subconsciente colectivo. Como todo lo que es subjetivo, es infinito; todo lo que es colectivo, tiene anclas. El buen gusto se ancla en lo legitimado, lo probado, en una idea que triunfó.
La arquitectura radical de los 50 es ahora la más conservadora: una apuesta segura, una bala salva. Si hojeamos el libro de Hermes Mallea, Havana Living Today: Cuban Home Style Now (2018), donde recoge una selección de los más relevantes diseños de interiores contemporáneos, podemos notar una constante anacrónica en todos los ambientes: mientras todas las casas están decoradas con arte contemporáneo, la mayoría del mobiliario que aparece es moderno. A la repetición de este patrón circunstancial podría llamársele estilo. Así se manifiesta la brecha que ha crecido entre el diseño y el arte cubano. De más está decir que absolutamente todos los ambientes que aparecen son espacios antiguos rehabilitados.
El vacío mercantil del diseño cubano ha producido una perversa proliferación de los anticuarios. El anticuario es el único proveedor de accesorios locales para la élite habanera, que compra del pasado lo que no puede comprar del presente. Por otro lado la proliferación del vintage en negocios privados ha disparado lo viejo como objeto de deseo. Así los anticuarios continuarán aumentando sus precios, a medida que se desvanece el valor de su oferta.
Un proyecto es una anticipación y, acá, anticiparse a los objetos que decoran el espacio no sirve más que para imaginar ambientes. Los renders de interiores solo son una especie de avanzada línea de deseos. Para los arquitectos es un juego. Saben que no lo ganarán, pero quieren jugar de cualquier modo.
En Malecón 663 era imposible anticiparse a la realidad. Es un proyecto de proceso en constante cambio. El vintage, que en un comienzo sublimó el restaurante La Guarida, se caricaturizó en el Café Fortuna y logró traspasar los límites del género en el carnavalesco restaurante Habana Blues. En Malecón 663 se alcanza una nueva identidad, un fetiche de lo cubano atravesado por el pop con calidez artesanal, un lugar para el local made y el diseño joven. Anula la importación extremando la producción local. Cada uno de sus objetos es único y tiene precio. Allí, en el extremo más psicodélico y sobresaturado del vintage, el diseño convierte a las actitudes en forma.
En otro extremo de las manifestaciones de la arquitectura independiente está la arquitectura doméstica, que no está hecha para los clientes de los clientes. Espacios íntimos que muestran cómo quiere vivir alguien en la Cuba de hoy. Si en una persona llegan a coincidir cliente y arquitecto, además de saber cómo se quiere vivir, también se tiene claro qué se quiere diseñar, pues la mayoría de las veces solo se hace lo que se puede. Mientras, el diseño debe ceder a los deseos otros. Tales casos, que son una rareza, son los más auténticos.
Alejados de La Habana, en la calma de la ciudad de Cienfuegos, radica Albor Arquitectos. Ellos diseñaron y construyeron sus dos casas propias, bajo una rigurosa disciplina de contención que no responde a estilos. En un metódico ejercicio de búsquedas esenciales encuentran el estado más puro de la profesión. La aspereza constructiva no influye en su refinamiento. Una austera paleta de materiales y una estudiada reducción del mobiliario hacen que cada fragmento de diseño tienda a la totalidad autoral. Todo habla el mismo lenguaje.
Una vez resueltos los problemas funcionales, Albor Arquitectos practica una serie de abstenciones para simplificar el resultado final. No hay apenas lugar para la decoración porque el espacio se luce por sí mismo. En la rehabilitación de El Apartamento y la nueva Casa Torre nada sobra y nada falta. Desprenderse de todo lo que no es estrictamente necesario, además de ser una condicionante económica, es también un principio estético. Su recurso y discurso se funden en un solo gesto. El uso del blanco en las paredes para repartir mejor la luz; el hormigón en piso y techo como vestigio constructivo; el mobiliario fijo, también de hormigón, por ser lo más simple; los pequeños detalles en madera reutilizada y acero inoxidable, reducen la intervención interior a un mínimo de gestos inteligentemente orquestados. Como dicen de Lacaton Vassal, el lujo no tiene que ver con el dinero, sino con aquello que supera las expectativas iniciales. Lo irreductible en Albor Arquitectos es inevitable.
En estos tres lugares hemos visto los vértices de un triángulo que contiene al interiorismo cubano actual. Pero valga decir que dentro de este triángulo, el más grande autor sigue siendo Pinterest: gran Biblioteca de imágenes hiper democratizada que funciona como una gran productora de deseos. Aunque su catálogo sea infinito, gracias a los algoritmos de búsqueda repetida por las masas, podemos decir que existe un estilo Pinterest. La base de este estilo es el do it yourself, que es la distancia más corta a la acción antes del pensamiento, un derecho de autor liberado. Cuando las imágenes se adelantan al pensamiento solo se puede reproducir lo ya visto. La creación se vuelve una copia, pues la innovación depende del olvido.
Poco a poco los arquitectos vamos recuperando terreno de nuestra propia disciplina. Cambiando la ciudad vieja. Creando. Hasta ahora solo hemos podido trabajar en la pequeña escala de un sector privado que apenas comienza a desarrollarse. No sabemos qué podría pasar si de pronto tuviéramos el encargo de grandes obras, esas cuyo impacto define un antes y un después en la ciudad. Podría ser que ante la presión del tiempo, muchos terminemos por reproducir las fórmulas genéricas de los nuevos hoteles, o que sigamos explotando el pasado hasta encontrar caminos auténticos. Lo importante es seguir cuestionando los espacios que habitamos, no a partir de aquello que decora a la superficie, sino desde los sistemas de decisiones que, entrelíneas, expresan el espacio y sus objetos.