¿Cuáles han sido las principales concepciones que han guiado tus proyectos pedagógicos?
En los primeros años de actividad pedagógica, traté de trasmitir a mis alumnos todo lo que me había leído, imponer un poco las tesis que había utilizado para graduarme del ISA (la visión un tanto pedante que tenía en aquellos años), para acentuar la distancia entre el maestro y el alumno. Así es como comienzo, sin ningún plan. Y con un piquete de buenos profesores, por ejemplo: Flavio Garciandía, Osvaldo Sánchez, Madelin Izquierdo, Lupe Álvarez, Pepe Franco, José Bedia, Consuelo Castañeda, Carlos Alberto García… Aprendí muchas técnicas pedagógicas en las sesiones de crítica con estos maestros, sobre todo con Flavio y Osvaldo Sánchez. Ellos tenían una técnica, una mayéutica con la que iban acorralando, presionando al estudiante. Me gustó mucho aquello, tenían un tremendo bagaje cultural.
Hay un primer momento en mi vida de una pedagogía más vertical. Me dieron los grupos más malos, aunque no me importaba: me hacían falta los 198 pesos para poder quedarme en La Habana. Pero comienza a irse todo el mundo del país: Pepe Franco, Carlos Alberto García, Osvaldo Sánchez…, en fin, es un momento en el que llego a atender cinco grupos, y Flavio me da también primer año, que aparentemente era el más fácil porque venían de San Alejandro, pero es un año en el que tú tienes que trabajar mucho con ellos por todos los vicios que traen del nivel medio, aunque todavía no muestran el alarde y la prepotencia de creerse artistas. Era muy sabroso trabajar con esos grupos, tuve algunos espectaculares, era una etapa muy buena. Fue en pleno período especial, en el que no había nada para comer, no había trasporte, solo una depresión de madre y lo único que ellos tenían era el espíritu del aprendizaje. No había nada más que hacer, pintar en tu casa e ir a dar clases, era como una pasión, fue casi el mejor período. Ahí sí me empiezo a dar cuenta de que me gusta la instrucción pormenorizada. Di clases a todos por igual, que es la clase tipo erudito, en la que ponía una serie de ejercicios y les descargaba todo, todo de una vez, pero solo unos pocos se quedaban conmigo al final. Con esos no pasé trabajo, llegaba al taller y siempre estaban trabajando, éramos amigos y el diálogo fluía de igual a igual. Lo mismo me les aparecía a las tres de la tarde que a las nueve de la noche, o ellos venían a la casa, es un tipo de pedagogía en la que tú no escoges, son los alumnos los que te escogen a ti.
Arturo Montoto fue quien me enseñó cómo se hace un Plan de estudio, había que escribirlo todo en infinitivo, o sea: “…el alumno tiene que saber lograr…”. Con ese programa me presenté a la oposición del ISA y gané, pero nunca impartí el programa. Me dieron los 10 ejercicios cínicos para un pintor escéptico, de Osvaldo Sánchez, pero estaban muy difíciles, y escojo a McEvilley, y lo di durante muchos años, me gustaba mucho ese programa. Era un plan medio obligado, pero en el que uno se podía mover con mucha facilidad, todo dependía de la perspectiva con la que tú dieras a McEvilley. Después fue que di el de Osvaldo Sánchez, porque el de Camnitzer no me gustó mucho, creo que Lázaro Saavedra sí lo usó bastante. Ese texto era más de corte performático, y yo no suelo trabajar con el performance porque tengo un poco de miedo escénico. Soy un poco vago para salir a la calle a coger sol, siempre he sido más del objeto, de enterrarme en mi taller, en mi cabeza.
Yo no tenía un programa pedagógico como tal. Trabajé muchos años con René Francisco, y veía cómo él hacía la pedagogía y la Pragmática. René escribe a los alumnos y los alumnos a él, guarda los telegramas, lleva un diario, anota objetivos, subraya cosas, tiene papelitos. René tiene una formalización de la pedagogía, incluso me decía: “escríbeme algo para lo que estoy haciendo”. Quiere siempre tener una segunda opinión que de algún modo deconstruya su pedagogía. Yo no, yo iba a dar clases hoy y tenía en la cabeza a un alumno al que la vez pasada había quedado en hacerle un comentario, o sea voy armando el método en el camino, me leo algo que es para él… Igual no hubiera leído a Derridá, Umberto Eco, ni repasado a Aristóteles si un alumno no me conminara indirectamente a hacerlo. Pero llega un momento en el que estás metido hasta el cuello en la pedagogía y ni trabajar en tu obra puedes; es una obsesión, un torbellino. Si lo haces bien es una fuerte pasión. No voy a llegar a la frase ampulosa de Martí del “evangelio vivo”, pero si te agarra el bichito de la pedagogía, no te suelta jamás. Al mismo tiempo te das cuenta de que estás aprendiendo, estás con gente joven, que tienen las pilas puestas, que te hacen críticas, se burlan de ti, de tu actitud, de lo que comentaste en tal lado, siempre te mantienen encañona’o, en alerta. Mientras estás haciéndola, la pedagogía es un toma y daca, eso creo que le ha pasado a todo el mundo. Y después hay como interferencias importantes dentro de mi carrera pedagógica. Estoy viendo a Gustavo Pita dando clases, me cuelo en algunas conferencias de él, veo que hay ahí una cosa mucho más profunda, más seria, una dimensión. Hay muchos alumnos que le han agradecido a él su labor pedagógica.
Eugenio Valdés una vez me entrevisto durante 8 horas. En esa entrevista creo que él estaba tratando de priorizar las historias y valoraciones desde la experiencia pedagógica grupal; y yo dije que a pesar de que había una buena pedagogía en el ISA, encarnada principalmente en la figura de Flavio, había también otras influencias históricas importantes, como la de Antonia Eiriz, Servando Cabrera, creo que hay una cadena en la enseñanza de la que alguien tendrá que escribir algún día. Hay artistas influyentes que nunca fueron famosos y que no han tenido grupos pedagógicos como Ruslán, René Francisco o Lázaro Saavedra. Una maestra en el ISA, por ejemplo, que se llama Rosita impartía la asignatura de inglés, ella era la que traducía los textos que usábamos todos los profesores, o sea que su contribución era importante; o un maestro como Pita que influyó en muchos jóvenes estudiantes.
Cada vez me iba dejando llevar más por el alumno. Ya no trataba de imponer nada. Te digo que me levantaba en mi casa, me tomaba una taza de café, y me iba en blanco para el ISA. Muchas veces, antes de entrar al aula, nos poníamos a tomar cerveza, lo cual me ponía la mente más en blanco todavía. Creo que la cafetería del ISA la cerraron porque armábamos muchas borracherías allí. La pedagogía comenzaba muchas veces desde esa cafetería. Poníamos un tablero, empezábamos a jugar ajedrez y a hablar de arte, a veces no llegábamos ni al aula. Pero bueno, no siempre fue así, a veces hacíamos las cosas con mucha seriedad. Era fuerte el fogueo con el estudiante, a golpe de proyectos, se era muy profesional. Creo que la pedagogía en un momento dado en el ISA se volvió muy profesional, yo iba casi al aula a ver a artistas, que estaban haciendo muy buenas obras: José Emilio, Yunior Mariño, Jimmy Bonachea, Wilfredo Prieto. Iba a los talleres con gente que estaba haciendo una obra con valores, y eso es diálogo. Hoy podíamos estar hablando del cierre de varios centrales azucareros, después sobre una película, o sobre la obra de un determinado autor. Es una cosa que fluye, fluye, y en la que hay muchas lecturas. Ahí sí ya todo se vuelve maestro para mí; ya no soy profesor de nadie y voy a aprender y a aprender, hasta que llega otro grupo de estudiantes que marca el final de mi estadía en el instituto, ahí yo me fundo mucho con ellos. Es esa generación hija del período especial, estaban muy sobreprotegidos por sus padres, me hacían preguntas algo superficiales, como dónde poner el título de la obra y esas cosas. Yo también estaba trabajando más como artista y apenas tenía tiempo. Dejé la pedagogía porque me robaba mucho tiempo. Pudo haber sido un error, porque después es un tiempo que pierdes igual con boberías, televisión, computadoras.
Hubo algunos momentos medio pesados en esos 23 años de mi trayectoria pedagógica, a pesar de que la pasé muy bien. Pero eso nada tenía que ver con los alumnos, sino con el hecho de que en algunos momentos te das cuenta de que la pedagogía no le interesa absolutamente a nadie. O que algunas instituciones consideraban que el ISA era una especie de laguna donde se iba a pescar, a resolver un problema puntual, como los de la Bienal de La Habana, por ejemplo, y se pueden abandonar los objetivos pedagógicos totalmente. Por eso les cuesta tanto trabajo conseguir un decano, un profesor, o ayudarlos a resolver sus problemas personales para que trabajen con menos tensión, la gente se funde totalmente. Hay héroes como Luis Gómez, para quien la pedagogía es una verdadera pasión y sigue luchando ahí contra las adversidades. Luis se arriesga mucho con los alumnos, los apoya y les arma las exposiciones, les tira tremendos cabos. Él me decía que le gustaba eso de que yo cogiera a los muchachos en primer año para quitarles los vicios que traían antes de que él los agarrara. Pero yo era más vago, les daba la clase, o más bien los entrenaba…
Quiero decirte que yo vengo del boxeo. Antes de entrar a la Escuela provincial de arte practicaba boxeo. Partiendo de ese pasado mío, en la pedagogía yo usaba un método que consiste en dar una clase colectiva y después comenzar a atender a uno por uno. Imagínate que les pedía a todos que me hicieran, al inicio del curso, una autobiografía. Siempre exigía estar en las pruebas de ingreso. De manera que en el primer día de clases no me podían traer lo mismo que hacían en la Academia San Alejandro. La biografía me daba muchos datos de los muchachos: dónde se criaron, las vicisitudes que habían vivido, los problemas que tenían con la gramática. Yo guardaba esas biografías, las pruebas de ingreso, y las repasaba una por una, y al lado escribía opiniones de los estudiantes. Con esos datos hacía un perfil sicológico del alumno y con eso trabajaba los cuatro o cinco años, y después venían las tutorías. Aunque cada vez fui haciendo menos estos estudios y anotaciones.
Lo que hacía era aplicar la mayéutica que había aprendido con Flavio. Es una idea muy interesante que parte del hecho de que el otro lo tiene todo dentro. Una concepción que sostiene que lo único que hay que hacer es sacar el saber que cada quien lleva en sí mismo. Y todavía estoy seguro de que es casi así. Pero también está la parte social, lo que va modelando el medio, las exposiciones, el choque con otras estéticas. A veces agarraba a alumnos de los que nadie quería ser maestros, y atendí también a estudiantes que la gente rechazaba porque hacían un arte que nadie comprendía, o porque eran pintores… Mis clases eran abiertas, terminé dándolas debajo de los árboles, en vez de en las aulas que tenían mucho eco. Era muy riguroso para la disciplina porque fui alumno de rusos, si llegaban después de las ocho no los dejaba entrar al aula, era como un viejo con la disciplina. No los dejaba ir a las marchas políticas porque para mí el momento de la clase era sagrado.
¿Y te quedó alguna insatisfacción de esa experiencia pedagógica?
Creo que no debí dejar el espacio pedagógico, no debí cansarme, dejar que el espacio fuera tomado por la mediocridad. No digo que los que estén ahora sean mediocres todos, pero a veces cuando un decano no encuentra a nadie tiene que darle la plaza a cualquiera. No voy a juzgar cómo es la pedagogía ahora, pero la gente viene a mí y se queja, me dicen que ya no es igual en el ISA. Pero, en sentido general, quedé muy satisfecho con ese período pedagógico. Lo volvería a hacer, a veces hablan conmigo para ver si regreso, e incluso me sugieren que puedo dar las clases en mi casa, pero me resisto un poco a la idea.
Hubo un momento en el que me voy dando cuenta de que el mercado está entrando con fuerza, lo está destruyendo todo. Los alumnos me dicen: “profe, tengo que salir porque viene un yuma ahí”. Y me hago la pregunta: “¿qué hago yo aquí?, estos muchachos ya no están para nada”. Veía cómo los estudiantes esperaban con ansiedad las guaguas de los americanos y se iban de la clase. Yo no dejaba entrar a los americanos a mis clases, pero luego me decían que ellos eran los que aportaban los dineros para arreglar el instituto. Se fue perdiendo lo colectivo y lo que importaba era la visita del galerista, del curador, todo el mundo venía a buscar a los estudiantes para hacer proyectos. En el período especial no teníamos nada; los profesores, solo el deseo de dar clases y los alumnos, de atender. Empezaron a sentirse muchos daños colaterales en el ISA entre los noventa y el dos mil. Todo fue cambiando. Lo que siento es no haberme quedado luchando contra todo eso, como una especie de Robinson Crusoe.