David Mateo
¿A partir de qué presupuestos o motivaciones has llevado a cabo tus proyectos pedagógicos? ¿Cuáles satisfacciones e insatisfacciones te ha reportado esa experiencia?
Comencé a ser profesor a los 25 años, era alumno ayudante desde 1985. Han pasado muchos inviernos, la vida se ha vuelto cada vez más práctica. No obstante, he mantenido siempre un principio para dar clases, para actuar frente a quienes enseño y de quienes aprendo: ser honesto. A partir de esa divisa hay cosas que funcionan y otras que no, pero nada me ha desviado de la intención de ser quien soy. He recibido lecciones definitivas, con las que me voy a morir. Eso me ha movido a hacer siempre una pedagogía que se ajuste a las personas que están delante de mí. Pienso que una de las cosas importantes a las que se enfrenta un profesor es a las circunstancias personales en las que esos procesos se desarrollan. No todos los alumnos que uno tiene en la vida son iguales. Primero, pertenecen a una época determinada, son personalidades o caracteres distintos, y por eso uno tiene que reajustarse las tuercas como si se tratase de un motor, sus diapasones o perspectivas de contacto. Cada uno de ellos demanda siempre de ti algo distinto. Quizás en el centro de un proyecto está el proyecto común, pero al mismo tiempo son muchas partes a las que tú debes responder, a las que debes dar luz. Los estudiantes vienen a que tú los alumbres, les des nortes, les descubras cosas que nunca han visto o que esperan de otra manera. Entonces uno tiene que tener un principio para poder enfrentar a cada persona. Por eso pienso que ser honesto es la base de toda experiencia pedagógica. Cuando tú enfrentas personas tienes un compromiso muy serio contigo mismo, no estás jugando con objetos o con materiales, estás relacionando tu momento con individuos que te necesitan y a los que tienes que guiar, eso implica un nivel de responsabilidad muy fuerte.
Otro tema que tengo presente, y que he visto que se mueve y se tambalea mucho, incluso en personalidades inteligentes de la cultura cubana, es cómo asumen el papel de la pedagogía cuando la relacionan con el arte. Para mí una de las cuestiones centrales de la pedagogía es el resultado, la docencia tiene que arrojar un resultado, tú no puedes recibir a un alumno en primer año y que él termine en quinto como mismo entró.
Tú eres el servidor del estudiante, tú le vas a entregar el plato de las ideas, y él se va a alimentar de ese plato para después recibir más. Los resultados son decisivos en la pedagogía, cuando un alumno rinde, cuando un estudiante es quien es. Tú naces solo, llegas solo a la escuela y vas a salir solo, aunque hayas pasado por el grupo más colectivo del mundo. Eso es importante.
No puedo decir que solo he trabajado una pedagogía colectiva, tuve grupos colectivos y no colectivos, y grupos muy individuales.
El estudiante siempre es un amo del deseo y de la falta, como dice Lacan. Viene a llenar un vacío con un contenido que tú debes inducir y, al mismo tiempo, el estudiante llena tu vacío. Cuando el estudiante pregunta es cuando tu conocimiento se activa, y es cuando te das cuenta de que te faltan herramientas, porque a veces hay estudiantes que son muy exigentes y tú no tienes las herramientas suficientes para ellos. Tú puedes darles a algunos estudiantes páginas que te aprendiste de memoria, pero hay estudiantes que no necesitan esas páginas, no necesitan una relación con la historia. He conocido muchos artistas súper talentosos que descreen de la historia, no van a los museos, no quieren saber del pasado, pero tú no les puedes decir que están errados, puedes decirle que no es lo normal, pero no que están equivocados en lo que te están demandando para su vida creativa. En ese momento eres tú el profesor en falta, tú eres quien está carente de un saber que él está demandando de ti, y ahí tú tienes que agenciártelas con tu vida y tus conocimientos, tu capacidad de relacionar, de buscar. Yo descubrí tempranamente que algunos estudiantes demandaban de mí cosas que yo no les podía dar, y entonces me atreví, quizás por la tipicidad del arte cubano o por los artistas geniales que conocí en mi generación, con los que podíamos abrirnos a muchas cosas, a buscarles a mis estudiantes otros profesores. Eso no existía, o sea antes existían los grupos de profesores que se reunían, pero no que se le dijera a otro profesor: «por favor, dale clases a este estudiante de tal asunto porque yo no se las puedo dar». Fue algo así como buscar a un carpintero o a un plomero para que vinieran a enseñarles cosas del oficio, cosas que no se aprendían en la universidad, de acuerdo con la pedagogía oficial o tradicional. Eso generó una larga historia de invitados a los talleres, pero antes no se hacía.
Recuerdo que antes de hacer pedagogía en el año 88 u 89, estaban las propuestas de Arte Calle de Aldito Menéndez para hacer una escuela nueva, o de Abdel Hernández que hacía esos experimentos fantásticos, muy semiológicos y pesados para el contexto, porque el contexto cubano siempre ha sido más ligero, de más entretenimiento, de un arte que se mueve más en la gracia. Pero uno no puede dejar de reconocer que eran influencias grandes de la filosofía europea, de la semántica europea, que le daban una solidez tremenda al arte cubano, y esos talleres nos abrieron el camino a una pedagogía más atrevida, donde entre profesores y alumnos se establecieron relaciones horizontales, familiares, de más convivencia, más íntimas, más amenas.
Yo aprendí mucho con profesores como Flavio Garciandía y de otros que no eran en sí mis profesores. Recuerdo que, aunque era muy limitado conceptualmente el Taller de Gráfica de la ENA y el ISA, la relación de trabajo colectiva para resolver muchas cosas, el conocimiento que se pasaba a través de los grupos de estudiantes o de profesores, era muy interesante. Aprendí mucho de esas experiencias, y luego conceptualmente cuando iba a las clases de pintura de Consuelo Castañeda y de Flavio, profesores que no guardaban secretos. Eso también es trascendental para un estudiante, la relación abierta, sincera, entre estudiante y profesor. Que el profesor no guarde secretos, que entregue conocimientos, el alma, la casa, el bolsillo… Ahí puedo enumerarte profesores de un altruismo impresionante. Pienso que es súper importante cómo el profesor abre su caja de resonancia, de herramientas y conocimientos para los estudiantes, que se tome unos tragos con él, pase el fin de año…, en fin eso no existe en otros contextos. He impartido clases en otras universidades del mundo y esa relación alumno-profesor es muy difícil que la encuentres. El profesor va una vez a la semana, ve el trabajo de los estudiantes y les indica una serie de ejercicios. Entre Flavio, Consuelo, Pepe Bedia, Carlos García, Montoto o Ponjuan, uno aprendía la relación alumno-profesor, cómo pasar de la sala a la saleta… Eso trasmite mucho o más que una clase oficial, y creó una metodología muy rápida, muy amena. Ahí está la viveza del estudiante que capta sin recibir una clase específica. A mis estudiantes yo los he invitado a conocer a Kelvis Ochoa, a Carlos Varela… Una noche de borrachera con Carlos Varela para mis estudiantes era una mañana llena de conocimientos, de sensibilidad, de poesía, de opiniones de mucho rango, de política, de cultura. Hablábamos de lo que publicaba el periódico, lo que se discutió sobre fulano. Pienso que la práctica pedagógica que genera confianza, en la que el profesor entrega lo mejor de sí, es la más sólida de todas. Hay elementos muy sólidos, que vienen de tu abuela, de tu familia, del contexto en el que te criaste. Por eso te hablo de honestidad, no se trata de estar aquí de una forma y allá de otra. Puedes hablar con los estudiantes hasta de temas que para otras personas son tabú. ¿Cómo hacer una pedagogía sin barreras?, constituye para mí una disyuntiva esencial.
Tú permaneciste varios cursos con tus estudiantes. ¿Eso fue una propuesta metodológica personal, o era una estrategia oficial del Instituto?
Fue algo que los alumnos mismos pidieron. José Emilio pidió DUPP. Y, por ejemplo, Wilfredo Prieto fue de los que más duró del grupo. La mayoría de DUPP después de graduados, incluso, estuvimos un año más. Recuerdo que hicimos una visita a casa de Gerardo Mosquera, en esa visita estaban algunos graduados y otros que estaban por graduarse. La Segunda Pragmática se dio porque Dagoberto y Alexander vinieron con Marcos Castillo, creo también que estaba Kadir, y me dijeron que había que reanudar la propuesta de la primera porque ahora eran muchos más los estudiantes interesados. Eso es una inducción, porque tú entras al curso como profesor y tienes que trabajar con el grupo que te toque, pero aquellos tenían el sustrato de la compenetración, de la amistad. Siempre pienso en la amistad sólida que tuve con algunos estudiantes en la ENA. Impartí clases a alumnos que tendrían unos 15 años y yo apenas tenía unos 23 ó 24, pasaron después por mis grupos de grabado y así alargábamos el tiempo de la relación, hacíamos muchos experimentos. Recuerdo alumnos fantásticos que ahora no los veo ni en Facebook, son alumnos que te dejan una huella, que entran en una interacción contigo y te incitan a desarrollarte. Que haya descubierto que llevaba la vocación pedagógica en la sangre es algo que debo a mis alumnos.
A nosotros nos escogieron como alumnos ayudantes, me refiero también a Magdalena Campos, Francisco Bernal, no porque fuéramos mejores estudiantes sino porque teníamos una experiencia de aprendizaje quizás más metódica, más responsable, que la de otros, algo que vieron profesores mayores como José Villa, Pilar, Navarro. Después comenzaron las propuestas de impartir clases en la ENA o en el ISA, a grupos que no tenían profesores, yo comencé dando clases de Dibujo. Todo es una cadena, cuando comencé a dar esas clases tenía una práctica que traía de mis profesores anteriores: Triana, Choco, Nelson, Fabelo, Pablo Borges. Yo le debo mucho a esa gente. Pero una metodología académica como tal quien me la transmitió fue Arturo Montoto. Cuando fui a dar las clases de Dibujo yo necesitaba tener una metodología, una forma de explicar y para eso tenía que organizar un pensamiento, y ese pensamiento por primera vez me lo ofreció Arturo Montoto. O sea, una base de la Academia Rusa, donde hay ciertos parámetros técnicos que tú debes explicar porque se van a entender rápido, ya no es la intuición del dibujo cubano; hay un dibujo fantástico muy ilustrativo, que se aprende en cualquier escuela de arte cubano. No, esto ya era una metodología para tú ir más rápido al conocimiento. Recuerdo dos cosas que me influyeron en esa época de alumno ayudante: una fue esa ayuda metodológica de Arturo Montoto, que me la ofreció mientras me hacía un dibujo del torso, de espaldas. Una figura de frente tiene muchas luces, cortes, contrastes, es más fácil de organizar, pero de espaldas es más plana y sutil, tiene formas que para dibujarlas hay que ser muy cuidadoso y observador. ¿Cómo tú le explicas eso a un estudiante técnicamente? La otra cosa fue una traducción que hizo un amigo de la adolescencia holguinero: Manuel Toledo. Él tradujo un libro que se titulaba Como dibujar con la parte derecha del cerebro, o izquierda, no recuerdo bien el título. Conservo esa traducción de Toledo como una apoyatura importante en mi carrera como profesor.
A mí me entrenó mucho mi relación con Eduardo Ponjuan, trabajar a dúo, a cuatro manos, vivir en un mismo cuarto, trabajar todo el tiempo, leer filosofía, poesía, dibujar, pintar sin parar, con entra y sale de amigos, con la vida fuerte que vivió nuestra generación. Fue una generación súper palpitante, pasional, donde había de todo, desde los demonios hasta las cosas más sublimes. Con Ponjuan se me aplacó el ego. Tú hacías un dibujo y después venía él y te lo tachaba, y así a la inversa. Te preparas para soportar al otro. Y ese otro, del que siempre habla Foucault y toda la semiología, nosotros lo practicábamos en serio, sin darnos cuenta. Después leyendo nos dábamos cuenta de que estábamos haciendo el lenguaje intersubjetivo de este, algunas concepciones de Habermas, etc., pero la vida, en ese momento, nos formó completamente. No solo fue significativa para mí esta experiencia, sino que la apliqué también con otros alumnos que venían de otros profesores, de otros ecos, y yo pienso que esos ecos eran importantes: lo que le decía Toirac a un alumno, lo que Lázaro le decía a otro, o lo que le decía Ponjuan, el alumno venía con todas esas voces a las que tú tenías que corresponder y dar siempre una respuesta complementaria.
Lo que a mí me hizo llegar a una conciencia de la pedagogía fue la demanda de los propios estudiantes. La Segunda Pragmática, por ejemplo, fueron ellos mismos quienes la impulsaron. Vinieron y dijeron que en ese momento eran muchos más los interesados. Recuerdo que había ido a España después de mi Primera Pragmática y, cuando volví, los más allegados se aparecieron con una botella de ron con un cedro dentro, que era como una obra dentro de la botella de ron, y me dijeron: «hay que tomarse esto completo»… Son cosas que uno recuerda como momentos claves. Ellos impulsaron un encuentro mayor, estaban Garaicoa, Esterio, Osvaldo Yero, Marrero…, más gente para discutir lo que habíamos discutido en un pequeño grupo en la Primera Pragmática. Pero fíjate, después de esas dos pragmáticas, yo tuve también a José Ángel Vincench, figuras más individuales que no marcaron un colectivo, a Zaidel Brito, a Liseette Castillo, Jairo Castellano, Baster, Antonio Margolles, por solo mencionar algunos. Tuve una relación muy especial con Antonio Núñez y, luego de estos, de nuevo volví a tener colectivos y así sucesivamente. Venían a decirme que hacía falta algún profesor que uniera a la gente. Ese deseo, ese interés de compartir que tienes tú dentro, viene alguien entusiasmado y te lo despierta.
Siento muy falso cuando alguien piensa que lo tiene todo, o cree que inventó algo por sí mismo. Eso me hace pensar que hay un Dios, único, pero que es colectivo. Ahora todo el mundo quiere hacer proyectos colectivos, ahora todos quieren propiciar espacios interactivos, lo cual me parece fantástico, pero no se puede olvidar que eso fue una escuela que fue creciendo desde los años 80.
El nombre Desde una Pragmática Pedagógica (DUPP) no lo ideé yo, lo concibieron los alumnos discutiendo con Ponjuan y alguien más, discutiendo sobre las cuestiones históricas y económicas. Claro, hubo un momento muy favorable en el ISA en el que cambia el sistema de estudio y se crea lo que se conoce como El Plan C. En la época que José Villa fue decano del ISA fue muy favorable, no quiere decir que no lo fuera también la de Navarro, porque fueron los mejores años, pero en la etapa de Villa, Lupe Álvarez estaba muy activa en el taller de artes plásticas, era maestra de estética pero era una de las profesoras madrinas de las artes plásticas. Llegué a concientizar plenamente lo que hacía y lo pude llevar adelante con una metodología y un programa, y quien me hizo saber eso fue Lupe Álvarez. La intuición me hizo saber que estaba haciendo algo que no existía antes, pero con Lupe se codificó el trabajo. Hay un texto de Lupe titulado «Neovanguardia, interculturalidad y humanismo»… uno de sus textos más lúcidos, en el que se explica todo ese proceso. Ella me ayudó a concientizar lo que estaba haciendo. O sea, cuando uno es profesor hay otros profesores que son tus profesores. Como cuando yo iba a una clase de Gustavo Pita, siendo profesor, los niveles del conocimiento que uno adquiría eran infinitos… Por más experiencia que yo tenga y que Flavio diga que soy «el culpable» de esto y de lo otro, en el mejor sentido, cuando me siento a hablar con él en una borrachera, me digo: «espérate este es el maestro».
Ahora hay como una regresión… Pero una de las cosas grandes que yo experimenté, y me siento orgulloso de haber sido una persona de ese tiempo, fue que tuve profesores que rompieron tabúes y eran capaces de compartir el día a día contigo, vivir la intensidad de la vida con naturalidad. Creo que nosotros, estudiantes y profesores, tratamos de llegar en esa época a una vivencia, o como lo llaman los semiólogos: al acontecimiento.
[/caption]Los estudiantes son la base de toda la pedagogía, una universidad sin estudiantes no es nada, es como un libro cerrado. Un profesor es un libro, pero un libro con muchas páginas en blanco que los propios estudiantes tienen que llenar. El profesor tiene que reescribirse, reordenarse, recuperarse muchas veces. En este tipo de pedagogía, que después he llevado a un campo más social, promuevo mucho la concepción de «camarero» de Joseph Beuys. En una experiencia como la nuestra, uno sirve de alfombra para que otros caminen por arriba, no llega a ser una humillación pero sí una cuestión de sacrificio.
¿Cuáles fueron las insatisfacciones de esa experiencia pedagógica?
En los últimos años he pensado que vivimos en un contexto que no merece muchas de las personas que tiene. Estamos frente a un Estado que pudo haberlo tenido todo y no lo supo lograr. Quizás no te lo pueda explicar bien. Pero, por ejemplo, una vez fui al ISA y no me dejaron entrar. No lo digo como una cosa personal, y si me pasó a mí le pudo haber pasado a otros profesores. Es muy duro para una persona que estuvo 26 años en una escuela, que un día llegue a esa escuela y no lo dejen entrar porque hay un guardia que no sabe quién es, o porque a nadie se le ocurrió la idea de poner una lista de personas a las que debe dárseles prioridad en la entrada. Son calamidades de la desorganización, de la falta de cuidados, que pienso una universidad debe atender. La universidad es la cúpula del conocimiento. Cuando tienes la responsabilidad de ser guardián de esa universidad es porque preservas en tu interior una tradición que heredas de las personas que han pasado por el recinto docente. Si hay alguna frustración en mí es esa precisamente: no seguir trabajando en el ISA como yo quisiera. No es que me vuelva exigente o tenga la referencia de otras universidades donde he trabajado fuera de Cuba, porque de esos trabajos he renunciado muy rápidamente. En la única universidad que he trabajado en plantilla es en el ISA, que es además la universidad que menos paga en el mundo, que menos condiciones materiales da, menos garantía de organización. Muchos componentes atentan, en estos momentos, contra la tradición o las mejores épocas que yo viví en el ISA como estudiante y profesor.
Me frustra mucho el hecho de que quisiera seguir siendo profesor en mi país y me es difícil. Son muchos componentes históricos que de momento se rompen y se abren.
Hasta ahora no tengo una frustración grande porque he participado en la formación de magníficos artistas y muchos de ellos hoy son grandes amigos. Lo que sucede es que quisiera hacer más y a veces no puedo. Se trata de emprender acciones donde resulta vital el diálogo, el entendimiento, la conciencia colectiva. Lo que más siento es silencio, indiferencia, observación. Una realidad llena de datos, de controles. Me refiero a acciones que incitan a pensar, a polemizar… Como fue el caso de cambiarle el nombre al ISA por Universidad de las Artes yDavid Mateo cambiarle su logo de lápiz virtuoso por algo similar al panóptico de Bentham, no creo que lo hayan hecho intencionadamente, por supuesto. Pero no hay que cambiarle el nombre, o la imagen representativa a las calles, a las cosas, todo eso viene con su esencia, con su almendra… Antes las instituciones eran como las casas de nosotros, existía un respeto, una atención. La distancia que muestran hoy día los artistas con las instituciones proviene justamente de esa indiferencia, de esa apatía, de esa soledad. Se trata de una cuestión de colaboración, el Ministerio de Cultura tiene a los artistas y los artistas tenemos al Ministerio de Cultura, y ambos tenemos un país. Me siento ahora mismo en situación de incertidumbre en relación con el contexto. Hay algo ahí que está trabado, que no me deja funcionar en ese sentido. No tengo ahora mismo una relación con el contexto favorable, estoy viviendo mucho tiempo fuera del país.
¿Tu vocación pedagógica ha disminuido?
No, ¡qué va!… Yo acabo de dar clases en Utrecht, el año pasado fue en Rio de Janeiro. Tengo una curiosidad pedagógica todo el tiempo. Realizaré talleres en Perú, Guatemala y el Congo. Quizás también no he ido de nuevo al encuentro con el contexto pedagógico cubano, me he dedicado más bien a mis proyectos, a mis cosas personales, a mi salud. Pero ese tipo de acción en la que yo me involucraba y de la que emanaba la chispa, ya no está, no encuentro esa chispa. Estamos en un contexto muy enfocado hacia el mercado, a hablar de dinero, a que si se compran un carro, una casita, o hablando todo el tiempo sobre el estudio que hay que tener. Temas que tienen que ver con lo circunstancial, que hay que resolver, como lo resuelve también Ai Wei Wei, Anish Kapoor, pero bueno eso aquí se convierte en un dilema. Son caminos muy complejos… Para mí lo más interesante de vivir en Cuba fue vivir sin nada, vivir con los alumnos, creando ideas, elucubrando cosas que cada vez se tornaron más difíciles. Porque antes había pocos elementos, pero cuando alguien los reanimaba, se disponían. La idea de concebir un país a través de un mercado, que además no existe, no es promoción y tampoco mercado. Ahora no hay nada, es como una nadería. Antes al menos se hacían exposiciones promocionales y te volcabas a hacer la mejor exposición del mundo. Ahora se hace por el mercado, pero tampoco se vende. Toda esa energía se ha quedado ahí como tiesa… Yo soy una persona que quiero hacer cosas aquí y no encuentro cómo hacerlas. Uno pensando en proyectos pedagógicos y los muchachos pensando en cómo resolver cuestiones muy elementales de la vida, a ras del piso. Es muy difícil que tú concentres al estudiante en el Diario de Paul Klee. Tú se los puedes leer, y alguno de ellos te dirá: «coño, profe, usted me dio esos fragmentos en un momento de mi vida en que me hicieron mucha falta», pero alrededor de él habrá otros diez que lamentarán tener que leerlo y estudiarlo, y quizás lo que estén esperando es que les lean las cartas de un magnate contando su fórmula para hacer dinero, y ahí yo no voy a llegar… Esa capacidad ya no está en mí, esas demandas del presente no puedo aceptarlas, no puedo negociar una sensibilidad con la que crecí y de la que te he hablado largamente. Como Flavio me dijo en una oportunidad: «quédense ustedes aquí en el ISA que ya yo no puedo más con esto, porque él había llegado al límite de discutir con ciertos estudiantes, confrontarlos. O sea, uno tiene todo el derecho como ser humano de elegir y quedarse con Lautréamont, la poesía de Bashō, las palabras de Louis-Ferdinand Céline, en vez de cambiar y convertirse en una bestia, un mediocre, una persona absorbida completamente por la banalidad. Pero bueno, yo espero que esta situación no sea definitiva. Siento que tengo una energía que quiero guardar, preservar. Quizás vengan cambios, nuevos proyectos desde lo colectivo, que me saquen para la calle, que me hagan aceptar un cargo. ¡Sabe Dios!, porque siempre he estado animado y dispuesto a emprender cosas, a someterme al encuentro y a la confrontación.