Por: Gabriel Mario Vélez
Gabriel Mario Vélez1
La Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia (en Medellín-Colombia), alcanza una existencia de 38 años. Dato muy significativo considerando que la Universidad cumple en septiembre de 2018, unos 207 años. En el acto de constitución de la Facultad de Artes se reunieron estructuras de larga tradición en la ciudad, a saber, el Conservatorio de Música, la Sección de Teatro y el Instituto de Artes Plásticas, con el propósito de ofrecer los primeros programas profesionales en el campo de las artes y la ambición de cubrir todos los lenguajes. En ese momento iniciático, la constitución de los programas se formuló en procura de ofrecer una alternativa de formación disciplinar coherente con las necesidades de la región y del país. Por eso se entendió que debía estar acompañada de un perfil concebido para la formación de formadores. Es decir, que además del rol de artista debía cumplir la tarea de educador, una ocupación que en el sistema nacional de la educación media y básica (y hasta ese momento en la superior) no tenía especificidad, sino que era asumida como una tarea secundaria.
Con mayor precisión, más que complementaria en la construcción de la subjetividad de los alumnos, la educación artística se tasaba de accesoria y de menor relevancia en el conjunto de los saberes necesarios para el desarrollo humano. De algún modo, se había naturalizado y se había instalado en la cotidianidad que la formación estética y artística fuera asumida por aquel docente que, venido de cualquier otra disciplina o saber, se le asignaran estas materias a modo de relleno en su carga laboral. Esta misma percepción era aceptada por los estudiantes, entendiendo que su aproximación a las artes pasaba por ser trivial e insulsa, sufrida entre planas de círculos, cartas cromáticas a la témpera, invitaciones al “dibujo libre”,2 al tejido a crochet o al ejercicio de rellenar figuras bajo la regla “no se salga de la línea”. Cualquier otro tipo de contacto con los lenguajes artísticos, tales como la música, el teatro o la danza, resultaba aún más excepcional.
De tal concepción (del perfil mixto: artista/formador) derivó así mismo la pregunta por el tipo de plan de estudios que se debía construir. Si era pertinente diseñar uno capaz de cubrir los dos campos, acaso debían separarse los roles, o privilegiarse la formación disciplinar, incluso, si debía simplemente no tomarse en cuenta la pregunta por el perfil de formador a quien se profesionalizaba como artista.
La ley 30 de la educación, promulgada el 28 de diciembre de 1992, dirimió tan trascendental interrogante. Por ley, a las instituciones de Educación Superior se les dio la directiva de otorgarle a los profesionales de las artes, esto es, a los artistas plásticos, los músicos, los actores o dramaturgos, a los bailarines, el título de “Maestro en…”, es decir, en un acto jurídico se resolvió la cuestión. Y está claro que dicha toma de posición se arraigó en una tradición –romántica–, que le atribuye al cultor de las artes la dignidad de Maestro, oficializando el supuesto según el cual, el artista, al ejercer su condición puede también enseñar su saber sin que sea requisito para ello un adiestramiento especial, a la manera del taller renacentista.
A pesar de los reparos históricos o conceptuales que puedan servir de objeción, la toma de posición propuesta en la ley, y que por cierto demandaba el acatamiento, a la postre clarificaba el panorama. No obstante, en el mismo capitulado de la ley que reconocía el estatus del artista, se resolvió otra directriz que produjo una deriva a contrapelo y que terminó por reinstalar el conflicto. Se definió que para la formación de formadores el título a otorgar debía ser el de Licenciado en… Por definición, una investidura transdisciplinar, en la que se hacen subsidiarios los saberes nominales a la configuración de un perfil con problemáticas propias, específicamente aquellas relacionadas con las pedagogías, las didácticas y las prácticas formativas.
Para seguir el hilo del discurso y hacer explícita la paradoja, en el mismo acto normativo que promulgaba la existencia de un profesional de la formación (lo cual también supondría que el artista por el mero hecho de serlo no estaba cualificado para ejercer de profesor, de docente y debía prepararse para ello), se le daba la dignidad de Maestro –al artista–, aforando el peso histórico de un concepto con tradición milenaria.
Volviendo al momento germinal de la Facultad de Artes, ya fuera por intuición, pero ciertamente en una decisión que fijó un rumbo y terminó siendo muy conveniente, se promovió la creación de los programas asumiendo los dos perfiles de forma diferenciada y autónoma, aunque claramente imbricada. De este modo se conformaron los Departamentos que, sumados, crearon la primera organización administrativa de la Facultad siguiendo el guion de los saberes disciplinares convencionales separados por Departamentos (de Música, Teatro y Artes Plásticas), cada uno de ellos albergando programas de Artes Plásticas, Teatro y Música (con el título Maestro en…), acompañados de los programas de Licenciatura en los mismos tres ámbitos (posteriormente se le agregaría la Licenciatura en Danza y el Departamento de Teatro cambiaría su nombre por Artes Escénicas).
Una decisión que, como digo, resultó afortunada y estratégica, porque a la vuelta de los años, la coexistencia de los perfiles de Maestro y Licenciado, creó una tensión permanente entre ambos. Generó espacios de comunión, pero también de divergencia e incluso de confrontación. Una saludable pugna que, en el lugar de intersección, ha condicionado la aparición de nuevos campos de conocimiento y la emergencia de epistemologías situadas y críticas.
Como síntoma, la solidificación de las fronteras que se propusieron como meta en una primera intención, fue cediendo ante los desplazamientos de un perfil a otro, generando mareas líquidas hacia un lugar y hacia el otro bajo la presión gravitacional de las pendulaciones históricas (cambios de normas, las necesidades del mercado laboral, las modas). Este movimiento ha servido de abono para la aparición de pedagogías y didácticas específicas al servicio de unos y de otros. A la vez, mientras los licenciados declaran ejercer de creadores en el acto de la formación, los artistas incorporan en sus prácticas creativas estratégicas pedagógicas, de tipo relacional. En ambos casos la notoriedad de la presencia individual del agente creativo mengua, dándole el protagonismo a los otros que pasan de ser espectadores a participantes en el diálogo (las propias comunidades). Así mismo, el obrar se gestiona en una dinámica performativa que ya no se concentra en la obra con fines expositivos, sino en los procesos.
En medio de todos estos tránsitos, las concepciones más tradicionales que son reconocidas en el sistema del arte sufren mutaciones, algunas de manera dramática. Ya mencioné la connotada invocación del artista, una figura forjada de los relatos mitológicos de la antigüedad y refinada en la modernidad bajo el paradigma de la individualidad que asienta la huella desde el lugar de enunciación. En tiempos pos y trans, este agente, cobra importancia capital en los procesos de transformación cultural. Entre otras mudanzas, porque redefine su vínculo con el hacer, con los oficios y negocia de manera diferente el poder de su talento. Una nueva maestría.
También la contaminación a la que se ven abocadas las disciplinas y saberes artísticos en el contacto con la academia universitaria se convierte en factor de transformación determinante. La presencia de tantas otras epistemologías, muchas de ellas con tradiciones universitarias muy sedimentadas, en contacto con las plataformas inestables y dubitativas de las artes, genera efectos disruptivos que llegan a afectar la delimitación de los propios feudos (de unos y otros). Así la vinculación transdisciplinar, movilizada además en una lógica por problemas y por proyectos, se abre al alcance de la investigación. Esta última, una verdadera institución normativa diseñada para construir el conocimiento con el protagonismo histórico de las ciencias y la tecnología. Una facción de los artistas formadores se atrincheró para plantarse en resistencia, llamando a la emancipación de los cánones universitarios. En cambio otros alinearon para aprovechar sus ventajas y así validar maneras, metodologías y en la apertura, acceder a otros recursos.
De este modo, el perfil dual se diversificó aún más. Si ubicamos en el lugar de intersección a las artes, ya no solo se exige resolver la cuestión por los roles del artista-formador, sino del artista-investigador, el artista-universitario y, por esa vía, otras tantas combinaciones igualmente complejas (artista-gestor, artista-crítico, artista-curador, artista-innovador, artista-emprendedor), que ahora, avizorando la concepción en tránsito, apenas da para reconocer un origen.
De ninguna manera esta exposición puede considerarse una advertencia en preparación al apocalipsis. Todo lo contrario. Le toma el pulso a una situación plena de vitalidad, llena de oportunidades, en un país cuyo sino le hizo un guiño al futuro tras la firma de la paz apostando por la construcción de otra realidad, en la que se demanda el compromiso de gestionar los conflictos y las diferencias mediante la apuesta por la renovación de los pactos sociales. En este escenario, las artes tiene el potencial de movilizar las sensibilidades, tocar de manera íntima a los sujetos y, en una suma de tomas de conciencia (entre ellas de la acción política), construir un nuevo ethos. Este es el mapa en el cual la Facultad de Artes ocupa un lugar privilegiado con asiento en la Universidad de Antioquia, y sirve al mandato de su naturaleza pública. Un vórtice, término tomado de la tesis de Zygmunt Bauman, según la cual, la hidrodinámica de los fluidos en la búsqueda del equilibrio, moviliza de la licuefacción al endurecimiento (y viceversa) la energía de cambio que no cesa.
Bibliografía
Arango, Sofía: “Arte y conocimiento. La necesidad del arte en la formación del niño y el joven”, Revista Sociología Universidad Autónoma Latinoamericana, no. 22, 1999, pp. 56-62.
Bisohp, Claire: Relacional.
Danto, Arthur: Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el fin de la historia, Paidós Ibérica, Madrid, 1999.
Horkheimer, Max, y Theodoro Adorno: Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, Trotta, Madrid, 1969.
Plan de desarrollo Universidad de Antioquia: “Una Universidad innovadora para la transformación de los territorios”, Plan estratégico. Consultado 12 de mayo de 2018.
Resumen del documento del modelo de medición de grupos de investigación, desarrollo tecnológico o de innovación y de reconocimiento de investigadores del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación, año 2014: ResumenEjecutivo Consultado el 18 de mayo de 2018.
Vélez-Cuartas, Gabriel y otros: “Investigación en ciencias sociales, humanidades y artes. Debates para su valoración”, FSH fondo editorial, UdeA, Uniandes, 2018.
Bauman, Zygmunt: Modernidad Líquida, Fondo de Cultura Económica de España, 2016.
1 Maestro en Artes Plásticas, Doctor en Bellas Artes. Decano de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia.
2 “Dibujo libre” era la expresión usada por el profesor cuando iniciaba la clase y quería decir que los estudiantes podían hacer cualquier cosa, también dibujar.