Por: Cristián Gómez-Moya
Cristián Gómez-Moya*
Los actuales campos pedagógicos, con el auge de las modernizaciones curriculares, suelen analizarse desde prácticas o metodologías capaces de evidenciar los conocimientos adquiridos, o bien desde los progresos de los estudiantes. Básicamente se espera de la pedagogía la materialización de indicadores de desempeño o itinerarios formativos que garanticen un aprendizaje. Además, la mayoría de las veces los procesos formativos se construyen desde las tradiciones disciplinares –casi desde la obediencia y la reproducción del canon–, a manera de conservar un conocimiento fundamentado en la tradición del saber y el hacer. Rara vez estos procesos pedagógicos se construyen desde otras condiciones, como las que provienen, por ejemplo, de las genealogías en torno a esos discursos: las condiciones de conflicto, el desacuerdo sobre el conocimiento, la producción de lo estético o el mismo ejercicio del poder disciplinar.
En los últimos tiempos, sin embargo, ha sido posible observar una serie de fisuras en los modelos educativos, provocados por movimientos sociales y culturales, principalmente. En lo personal me resulta transformador ser partícipe (en los últimos siete, ocho años), de algunos quiebres paradigmáticos dentro de las propias comunidades educativas, en particular en el campo de las artes y las humanidades. Estos quiebres han convulsionado el espacio de seguridad y de certezas que caracterizaba la educación universitaria. Y se han venido dando en virtud de aspectos plásticos y formales, es decir, han introducido otras variables a los conflictos políticos de la educación, en general, los que subyacen en la relación con las instituciones del saber-hacer. Es lo que algunos autores han identificado con una cierta dimensión de lo sensible, lo cual significa advertir una forma de agencia estética en los propios actores de la educación, cuyo énfasis ha estado marcado por cuestiones creativas en virtud de las formas, los cuerpos, los espacios y las visualidades.
En este sentido, mis preocupaciones en torno a los programas pedagógicos han pasado, entonces, por este tipo de sensibilidades, las cuales poseen como referentes al menos dos acontecimientos relevantes en Santiago de Chile. Como primer antecedente, podemos recordar el movimiento por la educación pública, en 2011, que permitió visibilizar los profundos desequilibrios e inequidades que hasta el día de hoy aquejan a los estudiantes del país, relacionados con la igualdad de oportunidades, el gasto público y el lucro en la educación, la democratización del sistema de participación, etc. Y como segundo acontecimiento, el actual movimiento feminista –de alcance internacional– que ha permitido visibilizar y confrontar el arraigo de prácticas que no solo se asocian con aspectos discriminadores, el abuso de orden sexual o la inequidad de género, sino con el ejercicio del poder que ha caracterizado el sistema identitario y normativo en los programas pedagógicos.
En ambos casos, y más allá de las complejidades y diferencias de cada uno, me ha resultado significativo participar de estos procesos de acción y transformación educativa, lo cual ha requerido no solo pensar las perspectivas teóricas y metodológicas para avanzar en prácticas sensibles y estéticas, sino además examinar de forma crítica los mismos modelos que hemos reproducido. Hablar de movimientos que se han instalado a través de prácticas transformativas, introduciendo otras formas de protesta y resistencia, así como diversas construcciones de visualidad en relación con sus tácticas comunicativas y corporales, implica entonces pensar las dimensiones estéticas que han adquirido sus mismas agencias.
El espacio de conflicto que adquiere el simple anhelo de imaginar un programa pedagógico debe advertirnos de un giro en esas mismas prácticas pedagógicas, sobre todo en el campo de las artes visuales, la historia y la teoría del arte, la arquitectura y el diseño, por mencionar algunas prácticas disciplinares y conocimientos universitarios en el campo expandido de la estética. Es decir, si la pedagogía es lo que enseña y educa por doctrina o ejemplos, una pedagogía crítica basada en prácticas estéticas, por el contrario, debería orientarnos hacia posiciones menos instructivas y menos normativas; y, en consecuencia, impulsarnos a explorar zonas donde lo estético se vuelva un espacio más divergente y, por lo tanto, más pensativo, sensible y activo en su programación con otros.
A partir de estos giros de la educación estética hacia ámbitos más críticos de lo normativo, he intentado imaginar otras formas de diálogo e intercambio con estudiantes, intentando sostener una idea pedagógica basada en intersticios o zonas intermedias del espacio sensible.
Si bien estas experiencias pueden llegar a reflejar un grado de satisfacción o insatisfacción entre los actores involucrados, lo relevante por ahora es intentar relativizar la promesa de los indicadores de aprendizaje. Los resultados podrán evaluarse con el tiempo, lo que no se puede soslayar es que el ejercicio de intervención discursiva y corporal en un espacio comunitario influye directamente en la construcción sensible de quienes participamos.
A modo de ejemplo pondré el caso del proyecto Informe. Dispositivo de activación y experimentación de un no-espacio, realizado en 2016 en la Universidad de Chile.1 Contenida bajo el problema de la burocracia académica, la creación de este proyecto buscó aproximarse a una política de la forma, el espacio y sus intersticios dentro de la comunidad.
Desde un inicio se pensó la creación de una cápsula para activar un espacio vacío dentro de la academia. Ello se asociaba con la burocracia que implicaba hacer uso de un espacio sin uso, ya que se encontraba inhabilitado para cualquier otro uso imaginable que hiciera posible romper su propia inutilidad. Es por ello que, en principio, hablamos de un no-espacio –una condición diferente a ese “no-lugar” de la sobremodernidad identificado por Augé con las instalaciones y los medios de tránsito en que las personas se volvían simples pasajeros. Eso implicaba, entonces, pensar en cómo activar el no-espacio, puesto que su espacialidad estaba negada de antemano por la institución, es decir, su propia apariencia se dejaba ver como si careciera de uso, contemplación y representación: como si estuviese ajeno a toda ética y estética posible para la comunidad.
Desde un principio, la creación de la cápsula se planteó el desafío de funcionar como un objeto parasitario, por eso la construcción de su aparato estructural se conectó a la energía que le proveía su propia administración, en este caso el edificio del decanato de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo: absorber energía para lograr su propósito orgánico. Si bien la energía se extrajo materialmente (fuente de electricidad, conectividad inalámbrica, ventilación, anclaje al edificio, instalación sobre suelo nivelado, etc.), también presentó una dimensión escópica centrada en la mirada entre interior-exterior. Se diseñó la cápsula con un apéndice en trompa, cuyas terminaciones consistieron en una mirilla desde el hall de decanato y su expansión hacia el interior de la propia cápsula. La relación de figura y fondo fluctuaba, por tanto, en un cruce de miradas mediadas por la gusaneidad de la forma. Dicho de manera distinta, el propio diseño intersticial de la cápsula Informe estuvo centrado menos en su forma visible que en el tubo comunicante entre interior y exterior.
Esta energía parasitaria compartió así los bordes de una burocracia con el propósito de ocupar sus propios intersticios. Por ello fue relevante pensar la forma no solo a través de la apariencia de un cuerpo reconocible, o por reconocer, sino a través de la problemática ocasionada por la dimensión del entre, es decir, de aquello que se da y lo que queda en medio de otras formas en sí ya percibidas o reconocidas. De ahí, por tanto, que el proyecto se haya propuesto estimular diversas voces y cuerpos como parte de la activación de ese no-espacio.
Para ello, consideramos esa zona dividida entre el problema físico relativo al espacio morfológico y la cuestión participativa en torno al objeto. A través del trabajo colaborativo entre artistas, escritores/as, arquitectos/as y diseñadores/as, en conjunto con profesores/as, estudiantes y trabajadores/as, se buscó abrir una dimensión democrática sobre los usos del espacio, es decir, pensar el espacio desde un reconocimiento por lo común, lugar en donde los distintos saberes disciplinares podían tributar de manera amplia, pero también contradictoria, a la cuestión morfológica, tensionando incluso el saber de las propias disciplinas puesto que la cápsula se instaló fuera de los habituales espacios de la docencia.
Finalmente, en la ocupación de sus intersticios se dieron cita una serie de encuentros entre creadores y la comunidad, en general, desde lecturas, encuentros y charlas, hasta performances, experimentos musicales, radios online, etc.2 Así, esta cápsula se hizo eco de esa antigua idea que Bataille hiciera de la noción de informe en 1929 –idea no homologada y en ningún caso consensuada por los participantes del proyecto–, que la forma de la academia no se parece a nada y siempre puede ser algo así como una araña o un escupitajo.
En síntesis, y más allá de verificar o mensurar las transformaciones del espacio de aprendizaje, así como las satisfacciones derivadas de esta experiencia, lo relevante de este ejercicio de valoración sensible y estética por la forma, fue su práctica social como experimento de democratización de los espacios pedagógicos, de los cuales por cierto no somos del todo conscientes, de ahí la preocupación por los intersticios que quedan “entre” las formas. De modo que los espacios que restan de las formas son, entonces, las agencias que hacen posible las prácticas sociales y que, a su vez, atraviesan esas mismas formas.
*Académico e investigador en el Dpto. de Diseño de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Universidad de Chile
1 El proyecto, desarrollado como obra de creación artística, obtuvo el Fondo CreArt 2015-2016 (CA 04/15), de la Dirección de Creación Artística (DiCREA), dependiente de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo (VID), Universidad de Chile. Los responsables fueron, Cristián Gómez-Moya, Diego Gómez V., Mario Marchant y Daniel Opazo, académicos y creadores pertenecientes a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile.
2 Los curadores del proyecto realizaron invitaciones a diversos artistas y escritores a plantear encuentros, lecturas y acciones en torno a la cápsula Informe, entre ellos: Pablo Rivera, Ángela Ramírez, Ignacio Szmulewicz, Soledad Novoa, José Solís, Hugo Rivera-Scott, Rodrigo Tisi, Román Domínguez, Daniel Cruz, Claudia González, Bernardo Piñero, Gerardo Della Vecchia, Martín Gubbins, Felipe Cussen, etc. Los aquí nombrados accedieron a intervenir activamente en función del proyecto, propiciando con ello una forma de academia periférica y descentrada de la convención asociada al relato educativo-normativo.