Michel Thévoz
El Art Brut se refiere a obras realizadas por personas que están libres de la cultura artística, mental o socialmente marginados, que inventan procedimientos figurativos singulares en su totalidad. Y se expresan para ellos mismos en lugar de hacerlo para los amantes del arte. Esta ruptura con la comunidad hace posible el florecimiento de recursos mentales no explotados en el hombre “normal” y de una poderosa originalidad.
Desde 1945 el pintor francés Jean Dubuffet (1901-1985) recopiló obras de esta naturaleza en hospitales psiquiátricos de toda Europa, en los círculos espiritistas, entre los presos y los desertores de la sociedad en general. En particular, desde 1970 comenzó una relación de amistad con Samuel Feijóo, fundador de la revista Signos y un gran coleccionista de arte inventivo en Cuba. Donada a la ciudad de Lausanne, la Colección de Art Brut se inauguró en febrero de 1976. Hoy reúne más de 90 000 obras.
Para comprender del todo la génesis de la noción del Art Brut, es necesario recordar el malestar inicial de Jean Dubuffet: atraído por la pintura ya desde la edad de 18 años, le hizo rechazo por lo ficticio, mimético, elitista y publicitario y de valor de mercado de la institución artística. Hasta la edad de 42 años, Dubuffet quedó paralizado como pintor por el dilema entre la aventura delirante, solitaria y poderosamente subjetiva que debe ser la creación artística, en su impulso, y los protocolos mundanos y mercantiles de comunicación en esta área. Un dilema también entre una fuerte tradición artística, cuyo aprendizaje le parecía inútil e, incluso, perjudicial. Y de lemas vanguardistas igualmente restrictivos. Pero nunca perdió la nostalgia de un arte que sería totalmente huérfano, es decir, libre de cualquier modelo proveniente de la tradición o la moda, liberado de todo compromiso social. Un arte indiferente al aplauso, a la bendición del clero artístico. Un arte proveniente de una fiebre mental y una necesidad interior prácticamente autista. Esta es la definición de Art Brut. Por supuesto, la libertad insolente requerida por una aventura imaginaria tan exorbitante, no puede adaptarse a los usos promocionales y comerciales que gobiernan el mundo del arte.
Dubuffet, por lo tanto, estaba enamorado de esas flores silvestres que florecen en todas partes menos en los campos de cultivos de la cultura, preferiblemente eclosionadas, donde nadie piensa en buscarlas: entre los analfabetos, en lugar de los intelectuales; los pobres, en lugar de los ricos; los viejos, en lugar de los jóvenes; las mujeres, en lugar de los hombres, etc. Sin poder él mismo hacer Art Brut, se convirtió Dubuffet en coleccionista desde el momento en el que sus propias obras penetraron en los museos y el mercado del arte, es decir, hacia 1945. Tal vez sintió que el momento, el dinero y, de modo especial, la pasión que dedicó a lo salvaje, tenían el carácter de una contraparte, que mantenían su propio compromiso social para convertirse en un comprometido. Hay que decir que el Art Brut se coloca desde el principio bajo el signo de la locura. Es concebido por Dubuffet como el resorte mismo de la invención. Es la norma o normalidad académica lo que es patológico para sus ojos. Y para nada la locura: “Quiero decir que no solo los mecanismos que funcionan en el loco existen también en el hombre sano (o así llamado) sino que son, en muchos casos, una extensión y un florecimiento (…) Al final, creo que es un error mantener a la locura de Occidente como un valor negativo; creo que la locura es un valor positivo, muy fructífero, muy útil, muy precioso. Su contribución no me parece malsana para el genio de nuestra raza, sino que, por el contrario, es vivificante y deseable, y mi impresión no es que la locura reine en exceso en nuestros mundos, sino que, por el contrario, es demasiado escasa”. (“Honrar a los valores salvajes” en El hombre de lo común a la obra).
Todo comienza con un viaje a Suiza después de la Segunda Guerra Mundial. Dubuffet se pone en contacto con los más eminentes psiquiatras suizos, quienes le hacen descubrir las obras de Adolf Wölfli y Aloïse, a quienes considera por excelencia los autores de Art Brut. En 1947 creó el Foyer (La Compañía) del Art Brut en París, en el que expuso todos sus descubrimientos. Gracias a estos eventos y numerosos concursos benévolos, las colecciones adquirieron cierta importancia. En octubre-noviembre de 1949 se presentó una exposición en todas las salas de la Galería René Drouin, con 200 obras de 63 autores. Dubuffet publicó en el catálogo un texto tipo manifiesto titulado “El Art Brut preferido por las Artes Culturales”, en el que desarrolla la definición de Art Brut.
La colección, considerablemente enriquecida, se instaló en un edificio de cuatro pisos y catorce salas adquiridas por Dubuffet en la calle de Sèvres: establecido como un lugar de conservación y centro de estudio, cerrado al público pero abierto a visitantes demasiado interesados. Slavko Kopac se convirtió en el curador de las colecciones. Las actividades de exposición y publicación resultaron importantes adquisiciones, por compras o donaciones. Fue realizado un proyecto de publicaciones periódicas, en forma de folletos de Art Brut, desde 1964 y que ahora cuenta con 26 números. Son monografías de los principales autores de Art Brut. Hasta el número 8, la mayoría de esos textos fueron escritos por Dubuffet. En abril-junio de 1967 una selección de las colecciones –700 obras de 75 autores– fue objeto de una importante exposición en el Museo de Artes Decorativas de París. Jean Dubuffet escribe el prólogo del catálogo con un texto titulado “Place to Incivism”. En 1971 apareció el Catálogo de la Colección del Art Brut, este posee reseñas de 4104 obras de 133 autores.
Ansioso por asegurar el futuro y el desarrollo de las colecciones, Jean Dubuffet se comprometió a buscar una comunidad que, definitivamente, les garantice un estatus público. Los vínculos que tuvo con escritores, artistas y psiquiatras de toda Suiza explican en gran medida su decisión de buscar en ese país una ciudad que aceptara la donación de la Colección de Art Brut. Y que se comprometiera a crear, si no un museo –Dubuffet odiaba esta palabra–, al menos un “instituto” abierto al público. Por lo tanto, ocurrieron conversaciones con las autoridades municipales de la ciudad de Lausanne. Y llegaron a un acuerdo: las colecciones se cederían a la ciudad, la cual se comprometió a garantizar su conservación, su gestión, su permanente exposición pública. Y a condicionar, para este propósito, el Château de Beaulieu: un hotel inusitado del siglo XVIII.
La Colección de Art Brut se inauguró, de modo oficial y en un nuevo hogar, el 26 de febrero de 1976 en Lausanne. En lugar de cerrar el conjunto en una especie de “museo-cementerio”, el conjunto fue utilizado –según el deseo mismo de Dubuffet– para reanimarlo y desarrollarlo, a través de exposiciones temporales. Su apertura al público y la notoriedad internacional, que adquirió, llevaron a tomar la decisión de coleccionistas, patrocinadores y psiquiatras de realizar donaciones de conjuntos importantes: de Vojislav Jakic, Samuel Failloubaz, Celestine, Reinhold Metz, Josef Wittlich, Dwight Mackintosh, Henry Darger, Stanislav Zagajevsky, etcétera. Tanto fue así que, desde su traslado a Lausanne, la colección se vio enriquecida con casi 60 000 obras. Jean Dubuffet continuó brindando apoyo moral y financiero hasta su muerte en 1985.
El aumento de las colecciones ciertamente no fue fácil. Cuando se transfirieron a Lausanne en 1975, en realidad surgieron incógnitas: ¿existía todavía la necesidad de nuevas prospecciones y adquisiciones? ¿Era concebible que, con el prodigioso desarrollo de los medios de comunicación, es decir, del condicionamiento de las masas aun queden personas suficientemente singulares e individuales como para inventar sus propias mitologías y sus propias escrituras figurativas? ¿La colección no iba a ser suavizada por la integración de casos cada vez menos significativos?
Un factor importante parecía ser decisivo al respecto: los casos de producción de Art Brut en hospitales psiquiátricos se habían secado repentinamente desde 1950. La razón era obvia: la invención de los fármacos neurolépticos. Quizás la farmacoterapia haya tenido efectos beneficiosos desde un punto de vista médico. Pero al terminar con los delirios y las alucinaciones, que fueron la fuente de inspiración, fue fatal para la creación artística. Pero, les diré, la producción artística nunca ha sido tan abundante en los hospitales psiquiátricos desde que se abrieron talleres de terapia artística o de terapia ocupacional desde la década de 1950. Antes, desalentábamos, incluso reprimimos, la expresión simbólica de quienes ya no eran más pacientes sino presos. Es cierto que las nuevas estrategias psiquiátricas han generado una gran cantidad de producciones pictóricas o escultóricas, pero solo desde un punto de vista cuantitativo. En verdad, la terapia ocupacional y el cuidado han sido capaces de sobrepasar la espontaneidad, el fervor y el espíritu contestatario que son los componentes necesarios de la invención artística. El ejercicio del arte como una práctica higiénica desalienta al creador potencial de cualquier iniciativa que tenga delante de sí, al prejuzgar su significado y orientarlo hacia un objetivo ortopédico. El arte como la sexualidad pierde su atractivo al ser prescrito como gimnasia terapéutica. Sin dudas, Dubuffet tenía razón al declarar que los creadores de su interés no habían practicado el arte para curar su locura sino para exaltarla.
Entonces, para volver al problema del estado de la colección en 1975, la prudencia requería cerrarla. Pero Jean Dubuffet no era un hombre prudente. Apostó por la aventura. Y al seguro ganó su apuesta. A pesar del uso generalizado de la camisa de fuerza química en los hospitales psiquiátricos, a pesar del desarrollo de medios de condicionamiento de las masas, a pesar de la normalización mental y social a escala planetaria, todavía hay algunos refractarios que hacen prevalecer obstinadamente su singularidad por sobre la conformidad. Casos como el de Josef Wittlich o Reinhold Metz en Alemania, Willem Van Genk en Holanda, Vojislav Jakic en la antigua Yugoslavia, Judith Scott en los Estados Unidos, demuestran que, en la era de los medios de comunicación, los individuos todavía pueden ser capaces de crear desde cero un sistema filosófico, mental y figurativo absolutamente personal. De un alto valor artístico.
(Traducción del original en francés de Eduardo Digen Bolet. Corrección de Silvia Mancini).
Michel Thévoz (Lausana, Suiza, 1936). Escritor, historiador del arte, filósofo, profesor y curador. Director, de 1976 a 2001, de La Collection de l’Art Brut Lausanne. Profesor honorable de l’Université de Lausanne, Suiza. Ha publicado numerosos libros, entre los cuales están: L’Art Brut (Skira, 1975), Le corps peint (Skira, 1984), Dubuffet (Skira, 1986), Requiem pour la folie (La Différence), Le miroir infidèle (Editions de Minuit, 1996) y L’esthétique du suicide (Minuit, 2003). Además es autor de numerosos artículos sobre el Art Brut.