Por: Pérez & Del Valle
Ya había tenido noticias de esa experiencia por Yoan, mi hermano, que estuvo en una edición anterior de la Bienal. Nunca antes había estado en Italia ni en Venecia. Una sensación cultural muy fuerte. Visité muchas exposiciones y pabellones. Estar en el Pabellón de su país con colegas y artistas que uno admira es muy gratificante e impresionante a la vez.
Participaste con piezas ya conocidas, aunque supongo tuvieras una idea preconcebida de cómo emplazarlas en el espacio.
La elección fue prácticamente de ustedes y de Noceda, solo tres piezas. De alguna manera se conectaba con mi exposición del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales. Se creaba un diálogo armónico entre ellas porque compartían el material, el uso de los textos, las formas y de alguna manera funcionan como una instalación. Cuando llegué a Venecia no estaban trabajando en mi espacio todavía, así que tuve tiempo para pensar y organizar cómo distribuir las piezas.
Las obras pertenecen a momentos diferentes de tu trabajo…
Efectivamente. También porque a veces las técnicas en bronce dilatan mucho el proceso de trabajo. Por ejemplo, No rear wiew mirror pertenece a una exposición en Galería Habana, de 2009. En ese momento solo tenía el dibujo, que ni siquiera exhibí. Solo logré producirla en el 2016 y la integré a la muestra del Centro de Desarrollo. Link es una pieza relativamente reciente. La presenté para las colaterales de la última Bienal (Zona Franca), pero tampoco me dio tiempo a producirla en bronce. La idea primaria de la del aceite es del 2003. Este es un remake que comencé para una exposición en la Daros que finalmente no se hizo.
¿Cómo te relacionaste con Venecia y su Bienal?
Mi primera relación fue en los pabellones de Los Jardines, el lugar donde surge el evento. Allí están los pabellones clásicos, que cada país hizo en su momento. Por ejemplo, Brasil tiene un diseño muy concreto, Australia tiene uno muy particular…, pero esa mezcla funciona muy bien en aquel jardín inmenso. Había visto imágenes piezas de Robert Rauschenberg o Claes Oldenburg, obras emplazadas, pero fue impresionante. Andar en vaporettos para ver exposiciones… una experiencia loca.
Visité también El Arsenal, un espacio descomunal que no logré recorrerlo completo. Encontré obras muy interesantes en su relación con el espacio. Me impresionó la exposición de Philip Guston en el Museo de la Accademia. Solo lo conocía por libros y fue una gran impresión.
Me comentabas al inicio sobre la expo de Damien Hirst…
Era inmensa, luego supe que al otro lado de la bahía continuaba. Solo vi la zona central, donde estaba el gigante. Hirst me llama mucho la atención por el gran despliegue que hace. Sin embargo, pienso que las piezas han caído en una suerte de banalización a lo Wharol. No estoy valorando una obra y otra, sino en general su manera de “meterse” en el arte.
Es muy inteligente como ocupa el espacio, incluso hasta la librería del Palacio Grassi casi exclusivamente para sus libros, catálogos y suvenires. Es como un pulpo capitalista, pero desde el arte. No quiero decir que sea malo ese interés de copar los espacios, pero tampoco de esa manera tan egocéntrica y excluyente. Por otra parte, la curaduría estaba bien, algunas piezas funcionaban mejor que otras. Ha caído en algo así como un abstraccionismo figurativo, si eso existe.
¿Cómo percibes el arte cubano en su relación con las propuestas de la Bienal?
Me parece que estamos muy bien. Los asistentes se mostraban muy complacidos. Como norma visitaban primero la planta superior: Diago, Yaque, Fors, Wilfredo Prieto…, y luego el espacio donde estaba mi trabajo. Muchos traían los clichés asociados al Caribe y los colores y se sorprendían. Luego en Instagram vi muchas referencias, fotos… y había un gran seguimiento entre el público asistente.
Esa es también mi experiencia personal. De los ochenta para acá cada vez más el arte cubano se integra a las operatorias internacionales sin perder su relación contextual. En lo conceptual y formal se relacionan equitativamente.
La tendencia de Venecia se consolida en pabellones nacionales con uno o dos artistas. Rara vez sucede lo que con nuestra participación, una exposición colectiva de 14 artistas…
Fue una estrategia acertada, inclusiva. Es una tendencia mundial acotar nóminas: editoriales, museos, curadurías, proponen los 10 curadores, o los 100 artistas del siglo xx… Eso es capitalismo global: sentenciar el non plus ultra, decirnos “este es el tipo” y todos deben atenderlo solo a él. Son estrategias comerciales, que tampoco juzgo. Pero pienso que presentar este proyecto es muy válido para Cuba. Ciertos cubanos que andaban merodeando de visita comentaban que siempre los cubanos se pasan, que tantos artistas cuando otros países presentan solo uno, pero a mí no me pareció mal. Si la Bienal lo permite, cada uno debe defender su estrategia.
Eso tiene que ver un poco con el carácter imitatorio. Si el primer mundo tiene recursos para llevar muchos artistas, y solo presenta uno, por qué entonces Cuba hace otra cosa. A mí no me molestó… será porque estaba incluido.
Proyectos que se derivan de esta participación en Venecia…
Lorenzo Fiaschi de Galería Continua estuvo allí y me invitó al proyecto por el décimo aniversario de Les Moulins. Esas mismas piezas, junto otras que adicionaron de aquí en La Habana. Será una exposición con alrededor de veinte artistas, no solo con los que habitualmente trabaja la Galería. Esa podría ser una influencia de cómo se concibió nuestro pabellón en Venecia.