Por: Pérez & Del Valle
En el Kulturzentrum Schlachthof de la ciudad, de Kassel, la artista visual cubana María Magdalena Campos junto a su compañero de vida y trabajo el músico norteamericano Neil Leonard, presentan como parte de la Documenta 14 el proyecto Bar Matanzas. Inspirados en el deseo de un amigo de tener un bar al que llamaría Matanzas 1945 y con el interés de homenajear a la ciudad natal de María Magdalena, proponen un espacio de encuentro, diálogo y confrontación de ideas sobre la historia, la cultura, la ecología y los desafíos de la humanidad.
Como parte del programa del Bar Matanzas se realizaron por esos días conciertos, conferencias, performances donde artistas de diversas manifestaciones, teóricos, críticos de arte y especialistas de otras disciplinas, intercambiaron ideas y presentaron sus obras al público asistente.
Inaugurado en 1978, el Kulturzentrum Schlachthof ha sido un lugar donde se unen personas de contextos sociales dispares. Desde su fundación, los objetivos de la iniciativa han sido practicar un concepto expandido y holístico de la cultura, creando espacio para la auto-iniciativa, la participación y la autodeterminación, al mismo tiempo que se promueve la diversidad cultural. Estos objetivos del centro cultural se identifican orgánicamente con la obra de Campos y Leonard.
En una entrevista publicada a propósito de una obra anterior, Leonard expresaba que “hay cosas que podemos hacer en el campo de las artes que no se transfieren a un móvil, a YouTube o un USB. Son experiencias multidimensionales que se tienen que apreciar en vivo”.
María Magdalena siempre ha estado interesada en la investigación y el análisis de la compleja identidad racial y cultural de origen africano de la cual forma parte, por lo que su obra de una manera particular se imbrica en la mejor tradición del arte cubano de explorar en estos asuntos desde un profundo humanismo y compromiso. Para el crítico Andrés Isaac Santana, su obra “es un tratado contra la amnesia …una restitución de la memoria. No es solo recapitulación, es también una manera de fortificar la utopía”.
La ciudad de Matanzas fue tierra fértil para las artes, la música, la literatura, la arquitectura y el pensamiento. Desde finales del siglo xviii, esta prosperidad tuvo sus orígenes en el desarrollo de las industrias azucarera y cafetalera cuyas producciones se sostenían en el trabajo de cientos de miles de hijos de África que fueron sacados a la fuerza de sus territorios originarios para servir como mano de obra esclava en la siempre fiel isla de Cuba.
Ese esplendor cultural se expresaba en los edificios y en el trazado urbanístico de una de las más bellas ciudades del país, en las instituciones creadas por sus mecenas, en las tertulias culturales de Domingo del Monte, en la música de José White, la poesía de Plácido, la obra dramática de José Jacinto Milanés. Sin embargo, y a pesar de sus altos valores, no tenía en cuenta, desconocía, despreciaba a una de las expresiones culturales más auténticas que ha aportado la cultura cubana.
Esa aristocracia matancera, que se comparaba con la Atenas clásica, marginaba y desconocía la legitimidad de lo que sucedía en los barracones, dotaciones rurales, bateyes y caseríos suburbanos. Allí se “cocinaba” uno de los fenómenos culturales más auténticos de los venidos de África, una de las expresiones más fuertes de la resistencia al desarraigo y de defensa de su identidad: la Rumba.
El complejo de la Rumba, compuesta por toques, cantos, bailes y pantomima es una de las manifestaciones danzarías y musicales de mayor reconocimiento folclórico y popular, y por sus aportes y valores fue reconocida recientemente por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Los Muñequitos de Matanzas son una de las agrupaciones emblemáticas de la rumba y en el contexto de su 65 aniversario fueron invitados por María Magdalena y Leonard a ser anfitriones del Bar Matanzas con nueve conciertos en el Kulturzentrum Schlachthof. Con esta acción, 157 años después de recibir Matanzas el título de La Atenas de Cuba, los artistas colocan a los herederos de una de las expresiones culturales más marginadas en el centro de uno de los eventos artísticos más legitimadores del arte contemporáneo…, y gracias al azar concurrente, esta edición de Documenta está dedicada a Atenas, la otra, la occidental.
Así, la rumba prolonga su papel de agente liberador. Esos “condenados de la tierra” de Frantz Fanon, aún hoy, persisten en un proyecto de construcción de un nuevo humanismo, anclado en la redefinición auténtica del ser humano que se gesta en las luchas anticoloniales. Esas contiendas que siguen teniendo lugar a partir del abono de las subalternizaciones de un mundo que no por globalizado ha zanjado sus diferencias y desigualdades.